UNA DECISIÓN COMPLICADA
En 1776, las colonias americanas de Inglaterra declararon su independencia. La España de Carlos III, enemiga de la poderosa Gran Bretaña, tuvo que estudiar cuidadosamente su reacción.
Uno de los grandes acontecimientos del siglo xviii fue la creación de los Estados Unidos de América. Destinado a cambiar la historia del mundo, afectó de manera muy especial a España, al cambiar el panorama americano e interferir en la tradicional rivalidad entre esta y Gran Bretaña. El apoyo español a los nacientes Estados Unidos, en general poco conocido y poco destacado, resultaría, sin embargo, muy importante en aquel momento fundamental de la guerra de Independencia. Carlos III fue el monarca que tuvo que afrontar la decisión de ayudar al nacimiento de la nueva nación. Fue una decisión difícil, resultado de ideas e intereses diversos y contradictorios, que respondía a una larga historia.
Primer choque con Inglaterra
Carlos III había comenzado su reinado en 1759 declarándose ferviente partidario de la paz, pero dispuesto a defender los intereses de España y de los Borbones por encima de todo: “Dios sabe que no he deseado ni deseo nada de nadie, pero que quiero guardar lo que, por su infinita bondad, me ha dado y que nadie me lo inquiete ni me lo quite”. De esta firme convicción derivaría el paso del neutralismo pasivo practicado en el reinado de Fernando VI a una política activa, tanto en la vertiente diplomática como en la militar. La principal preocupación española era la conservación de América, amenazada por el avance británico, que había desbordado a Francia. La guerra que estaba en marcha estaba decidiendo no solo el equilibrio en Europa, sino también el futuro del mundo colonial y de la hegemonía marítima. Si no se detenía a Gran Bretaña en su camino imperial, el porvenir de la América hispana estaba en juego. Francia sola no podía hacer frente con éxito a Inglaterra, pero España tampoco. Y esta no podía permitirse quedar aislada y a merced de las ambiciones británicas. La solución fue una
LA PREOCUPACIÓN ESPAÑOLA ERA LA DE CONSERVAR
AMÉRICA, AMENAZADA POR EL AVANCE BRITÁNICO
nueva alianza entre Francia y España, que no se basaba en grandes ilusiones de amistad entre ambos países y gobiernos, sino en un estricto realismo diplomático. El 15 de agosto de 1761 se firmaron los acuerdos de alianza defensiva y ofensiva, conocidos con el nombre de Tercer Pacto de Familia. En enero del año siguiente, España entró en guerra contra Inglaterra. En condiciones desfavorables, pues sus aliados franceses estaban siendo derrotados en los diversos escenarios bélicos. La intervención española, contra lo que se esperaba en París y Madrid, no logró variar el curso de la contienda, sino que más bien incrementó los resultados adversos. Francia, que había buscado la alianza con España para tratar de equilibrar la lucha en el mar, tenía su propia f lota desbaratada, y la armada española tuvo que soportar en solitario la acometida naval británica sin estar preparada para ello. El resultado fue un nuevo fracaso en el intento de reconquistar Gibraltar, uno de los objetivos básicos, y la pérdida de la Florida y de dos plazas esenciales del imperio ultramarino hispánico, La Habana y Manila, que fueron ocupadas por los británicos aquel mismo 1762. Además, España se enfrentó también a Portugal, aliada de Inglaterra y rival en América, especialmente en la controvertida zona del Río de la Plata. La conquista de la colonia de Sacramento, llevada a cabo por don Pedro de Cevallos, gobernador de Buenos Aires, representó una pequeña compensación (provisional, ya que no tendría acogida en el posterior tratado de paz). La guerra cesó antes de que la derrota de las potencias borbónicas fuera total, pero la pésima situación de los aliados hispanofranceses en la lucha se reflejó duramente en los acuerdos de paz, en los que Gran Bretaña quedó por completo victoriosa. Los preliminares se firmaron en Fontainebleau el 3 de noviembre de 1762 y se rati- ficaron en la Paz de París el 10 de febrero del año siguiente. Francia y España se vieron obligadas a realizar fuertes concesiones territoriales y económicas a Inglaterra. Francia fue la gran derrotada. Tuvo que entregar a los británicos, en América, entre otros, Canadá, los territorios en la margen izquierda del río Misisipi y una serie de islas en el Caribe; en Asia, casi todas sus posesiones en la India; y en África, la colonia del Senegal. El primer imperio colonial francés acabó en la Paz de París, puesto que significó el aniquilamiento de su poderío marítimo y la expulsión de la India y de América del Norte. Por su parte, España hubo de ceder a Inglaterra la Florida, el fuerte de San Agustín, la bahía de Pensacola y los territorios al este y sudeste del Misisipi, a cambio de la devolución de las conquistas británicas en Cuba y Filipinas. A Portugal, aliada de los vencedores, se le devolvió la colonia de Sacramento. Además, España tuvo que permitir a los ingleses la tala del palo campeche en Honduras (del que se extraía colorante rojo para teñir los tejidos), renunciar a la pesca en aguas de Terranova y dejar la espinosa cuestión de las presas marítimas a juicio de los tribunales del almirantazgo británico. En compensación,
ESPAÑA HUBO DE CEDER LA FLORIDA, LA BAHÍA DE PENSACOLA Y LOS TERRITORIOS AL ESTE Y SUDESTE DEL MISISIPI
Francia cedió a España los dominios que todavía conservaba en la Luisiana, es decir, la margen derecha del Misisipi. España no había logrado nada de lo que pretendía, pues no recuperó Gibraltar ni Menorca, reivindicaciones pendientes desde el Tratado de Utrecht (1715), ni tampoco consiguió frenar el despliegue del imperialismo británico. Por el contrario, Gran Bretaña veía consagrada su hegemonía marítima y colonial, elevándose al rango de primerísima potencia, mientras Francia y también España, aunque en menor medida, sufrieron un grave retroceso. Este aumento fulgurante del poderío inglés mantendría en pie, a pesar de los duros reveses padecidos, la alianza hispanofrancesa como única alternativa viable contra el gran rival común de las potencias borbónicas, que seguía siendo Inglaterra, y entonces más que nunca.
Rebelión en las colonias
Los años posteriores a la Paz de París marcaron una de las fases culminantes del despliegue imperial británico por todo el mundo, que originó en Inglaterra una auténtica euforia económica, social y política. Pero esta prosperidad entrañaba ciertos peligros. Los colonos americanos, libres ya de la presión que suponía el Canadá francés y cada vez más conscientes de sus propias posibilidades, replantearon las relaciones que les ligaban con la metrópoli. Razones varias (económicas, políticas...) fraguaron un frente de oposición que Inglaterra, encastillada en la seguridad que le proporcionaba el éxito, no supo comprender ni tratar adecuadamente. En el invierno de 1773, en el puerto de la ciudad de Boston, un grupo de exaltados lanzaba por la borda de un barco un cargamento de té como protesta contra las tasas impuestas por los británicos. El acontecimiento, aparentemente anecdótico –el Boston Tea Party–, que había ocurrido en Massachusetts, una de las trece colonias inglesas en América del Norte, marcaría el inicio de un proceso histórico de grandes consecuencias para todo el mundo y de especiales repercusiones para la América española. El proceso, cada vez más extendido y radicalizado, condujo a una actitud de franca rebeldía. En 1774 se reunió un Congreso en Filadelfia que, sin proclamar todavía
el rompimiento, reclamaba el reconocimiento de los derechos de los colonos. La chispa que hizo estallar la situación fue el tiroteo de Lexington en abril del siguiente año, en que los “voluntarios americanos” se enfrentaron con los “casacas rojas” (por el color del uniforme británico). Comen- zó así la insurrección armada. Un nuevo Congreso reunido en Filadelfia en diciembre de 1775 rechazó las propuestas inglesas y tomó la determinación de formar un ejército bajo el mando de George Washington. La idea de la independencia se abrió paso rápidamente, y el 4 de julio de 1776, el Congreso general de Filadelfia proclamó la unión de las trece colonias y votó la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América.
El dilema español
El problema se hallaba en un punto álgido cuando, en febrero de 1777, accedió al poder en España José Moñino, conde de Floridablanca, ocupando la importante Secretaría de Estado. Floridablanca debió afrontar la cuestión. España no podía ig- norar lo sucedido, pero resultaba difícil decidir la postura que debía adoptar. Como dueña de inmensos dominios en América, resultaría afectada cualquiera que fuese el resultado del conflicto. Se le presentaba un dilema. Por una parte, le interesaba perjudicar en lo posible a Inglaterra, su gran rival, para eliminar, o al menos suavizar, la fuerte presión que su hegemonía marítima y comercial estaba imponiendo sobre la América española. Pero enfren- tarse a los ingleses suponía alinearse en el bando de los colonos insurgentes, y, en caso de alcanzar estos la victoria, era evidente que el levantamiento triunfante de unas colonias contra su metrópoli no era el ejemplo más deseable para las posesiones hispanas en América. En todo caso, Gran Bretaña, ganase o perdiese, continuaría resultando peligrosa. Si perdía buscaría resarcirse, si ganaba seguiría su marcha imperial, y en ambos casos la América española quedaría en su punto de mira. En cuanto a los colonos norteamericanos sublevados, eran, dependientes o libres, los vecinos del norte: su expansión natural les llevaría, más pronto o más tarde, a chocar con la América hispánica, y no olvidarían la actitud española en aquel momento decisivo.
Posturas opuestas
Floridablanca y el conde de Aranda se enfrentaron a propósito de esta cuestión.
ENFRENTARSE A GRAN BRETAÑA SUPONÍA PARA ESPAÑA ALINEARSE CON LOS COLONOS INSURGENTES
Aranda, desde su embajada en París, observaba el proceso y se inclinaba por intervenir en la guerra. Enemigo declarado de Gran Bretaña y simpatizante de la causa de los nacientes Estados Unidos, recomendaba aprovechar la circunstancia para tomar desquite de los ingleses y ganar la amistad de la nueva nación americana, a la que auguraba un gran destino en el futuro. Actuando con una cierta autonomía respecto a las instrucciones de Madrid, incluso a veces claramente en contra, Aranda recibió en París a los delegados americanos, Benjamin Franklin, Silas Deane y Arthur Lee. La primera entrevista tuvo lugar el 29 de diciembre de 1776, y siguieron otras. El conde de Floridablanca adoptó una actitud más moderada y precavida. Prefería en esta encrucijada internacional reservar para España un papel de árbitro diplomático, más que arriesgarse a las cargas y los peligros de una guerra. Se resistió todo lo que pudo a un rompimiento armado y restringió la intervención española a favor de los colonos insurgentes. La limitó a unas ayudas consistentes en proporcionarles dinero, armas e información, gestionadas a través de Aranda y de la embajada en París, y suministradas a través de las colonias españolas fronterizas o próximas, sobre todo la Luisiana y Cuba. Para Floridablanca, que no esperaba ningún tipo de ventajas ni concesiones por parte de Estados Unidos, este apoyo indirecto evitaba el mal ejemplo de una iniciativa que vulneraba “los sagrados derechos de todos los soberanos en sus respectivos territorios”, e impedía una peligrosa confrontación con los británicos, cuyas fuerzas eran superiores en tierra y, sobre todo, en el mar. Floridablanca concedía prioridad a la seguridad de América y a los intereses del comercio español con las Indias, que se vería seriamente perturbado por una guerra. Los delegados americanos en Europa, deseosos de que aumentara la ayuda española a su causa, trataron de conseguir, en diversas ocasiones, un acuerdo sin intermediarios, pero sin éxito. Cuando Arthur Lee viajó a España en 1777, probablemente animado por Aranda, para pedir ayuda para la guerra de Independencia, el gobierno español, que no quería recibirle –por lo que tal cosa tendría de reconocimiento oficial y por no dar motivos de queja a Inglaterra–, le ordenó regresar, y el americano no pasó de Burgos.
¿De nuevo a la guerra?
En lo único que coincidían los condes de Aranda y Floridablanca era en su desconfianza de los aliados franceses. Francia se hallaba en una posición mucho más cómoda que España. Habiendo perdido en 1763 todo su imperio colonial, tenía las manos libres para actuar, y consideraba llegado el momento del gran desquite frente a Inglater ra. No demoró mucho tiempo su intervención. La derrota del ejército británico en Saratoga en octubre de 1777 decantó la situación. En febrero del siguiente año, Francia pactó con Estados Unidos un tratado de comercio, amistad y alianza reconociendo su independencia, y, en consecuencia, entró en guerra contra Inglaterra. El posterior objetivo de París consistiría en tratar de convencer a Madrid para que entrara también en la conf lagración. En tan delicadas circunstancias del panorama internacional, España dará un paso decisivo en su política económica, conse-
LA POSTURA DE ARANDA Y LA DE FLORIDABLANCA CHOCABAN. ESTE ÚLTIMO PREFERÍA FACILITAR SOLO AYUDA INDIRECTA
cuencia directa de la gran importancia concedida a América como factor de desarrollo de la economía española y resultado del proceso de liberalización comercial iniciado en la década anterior. El 12 de octubre de 1778 se publicó el Reglamento y aranceles reales para el comercio libre de España a Indias. La guerra de Independencia de las colonias americanas contra Inglaterra había cobrado una dimensión internacional a partir de la entrada de Francia en el conf licto. Para España era cada vez más difícil mantenerse al margen. Contra la actitud de prudencia adoptada por Floridablanca con el total acuerdo del rey, presionaba Aranda, presionaba Francia, presionaba la opinión pública española, a través de las campañas de prensa de La Gaceta y El
Mercurio, y presionaba sobre todo el recuerdo del Tratado de Utrecht, con las pérdidas de Gibraltar y Menorca, y la mucho más próxima derrota de la última guerra contra Inglaterra. Fracasados los intentos diplomáticos con los británicos, en abril de 1779 España firmó en Aranjuez un tratado de alianza con Francia y Estados Unidos y entró en la contienda. En los escenarios europeos, la acción española no fue demasiado afortunada. El intento hispano-francés de atacar las costas británicas fracasó, como también fracasaría uno de los principales objetivos de España en esta guerra, que era la reconquista de Gibraltar. El largo asedio al peñón resultó infructuoso. En cambio, se consiguió la recuperación de Menorca, que ocupó en 1782 una escuadra hispa- no-francesa al mando del general Crillon. En los escenarios americanos la suerte sería más favorable a las armas españolas. El gobernador español de la Luisiana, Bernardo de Gálvez, estaba llamado a desempeñar un brillante papel.