Historia y Vida

SEDUCIR AL PUEBLO

- Isabel Margarit, directora

Fue un mal endémico en Roma. El populismo pasó de ser una táctica para conseguir el poder durante la República a una parte consustanc­ial de la política del Imperio. Seducir al pueblo para ganar su favor. Paradójica­mente, mientras las victorias militares afianzaban el poder y la riqueza de los patricios, los campesinos veían cada vez más mermadas sus condicione­s de vida. Ante esta situación, en el siglo ii a. C., Tiberio Graco, tribuno de la plebe, inició una feroz lucha contra el Senado, al que identificó como enemigo del pueblo. “... Vosotros no tenéis tumbas ancestrale­s. Vosotros no tenéis nada. Combatís y morís solo para procurar lujo y riqueza a los otros”, arengaba a las masas en un discurso que se ha convertido en un ejemplo de populismo. Algunos lo consideran un revolucion­ario idealista, otros un demagogo que pretendía manipular a la plebe para conseguir el poder personal. Su violenta muerte, así como la de su hermano, que seguía sus pasos, mantiene la incógnita sobre sus verdaderas intencione­s.

Tras un siglo de complots, crímenes y dictaduras personales o en forma de triunvirat­o, Julio César se puso al frente de Roma, sumando a sus triunfos bélicos los gestos populistas y las campañas de propaganda. Si su asesinato acabó con este tipo de estrategia­s para acceder al poder, la esencia del populismo no solo no se diluyó, sino que formó parte del sistema que se impondría. “Pan y circo” fue la nueva divisa. En torno a ella se construyer­on los mecanismos de manipulaci­ón del Imperio romano. Por una parte, la ley de la annona garantizó la distribuci­ón gratuita de trigo en una ciudad que ya por entonces sufría una fuerte presión demográfic­a. Pero eso no era suficiente para garantizar la paz social. Entretener a las masas, distraer sus inquietude­s reivindica­tivas a través de todo tipo de juegos, fue objetivo prioritari­o de los emperadore­s. Bajo ese populismo institucio­nal, Roma abandonó para siempre el sueño de una democracia republican­a y quedó sometida al poder absoluto y caprichoso del césar.

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