Primera plana
REGRESO A LOCKERBIE
Nuevas pistas revolucionan la investigación del atentado que, en 1988, segó más de doscientas vidas en esta localidad escocesa.
Afinales de 1988, un avión se desplomó sobre la población escocesa de Lockerbie después de que un casete repleto de explosivos estallase en su bodega. Este avión no era ruso, como el derribado en Egipto el pasado mes de octubre, sino estadounidense. Fallecieron las 259 personas que viajaban en él –muchas estuvieron vivas hasta el impacto contra el suelo–, además de otras once sobre las que se precipitó el aparato de más de 300 toneladas envuelto en llamas. Tan solo dos años antes, en 1986, la discoteca de una gran capital europea –en lugar de Bataclan, en París, con los suicidas del pasado mes de noviembre, fue La Belle, en Berlín, y con una bomba– había sufrido un atentado que dejó 230 heridos y 3 muertos. Las pesquisas realizadas por el periodista Ken Dornstein, publicadas en un documental emitido en septiembre de 2015 por la cadena de televisión estadounidense PBS, sugieren, entre otras cosas, que el autor de los explosivos de Lockerbie y el de La Belle son la misma persona, que está viva y que conocemos su paradero. Esta nueva información ha forzado a la CIA y Scotland Yard a reactivar las investigaciones de Lockerbie, y con ello han surgido tres nuevos sospechosos del régimen del difunto dictador libio Muamar el Gadafi: el ex jefe de inteligencia Abdulá al Senussi; el espía que intercambiaba explosivos con los terroristas irlandeses del IRA, Nasser Ali Ashour; y el presunto diseñador de las bombas de Lockerbie y La Belle, Abu Agila Mas’ud. Todos ellos parecen implicados en el mayor atentado terrorista de la historia en suelo británico. Así es como el terrible ataque contra el Boeing 747 del vuelo 103 de la Pan Am vuelve a escribirse en presente.
DORNSTEIN SUGIERE QUE EL AUTOR DE LOS EXPLOSIVOS DE LOCKERBIE Y LA BELLE ES LA MISMA PERSONA
Por eso merece la pena recordar lo que ocurrió añadiendo a la ecuación las pistas que aporta Dornstein, un periodista que ha seguido el rastro del caso como un sabueso durante años. Según él, era la única forma que tenía de lidiar con la muerte de su hermano, una de las víctimas a bordo del avión que estrellaron los servicios de inteligencia libios contra una pequeña localidad escocesa.
Los hechos
El qué, el cómo y el cuándo son conocidos. El 21 de diciembre de 1988, el Boeing de la Pan Am explotó a 31.000 pies cuarenta minutos después de despegar en Londres con dirección a Nueva York. El origen de la explosión fue un reproductor de casetes Toshiba lleno de explosivo plástico Semtex, que había sido introducido en la bodega con un temporizador, un circuito y un detonador envuelto con una camisa. Este peculiar equipaje, dentro de una maleta Samsonite, fue transportado primero a Fráncfort desde Malta, gracias a un avión de Air Malta; allí se habría colocado en un avión de la Pan Am con destino a Londres; y, presumiblemente, en Londres se deslizó dentro de la bodega de otro aparato de la misma compañía: el Boeing 747 que rasgó el cielo y la tierra de Lockerbie. Al principio, los investigadores de la CIA y Scotland Yard no sabían si había sido un accidente y, de hecho, la Autoridad de Aviación Civil británica tardó hasta julio de 1990 en reconocer oficialmente lo que había ocurrido. Una vez que comprendieron que había sido un atentado, sin embargo, la primera impresión fue que llevaba la firma de un grupo llamado Comandancia General del Frente Popular
LOS INVESTIGADORES DE LA CIA Y SCOTLAND YARD
NO SABÍAN AL PRINCIPIO SI HABÍA SIDO UN ACCIDENTE
¿PODRÍA HABER SIDO UNA VENGANZA DE IRÁN POR DERRIBAR EE UU UN AVIÓN COMERCIAL DE ESE PAÍS SEIS MESES ANTES?
por la Liberación de Palestina, que operaba en Siria alentado por Irán. Había motivos para que la CIA y Scotland Yard pensaran así en un primer momento. Al fin y al cabo, las relaciones entre Ronald Reagan y el ayatolá Jomeini eran tensas desde el ataque a la embajada americana en Teherán en 1979 (que las fuerzas de Jomeini habían aprovechado para secuestrar a 66 estadounidenses, de los que 52 se mantendrían como rehenes durante casi dos años). Por si fuera poco, seis meses antes, en julio de 1988, la Marina de la primera potencia mundial había derribado un avión comercial iraní (creyéndolo, según la versión oficial, un caza en ofensiva), matando a sus 290 pasajeros. ¿No habría sido una venganza persa, después de todo?
¿Un solo culpable?
Después de interrogar a 15.000 fuentes en 30 países distintos y de analizar con detalle la escena del crimen, cambiaron de opinión. Había, en principio, dos responsables, y ambos pertenecían a los servicios de inteligencia de Gadafi, aunque solo uno, Abdelbaset Ali Mohmed al Megrahi, fue hallado culpable en el juicio. Llegaron hasta él gracias a dos sorprendentes pistas. La primera fue un fragmento del circuito del temporizador de la bomba, que coincidía, según los analistas de la CIA, con los de otros artefactos explosivos que habían interceptado a los espías libios en Togo y Senegal. Al menos uno de esos explosivos llevaba, parcialmente rayada, la marca del fabricante de su temporizador: MEBO. El empresario suizo Edwin Bollier era, y sigue siendo, el propietario de MEBO, y ocupa las mismas oficinas que entonces en Zúrich. En un cable desclasificado de la CIA se aprecia cómo los agentes americanos invitaron a Bollier a Quantico (Virginia) para entrevistarse con él en calidad de testigo. También que este les informó de que la pieza que habían encontrado en Lockerbie bien podía ser de fabricación suya, aunque, más adelante, cuando el ejército estadounidense no quiso hacer negocios con él, matizaría que, probablemente, alguien había copiado ilegalmente uno de sus exitosos modelos, insertándolo después en el dispositivo del vuelo 103 de la Pan Am. Añadió, además, que dos noches antes del atentado, el 19 de diciembre de 1988, había visto en Trípoli los posibles preparativos del golpe en el propio despacho de Megrahi, un hombre con el que trataba asuntos comerciales frecuentemente en Zúrich, hasta el punto de que le alquiló una oficina próxima a la suya. ¿Que cuáles eran esos asuntos? El empresario suizo reconoció que había visto cómo los temporizadores que vendía al régimen libio se utilizaban para probar bombas en el desierto. Según él, nunca fue consciente de que esas bombas pudieran emplearse para cometer atentados. Lo que sí confesó a Ken Dornstein es que sus tratos con Libia le habían hecho “muy muy rico”.
Pruebas contra Megrahi
La segunda pista fue el jirón del cuello de camisa en el que encontraron clavado el resto del circuito de la bomba. Descubrieron que la camisa provenía de una tienda de Malta, y el propietario del establecimiento afirmó que le había vendido una igual a Megrahi 24 horas antes de que el Boeing se estrellase. Esta pista era una prueba circunstancial, pero los investigadores no parecían tener mucho más a lo que aferrarse. Quizá por el temor a acusar directamente a Gadafi (algo que podría haber provocado una inter vención militar parecida a la que desató el 11-S en Afganistán), por la imposibilidad de procesarle judicialmente o por el simple miedo a parecer incompetentes ante una opinión pública que exigía respuestas inmediatas, acabaron sobornando a algunos testigos durante el proceso judicial para que confirmasen
LA NOTICIA DE QUE HUBO SOBORNOS DIO MUCHAS RAZONES PARA DUDAR DE LA CULPABILIDAD DEL ÚNICO CONDENADO
su versión. Dieron así muchas razones para dudar de la culpabilidad del único condenado, a quien la justicia escocesa reconoció el derecho a apelar seis años después de la sentencia. Algunos familiares de víctimas de la masacre llegaron a ver a Megrahi como una víctima más. Jim Swire, que perdió a su hija Flora en el avión atacado, incluso trabó amistad con él y lo visitó en su casa de Trípoli meses antes de que muriera en 2012. Después de pasar ocho años entre rejas, el funcionario libio había sido puesto en libertad en 2009 a causa de una enfermedad terminal. Quizá también porque Londres quería agradecer la adjudicación de un contrato millonario a la petrolera BP para extraer crudo en las costas de Libia. No obstante, la empresa siempre lo ha negado, y nunca han aparecido pruebas concluyentes que vinculasen abiertamente ambos acontecimientos. Ken Dornstein no creía en la inocencia de Megrahi, ni tampoco que fuese el único autor de una operación tan compleja y con tantas implicaciones para las relaciones entre Trípoli y Washington. No hay que olvidar que el propio Gadafi reconoció indirectamente la responsabilidad del régimen cuando aceptó en 2003 que Libia indemnizase a las familias de los fallecidos de Lockerbie con un total de 2.700 millones de dólares. ¿Por qué debía pagar el Estado, si fue cosa de un funcionario que había ido por libre y estaba ya condenado y en la cárcel? Las arcas públicas libias saldaron las compensaciones, y cuando Megrahi aterrizó en Trípoli en 2009 fue recibido por una vibrante multitud, mientras le esperaba un coche oficial con mandatarios del régimen. En ese coche, un todoterreno, iban a viajar juntos, como se aprecia en imágenes que pueden consultarse incluso en YouTube, al menos tres sospechosos clave del mayor atentado de la historia en suelo británico: el propio Megrahi, el cuñado de Gadafi y ex jefe de la inteligencia libia Abdulá al Senussi y un varón negro difícil de identificar. ¿Quién era este enigmático personaje y por qué estaba allí?
El misterio del coronel negro
Según un cable desclasificado de la CIA, Edwin Bollier había reconocido que era un “coronel de piel muy oscura” el que le encargaba en Libia los temporizadores de las bombas. Según otro cable de los espías estadounidenses, el técnico en explosivos de entre 40 y 45 años Abu Agila Mas’ud se había reunido con Megrahi en Malta en diciembre de 1988, el mismo mes en el que la maleta Samsonite cargada de Semtex había partido de allí. ¿Serían la misma persona? Dornstein pensó, probablemente, que un técnico que encargaba tantos temporizadores de bombas podría haber participado no solo en Lockerbie, sino también en otros ataques terroristas llevados a cabo por los operativos libios en esas fechas, como por ejemplo el de la discoteca La Belle en Berlín en 1986. Uno de los autores del atentado, Musbah Eter, admitía expresamente en los documentos del juicio celebrado tras la reunificación alemana que un experto en explosivos de raza negra llamado “Abugela” había llevado los componentes de la bomba a la embajada libia en Berlín Oriental, la había ensamblado allí mismo y le había enseñado a utilizarla. El periodista estadounidense escarbó entonces en los archivos de la Stasi, la extinta policía política de la República Democrática de Alemania, y encontró varias referencias a un técnico negro que podía haber participado en el atentado y que se había hospedado días antes del ataque a la discoteca en el viejo Hotel Metropol de Berlín. Su número de pasaporte, que tuvo que ceder para entrar en el país y ocupar la habitación 526, coincidía exactamente con el del individuo que se había reunido con Megrahi en Malta: era Abu Agila Mas’ud. Dornstein ya había encontrado a su sospechoso, pero existía un problema fundamental. No tenía ni idea de su paradero, y, con el colapso del régimen y el asesinato de Gadafi, tampoco podía estar seguro de que siguiera con vida. Esta era una cuestión importante no solo a efectos legales, sino también desde el punto de vista de la misión que se había impuesto: quería confrontar a los que habían matado
TAL VEZ QUIEN ENCARGABA LOS TEMPORIZADORES
HABÍA PARTICIPADO EN OTROS ATAQUES TERRORISTAS
a su hermano, echarles en cara delante de sus seres queridos lo que habían hecho y marcharse. Que los procesara la justicia después era secundario. O al menos eso fue lo que dijo a la revista The New Yorker en el reportaje más exhaustivo que se ha publicado sobre la investigación de Dornstein hasta la fecha. Quería hacer lo mismo que pensaba que habría hecho su hermano David, fallecido con solo 25 años en el vuelo 103 de la Pan Am.
Es él, es él
Decidió enviar al abogado de Eter, uno de los autores del atentado de La Belle, parte del vídeo del recibimiento oficial de Me- grahi en Trípoli. Más concretamente, los fugaces fotogramas donde aparecía aquel enigmático hombre negro en el todoterreno oficial. Necesitaba que Eter le confirmara que aquel era el rostro de Abu Agila Mas’ud. Se lo confirmó con un ochenta por ciento de probabilidades. La calidad de la imagen no era ni mucho menos buena. Pero Dornstein ya tenía la identidad, el número de pasaporte, indicios claros que relacionaban al técnico con las bombas de Lockerbie y La Belle, algunos testigos y ahora también el rostro. Era lo que necesitaba para buscar a Mas’ud entre las fotografías de los altos funcionarios de Gadafi, que estaban siendo procesados públicamente en Libia tras el derrocamiento y asesinato del dictador. Consiguió localizarlo con un mono naranja tras la urna de cristal blindado que protegía a los acusados. Era el número 28, y respondía al nombre de Abuajila Mas’ud. Era él. Por supuesto, al viejo técnico no lo habían procesado por diseñar las bombas de Berlín o Escocia. Hanan Salah, investigado- ra de Human Rights Watch, informó a Dornstein de los cargos: había participado en el asesinato de miembros de la oposición libia utilizando coches bomba. Aparentemente, nunca había dejado su sanguinaria especialidad. Ken Dornstein todavía no ha tenido la oportunidad de mirar a los ojos a Abu Agila Mas’ud para recriminarle ante sus familiares lo que supuestamente hizo, ni probablemente ha escrito su último capítulo sobre la tragedia de Lockerbie. Tampoco él ha dejado una misión que se extiende durante décadas, las mismas en las que ha intentado asimilar sin éxito la muerte de su hermano. Se preguntó en la entrevista con The New Yorker si no sería más fácil que los servicios de inteligencia de su país secuestrasen a los sospechosos para juzgarlos, en vez de pedir la extradición a un Estado fallido. A Dornstein, descendiente de judíos, le gusta identificarse con esos otros judíos que cazaban nazis tras la Segunda Guerra Mundial. Tiene más nombres en su agenda. ¿Quién será el próximo?
SE ACUSABA A MAS’UD DE PARTICIPAR EN LA MUERTE DE MIEMBROS DE LA OPOSICIÓN LIBIA CON COCHES BOMBA