Historia y Vida

Un Pabellón de estado

Erigido en plena Guerra Civil, el Pabellón de la república española de la Exposición internacio­nal de París de 1937 fue tanto un emblema de modernidad como una llamada de socorro a la comunidad internacio­nal.

- EVA MILLET, Periodista

Fue una obra efímera, materializ­ada en un tiempo récord, en condicione­s adversas y con escaso presupuest­o. Sin embargo, cuando se cumplen ochenta años de su inauguraci­ón, se puede decir que pocas veces el continente y, especialme­nte, el contenido de un edificio destinado a una exposición internacio­nal han tenido un impacto tan duradero en la historia, tanto española como del arte. El pabellón no fue solo el lugar donde el Guernica de Picasso se presentó al público por primera vez. También albergó el trabajo de otros artistas tan fundamenta­les como Joan Miró, Julio González y Luis Buñuel, todos comprometi­dos con el gobierno de la Segunda República, que, tras el golpe de Estado de julio de 1936, atravesaba un dificilísi­mo momento. La historia del pabellón empezó a gestarse en diciembre de 1934, cuando el gobierno español recibió la invitación de Francia para participar en la Exposición Internacio­nal “Artes y Técnicas aplicadas a la Vida moderna”, que iba a celebrarse en París en 1937. Se trataba de la séptima muestra de este tipo organizada en la capital francesa. En una convulsa situación internacio­nal, con Hitler y Mussolini al frente de los países vecinos, el gobierno socialista francés era consciente de la capacidad de se ducción que los regímenes totalitari­os tenían sobre su sociedad. Frente al agresivo monumental­ismo alemán e italiano, aquella nueva exposición iba a ser una oportunida­d para presentar a Francia como una nación unida y progresist­a. España, mientras tanto, también vivía tiempos complicado­s: por ello, aunque existió un cierto interés inicial por la ex posición de París, el gobierno no empezó a planear de forma activa su participac­ión hasta septiembre de 1936, con el nombramien­to del escritor Luis Araquistái­n como embajador en Francia. Dadas las circunstan­cias, el gobierno de coalición del socialista Francisco Largo Caballero –nombrado presidente tras las elecciones de febrero del mismo año– po

Aunque se recibió LA INVITACIÓN En 1934, no se Empezó A PLANEAR EL pabellón HASTA 1936

día haber excusado su presencia. Sin embargo, la exposición se vio como una oportunida­d para mostrar al mundo los ideales de la República y pedir el apoyo que esta necesitaba frente al levantamie­nto golpista. Debido al Pacto de No Intervenci­ón en el conflicto español, suscrito por la mayoría de los países europeos, el gobierno republican­o estaba en clara desventaja fren

te al bando franquista, que recibía ayuda económica y militar de Alemania e Italia.

Cambio de dirección

La guerra modificó por completo la idea inicial de presentar una instalació­n con incentivos comerciale­s y turísticos, y la convirtió en lo que el historiado­r Miguel Cabañas Bravo denomina “un pabellón de Estado”. Los planes del gobierno de Largo Caballero tenían una directriz clara: el pabellón no solo debía ser una muestra de los logros y el progresism­o de la República; también debía servir como altavoz de sus acuciantes necesidade­s políticas. Un testimonio de la realidad social del país y de las dramáticas consecuenc­ias de la sublevació­n franquista. Tomada aquella decisión, las cosas se llevaron a cabo con una eficiencia notable. En febrero de 1937, apenas cuatro meses antes de la inauguraci­ón de la Exposición Internacio­nal, Manuel Azaña nombró al catedrátic­o de Filosofía José Gaos comisario general de la muestra. Él y el embajador Araquistái­n formaron un efectivo tándem que consiguió, en un tiempo récord, materializ­ar un pabellón extraordin­ario.

En el proyecto cobró un peso fundamenta­l Josep Renau, artista valenciano, miembro del Partido Comunista, que estaba al frente de la Dirección General de Bellas Artes (DGBA). Fue Renau quien advirtió el papel que podían desempeñar los artistas españoles en el éxito de la muestra. Y también fue suya la iniciativa de encargar una obra a Picasso, entonces el más célebre artista español, para el pabellón. Su participac­ión, no obstante, no estaba garantizad­a. Los precedente­s de acercamien­to a Picasso del gobierno de la República no habían sido fructífero­s. En 1933, por ejemplo, una iniciativa de la DGBA para dedicarle una exposición­homenaje en Madrid cayó en saco roto. El entonces embajador en Francia, Salvador de Mada riaga, ya advirtió a las autoridade­s culturales españolas “sobre el desinterés e incluso la descortesí­a del pintor malagueño hacia este tipo de contactos”.

Todo cambió tras el estallido de la Guerra Civil. Desde París, donde residía desde hacía años, Picasso se comprometi­ó con la República. Primero, aceptando su nombramien­to como director del Prado, en otoño de 1936. Una propuesta que también partió de Renau y a la cual, como relata Miguel Cabañas, el artista respondió de forma emocionada, poniéndose “incondicio­nalmente al servicio del gobierno”. Poco después, en diciembre, Renau viajó oficialmen­te a París para, como recordaría, “invitar a los numerosos artistas españoles residentes allí a participar en la lucha antifascis­ta que sostenía el pueblo español, bien proponiend­o alguna obra concebida especialme­nte para el pabellón [...], bien exponiendo en este obras ya realizadas”. En el primer caso, el autor podía escoger libremente el emplazamie­nto que consideras­e más adecuado, previo acuerdo con los arquitecto­s encargados del proyecto. Estos ya habían sido selecciona­dos: Luis Lacasa y Josep Lluís Sert, dos profesiona­les de prestigio fieles a la República. Sert, además, residía entonces en París. Discípulo de Le Corbusier, era íntimo amigo de Picasso, y también empleó su influjo en la participac­ión del artista.

En busca de Picasso

El de Picasso era el primer nombre que figuraba en la lista de Renau en aquel

primer viaje a París. El joven director de Bellas Artes se entrevistó con él en dos ocasiones. En aquellos encuentros fue clave la mediación del escritor Max Aub, agregado cultural de la embajada española. Aub era un entusiasta del arte moderno y muy amigo del pintor y de otros de los más destacados artistas españoles que vivían en la capital francesa. De hecho, como indica Cabañas, Picasso, tras ser avisado de la visita de Renau, llamó a Aub para informarse sobre el enviado y preguntarl­e cómo atender de la mejor manera a “ese intrépido muchacho”.

En el primer encuentro, Renau, que tenía 29 años, se sintió “algo despistado”, pero en el segundo se disiparían todas sus inquietude­s. “Podía regresarme a España tranquilo y bien seguro de lo principal”, dijo. “Hiciera lo que hiciera Picasso para nuestro pabellón, era ya indudable que [...] redundaría en una simpatía y credibilid­ad hacia la causa de la República en armas en importantí­simos círculos internacio­nales”. Unos círculos que, admitía, “hasta entonces no habíamos logrado alcanzar”. El encargo consistió en un mural de grandes dimensione­s. El tema quedaba a la elección del autor, pero, dado el objetivo propagandí­stico del pabellón, debía ser político. Picasso ya se había estrenado en aquella temática: acababa de finalizar Sueño y mentira de Franco, su primera obra políticame­nte comprometi­da y en la que manifestab­a su oposición al levantamie­nto militar contra la República.

El artista atravesaba una complicada situación personal en aquel momento, y no se puso a trabajar en el mural hasta principios de abril de 1937. Se sabe que su primera idea se tituló El estudio, y que empezó a esbozar unos dibujos al respecto. Pero, como relata la historiado­ra Jordana Mendelson, pronto desestimó aquel proyecto, porque no le pareció que se ajustara a la realidad española.

El tema para el mural le llegó en mayúsculas y envuelto en un torbellino de destrucció­n el 26 de ese mismo mes, cuando unos cuarenta aparatos de las fuerzas aéreas alemanas, en apoyo del general Franco, atacaron Guernica. Esta villa, fundamenta­l en la tradición política vasca, no tenía ningún interés militar. El ataque, liderado por Wolfgang von Richthofen, jefe de Estado Mayor de la Legión Cóndor, se realizó sobre la población civil, compuesta mayoritari­amente por mujeres y niños, e incluyó ametrallam­ientos a baja altura. Se calcula que murieron tresciento­s civiles. La combinació­n de bombas incendiari­as y explosivas destruyó el 75% de los edificios. La conmoción de Picasso ante la noticia le impulsó a un frenesí creativo. Ese día realizó el primer apunte de lo que sería el gran mural, inspirándo­se en los testimonio­s e imágenes (en blanco y negro, las tonalidade­s del cuadro) que empezaban a difundirse gracias a la labor de los correspons­ales extranjero­s del frente norte de la guerra. El Guernica, que medía 3,50 m de alto por 7,87 de ancho, se culminó en un mes. Su proceso de creación está muy bien documentad­o, en gran parte gracias a la fotógrafa Dora Maar, entonces compañera del pintor. Picasso distribuyó las figuras en una estructura compositiv­a piramidal: la solución académica tradiciona­l en la pintura histórica. Su propósito no era plasmar los hechos reales del bombardeo, sino realizar un alegato de rechazo a la guerra y sus dramáticos costes (aunque hay quien, como el historiado­r británico Timothy J. Clark, también ve en esta obra maestra el rastro de tormentos íntimos del artista y del traumático recuerdo de la Primera Guerra Mundial, v. pág. 86).

La falta de referencia­s claras al ataque alemán y el lenguaje pictórico empleado (calificado de “tardocubis­ta” con algunos toques surrealist­as) hicieron que el cuadro no fuera del agrado de algunos miembros del gobierno de la República ni del gobierno vasco, como tampoco del Partido Comunista. En una entrevista concedida años después, Josep Lluís Sert explicó que incluso existió presión para sustituir el que se considera el último gran cuadro de la historia de la tradición europea por otro más “realista”.

el contenido del pabellón

El Guernica ocupaba un lugar destacado en el pabellón de Sert y Lacasa. Ambos trabajaron sin fricciones en un edificio con

LA conmoción de picasso AL conocer EL bombardeo de guernica LE Impulsó A un frenesí CREATIVO

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JOSEP renau. a la izqda., entrada del pabellón con un cartel sobre el esfuerzo de guerra.
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interior del pabellón. En la pág. anterior, varios de los organizado­res ante el Guernica.
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 ??  ?? ruinas de la POBLACIÓN vizcaína de Guernica después del bombardeo de la aviación alemana, 1937.
ruinas de la POBLACIÓN vizcaína de Guernica después del bombardeo de la aviación alemana, 1937.

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