En el foco
VOLTAIRE
El ilustrado francés no era tan progresista como creemos.
F. Martínez Hoyos, doctor en Historia.
Es un icono progresista. Simboliza la lucha contra el fanatismo, en especial contra la represión de la Iglesia. Fue él quien defendió la memoria del protestante Jean Calas, ejecutado bajo la falsa acusación de haber asesinado a su hijo para impedir su conversión a la religión católica. A raíz de este caso, Voltaire publicó su clásico Tratado sobre la tolerancia, donde manifestaba que el respeto a las opiniones ajenas nunca había provocado ninguna guerra civil. La intolerancia, en cambio, había llevado a repetidas matanzas.
Pero un defensor de la libertad no tiene por qué serlo de la igualdad. De hecho, la izquierda volteriana, de raíces burguesas, no suele coincidir con la izquierda social, interesada en un cambio profundo de las estructuras económicas. Voltaire, como ilustrado, no dejaba de ser un elitista. Gonzalo Pontón, en La lucha por la desigualdad (2016), cuenta su reacción entusiasta ante la aparición en 1763 del Ensayo de educación nacional, en el que La Chalotais sostenía lo contraproducente de la educación popular. En sintonía con esa óptica, Voltaire escribió al autor para manifestarle su gratitud por excluir a los campesinos del estudio. ¿Extraño, quizá? No. Pontón nos explica que los ilustrados eran burgueses que querían igualdad respecto a la nobleza, pero eso no significa que desearan igualarse con el pueblo llano, para ellos sinónimo de barbarie. Distinguían claramente entre le peuple, el pueblo, es decir, las clases medias, y le vulgaire, el vulgo. Por eso rechazaron enérgicamente la igualdad política.
Libertad, pero para algunos
A Voltaire le asustaba pensar que tal cosa pudiera llegar a materializarse. Lo suyo era la defensa de la libertad, no un sistema en el que se intentara salvar el abismo entre los de abajo y los de arriba. Porque, como diría en su Diccionario filosófico, era imposible que los hombres, al vivir en sociedad, no estuvieran divididos en dos clases: una, la de los ricos que gobiernan; otra, la de los pobres que sirven. Estos últimos, a su juicio, no vivían en medio de la absoluta desgracia. La mayoría, al haber nacido en una posición subordinada, no conocía otra cosa. El trabajo continuo, además, impedía que fueran demasiado conscientes de su situación.
Su postura hacia los desheredados está muy lejos de la empatía. Cuando se trata de ellos, el autor de Cándido no siente sino desprecio, el que expresa en una carta a D’alembert cuando dice que no le interesa la “canalla”. Para él, la gente del pueblo llano es gentuza que solo está para recibir órdenes, no para acceder a la educación, un derecho patrimonio de los burgueses. Por lo mismo, tampoco ha de disfrutar de voto. Los que no poseen casas ni tierras no deben dar su opinión sobre los asuntos políticos, de la misma forma que un dependiente no tiene que mezclarse en los negocios del mercader que le paga. La gente común, a sus ojos, está poseída por supersticiones que la mantienen en un estado de imbecilidad.
Amigo de reyes
El tópico del Voltaire progresista choca contra la evidencia del defensor de la monarquía en obras como La Henríada (1723) o El siglo de Luis XIV (1751). El gobierno de un soberano absolutista no estaba mal, siempre que ciñera la Corona una figura ilustrada. Por eso, nuestro autor se entusiasmó con Federico II de Prusia y con Catalina la Grande, a los que aduló mientras le convino. Porque el príncipe de la libertad podía ser también un arribista. Por eso no soportaba que Diderot, o cualquier otro intelectual, pudiera desplazarle en el favor de la zarina. Cuando esta permaneció varios meses sin escribirle, acabó por tomar la pluma para escribir una carta abyecta en la que reprochaba a la soberana una inconstancia “que sería comprensible en una coquette francesa”, pero no en una “emperatriz victoriosa y legisladora”. Ella le respondió en términos conciliatorios, por lo que Voltaire, como un buen perrito faldero, declaró que regresaba a su lado. Mucho antes había demostrado el mismo servilismo para congraciarse con Luis XV y madame de Pompadour. Compuso un poema en el que describía sonoramente la victoria francesa de Fontenoy, por lo que vio expedito el camino para ingresar en la Academia Francesa. Mientras, obtuvo cuantiosos beneficios gracias a sus inversiones en contratos militares destinados a abastecer de provisiones y uniformes al ejército. Pragmático a fin de cuentas, predicaba el pacifismo sin tener inconveniente en aprovecharse del mundo tal como era. El historiador norteamericano David A. Bell compara su comportamiento con el de un hipotético escritor que alabara la intervención estadounidense en Irak, a cambio de convertirse en poeta laureado, y a la vez invirtiera en Halliburton, la multinacional norteamericana de prestación de servicios en yacimientos petrolíferos.
Pero acercarse a la realeza no solo era una cuestión de prestigio para un hombre que buscaba popularidad. Voltaire entendía que el progreso del mundo dependía de la capacidad de un gobernante de enfrentarse a los prejuicios del populacho. Los hombres, según afirmó en cierta ocasión, solo en contadas ocasiones se mostraban preparados para regirse a sí mismos. Por eso, consideraba, la mayor parte de la tierra estaba gobernada por monarquías, y no por repúblicas.
DEFENDER LA LIBERTAD Y LA IGUALDAD NO ES LO MISMO, Y VOLTAIRE NO DEJABA DE SER UN ELITISTA