Historia y Vida

En breve

Treinta años de la quiebra de Spantax, pionera de la aviación en España.

- Miriam Márquez Arias

Cuando, el 29 de marzo de 1988, la compañía Spantax quebró, dos trabajador­es sufrieron un infarto fulminante. Al menos dos más morirían en los meses siguientes de “melancolía”, según relatan algunos de sus familiares, “por no poder volar”. Hacía años que la empresa arrastraba una severa crisis económica. Sin embargo, la incertidum­bre no había borrado entre su plantilla el orgullo de pertenecer a la que llegó a ser la primera compañía de aviación privada de España y la segunda chárter de Europa. Pocos esperaban tal éxito cuando, en 1959, un piloto militar (y después civil) amante de la adrenalina, Rodolfo Bay Wright, y una emprendedo­ra azafata de Iberia, Marta Estades Sáez, la fundaron. Spain Air Taxi debutó dando servicio a los técnicos que buscaban petróleo en el Sahara. Refugiados bajo las alas, geólogos, pilotos y tuaregs tomaban té en aquellas expedicion­es que aterrizaba­n libres junto a las dunas.

Revolución en la clase media

A lo largo de los años sesenta, aquella aventurera compañía maduró. Eran tiempos efervescen­tes, y las transforma­ciones sociales se colaron en sus cabinas. Bettina Kadner, la primera mujer en pilotar un avión de pasajeros en España, se estrenó en Spantax entre gritos de “Bettina, a la cocina”. La empresa revolucion­ó también la forma de viajar de aquellos españoles ansiosos de abrirse al mundo. “Muchos ciudadanos cumplieron un sueño que creían irrealizab­le: volar”, cuenta David Nogueira, hijo de una exazafata de Spantax. “Con las tarifas chárter, el avión empezó a llegar a las clases medias”. Desde hace una década, cientos de trabajador­es de Spantax y sus familias, junto con personal de AENA, empresas aeroportua­rias y compañías aéreas de la época (Aviaco, Iberia, TAE...), luchan para salvaguard­ar su memoria. Han logrado restaurar parcialmen­te uno de sus aviones emblemátic­os, el único Convair CV990 Coronado que queda en España (en la base militar de Palma de Mallorca) y uno de los cuatro que existen en el mundo. Antiguos ingenieros, pilotos, azafatas, técnicos han vuelto a trabajar codo a codo para localizar piezas, asistir a subastas, ceder uniformes, recopilar fotos. “Desde Cáceres, un antiguo técnico, ahora ciego, nos guía sirviéndos­e solo de sus recuerdos”, cuenta Tomás Gómez, uno de los impulsores de esta iniciativa que ahora persigue la creación de un museo aeronáutic­o donde exponer este legado.

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ARRIBA, Gregorio Albarracín, Bettina Kadner y Luis Molero. EN EL CENTRO, tripulació­n de un DC-10, 1979. ABAJO, el piloto Kiko González Aguilar ante un Convair CV-990 Coronado, 1973.

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