UNA CUESTIÓN DE CLASES
Del negocio de la emigración al del lujo y el confort
Hasta la I Guerra Mundial, los transatlánticos cubrieron las rutas coloniales de varias naciones europeas y la emigración masiva a América. Más de once millones de personas emigraron de Europa a Estados Unidos entre 1900 y 1914. El de los transatlánticos era un negocio muy rentable, porque la mayoría de los emigrantes estaban dispuestos a viajar en pésimas condiciones. Cuando, después de la guerra, Estados Unidos endureció las normas de inmigración, la industria tuvo que concentrar sus esfuerzos en atraer a pasajeros más acomodados. La tercera clase sería reemplazada por más camarotes de primera y segunda, y apareció un camarote de tercera, en lugar de los dormitorios comunales, para los modestos estadounidenses que pudieron contemplar la posibilidad de ir a Europa de vacaciones. Pero la meta de las navieras serían los pasajeros más prósperos. Y una de las claves para seducirles fue el interiorismo. Para proporcionar a esa clientela un entorno que le resultara familiar, los profesionales recurrieron durante décadas a la opulenta ornamentación del hotel Ritz de Londres. También se ampliaron los espacios destinados al ocio, empezando por las cubiertas por las que pasear y tomar el sol. La decoración contempló el historicismo y, a partir de entreguerras, estilos más modernos, como el Art Déco. Pero se persiguió siempre la ostentación, la máxima expresión de un palacio flotante.