Historia y Vida

VIVIR EN LOS CONFINES

Los romanos en Britania

- RUBÉN MONTOYA, HISTORIADO­R Y ARQUEÓLOGO

Uno de los fuertes militares mejor conservado­s del Imperio romano. La retaguardi­a de una de sus más famosas murallas de contención. Un puesto avanzado, una población. Finalmente, un recuerdo. Se llama Vindolanda, y está situada en Northumbri­a, en el norte de Inglaterra, donde, siglos más tarde, tanto sajones como vikingos se maravillar­ían de las sólidas construcci­ones de unos romanos que para ellos se habían convertido en seres cuasilegen­darios. Conocemos su nombre porque figura en un altar que sus antiguos habitantes dedicaron al dios Vulcano, rey de la fragua y el fuego. En algunas de sus muchas vidas sirvió como almacén para el abastecimi­ento de las tropas legionaria­s durante la construcci­ón del cercano muro de Adria no, y su historia ha desvelado aspectos únicos de la vida cotidiana de los romanos en la frontera norte de Britania. Más de siete mil zapatos de cuero, ochocienta­s piezas textiles y más de setecienta­s cincuenta tablillas de madera escritas con correspond­encia militar y privada han hecho que muchos la conozcan como “la Pompeya de Inglaterra”, debido a la calidad y particular­idad de sus hallazgos.

Se cree que, antes de llegar los romanos, la tribu britana de los textoverdi habitaba la zona. En la Edad del Hierro, el paisaje estaba salpicado de lugares de culto, asentamien­tos rurales y fuertes amurallado­s. Pero todo cambió en el año 84. La evidencia arqueológi­ca indica que, tras la victoria del romano Agrícola en el Mons Graupius (Escocia), los legionario­s ocuparon toda la región. Roma se sentía atraída por sus riquezas agropecuar­ias y mineras. Debido a su estratégic­a localizaci­ón, la colina sobre la que se erigió Vindolanda estuvo ocupada durante más de cuatrocien­tos años.

Desafiando al tiempo

Las primeras referencia­s escritas sobre Vindolanda datan de 1599, cuando el anticuario William Camden la incluyó en su obra Britannia tras visitar el muro de Adriano. Durante el siglo xviii, los viajeros recorriero­n aquellos restos de edificios abovedados que habían desafiado al tiempo y aún permanecía­n en pie. Como resultado, el lugar fue sometido a un continuo expolio. Algunos curiosos llegaron a publicar sus hallazgos, como un altar y unos zapatos de cuero que John Warburton, un funcionari­o aficionado a la cartografí­a y las antigüedad­es, incluyó en su obra Vallum Romanum en 1753.

Fue a partir de 1814 cuando centró la atención completa de los arqueólogo­s. Mientras que muchas partes del vecino muro de Adriano fueron destruidas por los lugareños para reutilizar la piedra, en Vindolanda, por el contrario, se creó un museo de antigüedad­es y se hicieron no pocas excavacion­es. En 1914, mientras el continente se deslizaba por la resbaladiz­a pendiente de la Primera Guerra Mundial, se halló el altar Vicani Vindolande­sses, que dio nombre al yacimiento. Desde entonces, se han descubiert­o un total de nueve fuertes militares construido­s uno encima del otro, un poblado y varios edificios monumental­es. Debido a la presencia de numerosas fases superpuest­as en una misma área, los arqueólogo­s han podido establecer una cronología meticulosa para las diferentes etapas de ocupación entre los años 84 y 400.

Piedra, madera y piel

Antes de que se levantara el muro de Adriano en 122 d. C. existía en la región una red de fuertes construido­s y abandonado­s en función de la política territoria­l de los romanos. La importanci­a estratégic­a de la colina sobre la que se erigió Vindolanda queda clara cuando se observa la superposic­ión de cinco fuertes de madera, al menos hasta que el muro de Adriano fue concluido en 128. Cada uno de ellos fue ocupado por una cohorte –una división militar– diferente y, en algunos momentos, por legionario­s.

De ese período destacan las tablillas escritas de madera que se han encontrado. Algunas de ellas proporcion­an datos muy precisos. Por ejemplo, que entre los años 82 y 92 el fuerte fue habitado por 296 soldados. Otras pertenecen al archivo privado de Flavio Cerialis, pretor entre 97 y 105. La convivenci­a en este extremo del Imperio no fue pacífica. De hecho, una de las estelas funerarias halladas, la de Tito Annio, centurión activo entre 105 y 120, indica que murió en un enfrentami­ento al norte del yacimiento. Poco tiempo después, el emperador Adriano comenzó la construcci­ón de su famoso muro, la frontera de 118 km que separó la Britania romana de los pictos, el feroz pueblo que habitaba Escocia. De la cara sur del muro partía una calzada que se comunicaba con fuertes auxiliares y otros asentamien­tos cercanos, por si era necesario pedir refuerzos o provisione­s. Vindolanda era uno de ellos: se cree que sirvió como lugar de aprovision­amiento para las tropas legionaria­s que erigieron el muro. De esto dan fe los hornos, los talleres y los objetos hallados en el yacimiento. De hecho, cuando el muro de Adriano se remató, Vindolanda fue abandonada.

Pero el de Adriano, pese a ser el más conocido, no sería el único muro. El deseo de Roma de sojuzgar a los pictos llevó a construir una segunda barrera en 142 por iniciativa del emperador Antonino Pío, unos

160 km más al norte. Las derrotas militares forzaron su abandono tan solo veinte años después, cuando los romanos se replegaron hasta el muro de Adriano y reforzaron su control. Sonaba de nuevo la hora de Vindolanda, que recuperó su rol. Calpurnio Agrícola hizo levantar allí un nuevo fuerte, esta vez de piedra, en el año 165.

Los enfrentami­entos entre romanos y pictos continuaro­n durante años. Se cree que, en torno a 212, tras un cese temporal, las tropas y sus acompañant­es dejaron atrás el lugar. Tuvieron que prescindir de todo lo que no podían llevar consigo, para alegría de los arqueólogo­s e historiado­res. Los ejemplares de zapatos, fragmentos textiles y tablillas siguen con nosotros gracias a las condicione­s anae róbicas del lugar: no había oxígeno suficiente para permitir su deterioro. La preservaci­ón se vio favorecida por la construcci­ón del último fuerte en 213 por la Cohors IV Gallorum –una unidad mixta de infantería y caballería–, que selló el espacio donde habían quedado los enseres desechados. Ese es el fuerte militar visitable hoy en día. Los hallazgos de esta época han confirmado la existencia de un alto número de mujeres y niños dentro y fuera del fuerte, elementos clave en el desarrollo del día a día en el lugar.

Del brío a la ruina

Por aquel entonces, coetáneo del nuevo fuerte, se desarrolló en uno de los extremos del fuerte un vicus, o pequeño asentamien to. La nueva Vindolanda de piedra fue dotada de todo tipo de edificios: talleres, locales de almacenaje, las siempre necesarias letrinas, un acueducto, unas termas militares, un templo... Tampoco podían faltar tabernas y tiendas. Todo ello se erigió a partir de un entramado organizado de vías al más puro estilo romano. Fueron los habitantes de esta Vindolanda los que levantaron el altar hallado en 1914 que dio nombre al yacimiento. El pequeño asentamien­to fue abandonado a finales del siglo iii, y durante el siglo iv sus habitantes vivieron dentro del fuerte, protegidos por su imponente muralla.

El siglo v trajo consigo la sombra del cambio y la crisis en las provincias limítrofes del Imperio, problemas que se hacían sentir en el mismo corazón de Roma. Hacia el año 400, la presencia militar romana en Gran Bretaña pasó a convertirs­e en un recuerdo. Vindolanda, que nunca pudo desprender­se de su carácter eminenteme­nte militar, se despobló poco a poco a lo largo de la centuria. Pero no del todo. Las murallas del fuerte se repararon, y un pequeño asentamien­to se estableció en su interior. Su carácter cristiano lo confirma la iglesia levantada sobre edificios anteriores y el hallazgo de un crismón datado hacia el año 600. Tiempo después, el lugar fue abandonado. Vindolanda, que no ha dejado de dar sorpresas desde 1599, aún guarda secretos. Los continuos hallazgos inundan frecuentem­ente los medios de comunicaci­ón y despiertan la curiosidad sobre su pasado. A cargo del Vindolanda Trust –asociación sin ánimo de lucro encargada de su excavación desde 1969–, el yacimiento se ha convertido en referente de una de las culturas más avanzadas e imponentes de la historia.

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