ELLAS ESTÁN AQUÍ...
... para quedarse. Civil War ii y Paper Girls, recién lanzados en España, son dos ejemplos dispares del creciente protagonismo de las mujeres en el cómic.
Un nuevo personaje acaba de aparecer en el Universo Marvel. Se trata de Ulises, un “inhumano” (uno de los subgrupos en los que se dividen los superhéroes y mutantes) capaz de vislumbrar el futuro. Su don, aplicado al crimen, dividirá a estos seres en dos grupos enfrentados: aquellos que piensan que el futuro no debe cambiarse y solo se puede castigar tras el delito y quienes preconizan una detención preventiva para evitar el mal. Esta es la trama de la última revolución de “la Casa de las Ideas”, la estadounidense Marvel: Civil War II, con guion de Brian Michael Bendis. A través de series paralelas (como Eligiendo bando)y crossovers, el enfrentamiento afecta a todos los personajes de la editorial.
Pero, además de su interés para el mundillo de la historieta, Civil War II contiene un trascendente aspecto sociológico. El grupo de personajes al que podríamos calificar de “intervencionista” está encabezado por
la Capitana Marvel, lo que sitúa a las mujeres del cómic por encima de su habitual e injustificado techo de cristal. El trayecto hasta aquí ha sido reñido.
Novia, esposa, madre
Para los especialistas, el cómic, tal como lo conocemos, nació el 16 de febrero de 1896 en las páginas del New York World. La serie de tiras cómicas “Hogan’s Alley” (Richard Felton Outcault) se hace famosa por uno de sus personajes, The Yellow Kid, un niño de cuya boca brota un “globo” con un pequeño texto que amplía su capacidad comunicativa. Otros adoptaron la fórmula, y el medio conoció un boom, sobre todo en Estados Unidos. En parte se debió a la simplicidad de su lenguaje, que, apoyado en imágenes, facilitaba la lectura a los millones de emigrantes que apenas chapurreaban inglés.
En estas primeras tiras cómicas, la mujer tenía un papel subsidiario, salvo alguna excepción, como la lacrimógena Little Orphan Annie (Harold Gray, 1924). La aparición del cómic de aventuras en 1924 no modificó la situación. Los protagonistas de las series solían ser hombres, como sus dibujantes y guionistas, y aunque casi todos contaban con una pareja del otro sexo, esta quedaba relegada al rol de eterna novia, como Dale Arden en Flash Gordon (Alex Raymond, 1934) o, unos decenios después, Sigrid en nuestro El Capitán Trueno (Ambrós y Víctor Mora, 1956). A lo sumo, en algún caso lograban casarse, pasando de novias a madres y esposas, como la reina Aleta en Príncipe Valiente (Harold Foster, 1937). Además, pocas eran las mujeres emancipadas y con una profesión liberal, como la periodista Lois Lane en Superman (Jerry Siegel y Joe Shuster, 1938). Ese papel quedaba reservado casi en exclusiva a las malas malísimas alumbradas por el independiente Will Eisner en Spirit (1940) o Milton Caniff en Terry y los piratas (1934).
Palos en las ruedas
En 1941 apareció Wonder Woman (Charles Moulton y Harry Peter). Era el contrapunto femenino a los superhéroes, coincidiendo con la incorporación, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, de miles de mujeres a puestos de trabajo hasta entonces “propios” de los hombres. Sus ventas e influencia subieron como la espuma. “¡Por fin!”, pensaron muchos. “¡Anatema!”, dijeron otros, respaldados por el psiquiatra Fredric Wertham. En su libro Seduction of the Innocent (“La seducción de los inocentes”, 1954), Wertham atacaba violentamente a los cómics y tachaba de lesbiana y sadomasoquista a y de homosexuales a Batman y Robin...
La controversia llegó al Senado. Las ventas cayeron en picado, y los autos de fe, como el de Binghamton (Nueva York), en que los estudiantes de la escuela parroquial de St. Patrick quemaron 2.000 cómics ante sus profesores y padres, se multiplicaron. Para evitar la bancarrota, las empresas editoriales publicaron un código de buenas conductas (Comic Code), y se incidió en el contenido de los cómics. Se redujo la violencia de las imágenes y, de nuevo, las mujeres se dedicaron a buscar marido. Esto no quita para que se alumbraran series de gran calidad, como Julieta Jones (Elliot Caplin y Stan Drake, 1953), pero era un retroceso desde el punto de vista social.
Europa reacciona
La aparición de Modesty Blaise en Gran Bretaña (Peter O’donnell y Jim Holdaway, 1963) como respuesta a James Bond, de la heroína de ciencia ficción Barbarella en Francia (1964) o de la periodista sadomasoquista Valentina en Italia (Guido Crepax, 1965) mostró al mundo que, para algunos de los grandes creadores de historietas, la mujer era igual al hombre. Fue solo un primer paso, pero una a una, con esfuerzo, las barreras siguieron cayendo. Desde entonces, las protagonistas femeninas dejaron de ser simples y modestas para volverse complejas y ambiciosas, dando al mundo del cómic, en especial a la BD francófona, algunas de sus mejores series. Es el caso del drama existencial que late en las páginas de Jessica Blandy (Dufaux y Renaud, 1987) o Caroline Baldwin (André Taymans, 1996).
Hoy, cuando un grupo de quinceañeras se enfrenta, sin chicos, a una supuesta invasión extraterrestre en Paper Girls (Brian K. Vaughan y Cliff Chiang, 2015), cuando una pareja lesbiana que se mueve en el universo sado nos cuenta sus cuitas con delicadeza y sensibilidad en Sunstone (Stjepan Sejic, 2011) y cuando la Capitana Marvel lidera a decenas de superhéroes, podemos apreciar el modo en que el cómic toma la delantera en el reflejo de las inquietudes sociales. También el nuevo Capitán América es afroamericano y Spiderman, hispano. Parafraseando a Bob Dylan, The Times, They Are a-changin’.