”¡PAN! ¡PAN! ¡PAN!”
Las protestas públicas ya no se pueden detener. La capital escapa al poder gubernamental. Incluso soldados y suboficiales se amotinan. Es el fin del zarismo.
Pan! ¡Pan! ¡Pan!”. Es el grito de las obreras que recorren la Nevski Prospekt, la avenida principal de Petrogrado. “Si la mujer es esclava no habrá libertad”, se lee en una de las pancartas de esta manifestación que celebra el Día Internacional de la Mujer. Son unas siete mil obreras, pero pronto se les unen más mujeres y hombres, para exigir un pan casi imposible de encontrar. El jueves 23 de febrero de 1917, los cosacos no intentan disolver la protesta. “Por algún descuido –escribe Orlando Figes–, no se les habían suministrado sus habituales látigos”. Viendo que los cosacos no intervienen, varios miles de hombres se unen a la manifestación. Muchos son obreros de la fundición de acero Putílov, la más grande de Rusia, que cierra por falta de combustible. Sus 30.000 trabajadores se han quedado en la calle. “¡Abajo el zar! ¡Abajo la autocracia!”, gritan camino de la sede de la Duma. La manifestación termina sin incidentes, pero la mecha de la revolución acaba de prender.
Al día siguiente, la huelga se extiende a las principales fábricas. El buen tiempo ayuda. Las temperaturas han subido hasta los cinco grados bajo cero y, sobre todo, hace sol. “Camaradas, si no podemos conseguir una barra de pan de modo justo, entonces debemos hacer de todo”, alienta un agitador a los obreros. Decenas de miles se unen a las protestas. Los “faraones” –nombre que reciben los policías zaristas– advierten que los cosacos se muestran reacios a intervenir. El 25, la huelga general es total en la capital. Para entonces, la policía ha perdido el control de Víborg, el distrito obrero. Esa misma tarde se produce un hecho insólito: ¡los cosacos cargan contra la policía a sablazo limpio! El domingo 26 se impone un toque de queda, y unidades militares ocupan la ciudad. Pero el gobierno está a punto de perderla.
“El pueblo está convencido de que ha comenzado la revolución –apunta un informe de la Ojrana–, de que las autoridades son impotentes [...] porque las unidades militares no están de su lado”. Los soldados de los regimientos Volynsky y Pavlovsky, de la Guardia Imperial, se amotinan. “¿Visteis la sangre hoy en las calles? –dice el sargento Kirpichnikov a sus hombres–. Yo digo que no deberíamos tomar posiciones mañana. En cuanto a mí, me niego a ir”. Son suboficiales como él los que convierten la revuelta en una revolución. La sublevación militar inclina definitivamente la balanza. “Situación desesperada en la capital, sumida en la anarquía”, telegrafía el presidente de la Duma al zar, a quien las protestas han sorprendido fuera de la capital. Indiferente, Nicolás anota en su diario: “Por la noche jugué al dominó”.
Bandera roja
El 27, los manifestantes asaltan el Ministerio del Interior y la sede de la Ojrana. Cuando acaba el día, la bandera roja ondea en el palacio de Invierno. Miles de reclusos son liberados de las prisiones. Bandas armadas asaltan tiendas y palacios. “El saqueo ha comenzado –escribe Gorki a su mujer–. ¿Qué ocurrirá? No lo sé”. Lo que va a ocurrir es que los Romanov dejan de reinar en Rusia tras 304 años. El 28, Nicolás emprende el regreso al palacio familiar de Tsárskoye Seló, en las afueras de Petrogrado. En el camino da órdenes a generales que no le obedecen. El 2 de marzo, Nicolás abdica. Primero en su hijo enfermo, Alekséi, y después en su hermano pequeño, el gran duque Miguel, que rechaza el trono. Derribado el zar, ¿quién gobierna el Imperio? Responde Frank Lindley, asesor de la embajada británica. “Tenemos dos [gobiernos]: el verdadero, presidido por el príncipe Lvov, y un comité de representantes de los trabajadores y de los soldados sin cuyas órdenes ningún hombre hará nada”. Los deseos del Sóviet se materializan en la
NICOLÁS II EMPRENDE EL CAMINO DE REGRESO A PETROGRADO, PERO LOS GENERALES NO OBEDECEN SUS ÓRDENES
Orden Número 1, que permite la formación de comités de soldados que limitan el poder de los oficiales. En palabras de Figes, fue “el documento de mayores consecuencias redactado como consecuencia de la Revolución de Febrero”. Junto al Sóviet surge un Gobierno Provisional, dirigido por el príncipe Lvov, que emprende la titánica tarea de organizar las elecciones para una asamblea constituyente. Entre ambos hay un nexo: Aleksandr Kérensky. El líder menchevique asume la cartera de Justicia, sin abandonar el Ispolkom, el órgano ejecutivo del Sóviet. La revolución ha empezado sin sus profesionales, pero pronto llegan a la capital desde los rincones más alejados del mundo.