Historia y Vida

LEOPOLDO II

El escándalo que destapó su brutalidad en el Congo

- XAVIER VALLS, PERIODISTA

El reino de Bélgica, nacido en 1830 tras su independen­cia de Holanda, era a finales del siglo xix una joven nación europea de notable prosperida­d industrial. El país marchaba por la buena senda, pero estaba lejos tanto del club de las grandes potencias como de la pugna imperialis­ta. Su opinión pública estaba claramente alineada con la corriente opuesta al colonialis­mo. Sin embargo, Leopoldo II, el segundo monarca belga, no compartía en absoluto la posición popular. Nunca ocultó sus aspiracion­es en este sentido, y desde el mismo día de su primer discurso en el Senado, el 17 de febrero de 1860, dedicó palabras a la expansión del comercio y mostró entusiasmo por el colonialis­mo holandés, con su explotació­n de Java como modelo. Durante unos años, Leopoldo II trató en vano de convencer a Bélgica de iniciar una aventura semejante. Preguntó y se interesó directamen­te por muchas tie-

rras lejanas. Propuso dirigir la singladura imperialis­ta hacia China, las Filipinas, Borneo, Nueva Guinea, Japón y América central. Su interés era abierto e incauto: “¿Sabe usted de alguna isla en Oceanía, el mar de la China o el océano Índico que nos pueda venir bien?”, inquirió en 1861 a un oficial de la marina belga. Pero finalmente el destino le depararía un enorme pedazo de suelo africano hacia el interior del río Congo, en el corazón del continente negro. Cuando supo que no persuadirí­a a Bélgica de entrar en la carrera imperialis­ta, decidió emprenderl­a por su cuent a, aunque envuelta en un sutil y eficaz re- vestimient­o de filantropí­a, cristianis­mo y abolicioni­smo. Leopoldo buscó vías hacia el colonialis­mo alternativ­as a la política de Estado. Su forma de actuar, durante toda su vida, estaría marcada por una buena cintura y una firme determinac­ión, pero también por la hipocresía sin r ubor. Aunque consintió la explotació­n de millones de nativos, llegó a ser presidente honorario de la Sociedad para la Protección de los Aborígenes y fue anfitrión de eventos como la Conferenci­a Antiesclav­ista de Bruselas en 1889. Nada era imposible: lo que no podía hacerse bajo una forma o apariencia, se hacía bajo otra. Una sucesión de asociacion­es y compañías, creadas a convenienc­ia y transforma­das sobre la marcha, sustituirí­an finalmente la cobertura estatal de su proyecto.

La idea de Stanley

El rumbo definitivo de las ambiciones de Leopoldo II vendría definido por los éxitos de un hombre clave en la historia del Congo: Henry Morton Stanley. En las décadas de 1860 y 1870, la sociedad ilustrada de Europa y Estados Unidos seguía deslumbrad­a la aventura de las grandes expedicion­es al África desconocid­a: Livingston­e, Brazza, Stanley y las sociedades geográfica­s protagoniz­aban una ca-

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