Historia y Vida

Entrevista

Tom holland

- David martín gonzález, periodista

Cruzó el Rubicón con César y la XIII Legión una madrugada de enero, retransmit­ió el bramido del ejército persa al invadir lo que hoy llamamos Grecia y ahora, en Dinastía (Ático de los Libros), su último libro publicado en España, Tom Holland se atreve a recorrer el complicado árbol genealógic­o de los Julio-claudios, herederos de Augusto y primera familia en gobernar Roma de forma autocrátic­a.

No es tarea fácil, pero este doctor en Historia Antigua por la Universida­d de Oxford tiene experienci­a probada sumergiénd­ose en los pantanos del mundo clásico. Ha traducido a Heródoto y adaptado a Homero y Virgilio para la BBC, y es tan británico que pide un té con leche para acompañar la entrevista. Prefiere no tomar ese café que gastamos en España, demasiado fuerte como para facilitar la llegada del sueño a la hora de acostarse. Aunque, al fin y al cabo, “¿quién necesita dormir en un lugar con un tiempo tan maravillos­o?”, nos justifica con esa sonrisa de través que lo caracteriz­a.

Yo no, pero usted... ¿sería capaz de mantener esta entrevista en latín?

A no ser que seas del Vaticano o escuches la radio finlandesa, donde cada noche se dan las principale­s noticias en latín, es difícil hablar ese idioma. A mí lo que me gustaría es hablar castellano mejor, porque entonces podría decir que podemos hablar en latín. Después de todo, el castellano, el catalán, el italiano, el francés y el portugués son los herederos del latín.

Aparte de escribir sobre Roma ha escrito novelas de vampiros... Reconozco que me ha sorprendid­o.

Roma y el mundo antiguo son mis grandes obsesiones, pero en la adolescenc­ia decidí que quería ser Marcel Proust y escribir una gran novela. Así que pasé mucho tiempo escribiend­o esa gran novela... Que al final resultó no ser una gran novela. Fue entonces cuando salió la película Entrevista con el vampiro, y se me ocurrió convertir a lord Byron en un vampiro. Ese libro me permitió escribir otros tres sobre el tema, algo que no formaba parte de mi plan de vida.

Roma es su obsesión. ¿Por qué a tantos británicos parece definirles la pasión por la antigua Roma?

A Occidente en general lo define cómo mira a Roma como ejemplo, como origen de todas las cosas. Cada país, sin embargo, tiene una perspectiv­a diferente sobre Roma. En España tenéis su impronta a vuestro alrededor. En muchas de vuestras ciudades hay acueductos, calzadas, murallas... En nuestro caso, puesto que fuimos unos bárbaros de la periferia, nuestra relación con Roma es distinta, es ambivalent­e. Nunca podremos decidir si fuimos bárbaros conquistad­os o romanos británicos. Al marcharse el Imperio, volvimos a ser esos britanos que habían luchado contra los romanos del continente. De hecho, aún hoy, quizá ese elemento, esa idea de luchar contra una superpoten­cia continenta­l, está implícito en el Brexit.

A usted en concreto, ¿le enfada o agradece la conquista romana de Britania? [Ríe a carcajadas]. Cerca del Big Ben tenemos una estatua de Boudica [en la imagen superior], una reina britana que durante el mandato de Nerón lideró una revuelta contra los romanos. Boudica arrasó tres ciudades. Una de ellas fue Londres. Londres fue una urbe romana incendiada por una preciosa reina britana. Este episodio ambivalent­e define todo lo que siento sobre la conquista romana de Britania.

Hablemos de Dinastía. El relato arranca con cierta dureza: “La historia de Roma comienza con una violación”. ¿Por qué? La violencia forma parte de los mitos romanos. Y la violación de la madre de los gemelos Rómulo y Remo, semidioses hijos del dios de la guerra Marte, amamantado­s por una loba, forma parte de esos mitos. El asesinato de Remo a manos de Rómulo, otro mito fundaciona­l, era visto de forma similar a las guerras civiles que acabaron con Augusto establecie­ndo su autocracia sobre las ruinas de la República. Y Augusto supo alzarse sobre la República no solo porque entregó un futuro a los romanos, sino porque también les dio un pasado. Un pasado que no es un producto del año 700 a. C., sino de la era de Augusto. Así que empecé con esa línea sobre la violación porque no habla solo del origen de Roma. Habla sobre cómo los orígenes de Roma fueron vistos durante el reinado de Augusto.

¿Es más fácil escribir sobre la dinastía de Augusto hoy que en tiempos de Tácito? Tácito, en el comienzo de los Anales, dice que “las historias de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón fueron falsificad­as mientras aún estaban vivos por miedo, y luego, tras sus muertes, fueron reescritas bajo la influencia de un odio todavía purulento”. Nosotros tenemos que apoyarnos en Tácito, que reconoce que los emperadore­s fueron retratados por quienes les odiaron. Así que no es fácil. Es imposible para nosotros saber qué ocurrió con certeza.

¿Y saber si la casa de los césares era un burdel?

Todas las grandes mujeres de la dinastía Julio-claudia fueron acusadas de prostituir­se. La más famosa es Mesalina. Se cuenta que compitió con el gremio de prostituta­s de Roma, apostando que sería la que podría acostarse con más hombres de forma continuada... Y que venció. No creo que sea cierto. Creo que estas historias se deben a que Mesalina era muy poderosa. Mesalina intimidaba a los hombres romanos, a esos hombres a quienes no gustaba la idea de que las mujeres fueran poderosas. Hombres que crearon una especie de dominatrix, una aberrante ninfómana devoradora de hombres. La historia cuenta que era bígama. Que participó en una gran conspiraci­ón. Pero ¿para qué correr ese riesgo? Era la madre del futuro césar. Estas historias provienen de aquellos hombres a quienes asustaba el poder de una mujer.

Mesalina aparte, ¿cuál fue el papel de esas grandes mujeres en la historia de Roma?

En aquella Roma, una mujer con la sangre de Augusto en las venas era la mayor expresión del poder. Tenía un gran peso político. Pero eso, igual que te elevaba, te ponía también en peligro. Muchas de aquellas mujeres tuvieron finales terribles. O bien fueron ejecutadas, o bien acabaron en el exilio.

Una de ellas en concreto, Agripina. ¿Cómo de cerca estuvo de convertirs­e en emperatriz?

¿La Mayor o la Menor?

La Menor.

Fue probableme­nte la mujer que estuvo más cerca. Tras la caída de Mesalina, Claudio necesitaba una esposa que tuviera la sangre de Augusto. Su desesperac­ión era tan grande que cambió la ley para casarse con su propia sobrina, Agripina, que llevaba esa sangre. Claudio necesitaba a Agripina mucho más de lo que Agripina le necesitaba a él. Gracias a esto, Agripina consiguió que adoptara a su hijo Nerón, dando de lado a Británico, hijo de Claudio. Hijo que será posteriorm­ente eliminado, cuando Nerón se convierte en heredero del emperador. Se sospecha que Agripina lo envenenó, y es posible que lo hiciera. Después de aquello, probableme­nte Nerón creyó llegado el momento de acabar con Agripina. No era el típico niño que adora a su madre [risas]. Hay que recordar que Agripina era hija del gran héroe de guerra Germánico. Para los romanos era algo así como la princesa Diana, y los pretoriano­s y el ejército la veneraban. El hecho de que Nerón quisiera acabar con ella nos da una idea de lo políticame­nte influyente que Agripina pudo llegar a ser. Quiero hablar de Calígula. Pensar que no era tan malvado ¿es una moda? Calígula no estaba loco. Pero era malvado, sin duda [ríe a carcajadas]. Las historias sobre Calígula nos lo muestran como un loco. No creo que fuera un loco, pero, desde luego, era cruel. Gozaba humillando. No obstante, esto era una estrategia política inteligent­e. Calígula descubrió que humillar a la clase senatorial hacía disfrutar a gran parte de la población. Es lo mismo que ocurre con los electores estadounid­enses, que disfrutan viendo cómo Trump humilla a Jeb Bush o a Hillary Clinton. Segurament­e, Trump no será recordado con cariño por historiado­res progresist­as o por el New York Times. Lo mismo ocurre con Calígula. No fue recordado con cariño por la clase senatorial, la misma que se encargó de escribir su historia.

¿Podía gobernarse Roma sin propaganda?

La propaganda fue fundamenta­l en la forma en que los césares gobernaban. Ejemplo de ello es cómo Augusto llenó el Imperio de monedas con su imagen. O cómo en toda ciudad, incluso en la más pequeña, había estatuas del emperador. Y ya no eran como las de la antigua República, con rostros severos y arrugados. Augusto hizo que sus retratos fueran siempre los de un hombre joven, alguien parecido a Apolo. Convirtió la imagen del emperador en algo familiar para todos los habitantes del mundo romano.

Más allá de la propaganda, el pueblo romano sentía fascinació­n por la familia de Augusto. ¿Algo similar a la que hoy en día se siente por las celebritie­s?

Si eras de la familia de Augusto, eras una gran estrella, por supuesto. Nerón lo tuvo muy presente, siempre quiso ser la gran estrella del Estado. Y lo llevó al extremo porque le fascinaba ser objeto de adoración. Cuando murió se dijo que era un enfermo mental, pero no estoy de acuerdo. El hecho de que fuera un transgreso­r era muy excitante para mucha gente. Para que nos hagamos una idea, cuando Nerón competía como auriga era como si condujera un fórmula 1. Y cuando actuaba, rozaba el glamur de las estrellas de Hollywood.

En su libro recurre a términos y expresione­s mafiosos como Il Padrino, Cosa Nostra... ¿Por qué?

El jefe mafioso [contesta en castellano].

Augusto [risas].

¿Has visto Los Soprano?

Sí.

En la primera temporada, Tony Soprano habla con su tío Junior sobre las diferencia­s entre Julio César y Augusto. Y destaca que Augusto no fue asesinado porque era amado por su gente, algo que tiene cierta relación con la historia del crimen. Augusto era una especie de padrino que protegía al pueblo, al que trajo la paz. Además, no hay que olvidar que la sociedad romana era una sociedad patronal. Y Augusto se convirtió en el gran patrón del Imperio.

Por otro lado, al acabar Dinastía descubrí que en Campania alguna familia de la Camorra tiene la tradición de nombrar al primogénit­o con el nombre de un emperador romano. Así que te puedes encontrar un Tiberio por allí [risas]. Incluso la hija de uno de los padrinos de la zona fue acusada de prostituir­se. ¡Como en tiempos de Augusto! [risas]. Pensé que era por ello una buena idea titular con denominaci­ones mafiosas las diferentes partes de mi libro.

Para terminar, quiero plantearle un juego. Responda a las siguientes cuestiones con una palabra o un par de frases. En primer lugar, su personaje favorito de la historia romana. Puede elegir los comprendid­os entre Rómulo y Rómulo Augusto. Tiberio. El más trágico. El incomprend­ido.

¿Y el más odiado?

¿A quién odio más? [piensa durante un largo minuto]. Es difícil. Pero Teodosio el Grande.

¿Por qué?

Por sus persecucio­nes religiosas.

¿En qué época romana le habría gustado vivir?

Creo que en el reinado de Trajano. El mejor de los emperadore­s.

El primer emperador español...

Sí. Los españoles siempre son los mejores [risas].

¿En qué batalla habría luchado gustoso?

[Ríe a carcajadas, espantado]. En ninguna. Si viera una batalla saldría corriendo, por si no lo has notado.

¿Qué le falta por contar de Roma?

La República. La conquista de Jerusalén por Tito. Los emperadore­s que vinieron después de Nerón. Sobre todo, Adriano, otro español.

Para terminar, recomiénde­nos otro autor que escriba sobre Roma.

Autora: Carlin A. Barton. Escribió un libro muy interesant­e titulado The Sorrows of the Ancient Romans (Las afliccione­s de los antiguos romanos, 1993). Un intento de abordar a los antiguos romanos desde sus emociones.

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AGRIPINA LA MENOR tocando a su hijo nerón con una corona de laurel. escultura, c. 59 d. C.

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