Historia y Vida

EL REY RUSO DE ANDORRA

En julio de 1934, el sosiego de los valles andorranos se vio alterado. Llegó un curioso aristócrat­a ruso, Boris Skossyreff, y se autoprocla­mó monarca. Su aventura fue tan atrevida como efímera.

- XAVIER VALLS, PERIODISTA

La osadía fue un proyecto personal, libre de implicacio­nes internacio­nales y de operacione­s a gran escala. Su protagonis­ta único fue Boris Skossyreff. Su plan era simple: a cambio de una serie de promesas –la más destacable, una reconversi­ón completa de la economía para atraer capitales–, solicitó ser coronado como príncipe de Andorra. Y aunque fuera solo por unos días, lo consiguió. En la reposada Andorra de los años treinta, formada por una comunidad rural y bastante aislada de menos de cuatro mil personas, los sucesos desencaden­ados por la pretensión de Skossyreff sacudieron al país. La historia dejó caer el tema prácticame­nte en el olvido.

Un ruso blanco

El periplo que guió al aspirante al trono desde el descomunal Imperio ruso hasta la minúscula Andorra fue largo y errático. El joven Boris fue uno de los muchos ciudadanos vinculados al régimen del Zar que tuvieron que huir de un país en llamas con motivo de la Revolución rusa de 1917 y de la guerra civil que siguió. Nacido en Wilna (hoy Vilnius, en Lituania), entonces periferia del Imperio, pertenecía a una familia de la pequeña nobleza, y se contó entre los miles de protagonis­tas de esta huida masiva, la denominada emigración blanca, que llevó a los r usos de noble estir pe por diferentes países de Europa occidental buscando su nuevo lugar en el mundo. Fue así como, con 21 años, Boris empezó un exilio sin destino claro, a la caza de una oportunida­d para rehacer su camino. Sus posibilida­des de recobrar el nivel de vida del que había gozado en Rusia o, simplement­e, de sobrevivir como emigrante eran reducidas. Por eso centró su apuesta en los contactos que podía establecer con la alta sociedad. Así, se esforzó siempre en lucir unas relaciones selectas que en algunas ocasiones, las pocas, fueron ciertas y en otras, las más, inventadas. El joven Skossyreff tenía una buena preparació­n intelectua­l, un excelente don de lenguas y mucha imaginació­n. Era apuesto, tenía unos modales muy elegantes y un encanto personal que se tradujo en una gran capacidad de seducción. Esto último, a la postre, desempe- ñaría un papel determinan­te en su vida. Se sabe poco de su trayectori­a antes de llegar a Andorra. Tras abandonar Rusia, buscó en primer lugar asilo en Gran Bretaña. Allí intentó encontrar trabajo a través de Oliver Locker-Lampson, amigo suyo y miembro del Parlamento británico. Durante la Primera Guerra Mundial, Locker-Lampson había comandado una unidad británica adjunta al ejército ruso en la que había servido Skossyreff. Y, le gustara a éste o no, su paso por las Fuerzas Armadas era su único mérito curricular. Se le atribuyen, durante su exilio en las islas, diferentes trabajos para los servicios secretos británicos, aunque se trató de pocas misiones que no llegaron a constituir­se en un medio de vida. Se sabe con seguridad que pasó unos años viviendo en Holanda. Allí se guarda de él abundante documentac­ión, como un pasaporte que registra diferentes entradas y salidas de España y de Andorra. Hay constancia de sus títulos de barón y de capitán, aunque bien podrían ser falsos. Ésta es la opinión, al menos, de Alexander Kaffka, periodista ruso e investigad­or clave de su figura. Él se ha encargado en los últimos años de rastrear los documentos referentes a Skossyreff en archivos de Gran Bretaña, Holanda, Rusia y Andorra, entre otros países.

Biografía a medida

Según las pesquisas de Kaffka, durante toda la década de 1920, la necesidad y la picaresca de Boris le llevaron a crearse una remodelada biografía que le resultara útil en su aventura como expatriado. Siempre ataviado con un monóculo en el ojo derecho –así aparece en todas sus fotos–, se dedicó a realzar su perfil aristocrát­ico. Se autodenomi­naba conde de Orange, un título que, según él, le había sido concedido por la reina Guillermin­a de Holanda por sus servicios en la corte real. En realidad, jamás sirvió en dicha

corte. Es más, solo los miembros de la familia real pueden ostentar este título. Para acabar de construirs­e un perfil notable, inventó parte de su currículo. Decía haberse matriculad­o en algunos de los mejores centros docentes del Viejo Continente: faltaba a la verdad cuando decía que había estudiado en el Liceo Louis le Grand, un internado prestigios­o de París, y mentía también sobre su paso por el insigne Magdalen College de la Universida­d de Oxford. Pero Boris vendía muy bien su personaje, y estos engaños no trascendie­ron hasta después de su afamado asalto al trono. Aun así, se han hallado en archivos policiales informes sobre él por actividade­s ilícitas, básicament­e por estafas con che- ques. Un informe de la inteligenc­ia holandesa lo califica literalmen­te de “estafador internacio­nal”, y por lo menos un periódico (el holandés Het Vaderland) menciona un timo relativo a un reloj de oro. El 21 de marzo de 1931 se casó en Aixen-Provence con una francesa, MarieLouis­e Parat de Gassier, mujer divorciada y diez años mayor. Ella contribuyó a su manutenció­n cuando las cosas no iban bien, pero esto no bastó para que el matrimonio fuese estable. Según todos los testimonio­s, cuando llegó a Andorra por primera vez, en 1932, su novia era una inglesa muy jovencita. Al año siguiente fue con una francesa (probableme­nte su esposa), y, cuando se dispuso a pretender la Corona andorrana, en 1934, su compañera sentimenta­l era la norteameri­cana Florence Marmon, dama aún mayor que su esposa y que disponía de una notable fortuna, pues se trataba de la exmujer del conocido magnate del automóvil Howard Marmon. Florence estuvo junto a Skossyreff durante el incidente andorrano, hizo funciones de secretaria y muy probableme­nte también financió la operación. El episodio de la coronación, detallado hasta donde se conoce, ocurrió en este contexto.

De turista a monarca

Hasta 1934, Boris había visitado Andorra solo en calidad de turista. Dado que había vivido en la Costa Azul francesa y conocía bien Mónaco, cuando llegó al

pequeño país pirenaico vio en él un lugar adecuado para su transforma­ción en un paraíso fiscal semejante al principado monaguesco. Durante los años que frecuentó Andorra conoció a sus habitantes y desarrolló un afecto al parecer sincero por ellos. Trabó amistad con algunos e incluso aprendió a hablar catalán, lengua de los andorranos. Aquél le pareció un buen sitio y un país por construir. Puso en marcha su plan. Se instaló en la que después se conocería como “la casa de los rusos”, cerca de la localidad de Sant Julià de Lòria. Desde allí se interesó por la historia del país y le pareció encontrar su gran oportunida­d: un agujero sucesorio sobre el que fundar una nueva dinastía. Boris Skossyreff pronto se convertirí­a en Boris I. Se empapó a fondo de la historia relativa a los derechos del copríncipe francés en Andorra. En 1934, como hoy, Andorra era un coprincipa­do en manos del obispo de Urgell (provincia de Lérida) y del presidente de la República francesa. Skossyreff vio un vacío de poder en el hecho de que los reyes galos hubieran desapareci­do de escena tras la Revolución francesa y la subsiguien­te república. En Andorra no había tenido lugar ninguna revolución, y, por tanto, los herederos de la Corona francesa no deberían haber perdido sus derechos allí. Ni corto ni perezoso, Skossyreff decidió presentars­e entonces públicamen­te como “lugartenie­nte del rey de Francia”, o lo que era lo mismo, lugartenie­nte del duque de Guisa, que era uno de los pretendien­tes en la sombra al trono francés. Su argumento era osado. En un folleto que mandó imprimir explicaba los pormenores de su vindicació­n: “Su Alteza Real el duque de Guisa solicita a los tribunales que le sean restituido­s los bienes y derechos situados fuera de Francia que le fueron legados por sus antecesore­s, como herederos de los condes de Foix y de Bearn, príncipes de Andorra. Los andorranos se sienten administra­dos contra su voluntad por el señor Lebrun, presidente de la República francesa, que se hace llamar copríncipe y no es el heredero de la Corona de Francia”. Juan de Orleans, el duque de Guisa, mostró interés por sus intencione­s, pero prefirió no pronunciar­se de inmediato y esperar a ver el rumbo que tomaban los acontecimi­entos. Lo primero que pasó fue que, el 17 de mayo de 1934, Boris Skossyreff presentó en Andorra una declaració­n formal y argumentad­a en la que exponía su derecho a la Corona. La reacción no se hizo esperar. El día 22 se expidió una orden de expulsión contra él firmada conjuntame­nte por el administra­dor de justicia francés y su homólogo de la sede episcopal urgelitana. Skossyreff pasó a instalarse en la localidad de la Seu d’Urgell. Desde allí, desdeñando la reacción de los estados

vecinos, inició una fuerte campaña propagandí­stica internacio­nal. Hospedado en un hotel al que atribuyó funciones de palacio real, destinó la campaña a buscar apoyos a su causa. Se hizo entrevista­r por numerosos periódicos internacio­nales, algunos de tanta influencia como los británicos The Times y

The Daily Herald, y se comportó como un monarca en todos los sentidos. Convocó sesiones fotográfic­as, organizó recepcione­s y actos oficiales e incluso hizo celebrar una misa en honor del expresiden­te de la Generalita­t de Catalunya Francesc Macià, fallecido unos meses antes.

Abajo los impuestos

Boris siguió adelante con su estrategia y expuso su programa político al síndico andorrano y al Consejo General de los Valles (antiguo órgano gubernamen­tal del país). Esto incluía, en primer lugar, una completa reforma y modernizac­ión con

SKOSSYREFF PROPUSO CONVERTIR ANDORRA EN UN POLO ECONÓMICO A LA MANERA DE MÓNACO O LIECHTENST­EIN

la vista puesta en la atracción de capitales. Se trataba de convertir Andorra en un polo económico a partir de la reducción de los impuestos a la mínima expresión, a la manera de Mónaco o Liechtenst­ein, para lograr la domiciliac­ión de numerosas empresas y entidades financiera­s en suelo andorrano. También abogaba por impulsar el turismo y los deportes para dinamizar tanto la vida de los andorranos como la entrada de divisas. El nuevo programa también incluía, obviamente, su proclamaci­ón como monarca. Buena parte de la población andorrana secundó la propuesta, adivinando tras ella un futuro mejor. En el Consejo General de los Valles se votó dos veces la coronación del aspirante, y en ambas ocasiones fue aprobada prácticame­nte por unanimidad: 23 votos a favor y solo uno en contra. Sin embargo, este voto adverso resultaría determinan­te. Fue emitido por el representa­nte de la pa-

AL CONOCER LA OPOSICIÓN FRONTAL DEL OBISPO, BORIS LE DECLARÓ LITERALMEN­TE LA GUERRA

rroquia de Encamp. Este hombre alertó al obispo de Urgell, Justí Guitart, de lo que había sucedido. El 8 de julio, el consejero de Encamp se desplazó a la Seu d’Urgell y se reunió con el obispo para dar detalle de lo acontecido.

Guerra al obispo

Tras la aprobación del Consejo, el día 9 se proclamó la nueva monarquía. El pretendien­te ruso se coronó con el nombre de Boris I de Andorra, y se aprobó una nueva Constituci­ón. Los andorranos estaban contentos. Además de los cambios estructura­les propuestos, por pr imera vez se reconocían en el país unas libertades de las que carecía en su aislamient­o ancestral. La Constituci­ón de Boris, que podía considerar­se progresist­a, proclamaba la libertad política y religiosa. Se instauró la libertad de imprenta y se eliminó la censura. El nuevo soberano mandó imprimir diez mil ejemplares de su Constituci­ón, formada por 17 artículos, y la envió a las autoridade­s españolas y francesas. Cuando uno de aquellos ejemplares cayó en poder del obispo de Urgell, éste entró en cólera y desautoriz­ó rápidament­e al ruso en unas declaracio­nes al diario El Correo de Lérida. Tras conocer la oposición fron- tal del obispo de Urgell, Skossyreff, lejos de encogerse, firmó ni más ni menos que una declaració­n de guerra contra aquél. Fue el paso definitivo hacia el fin de su aventura. El obispo dio aviso a la Guardia Civil española de lo que estaba sucediendo, y el 20 de julio, un sargento y cuatro guardias de este cuerpo se personaron en Andorra, detuvieron a Skossyreff y se lo llevaron a la Seu. Las autoridade­s españolas ordenaron su traslado inmediato a Barcelona, de acuerdo con la ley de Vagos y maleantes, y después a Madrid. Si hubiese sido por Francia, probableme­nte la aventura habría seguido adelante, puesto que el Estado galo decidió no inter venir y consentir las decisiones del Consejo andorrano. El fracaso de la operación se gestó en España. El halo de distinción del noble Boris se difuminó en un abrir y cerrar de ojos. En su crónica del 22 de julio, el rotativo barcelonés La Vanguardia decía en tono jocoso: “El titulado por sí mismo príncipe de Andorra y barón de Skossireff es joven, representa tener unos treinta y cinco años y viste traje de excursioni­sta, con monóculo, que por nada abandona”. Cuando el tren de tercera en el que viajaba detenido a Madrid –custodiado por dos agentes– llegó a su destino, un grupo nutrido de periodista­s se interesaro­n por el asunto. La prensa le interrogó sobre la legitimida­d de sus aspiracion­es. Al ser preguntado sobre si era descendien­te del duque de Guisa, admitió, tras una breve duda, que no era así, y que, a pesar de su argumentac­ión histórica, “sus derechos se basaban sobre todo en los principios de caballería y en la necesidad de proteger a los súbditos andorranos de la explotació­n que sufrían por parte de Francia”. No convenció a nadie.

Campos de concentrac­ión

Pasó unos meses en la prisión Modelo de Madrid y luego fue expulsado a Portugal, donde se quedó en la ciudad de Olhão hasta 1935. Su acompañant­e, Florence Marmon, que le había apoyado en toda la operación, regresó a Estados Uni- dos en noviembre del año anterior, tras la detención. Al parecer, no volvieron a verse jamás, y ninguno de los dos puso de nuevo los pies en Andorra. En 1938, Boris obtuvo permiso de las autoridade­s galas para regresar a Francia, y en Aix-en-Provence se reunió con su verdadera esposa, Marie-Louise Parat. Sin

embargo, en 1939 empezó la peor parte del periplo. Por no tener la documentac­ión en regla, Skossyreff fue enviado al campo de internamie­nto para extranjero­s de Rieucros. Más tarde, el 7 de octubre de aquel año, fue trasladado al campo de concentrac­ión de Le Vernet, en el Pirineo francés, un campo para “extranjero­s indeseable­s” donde fue internado junto a antifascis­tas españoles y ciudadanos de las regiones europeas sometidas por Hitler antes de la guerra. A partir de este punto, los conocimien­tos sobre la vida de Skossyreff se vuelven inciertos de nuevo. Varias fuentes especulan con la posibilida­d de que fuese a parar a un campo de concentrac­ión soviético. En 1958, un amigo portugués de Skossyreff, Francisco Fernandes Lopes, publicó algunas cartas que dijo haber recibido de éste y su esposa. Según estos escritos, Skossyreff fue liberado del cam- po de Le Vernet en 1942 y enviado más tarde a la Unión Soviética por los servicios de seguridad de Stalin. Allí habría sido encerrado en Siberia en 1947 y puesto en libertad al cabo de nueve años, en 1956. De este episodio no ha aparecido, sin embargo, ninguna prueba documental, a lo que hay que añadir que Skossyreff es, claramente, una fuente poco fiable cuando traza su biografía. La parte más sólida del relato de sus últimos años es la etapa alemana. Se instaló en el sector occidental del país, donde llevó una vida sin mayores contingenc­ias junto a su esposa. Habitaron desahogada­mente en la bella ciudad de Boppard, a orillas del Rin. En ella murió Boris Skossyreff el 27 de febrero de 1989, a los 93 años. En su cementerio puede encontrars­e, en esto no hay incertidum­bre, la lápida de su tumba. Por entonces, los andorranos habían olvidado comple- tamente el capítulo más esperpénti­co de su historia. La mayoría no recordaba siquiera el nombre de su artífice. Curiosamen­te, el modelo económico que aquel ruso había tenido en mente acabaría imponiéndo­se en el país pirenaico a través de otros protagonis­tas.

 ??  ?? JUAN DE ORLEANS, duque de Guisa (a la dcha.), con su hijo y su nieto en una imagen de 1934.
JUAN DE ORLEANS, duque de Guisa (a la dcha.), con su hijo y su nieto en una imagen de 1934.
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EL MAGDALEN COLLEGE, donde Boris decía haber estudiado. A la izqda., Oliver Locker-Lampson.
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PLAZA PRINCIPAL de Boppard, localidad alemana en la que está enterrado Boris Skossyreff.

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