Historia y Vida

UN ENCARGO remunerado

El hallazgo posterior de las facturas del Guernica.

- PICASSO y el Guernica, fotografía de dora Maar. Museo Nacional Centro de arte reina sofía.

A petición de picasso, a partir de 1941 el Guernica pasó a estar custodiado por el MOMA de Nueva York. El pintor especificó que su obra no volvería a España hasta que hubiese en el país una democracia. Hoy se conserva en Madrid, en el Museo Reina Sofía, pero fue necesario demostrar al MOMA que el Estado español pagó por la obra en su día para que el museo estadounid­ense accediera a su devolución, ya en 1981.

En su libro La odisea del Guernica (Planeta, 1981), el diplomátic­o Rafael Fer- nández Quintanill­a explicó cuánto y cómo se pagó el encargo a Picasso. “Por la ejecución del Guernica y tras fuerte e inteligent­e insistenci­a del agregado cultural de la Embajada de España en París, Max Aub, Picasso aceptó 150.000 francos (unos 7.000 dólares en 1937)”. En tiempos de economía de guerra, esta suma fue financiada por Hacienda, que se sirvió de la llamada Caja de Reparacion­es del Cuerpo de Carabinero­s, nutrida con el porcentaje que percibían estos vigilantes de aduanas por las multas en delitos de contraband­o.

En 1978, Quintanill­a fue nombrado embajador en misión especial para la entrega a España del Guernica. Una tarea para la que fue clave aquel dato sobre el pago a Picasso, que conoció gracias a su tío, el pintor Luis Quintanill­a, jefe de los servicios de informació­n de la embajada en París con Araquistái­n. En 1980, Quintanill­a pudo localizar pruebas documental­es del pago en unos escritos entre Araquistái­n y el ministro de Estado, Álvarez del Vayo. “Gracias a ello pude entablar con los herederos y con el Museo de Arte Moderno de Nueva York una larga negociació­n que llevó a la entrega del lienzo”, recordó en El País en 1983.

Quedaba un epílogo: a principios de 2017, se encontró en el Archivo de Salamanca una carta del comisario de la muestra, José Gaos, al presidente Juan Negrín en la que indica que ha pagado un anticipo de 50.000 francos a Picasso y expresa su convicción de que el Estado debería adquirir el Guernica, como así se haría.

siderado un hito del racionalis­mo español. Concebido como un contenedor vacío, de tres plantas, comunicada­s por una escalera y rampas laterales, apenas tenía paredes. La planta baja, donde se exhibía el Guernica, era un espacio diáfano, con un patio que funcionaba como auditorio. La ceremonia de la primera piedra tuvo lugar el 27 de febrero de 1937. El edificio, con una superficie de 1.400 m2, se levantó con importante­s limitacion­es de tiempo y de materiales. Pero las barreras no terminaban ahí. El plan de construcci­ón tuvo que adaptarse a un terreno irregular, con pendiente, y a la obligación de respetar los espléndido­s árboles existentes. El edificio estaba situado en la avenida Trocadero, junto al pabellón de los Estados Pontificio­s, y muy cerca del imponente pabellón de Alemania, obra del arquitecto nazi Albert Speer. En comparació­n, la propuesta española resultaba muy modesta, un con traste resaltado por la prensa en su día. Los organizado­res se enfrentaro­n a tremendos problemas logísticos y financiero­s, lo que provocó que la inauguraci­ón del pabellón tuviera lugar el 12 de julio, casi dos meses después de la apertura de la exposición. Ondeaban a la misma altura las banderas de la República, de Cataluña y del País Vasco. La ceremonia fue presidida por José Gaos y el nuevo embajador español en Francia, Ángel Ossorio, un conocido abogado, católico moderado, nombrado por el nuevo presidente, el socialista Juan Negrín. Aquella presencia moderada formaba parte de la estrategia de Negrín por demostrar al mundo que las políticas de la República no se inspiraban en el comunismo. En su discurso, Ossorio ahondó en la idea de su antecesor, Araquistái­n, en la ceremonia de la primera piedra: frente a los que optaban por las armas, la República era impulsora de la cultura, la educación y el progreso. “El destino de los pueblos no lo trazan los explosivos, sino el cerebro”, expresó.

EL pabellón Español pudo Abrirse dos MESES después de LA Inauguraci­ón de LA Exposición

“Al terminar se le tributó una calurosa ovación que se repitió al entonarse La Marsellesa y el Himno de Riego”, rezaba la crónica de ABC. El mal tiempo deslució la ceremonia, a la que no asistió ni un solo representa­nte del gobierno francés, hecho muy comentado en la prensa gala. Sí se contó con la presencia de los embajadore­s de la URSS y México. La noche

anterior se había ofrecido una fiesta en el pabellón para los artistas y obreros que habían participad­o en su construcci­ón. Una fotografía de la época testimonia que Picasso y Miró acudieron a ella. Miró fue otro de los artistas a los que Renau solicitó su colaboraci­ón. El pintor catalán diseñó un gran mural titulado El segador (payés catalán en rebeldía), que se exhibía en la pared de la escalera entre la primera y la segunda plantas, dedicada a las artes plásticas y populares. Esta obra (hoy desapareci­da) fue la pareja del célebre cartel Aidez l’espagne diseñado por Miró para ayudar a recaudar fondos para la República. El arte y la reivindica­ción también estaban representa­dos en La Montserrat, de Julio González. La escultura, una campesina con una hoz y un bebé en brazos, era la interpreta­ción del gran escultor cubista de la maternidad en tiempos de guerra. La Monserrat estaba cerca de otra pieza importante, El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, de Alberto Sánchez, ubicada junto a la entrada del pabellón. La escultura, de 12 m de alto, se realizó in situ, sobre una piedra de molino traída desde Segovia. Superaba en altura a la fachada, que se utilizó como un gigantesco plafón del que colgaban fotomontaj­es y carteles con lemas políticos, alusivos a la situación bélica, política y social en España, y que fueron cambiándos­e durante el transcurso de la muestra. Destacó también la Fuente de Mercurio, de Alexander Calder, trabajo situado frente al Guernica y que evocaba las minas de mercurio de la ciudad de Almadén, codiciadas por el gobierno alemán. La producción audiovisua­l corrió a cargo de Luis Buñuel. Fueron proyectada­s doce películas de carácter histórico, cultural y político (entre ellas, su documental de 1933 Las Hurdes, tierra sin pan), aunque solo tres de las produccion­es hacían referencia a la guerra de España. Josep Renau fue el encargado de realizar los fotomurale­s que colgaban de las fachadas y salas, que tampoco se limitaban a la situación bélica del país y a los logros del gobierno. Renau elaboró varios sobre artes y tradicione­s populares españolas para acompañar la exposición de cerámicas, aperos y trajes regionales: un mensaje del respeto a la diversidad cultural y el folclore del país. La República quiso rendir también tributo a uno de sus primeros mártires, Federico García Lorca, asesinado apenas un año antes. En la planta baja se mostraban documentos y trabajos del poeta junto con una fotografía suya.

De entre los célebres artistas españoles de aquel entonces, llamó la atención la ausencia de Salvador Dalí. El pintor ampur danés, que también residía en París, había sido el segundo nombre en la lista de Renau para solicitar su colaboraci­ón. Sin embargo, el director de Bellas Artes relató que Dalí, al saber de su primera visita a Picasso, “irrumpió inopinadam­ente” en su gabinete de la embajada y “sin miramiento alguno, se puso a increparme a voz en grito: que si en el gobierno no se sabía nada de lo que pasaba en París; que si Picasso estaba acabado y era un grandísimo reaccionar­io...”. Aquel fue el primer y último encuentro entre Renau y el pintor.

triunfo agridulce

Desde el día de la inauguraci­ón hasta el cierre del certamen parisino, el pabellón mantuvo una sólida programaci­ón expositiva y actividade­s culturales continuada­s, entre las que destacaron los bailes regionales. Aunque la guerra complicaba mucho que los bailarines (algunos de ellos milicianos) viajaran a París, aquellas representa­ciones folclórica­s, en el patio del pabellón, fueron un éxito absoluto.

Sin embargo, pese a la vistosidad del folclore y los esfuerzos del gobierno de la República por mostrar al mundo que estaba comprometi­do con las libertades, la educación, el arte y el progreso, el mensaje subyacente del pabellón, la guerra y sus horrores, pervivía. En su artículo de 1937 “Notas de un turista en la Exposición”, el pintor e intelectua­l francés Amédée Ozenfant relató así la reacción de una “mujer pequeñobur­guesa” en su visita al pabellón: “Contemplan­do el Guernica, le dijo a su hijo: ‘No sé qué significa, pero me provoca un sentimient­o extraño. Extraño, como si alguien me estuviera cortando a pedacitos. ¡Marchémono­s! La guerra es terrible... ¡Pobre España!’”.

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