Palacios flotantes
Fantasía, romanticismo, opulencia, velocidad, moda... Así se creó la imagen idealizada de los transatlánticos que sigue anclada en nuestra cultura.
Los primeros transatlánticos eran incómodos e insalubres. ¿Cómo se transformaron en símbolo del lujo y el glamur?
Antes de que existieran los barcos de vapor, los veleros surcaban el Atlántico. Tenían fecha de partida, pero la de llegada era difícil de precisar. En 1840 zarpó de Liverpool a Boston el primer servicio transatlántico a vapor. Lo cambió todo. Las travesías se redujeron de tres semanas a unos pocos días. Era la encarnación de la modernidad. Ni siquiera el hundimiento del Titanic en 1912 lograría echar abajo la convicción de que esa modernidad era imparable. A la pasmosa velocidad se sumaría con el tiempo una audaz inversión en imagen que convirtió los transatlánticos en verdaderos palacios flotantes. Empresas como la Cunard, la White Star Line o la Compagnie Générale Transatlantique crearon buques como el Lusitania, el Normandie o el Queen Mary.
Los avances de la aeronáutica hicieron de los vuelos transoceánicos algo mucho más rápido y barato a partir de finales de los años cincuenta. Los transatlánticos fueron cayendo en desuso como medio de transporte, y las navieras optaron por redirigir su negocio al crucero turístico. El Victoria and Albert Museum de Londres ofrece una perspectiva global de estos prodigios en “Ocean Liners: Speed and Style”, abierta hasta el próximo 10 de junio.