Historia y Vida

Las chicas danesas

Él fue uno de los primeros hombres de la historia en cambiar de sexo. Su esposa, pintora, le convirtió en musa secreta de sus cuadros y en sorprenden­te símbolo masculino de la feminidad. La película La chica danesa, que se estrena el próximo 15 de enero,

- PABLO ORTIZ DE ZÁRATE, PERIODISTA

El 15 de enero llega a los cines La chica danesa, historia de Lili Elbe, uno de los primeros hombres en cambiar de sexo en plenos años treinta. ¿Qué ocurrió? ¿Y qué fue de su esposa, la pintora que le convirtió en musa secreta de sus cuadros? P. Ortiz de Zárate, periodista

Gerda Wegener (1886-1940) y su marido Einar (1882-1931), ambos artistas, están pintando en su casa de Copenhague como todos los días cuando suena el teléfono. Es la actriz que tiene que posar ese día para Gerda: avisa de que no puede acudir a tiempo a la cita. Sabe que la pintora tiene mucha prisa por acabar el retrato, así que le propone una solución algo arriesgada: “¿Por qué no le dices a tu marido que me sustituya hasta que yo llegue y haga de modelo para la parte ba- ja del cuadro? Tiene unas piernas y unos pies tan bonitos como los míos”. Einar, también pintor, y al que debemos el relato de toda la escena en sus memorias, se niega rotundamen­te a disfrazars­e de mujer. Pero, ante las súplicas de su esposa, no le queda más remedio que acceder. Unos minutos después, el sacrificad­o marido entra en el estudio enfundado en un vestido, con zapatos de tacón, peluca y maquillado a conciencia. Gerda no da crédito a lo que ve: “Es como si hubieras llevado ropa de chica toda la vida”, le dice. El mismo impacto se lleva la actriz a la que se le ocurrió la idea cuando, unas horas más tarde, llega a la casa para reemplazar­le: “Einar, o bien en otra vida has sido mujer, o la naturaleza se ha equivocado contigo esta vez”, le asegura. Tras muchas bromas, el episodio queda en una anécdota. Sin embargo, Einar le da vueltas durante días: “Aunque suene extraño, no puedo negar que disfruté al vestirme así”, confesaría años después. “Me gustó la sensación de suavidad de la ropa femenina, fue como si estuviera

hecha para mí. Desde el primer momento me sentí comodísimo”, detalla.

La reina de la fiesta

A su mujer tampoco debió de desagradar­le mucho lo ocurrido. No en vano, pocas semanas más tarde, mientras se preparaban para una fiesta con varios compañeros artistas, se atrevió a proponerle que dejara su traje de hombre en el armario y se vistiera como Lili, nombre con el que bautizaron a su alter ego femenino. Él aceptó, y, cuando entraron en el salón de baile, repleto de conocidos de la pareja, sorprenden­temente, nadie le reconoció. Gerda se lo presentó a todos como una vieja amiga, y Einar interpretó tan bien su papel que varios hombres le sacaron a bailar. Tuvo incluso que zafarse de uno que se lanzó a besarle el cuello. Cuando, al día siguiente, de nuevo como Einar, se lo encontró, el admirador presumió ante todos de lo preciosa que era su pretendida conquista sin imaginar que la tenía justo delante. El matrimonio se divirtió tanto con la travesura que, a partir de entonces, Einar

empezó a acudir a casi todas las fiestas vestido de Lili sin que nadie descubrier­a su verdadera identidad o ni siquiera notase que era un hombre. Su biografía, escrita por un amigo a partir de los escritos que dejó y alguna que otra historia inventada, cuenta divertidos malentendi­dos. Por ejemplo, el del conde que quería casarse con lo que él creía que era una mujer encantador­a o cómo engañó a sus propios padres, que no le reconocier­on hasta que se quitó la peluca. La pareja llevó el juego también a su vida conyugal, y, según dejó escrito Einar, de vez en cuando él se transforma­ba para su esposa en la intimidad del hogar: “Tanto para mí como para Gerda, Lili se convirtió muy pronto en una persona totalmente independie­nte. Lili y yo nos transforma­mos en dos seres. Cuando no estaba, hablábamos de ella en tercera persona. Lili, mi identidad femenina secreta, se hizo poco a poco indispensa­ble para mi mujer Gerda, que la tenía como su amante y su juguete al mismo tiempo”.

Musa secreta

Para entonces, Gerda Wegener ya se había hecho popular en Dinamarca y París por ser una de las primeras artistas en pintar a las mujeres no como sumisos objetos de deseo para los hombres, sino como personas independie­ntes y fuertes. Las chicas de sus cuadros se muestran sensuales, incitando con la mirada al espectador y siempre dispuestas al f lirteo, pero al mismo tiempo son consciente­s de su poder sobre el sexo opuesto y están encantadas de utilizarlo. No obstante, el verdadero éxito le llega cuando empieza a retratar a su marido vestido de mujer. Los críticos, sin saber que el protagonis­ta de sus lienzos es un hombre, elogian la capacidad de Gerda para extraer la esencia femenina de esa modelo. Sabe ver a la mujer que se esconde bajo el cuerpo masculino de su marido y convierte a Lili en su musa secreta. Lo que empezó como una broma, pronto se vuelve un problema serio. Einar, que cada vez se siente más incómodo en su vida de hombre, comienza a atar cabos, y,

GERDA PINTA A LAS

MUJERES NO COMO SUMISOS OBJETOS DE DESEO, SINO COMO PERSONAS FUERTES

UN DOCTOR ALEMÁN DA CON EL DIAGNÓSTIC­O: ADEMÁS DE GENITALES MASCULINOS TIENE DOS OVARIOS EN EL ABDOMEN

de pronto, sus sufrimient­os de la infancia cobran sentido: como cuando se burlaban de él por tener voz de niña o lo mucho que le gustaba jugar con su hermana a las muñecas. La pareja se muda a París. Allí él puede vivir algo más abiertamen­te su doble vida, pero acaba con una profunda depresión. Consulta entonces su problema con multitud de médicos, que le califican de “homosexual histérico” y le recomienda­n “comportars­e como un verdadero hombre” para acabar con sus “locuras”.

Suicidio planificad­o

Desesperad­o, toma la decisión de suicidarse si en un año no encuentra una solución: “Uno de los dos seres que hay en mí tiene que desaparece­r o si no morirán los dos. Soy un fraude, como alguien que ha usurpado un cuerpo que no es el suyo”. Es entonces cuando encuentra un doctor alemán que, tras analizar los resultados de unas pruebas de rayos X, da con el diagnóstic­o: Einar es intersexua­l, es decir, además de sus genitales masculinos, tiene dos ovarios atrofiados en el abdomen. Es el año 1930, y las operacione­s de cambio de sexo son poco más que ciencia ficción, pero Einar decide arriesgars­e. Viaja primero al Instituto de Ciencia Sexual de Magnus Hirschfeld, en Berlín, donde le extirpan los testículos y el pene. Después acude a la Clínica Municipal de Mujeres de Dresde para que el doctor Kurt Warnekros le realice un trasplante de ovarios. Tras muchos trámites legales, justo 48 horas antes de aquel día que Einar había fijado para su suicidio, recibe su nuevo pasaporte con el nombre de Lili Elbe. Ya es oficialmen­te una de las primeras personas de la historia en cambiar de sexo. A partir de ese momento

toca contárselo a su familia y amigos, quienes ni siquiera sabían que se vestía de mujer desde hacía años. Las reacciones, por lo general, no son muy buenas: su hermana la rechaza, diciéndole que es una aberración de la naturaleza, y sus antiguos amigos masculinos la evitan. A todo esto hay que sumarle sus problemas económicos, ya que, desde que se había convertido en Lili, odiaba tanto todo lo que le recordaba a su antigua vida que abandonó por completo su oficio de pintor. Organizó una venta de sus viejos cuadros para deshacerse de los recuerdos y, de paso, reunir algo de dinero, pero los rumores sobre su cambio de sexo ahuyentaro­n a los compradore­s. Harta de esconderse, Lili cuenta su historia en uno de los periódicos más prestigios­os de Dinamarca. La publicació­n la convierte en una celebridad: vende todas las obras de su exposición y, para su sorpresa, la gente empieza a aceptarla como la mujer que es. Sabe que la pesadilla ha terminado cuando, al cruzarse con un grupo de antiguos compañeros que no la reconocen, les oye con orgullo comentar: “¡Madre mía! ¡Vaya par de piernas!”.

Divorcio amistoso

Superados sus miedos, y tras aceptarse a sí misma, tan solo quedaba un asunto por solucionar: su esposa Gerda. Ella estuvo a su lado durante las operacione­s y su presentaci­ón en sociedad, pero, aunque seguían casadas, hacía mucho tiempo que únicamente eran amigas. Consiguen que el rey de Dinamarca acepte anular su matrimonio, algo sencillo, dado que legalmente eran dos mujeres. Luego, cada una busca el amor por su lado. Ambas se enamoran de antiguos amigos comunes de sus años de casadas: Gerda, cuya tendencia sexual no quedó nunca clara, se casa con un militar italiano y Lili acepta la petición de mano de un artista francés. Antes de la boda decide operarse por última vez para cumplir su deseo de tener vagina. Solo habían pasado catorce meses desde su cambio de sexo, pero, como confesó en una carta, el sacrificio había merecido la pena: “Puede que catorce meses no sea mucho, pero a mí me han parecido toda una vida. El precio que he pagado es muy pequeño en comparació­n con lo feliz que he sido. Si antes o después sucumbo físicament­e, estoy en paz. Al menos habré sabido lo que es vivir”. La operación no sale bien y muere poco después.

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 ??  ?? ARRIBA, retrato de Einar, c 1920. A LA DCHA., fotografia­do como Lili en París, 1926.
ARRIBA, retrato de Einar, c 1920. A LA DCHA., fotografia­do como Lili en París, 1926.
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 ??  ?? ARRIBA, Undíadever­ano (1927), con Einar, tras el caballete, y Lili, desnuda. EN LA PÁGINA ANTERIOR, Lili Elbe fotografia­da en Copenhague en 1930 y retratada por su esposa Gerda en una acuarela de c 1928.
ARRIBA, Undíadever­ano (1927), con Einar, tras el caballete, y Lili, desnuda. EN LA PÁGINA ANTERIOR, Lili Elbe fotografia­da en Copenhague en 1930 y retratada por su esposa Gerda en una acuarela de c 1928.

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