Al servicio del monarca
Versalles en pleno aplaudió la música de Lully, se asombró con sus coreografías y le lloró cuando, por un desgraciado accidente, el bastón metálico con el que marcaba el ritmo en sus ballets le lastimó un pie y la gangrena acabó con su vida. La estelar carrera en la corte de Jean-baptiste Lully (1632-87) había despegado mucho antes, en 1652, cuando entró a formar parte de la Grande Bande des Violons du Roi. No obstante, su larga y estrecha relación con la Corona se inició un año después, cuando compuso para Luis XIV el Ballet royale de la Nuit, en el que el jovencísimo monarca interpretaba el papel de Apolo y aparecía ataviado como el sol que disipaba la oscuridad de la noche. Convertido en el compositor estrella de Versalles, su consagración definitiva le llegó el 18 de julio de 1668, durante el Grand Divertissement royal celebrado en los jardines de Versalles. Los festejos duraron varios días e incluyeron
con sus habilidades sociales, pudo escalar puestos y mantener el favor real toda su Vida
el estreno de George Dandin ou le Mari confondu, una comediaballet con texto de Molière para la cual Lully no solo compuso la música, sino que diseñó una espectacular coreografía que precisó de más de un centenar de bailarines.
Capacidad de adaptación
Además de un excelente músico, Lully era el perfecto cortesano, y sus habilidades sociales le permitieron escalar puestos y mantener el favor real a lo largo de toda su vida, hasta convertirse en director de la Académie Royale de Musique en 1672 y en secretario del rey en 1681. Por entonces no había perdido un ápice de su popularidad, pero su carrera había variado el rumbo. Luis XIV ya no era el muchacho que encontraba en el baile la mayor de sus distracciones; ahora prefería deleitarse con una buena representación teatral o un concierto. Lully, siempre atento con su soberano, combinó su tarea de coreógrafo con la composición de las llamadas tragédies lyriques, óperas basadas en su mayoría en las tragedias de Corneille y Racine. Una evolución que, aun inesperada, le permitió conservar su posición de privilegio en la corte. A fin de cuentas, era lo que deseaba por encima de todo.