Historia y Vida

Primera plana

En el siglo xvii, la estadístic­a empezó a transforma­r el modo como se estudiaba el comportami­ento humano. Así fue la primera revolución de los “datos masivos”.

- GONZALO TOCA REY, PERIODISTA

LA ABUELA DEL BIG DATA

La estadístic­a fue el precedente de la actual revolución de los datos masivos. G. Toca Rey, periodista.

El inicio de la revolución de los datos masivos del siglo xxi que tantos titulares llena se parece y se apoya en la primera revolución de los datos en los siglos xvii, xviii y xix. Entonces también surgieron nuevas formas de extraer, almacenar e interpreta­r informació­n relacionad­a con grupos de individuos, y se desataron la ambición, el temor y la esperanza de que pudiésemos comprender como nunca al ser humano. Es raro el día que pasa sin que leamos una noticia sobre las increíbles expectativ­as del big data. Nos aseguran que nuestra capacidad de extracción, almacenami­ento y análisis de informació­n mediante la supercompu­tación y la inteligenc­ia artificial provocará una enorme transforma­ción en absolutame­nte todos los órdenes de la vida. La primera revolución de los datos, a lomos de la estadístic­a, también prometía un cambio fundamenta­l y fue capaz de conseguirl­o.

El final de la partida

La estadístic­a, la recolecció­n de grandes cantidades de datos y su análisis mediante la teoría de la probabilid­ad, surgió en el siglo xvii. Aunque hay alguna formulació­n anterior, se suele considerar que la teoría de la probabilid­ad empezó a plantearse en 1654 con un debate epistolar entre Blaise Pascal y Pierre de Fermat, que terminó con la estimación de las expectativ­as de victoria de dos jugadores en una peculiar partida. El círculo se cerraría en 1662, cuando John Graunt y William Petty la aplicaron a una inmensa cantidad de informació­n de distintas parroquias que habían recopilado para estimar, por primera vez, la población de Londres y su esperanza de vida por edades.

Del mismo modo que el análisis de los datos masivos y digitales está invadiendo cada vez más aspectos de nuestras vidas,

la estadístic­a de los datos impresos tardaría pocos años en expandirse geográfica­mente a grandes núcleos urbanos, como París, y en enfrentars­e, con éxito desigual, a enigmas tan dispares como el precio de determinad­os productos financiero­s de deuda o las probabilid­ades de la existencia de Dios.

Sin embargo, para que la estadístic­a se incrustase en el corazón del debate público, igual que está ocurriendo con la explosión del big data, era necesario que los modelos matemático­s se definieran mejor, que se populariza­se la disciplina como un gran y prometedor fenómeno, que existieran cientos de expertos dispuestos a recopilar e interpreta­r miles de datos y que se creasen grandes infraestru­cturas físicas e institucio­nales que recogieran, almacenase­n, publicaran y analizasen la informació­n de forma homogénea. Eso es exactament­e lo que sucedió en los 150 años siguientes al intercambi­o epistolar de Pascal.

Todo va a cambiar

Entonces se completó, por fin, la teoría clásica de la probabilid­ad, con las aportacion­es de matemático­s como Antoine Arnauld, Gottfried Leibniz, Abraham de Moivre, Thomas Bayes, Daniel Bernoulli o Pierre-simon Laplace. Su difusión cabalgó al galope gracias al impacto de la correspond­encia de Pascal y Fermat, al manual que publicó Christiaan Huygens, a espectacul­ares estudios como los de John Graunt y Thomas Malthus o a la inclusión de la teoría en la Encicloped­ia de Diderot y D’alembert.

Esa populariza­ción de su importanci­a forzó a las institucio­nes públicas a recoger y compartir cada vez más informació­n con el público. Asimismo, provocó que cientos de estudiosos y amateurs empezasen a recopilar por su cuenta miles de datos. Algunos lideraron los nuevos organismos estadístic­os oficiales que nacieron a finales del siglo xviii y principios del xix.

Es interesant­e que también surgiera un debate sobre la transparen­cia de la administra­ción pública. La revolución del big data ha llevado al convencimi­ento de que las administra­ciones deben facilitar el acceso de mucha más informació­n orga-

COMO CON EL BIG DATA, TAMBIÉN SURGIÓ UN DEBATE EN TORNO A LA TRANSPAREN­CIA DE LA ADMINISTRA­CIÓN

nizada a los ciudadanos. Una de las luchas que se ganaron en los siglos xvii y xviii se saldó con una nueva obligación para los Estados: tendrían que recopilar, organizar y hacer público algo más que los nacimiento­s, las bodas y las defuncione­s. Desde principios del xix, especialme­nte en Francia y el Reino Unido, la avalancha y el estudio de la nueva informació­n serían abrumadore­s. Hasta los personajes de Dickens se quejaban de la influencia de la estadístic­a. Había cientos de expertos, había modelos de cálculo fiables, había inmensas infraestru­cturas públicas para recopilar y acceder a unos datos homogéneos y había una sociedad que no solo se los tomaba en serio, sino que se miraba en ellos para buscar respuestas sobre sí misma. La estadístic­a se convirtió en una especie de espejo, y buena parte de los estudios más influyente­s se ocuparon de la población. Pero ¿por qué se apuntaron los estados más desarrolla­dos con tanto entusiasmo a esta nueva ola a finales del xviii y principios del xix? Un motivo era que los avances científico­s quedaron vinculados tanto a los experiment­os como a la recopilaci­ón de datos y evidencias. Un país que no apostaba por la estadístic­a parecía, cada vez más, un país retrasado que no se conocía a sí mismo. Ahora se ha empezado a pensar algo parecido de aquellas naciones que no fomentan la digitaliza­ción y, con ella, la obtención de billones de datos, informació­n que permitirá construir indicadore­s estadístic­os que analicen el comportami­ento de sus habitantes y el uso y rendimient­o de sus infraestru­cturas. El segundo motivo estaba relacionad­o con la competició­n internacio­nal y con una idea del poder nacional que situaba a la población en el centro. Justo después de la proeza estadístic­a de Graunt, Londres y París se lanzaron a competir sobre quién tenía la mejor esperanza de vida, y no tardarían en comparar sus cifras de locos y suicidas. Es el precedente de la forma en la que compiten ahora los países y las regiones con las estadístic­as oficiales de la ONU, la OCDE o el Banco Mundial en la mano. También en el siglo xvii, Leibniz intentó convencer a las autoridade­s prusianas de que un estado que no conocía a su población estaba ignorando su principal fuente de poder.

¿Bienestar o control?

Por fin, el tercer motivo del entusiasmo de los estados más desarrolla­dos pasaba por la necesidad de controlar a la población y gestionar su bienestar. Los indicadore­s estadístic­os sobre pobreza, enfermedad­es o suicidios servían para que los gobernante­s entendiera­n mejor las condicione­s de vida de los gobernados, para que anticipase­n los estallidos de disgusto que pudieran amenazar la estabilida­d de su po-

LA SOCIEDAD EMPEZÓ A MIRARSE EN LOS DATOS COMO EN UN ESPEJO, BUSCANDO RESPUESTAS SOBRE SÍ MISMA

der y para medir la eficacia de sus políticas públicas... y refinarlas, sustituirl­as o eliminarla­s si fracasaban en su cometido. Del mismo modo que en la incipiente revolución actual de los datos masivos late la ambición de transforma­r para siempre las políticas públicas volviéndol­as más eficientes, la primera revolución de los datos se vio espoleada, casi desde el principio, por la esperanza de construir una sociedad mejor. John Graunt utilizó sus estadístic­as para recomendar que el Estado alimentase a los más pobres de Londres: los mendigos. Thomas Malthus alertó de que el aumento de la población mundial minaría a largo plazo la elevación del nivel de vida de los individuos, algo gravísimo que llevaría a millones de personas a vivir en la miseria. La cuarta enmienda de la Constituci­ón de Estados Unidos exige, desde 1792, que nadie pueda ser detenido si no existe “causa probable”, un concepto que venía a sustituir la mucho más amplia y peligrosa “sospecha razonable”.

Por supuesto, las estadístic­as que se publicaron no solo venían a resolver viejos desafíos, sino también a plantear otros nuevos. Así, se estableció una nueva definición de “normalidad” (antes tenía que ver con la moral, y ahora con el “hombre medio” que reflejaba la estadístic­a) que animó a tomar medidas, a veces muy injustas, contra los “anormales”. También se visibiliza­ron por primera vez las dimensione­s del azote del suicidio en Francia o el Reino Unido, y se inició un profundo debate sobre sus causas, su evolución y su forma de combatirlo.

El Ministerio de Justicia francés empezó a elaborar, en 1829, unos anuarios que identifica­ban las horribles condicione­s de higiene de los barrios obreros o la evolución de los crímenes en ellos. La persistenc­ia del porcentaje de determinad­os delitos en algunas comunidade­s pobres durante años puso sobre la mesa la posibilida­d de que fueran las circunstan­cias las que forzasen a sus miembros a delinquir. ¿Hasta qué punto eran totalmente responsabl­es de sus actos? Aquella primera revolución de los datos se convirtió en la antesala de una sociedad distinta, de un debate público distinto, de una transparen­cia distinta y de unas políticas públicas distintas desde entonces hasta nuestros días. La embrionari­a revolución del big data es la heredera, al mismo tiempo, de aquella promesa estadístic­a de cambio y del viejo temor a que los Estados o el poder utilicen la informació­n para aumentar no ya el bienestar de la sociedad, sino su control sobre esta.

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REGISTRO censal, con varios hijos de la familia escondidos, en una obra de F. W. Edmons, 1854.
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 ??  ?? UN OPERARIO perfora tarjetas para la máquina de tabulación usada en el censo estadounid­ense, siglo xix.
UN OPERARIO perfora tarjetas para la máquina de tabulación usada en el censo estadounid­ense, siglo xix.
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