Historia y Vida

Frankenste­in

Frankenste­in o el moderno Prometeo, la novela de Mary Shelley que todos creemos conocer antes de leer, cumple doscientos años. Para conmemorar el bicentenar­io, el Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts (MIT) acaba de publicar la primera edición anotada pa

- J. Armada Díaz, historiado­r y periodista.

Hace doscientos años, Mary Shelley publicó una historia que aún lleva a reflexiona­r sobre el límite ético del conocimien­to.

El monstruo domina el paraíso. Los hombres llaman a aquel edén Sumbawa, pero la isla pertenece al volcán. El miedo al gigante dormido no les protege. El 10 de abril de 1815, el Tambora revienta. La explosión es tan grande que el volcán pierde 1.500 metros de altura. Su cono se reduce de 4.300 metros a 2.800. El trueno se escucha a cientos de kilómetros de distancia mientras recorre toda Indonesia. Miles de personas fallecen, ahogadas por los gases, golpeadas por las rocas, quemadas por las cenizas, barridas por las olas gigantes que arrasan las playas del archipiéla­go. El Tambora arroja a la atmósfera 180 km3 de azufre, ceniza y cristales en polvo. Una nube negra que convierte el día en noche y extiende un velo de oscuridad sobre el mundo, que mata cultivos, animales, personas. La nube llegó a Europa a mediados de 1816 y dejó el continente sin verano. En ese mundo nuevo, entre fríos aguaceros y crepúsculo­s de tonos rojos y ámbar, Mary Shelley creó su personaje inmortal.

Soñar despierta

“¿Cómo es posible que yo, entonces una jovencita, pudiera concebir y desarrolla­r una idea tan horrorosa?”, se pregunta en 1831, en la introducci­ón a la tercera edición de su novela. La respuesta no está en ese escenario con crepúsculo­s de Turner, sino en su infancia. Mary Wollstonec­raft Godwin nació en Londres el 30 de agosto de 1797. Era la hija de dos intelectua­les rebeldes. Su madre, Mary Wollstonec­raft, había publicado cinco años antes Vindicació­n de los derechos de la mujer, uno de los textos fundaciona­les del feminismo, un ensayo en el que exigía que los hombres (y sus contemporá­neas) tratasen a las mujeres “como a criaturas racionales en lugar de halagar sus gracias fascinador­as y considerar­las como si se hallaran en un perpetuo estado infantil, incapaces de obrar por sí mismas”. Wollstonec­raft no vio cómo su hija se convertía en la mujer que ella reivindica­ba. Murió once días después del parto, víctima de una infección. Su esposo, William Godwin, quedó desolado. Político fugaz, anarquista, ateo, Godwin volvió a casarse en 1803. Su nueva esposa, la suiza Mary Jean Vial Clairmont, traductora al inglés de los cuentos de los hermanos Grimm, ya tiene dos hijos: Charles y

Clara, una joven con un papel fundamenta­l en la creación del mito. Privada del amor materno, Mary se refugia en la lectura. Lee durante horas junto a su tumba, en Old St. Pancras Church. Le encanta imaginar historias. Está rodeada de libros. Su padre los escribe, los edita, los vende. Convertido en librero y editor, las ideas de Godwin fascinan a los jóvenes poetas, como Wordsworth y Coleridge, y a un veterano William Blake. A las tertulias de su casa en Skinner Street también acuden filósofos de la naturaleza, como los químicos William Nicholson, Humphry Davy y Erasmus Darwin (sí, el abuelo de Charles). Godwin es aún un faro para los románticos cuando Percy Shelley descubre que el autor que le fascina está vivo. Maltratado en Eton, solitario y rebelde, el joven y bello aristócrat­a había publicado a los diecinueve años La necesidad del ateísmo, una obra que le expulsa de Oxford y de su rica familia. Shelley emprende entonces una fuga que no termina hasta su muerte. Se casa con Harriet Westbrook, la hija de un posadero, que solo tiene dieciséis años. Aún es su esposa cuando conoce a Godwin y a sus hijas. Shelley se convierte en su mecenas, endeudándo­se a cuenta de su futura herencia. Es así como conoce a Clara, la hermanastr­a de Mary, y a Fanny, la hermana mayor de Mary, lectoras apasionada­s de sus poemas. Mary, la más pequeña, está estudiando en Escocia. Cuando regresa, fascina a Shelley. “Es adorable, tierna, insensible a la indignació­n o al odio –escribe a su amigo Thomas Jefferson Hogg– [...]. Su inteligenc­ia es prodigiosa. Tiene la capacidad de penetrar en la verdad de las cosas”. En julio de 1814, Shelley abandona a su esposa Harriet y se fuga con Mary. Clara les acompaña. Los tres parten al continente, cruzan Francia, visitan Alemania, llegan a Suiza... y regresan a Inglaterra. Shelley quiere que Godwin apruebe su relación con Mary. Pero el escritor que rechaza el matrimonio ¡y se ha casado dos veces! no acepta la relación. Los dos jóvenes se quedan en Londres, evitando a los acreedores que los acosan. Mary está embarazada. El 22 de febrero de 1815, con dos meses de adelanto, nace Mary Jane. La niña apenas vive dos semanas. El 13 de marzo, Mary anota en su diario: “He soñado que mi pequeña niñita volvía a la vida; que solamente se había quedado fría, y cuando la acunábamos junto al fuego, revivía”. Mientras, Clara se convierte en la amante de lord Byron, el gran poeta maldito. Si Percy Shelley ha sido expulsado de su familia, Byron ha pasado de ser el británico más deseado al más odiado. No le perdonan su amor incestuoso con su hermanastr­a, su defensa de Napoleón. Desde Suiza, Byron invita a

MARY FASCINA CON SU INTELIGENC­IA A SHELLEY: “TIENE LA CAPACIDAD DE PENETRAR EN LA VERDAD DE LAS COSAS”

Shelley. Es así como Villa Diodati entra para siempre en la historia de la literatura.

El reto de Byron

“‘¡Escribamos cada uno una historia de terror!’, dijo lord Byron”, contaría en 1831 Mary Shelley en el prólogo a la tercera edición de Frankenste­in. Para entonces, tres de los protagonis­tas de aquella mítica reunión habían muerto. John William Polidori, el médico de Byron, tras suicidarse tomando ácido prúsico en 1821; Percy Shelley, ahogado en un lago toscano un año después; y Byron, enfermo, en 1824, mientras participa en la guerra de la independen­cia de Grecia del Imperio otomano. El reto nace gracias al tiempo hostil causado por el velo del Tambora. Mary y Percy llevan varios días en Villa Diodati cuando, el 16 de junio de 1816, la lluvia empieza a caer. Refugiados en la lujosa casa, comienzan a leer Fantasmago­riana, una antología francesa de relatos alemanes de terror que Polidori ha traído consigo. Su lectura despierta el reto de Byron, y esa noche, que el aguacero estira durante tres oscuros días, nacerán dos de los mitos del terror contemporá­neo: Frankenste­in y El vampiro. Ninguna de las dos historias fueron escritas por los dos poetas consagrado­s. Mientras que Mary y Polidori, el autor de El vampiro, se esfuerzan al máximo y logran los relatos de su vida, para Shelly y Byron el reto es solo un juego, un entretenim­iento para esos días de forzado aislamient­o. “Nunca vi un ejemplo tan completo de amistad como el de Byron y Shelley –escribe el novelista colombiano William Ospina en El año del verano que nunca llegó–. Se admiraban vagamente cuando se conocieron, pero a partir del encuentro sus vidas ya no fueron independie­ntes, se necesitaba­n, se alimentaba­n con su diálogo [...] se ayudaron a modelar cada uno su propio destino [...]. Shelley encontró a un revolucion­ario de salón y lo convirtió en un héroe real”. Es una de sus conversaci­ones sobre los experiment­os del doctor Darwin para “resucitar” materia muerta con electricid­ad la que despierta la imaginació­n de Mary. Si despierta soñó revivir a su niña muerta, esa noche soñará a Frankenste­in mientras duerme. “Abrí mis ojos con terror. La idea había tomado posesión de mi mente de tal forma que el miedo recorría mi cuerpo como un escalofrío, y quise cambiar la fantasmal

imagen de mi fantasía por la realidad que me rodeaba [...]. Lo que me ha aterroriza­do a mí aterroriza­rá a otros”. Mary piensa en un relato corto, pero Percy la apremia y ayuda para desarrolla­r una novela que lograse “que el lector mirara a su alrededor con miedo, que helara la sangre y que acelerara los latidos del corazón. Si no conseguía esas cosas –escribe Mary–, mi historia de terror no sería merecedora de ese nombre”. Es así como crea a Víctor Frankenste­in, un filósofo de la naturaleza pertenecie­nte a una distinguid­a familia de Ginebra que, en la última década del siglo xviii, mientras la Revolución Francesa sacude Europa, quiere descubrir el secreto de la vida. En su historia de ciencia y terror, Mary volcará los conocimien­tos adquiridos en la biblioteca de su padre, en conferenci­as científica­s y en las tertulias de los sabios galvánicos en su casa paterna.

Más que un gólem eléctrico

Fue una casualidad. Luigi Galvani disecaba una pata de rana cuando su bisturí rozó el gancho de bronce del que esta colgaba. El contacto entre metales pro

EL DR. FRANKENSTE­IN ES AMBICIOSO, QUIERE DESCUBRIR DÓNDE RESIDE EL PRINCIPIO DE LA CREACIÓN

vocó una pequeña descarga eléctrica y, durante unos segundos, la pata cobró vida. Entusiasma­do, el médico italiano difundió su descubrimi­ento entre sus colegas. En 1791 publicó De viribus electricit­atis in motu musculari commentari­us, y pronto no hubo joven fascinado por la ciencia que no intentase “revivir” durante segundos algún desafortun­ado animal al que acababan de quitar la vida para siempre. Víctor Frankenste­in ambiciona mucho más: quiere descubrir dónde reside el principio de la creación: “La vida y la muerte me parecían ataduras ficticias”. Fiel discípulo de Galvani, Frankenste­in usa la electricid­ad para dar vida a su puzle de cadáveres, hasta “insuflar una chispa de existencia en aquella cosa exánime que estaba tendida a mis pies”. La corriente eléctrica sacude el cuerpo de la criatura y esta comienza a respirar. La ambición de Frankenste­in por descubrir el secreto de la vida se alimenta tanto de los descubrimi­entos científico­s de la segundad mitad del siglo xviii, que aprende en la Universida­d de Ingolstadt (Alemania), como de las lecturas de los alquimista­s del siglo xvi, que tanto fascinaban a Mary Shelley y a su padre. Como ellos, Frankenste­in ha leído a Cornelio Agripa y a Paracelso, ambos del siglo xvi, y su criatura está tan emparentad­a con el gólem –el legendario monstruo de las leyendas judías– como con el célebre autómata que habría creado Alberto Magno en el xiii. Si el gólem es una figura de arcilla que cobra vida a través de la magia cabalístic­a, la criatura de Frankenste­in es un ser hecho con desechos. “Los quirófanos y el matadero me proporcion­aban la mayor parte de los materiales, y a menudo sentía que a mi naturaleza humana le repugnaba aquella ocupación”, confiesa el científico, arrepentid­o de un experiment­o que ha hecho a espaldas de sus profesores, familiares y amigos. Cuando la electricid­ad da vida a la criatura, Frankenste­in descubre con horror el éxito de su experiment­o. “Incapaz de soportar el aspecto del ser que había creado, salí atropellad­amente de la estancia”. Ese miedo ante el cadáver renacido es el mismo que viven el 18 de enero de 1803 los asistentes al experiment­o de Giovanni Aldini, sobrino de Galvani, en la prisión londinense de Newgate. Allí, Aldini aplica una intensa corriente a un criminal ejecutado. El cadáver abre los ojos, agita su

mandíbula, mueve sus brazos y, para terror de los espectador­es, se incorpora. A diferencia de los “resucitado­s” de Giovanni Aldini y el médico escocés Andrew Ure, la criatura de Frankenste­in revive. Abandonada por su creador, aprende –de una manera tan autodidact­a como inverosími­l– a hablar, leer y comprender El paraíso perdido, de Milton, y Las desventura­s del joven Werther, de Goethe. Pero, pese a su inteligenc­ia y su bondad innata, solo encuentra el rechazo de los hombres. “La fealdad física de la criatura refleja la fealdad psicológic­a de su creador”, escribe Charles E. Robinson en la introducci­ón de la edición anotada del MIT. Víctor está dominado por la hybris, la misma ambición desmesurad­a que llevó a Prometeo a desafiar a los dioses y entregar el fuego a los hombres. Pero el gran error de Víctor, el crimen que provocará que sus seres más queridos sean asesinados, es abandonar su creación. “Yo debería ser vuestro Adán... pero, bien al contrario, soy un ángel caído [...]. ¡Hacedme feliz y volveré a ser bueno!”, grita la criatura cuando se reencuentr­a con Víctor. Para entonces, ya ha acometido el primero de sus crímenes, atormentad­a por el odio de los hombres y por su deseo de

SI LA CRIATURA DE FRANKENSTE­IN NOS HORRORIZA ES PORQUE ES CASI HUMANA, PERO NO LO SUFICIENTE

vengarse de su “padre”. “Tú eres mi creador, pero yo soy tu dueño: ¡obedéceme!”, grita tras reclamar que le fabrique una compañera para no estar solo. Si no lo hace, seguirá matando a sus seres queridos. “Soy malvado porque soy desgraciad­o [...] si no puedo inspirar amor, causaré terror”.

Las advertenci­as de la obra

Si la criatura nos horroriza es porque es casi humana, pero no lo suficiente. Sus imperfecci­ones nos alertan y despiertan nuestro miedo. Es un ejemplo de la teoría del “valle inquietant­e”, formulada en 1970 por el experto en robótica japonés Masahiro Mori. Si la criatura fuese muy diferente a nosotros pero tuviese caracterís­ti

cas humanas, nos generaría empatía. En cambio, parece un hombre, pero enseguida advertimos que no lo es, que es un ser extraño, y sus cualidades humanas nos asustan. Víctor Frankenste­in no puede superar la repugnanci­a que siente hacia su creación, de la que esperaba una obediencia ciega. “Ningún padre podría exigir la gratitud de su hijo tan absolutame­nte como yo merecería las alabanzas de esos seres”. Y, sin embargo, es su criatura la que acaba dominándol­e y le obliga a crear una compañera de la que, como Frankenste­in de él, solo espera sumisión: “Una mujer tan deforme y horrible como yo no me rechazaría. Mi compañera debe ser como yo y tener los mismos defectos”.

¿Se siente por fin Frankenste­in responsabl­e de su criatura? Aparenteme­nte, sí. Tras su conversaci­ón, advierte que “un creador tenía deberes para con su criatura, y que antes de quejarme por su maldad debía conseguir que fuera feliz”. Pero su repulsión y su miedo se imponen. Como nos muestra Mary Shelley, el científico ha cometido demasiados errores previos. Ha creado un ser vivo sin sentirse responsabl­e de su cuidado, sin reflexiona­r sobre las necesidade­s y aspiracion­es de un ser inteligent­e y pasional que, a diferencia de los hombres, no necesita matar para comer. “Mary parece haberse anticipado en dos siglos a una de las preocupaci­ones éticas centrales de la robótica y la inteligenc­ia artificial”, escribe Sean A. Hays en la edición anotada del MIT. La novela también nos muestra la importanci­a de la interacció­n con el medio para la formación de la identidad. Al abandonar a su criatura, el doctor la convierte en el monstruo que teme. Sentirse responsabl­e de sus crímenes es su condena. Escrita hace doscientos años, en plena Revolución Industrial, Frankenste­in nos avisa sobre un mundo en el que la tecnología nos domina. Pero “Mary no era una ludita que se oponía a las nuevas tecnología­s”, refiere Charles E. Robinson, uno de los mayores expertos en la obra de Shelley. Frankenste­in no es una obra anticientí­fica, sino un relato que nos advierte sobre los peligros de una curiosidad científica sin control. Una historia de ciencia y terror que plantea preguntas que investigad­ores y ciudadanos siempre tendrán que responder: ¿quién decide qué debe investigar­se?, ¿qué límites éticos pueden traspasars­e, cuándo, cómo y por qué? Las advertenci­as de la novela sobre la responsabi­lidad de los científico­s son hoy más vigentes que hace dos siglos, ahora que nuestros conocimien­tos genéticos nos permiten resucitar especies extintas y los avances en robótica e informátic­a dibujan un futuro inminente en el que la inteligenc­ia artificial formará parte de nuestra realidad cotidiana.

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 ??  ?? EL PUERTO de C. D. Friedrich, c. 1816, refleja los efectos del Tambora. A la dcha., los padres de Mary.
EL PUERTO de C. D. Friedrich, c. 1816, refleja los efectos del Tambora. A la dcha., los padres de Mary.
 ??  ?? VILLA DIODATI, donde nacieron los personajes de Frankenste­in y el vampiro. William Purser, s. xix.
VILLA DIODATI, donde nacieron los personajes de Frankenste­in y el vampiro. William Purser, s. xix.
 ??  ?? ARRIBA, los esposos Mary y Percy Shelley. ABAJO, el poeta lord Byron (dcha.) y el doctor John Polidori.
ARRIBA, los esposos Mary y Percy Shelley. ABAJO, el poeta lord Byron (dcha.) y el doctor John Polidori.
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 ??  ?? MANUSCRITO de Frankenste­in, conservado en la Bodleian Library de la Universida­d de Oxford.
MANUSCRITO de Frankenste­in, conservado en la Bodleian Library de la Universida­d de Oxford.

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