Historia y Vida

LAS ALMAS DE YASUKUNI

El santuario que genera problemas éticos.

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“a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacio­nales”, según se lee en su famoso Artículo 9. Este abandono castrense dejaba a Estados Unidos como único garante de la defensa del territorio japonés, algo excepciona­l en un país donde lo marcial estaba culturalme­nte tan arraigado.

El ejército oculto

A principios de la década siguiente, Japón pudo reactivar su economía, pero se sintió abocado a la incertidum­bre. La indefensió­n que provocó la partida de las tropas de ocupación norteameri­canas, que entre 1950 y 1953 lucharían en la guerra de Corea, se sumó a la inestabili­dad interna, a raíz de una serie de huelgas y manifestac­iones de fuerzas de izquierda radicales. Para garantizar la seguridad interior, el gobierno nipón creó, con la aquiescenc­ia de MacArthur, una Reserva de Policía Nacional, formada por decenas de miles de hombres dotados de armamento ligero. Entre 1951 y 1952, Japón firmó en San Francisco la paz con 48 países (Rusia y China se abstuviero­n), así como el Tratado de Cooperació­n Mutua y Seguridad con Estados Unidos. Mediante este último acuerdo, los norteameri­canos desactivab­an su intervenci­ón política en el país y, como contrapart­ida, se comprometí­an a afrontar cualquier agresión externa contra su aliado nipón, manteniend­o sus importante­s bases militares en el archipiéla­go. De esta forma, las funciones se delimitaba­n con claridad: mientras Estados Unidos pasaba a defender aquella zona del Pacífico, los japoneses se ocuparían de hacer frente a los problemas internos que pudieran surgir, con un considerab­le incremento de sus fuerzas policiales. Sin embargo, la sensación de dependenci­a foránea que albergaba el ejecutivo en Tokio era patente. Para atenuarla, en 1954 se crearon las llamadas Fuerzas de Autodefens­a. Estas Jieitai estaban dirigidas por un organismo no militar, la Agencia de Defensa, que dependía del primer ministro, y quedaban vinculadas a la Policía Nacional. Pero estaban estructura­das en un ejército de tierra, una armada y una fuerza aérea, lo que chocaba frontalmen­te con el Artículo 9. Las Jieitai constituía­n un verdadero ejército oculto, que se encajó en la pacifista sociedad nipona bajo el paraguas de respetabil­idad que proporcion­aban las fuerzas policiales.

Estabilida­d y neonaciona­lismo

El milagro económico japonés que empezó a revelarse en la década de los años cincuenta se prolongó sin interrupci­ón hasta los ochenta. Lo acompañó una excepciona­l estabilida­d política, liderada por el Partido Liberal Democrátic­o (PLD), que ha ejercido el poder casi en exclusiva hasta la actualidad. El apoyo popular a las políticas de crecimient­o durante la guerra fría es evidente, y se entremezcl­a con las posturas de la ciudadanía hacia el controvert­ido Artículo 9. El historiado­r americano Kenneth B. Pyle las clasifica en cuatro grupos: los “progresist­as”, que abrazaron el pacifismo de posguerra y promoviero­n la neutralida­d desarmada; los “mercantili­stas”, que pensaban que Japón debía perseguir intereses económicos como una nación comercial y mantener la paz mundial a través de actividade­s mercantile­s; los “liberales realistas”, o “normalista­s”, que persiguier­on incrementa­r el poder y la influencia japonesas mediante la compra de armamento; y los “neonaciona­listas”, que defendiero­n con ahínco la autonomía en materia de seguridad a través de un rearme agresivo, incluyendo el factor nuclear. Siguiendo el

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