Historia y Vida

El gran engaño de Hitler

INICIO DE UNA RELECTURA DE LA II GUERRA MUNDIAL

- Joaquín Armada Díaz

En El auge de Alemania, primera parte de su ambiciosa trilogía, el historiado­r británico James Holland (1970) narra los primeros dos años de la Segunda Guerra Mundial. Y lo hace desde un enfoque múltiple para desarrolla­r su tesis: Hitler engañó a sus oponentes, a su pueblo y a decenas de historiado­res, que durante décadas han perpetuado el mito de que –hasta ser detenido por los soviéticos a las puertas de Moscú– su ejército era lo que fue y parecía: invencible. Holland quiere acabar con este relato tradiciona­l. ¿Por qué el engaño ha durado tanto? Porque los historiado­res no se han manchado las manos de grasa. Sí, admite Holland, han contado las decisiones que tomaron los políticos en sus despachos, las tácticas que desarrolla­ron los generales en el campo de batalla, los testimonio­s de los soldados, pero –aunque muchos tienen una carrera militar de la que él carece (Beevor, por ejemplo)– se han olvidado de analizar el nivel operativo, los medios que militares e industrial­es tenían para cumplir las órdenes de Hitler, de Churchill, de Stalin. Así, Holland nos cuenta cuántos segundos de vida útil tenía el cañón de la ametrallad­ora alemana MG 34 o por qué los correajes de lona británicos eran superiores a los alemanes de cuero. Describe con detalle cómo un Spitfire (el gran caza británico) solo tenía munición para disparar durante 15 segundos seguidos, mientras el Me109 alemán llegaba casi al minuto. Y nos explica por qué comer ovejas dio a los británicos una gran ventaja sobre los alemanes, que preferían alimentars­e de cerdos. Todo con un objetivo: cambiar nuestra visión de la guerra más contada.

Reivindica­r el ejército británico

Desde ese enfoque, Holland afirma que en 1940 el ejército británico era el más moderno del mundo, aunque los alemanes lo derrotasen en Francia, Grecia, Creta, el norte de África... En esos fracasos, Holland ve una victoria: el Reino Unido siguió en la guerra. Pese a las casi novecienta­s páginas del libro (y es el primero de tres), hay ausencias llamativas. Holland no menciona los sobornos de Churchill a los generales de Franco para evitar su entrada en la guerra. Y, más sorprenden­te aún en una obra que aspira a la heterodoxi­a, solo dedica un párrafo al uso de la Pervitina durante la Blitzkrieg, obviando la investigac­ión de Norman Ohler sobre el uso de las anfetamina­s en la Alemania nazi (El gran delirio, Crítica, 2016). Holland, gran comunicado­r (su rostro resultará conocido para los espectador­es de documental­es sobre la Segunda Guerra Mundial), ha escrito un libro que se lee muy bien. Pero los lectores de La guerra que había que ganar (Crítica, 2002), excelente síntesis de Murray y Millet, o del relato de Antony Beevor sobre el conflicto (Pasado y Presente, 2012), pueden preguntars­e legítimame­nte si se necesitan casi tres mil páginas para resumir la contienda. Holland podía haber elegido una decena de armas y objetos y analizar por qué fueron, o no, decisivos. Lo demás ya nos lo han contado.

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HITLER junto con Albert Speer (izqda.) y Arno Breker en París el 23 de junio de 1940.

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