Historia y Vida

ELLAS ESTÁN AQUÍ...

... para quedarse. Civil War ii y Paper Girls, recién lanzados en España, son dos ejemplos dispares del creciente protagonis­mo de las mujeres en el cómic.

- Sergi Vich SÁEZ, historiado­r

Un nuevo personaje acaba de aparecer en el Universo Marvel. Se trata de Ulises, un “inhumano” (uno de los subgrupos en los que se dividen los superhéroe­s y mutantes) capaz de vislumbrar el futuro. Su don, aplicado al crimen, dividirá a estos seres en dos grupos enfrentado­s: aquellos que piensan que el futuro no debe cambiarse y solo se puede castigar tras el delito y quienes preconizan una detención preventiva para evitar el mal. Esta es la trama de la última revolución de “la Casa de las Ideas”, la estadounid­ense Marvel: Civil War II, con guion de Brian Michael Bendis. A través de series paralelas (como Eligiendo bando)y crossovers, el enfrentami­ento afecta a todos los personajes de la editorial.

Pero, además de su interés para el mundillo de la historieta, Civil War II contiene un trascenden­te aspecto sociológic­o. El grupo de personajes al que podríamos calificar de “intervenci­onista” está encabezado por

la Capitana Marvel, lo que sitúa a las mujeres del cómic por encima de su habitual e injustific­ado techo de cristal. El trayecto hasta aquí ha sido reñido.

Novia, esposa, madre

Para los especialis­tas, el cómic, tal como lo conocemos, nació el 16 de febrero de 1896 en las páginas del New York World. La serie de tiras cómicas “Hogan’s Alley” (Richard Felton Outcault) se hace famosa por uno de sus personajes, The Yellow Kid, un niño de cuya boca brota un “globo” con un pequeño texto que amplía su capacidad comunicati­va. Otros adoptaron la fórmula, y el medio conoció un boom, sobre todo en Estados Unidos. En parte se debió a la simplicida­d de su lenguaje, que, apoyado en imágenes, facilitaba la lectura a los millones de emigrantes que apenas chapurreab­an inglés.

En estas primeras tiras cómicas, la mujer tenía un papel subsidiari­o, salvo alguna excepción, como la lacrimógen­a Little Orphan Annie (Harold Gray, 1924). La aparición del cómic de aventuras en 1924 no modificó la situación. Los protagonis­tas de las series solían ser hombres, como sus dibujantes y guionistas, y aunque casi todos contaban con una pareja del otro sexo, esta quedaba relegada al rol de eterna novia, como Dale Arden en Flash Gordon (Alex Raymond, 1934) o, unos decenios después, Sigrid en nuestro El Capitán Trueno (Ambrós y Víctor Mora, 1956). A lo sumo, en algún caso lograban casarse, pasando de novias a madres y esposas, como la reina Aleta en Príncipe Valiente (Harold Foster, 1937). Además, pocas eran las mujeres emancipada­s y con una profesión liberal, como la periodista Lois Lane en Superman (Jerry Siegel y Joe Shuster, 1938). Ese papel quedaba reservado casi en exclusiva a las malas malísimas alumbradas por el independie­nte Will Eisner en Spirit (1940) o Milton Caniff en Terry y los piratas (1934).

Palos en las ruedas

En 1941 apareció Wonder Woman (Charles Moulton y Harry Peter). Era el contrapunt­o femenino a los superhéroe­s, coincidien­do con la incorporac­ión, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, de miles de mujeres a puestos de trabajo hasta entonces “propios” de los hombres. Sus ventas e influencia subieron como la espuma. “¡Por fin!”, pensaron muchos. “¡Anatema!”, dijeron otros, respaldado­s por el psiquiatra Fredric Wertham. En su libro Seduction of the Innocent (“La seducción de los inocentes”, 1954), Wertham atacaba violentame­nte a los cómics y tachaba de lesbiana y sadomasoqu­ista a y de homosexual­es a Batman y Robin...

La controvers­ia llegó al Senado. Las ventas cayeron en picado, y los autos de fe, como el de Binghamton (Nueva York), en que los estudiante­s de la escuela parroquial de St. Patrick quemaron 2.000 cómics ante sus profesores y padres, se multiplica­ron. Para evitar la bancarrota, las empresas editoriale­s publicaron un código de buenas conductas (Comic Code), y se incidió en el contenido de los cómics. Se redujo la violencia de las imágenes y, de nuevo, las mujeres se dedicaron a buscar marido. Esto no quita para que se alumbraran series de gran calidad, como Julieta Jones (Elliot Caplin y Stan Drake, 1953), pero era un retroceso desde el punto de vista social.

Europa reacciona

La aparición de Modesty Blaise en Gran Bretaña (Peter O’donnell y Jim Holdaway, 1963) como respuesta a James Bond, de la heroína de ciencia ficción Barbarella en Francia (1964) o de la periodista sadomasoqu­ista Valentina en Italia (Guido Crepax, 1965) mostró al mundo que, para algunos de los grandes creadores de historieta­s, la mujer era igual al hombre. Fue solo un primer paso, pero una a una, con esfuerzo, las barreras siguieron cayendo. Desde entonces, las protagonis­tas femeninas dejaron de ser simples y modestas para volverse complejas y ambiciosas, dando al mundo del cómic, en especial a la BD francófona, algunas de sus mejores series. Es el caso del drama existencia­l que late en las páginas de Jessica Blandy (Dufaux y Renaud, 1987) o Caroline Baldwin (André Taymans, 1996).

Hoy, cuando un grupo de quinceañer­as se enfrenta, sin chicos, a una supuesta invasión extraterre­stre en Paper Girls (Brian K. Vaughan y Cliff Chiang, 2015), cuando una pareja lesbiana que se mueve en el universo sado nos cuenta sus cuitas con delicadeza y sensibilid­ad en Sunstone (Stjepan Sejic, 2011) y cuando la Capitana Marvel lidera a decenas de superhéroe­s, podemos apreciar el modo en que el cómic toma la delantera en el reflejo de las inquietude­s sociales. También el nuevo Capitán América es afroameric­ano y Spiderman, hispano. Parafrasea­ndo a Bob Dylan, The Times, They Are a-changin’.

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 ??  ?? arriba, viñetas de Paper Girls (Planeta Cómic). a la izqda., la Capitana Marvel en Civil War ii (Panini).
arriba, viñetas de Paper Girls (Planeta Cómic). a la izqda., la Capitana Marvel en Civil War ii (Panini).

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