PASEN, VEAN Y DÉJENSE VER
El viaje como espacio para el glamur.
Apartir del siglo xx, y especialmente en primera clase, subir a un transatlántico era comprarse una entrada a un reino de fantasía. El viaje entero era puro escapismo, un espectáculo constante de glamur cuyo poder de atracción, convertido en estereotipo, ha llegado hasta hoy. Los pasajeros estaban dispuestos a ver y a dejarse ver, y para muchos el momento álgido del día llegaba al bajar por la teatral grande descente, la recargada escalera que solía conducir al salón comedor. La moda era consustancial a todo ello, hasta el punto de que existía una particular etiqueta para cada ocasión: la cena, pero también los paseos por cubierta, la sala de fumadores o la destinada a las damas, el bar, la piscina, el gimnasio... De hecho, uno de los instantes de mayor agitación era la llamada para cambiarse de atuendo media hora antes de las comidas. Los transatlánticos se convirtieron en una correa de transmisión de tendencias entre los centros de la moda estadounidenses y europeos. Las propias naves fueron objeto de creaciones, empezando por los exquisitos baúles de viaje de firmas de lujo como Louis Vuitton y siguiendo con los indispensables trajes chaqueta para lucir a bordo de casas como Chanel o Dior. También sería algo habitual cruzarse con estrellas de cine y otras celebridades en un viaje transatlántico. Los departamentos de relaciones públicas de las navieras supieron sacar partido de ello, y difundían a menudo a los medios de comunicación fotografías de famosos en sus barcos.