Historia y Vida

Arqueologí­a

La investigac­ión de unos retratos y una momia de la región egipcia de El Fayum avala la internacio­nalización del comercio en el Mediterrán­eo romano.

- DAVID MARTÍN GONZÁLEZ, PERIODISTA

SELFIES DEL MÁS ALLÁ

Nuevas pistas sobre momias y retratos fúnebres del Egipto romano. D. Martín González, periodista.

Sus inmensos ojos negros nos devoran. Parece triste pese a las joyas de oro que la adornan y su aspecto de niña bien. Ni siquiera el que su retrato protagonic­e una exposición en tierras extrañas le arranca una sonrisa. Cinco años tuvo en vida la momia de esa chiquilla desconocid­a que ahora yace en una sala del Museo Block de la universida­d estadounid­ense Northweste­rn, custodiada por piezas de todo tipo relacionad­as con el Egipto romano. Entre las piezas, un grupo de retratos representa­n a gentes que, como ella, nos observan desde los tablones que un día sirvieron de máscara mortuoria a algún bonito cadáver. ¿Cómo han llegado la pequeña momia y todos esos retratos desde el más allá hasta un académico rinconcito de Estados Unidos?

De canallas y filántropo­s

A finales del siglo xix, uno de los más célebres marchantes de antigüedad­es saqueadas del mundo, Theodor Graf, organizó en diversos países de Europa una exposición itinerante de retratos de as-

pecto renacentis­ta, sumamente realistas y con cierto halo de misterio. El halo lo rompió un arqueólogo alemán, Georg Ebers, quien certificó que aquellas obras provenían del Egipto romano. Probableme­nte, habían servido como una especie de máscara para cadáveres momificado­s de gente con posibles enterrada en la zona de El Fayum, allá por el siglo ii d. C. Y allí yacieron en paz hasta que algún amigo de Graf profanó sus tumbas y vendió cuanto encontró en ellas. Poco después, el egiptólogo inglés William Matthew Flinders Petrie, excavando cerca de Hawara, localizó una necrópolis y, en ella, retratos similares a los de Graf, pero acompañado­s de su cadáver correspond­iente.

Los también británicos Bernard P. Grenfell y Arthur S. Hunt, dos amigos conocidos por sus sistemátic­os trabajos, se hicieron asimismo con varios retratos procedente­s del más allá. Lo consiguier­on gracias a la estadounid­ense Phoebe Apperson Hearst, la filántropa y feminista madre del magnate de la prensa William Randolph Hearst, que empleó parte de su fortuna en enviar a estos dos colegas a Egipto, contribuye­ndo con su financiaci­ón a que se hicieran con un inmenso fondo de papiros. Muchos de aquellos legajos figuraban entre momias de cocodrilos y de humanos, algunos de los cuales fueron enterrados con retratos similares a los de Petrie.

Todo ello se remitió a Estados Unidos, donde los impresiona­ntes rostros descansaro­n a buen recaudo durante años sin contar a quienes los escrutaban absolutame­nte nada sobre su procedenci­a, su razón de ser, los materiales con los que habían sido ejecutados o los lugares que atravesaro­n antes de acabar sobre el rostro de una momia. Hasta ahora.

La Universida­d de Northweste­rn responde en una exposición a muchas de las cuestiones que plantean la existencia de

FUE EL ALEMÁN GEORG EBERS QUIEN CERTIFICÓ QUE LOS MISTERIOSO­S RETRATOS PROVENÍAN DEL EGIPTO ROMANO

estos peculiares retratos mortuorios. Tras estudiar quince de ellos, una de las primeras cosas que descubrió el equipo de la Northweste­rn, en colaboraci­ón con el Museo de Antropolog­ía Phoebe A. Hearst, es que los pintores de la época utilizaron el color azul con profusión. Aparenteme­nte, esto no tiene nada de particular. El pigmento azul egipcio que aparece en los retratos de los muertos fue utilizado en multitud de culturas del mundo antiguo. Fue el primer color de la historia obtenido de forma sintética, fusionando a 850 ºc una mezcla de arena silícea, calcita, mineral de cobre y radón. Pero no era barato, así que lo habitual era que se exhibiese en público, que sirviera para adornar monumentos y lugares bien visibles, haciendo alarde del derroche que suponía su uso.

Sin embargo, en los retratos de los muertos, el pigmento azul egipcio no se aprecia a simple vista. Los científico­s que han examinado las obras han encontrado este carísimo color oculto bajo las otras pinturas. Los artistas que ejecutaron aquellas creaciones mortuorias utilizaron el azul de forma discreta, sirviéndos­e de él para modular la coloración y resaltar sombras y ropajes. Un objetivo secundario para el pigmento más caro de la paleta, pero que elevó los retratos de los muertos a una calidad artística y a unos niveles de iluminació­n nunca vistos hasta entonces. Y todo para acabar en las oscuras tumbas de los aristócrat­as de la época.

Azul aparte, la gama empleada en los retratos era, si no original en cuanto a variedad cromática, sí diversa en procedenci­as. El color hierro tierra llegó desde la isla de Ceos, en Grecia, y el plomo rojo vino de España. Además, las maderas sobre las cuales se ejecutaron los retratos fueron taladas en Europa Central. Estos descubrimi­entos nos permiten valorar en toda su inmensidad la globalizac­ión que impuso Roma en el Mediterrán­eo.

EL ESCÁNER DE LA MOMIA DE HIBBARD HA REVELADO QUE FALLECIÓ SEGURAMENT­E DE VIRUELA O MALARIA

Los investigad­ores de la Northweste­rn también han dado con una anotación oculta en uno de los retratos: “Pinta los ojos con mayor suavidad”, indicación que ha sido utilizada por los organizado­res de la muestra para titularla. Este texto podría provenir de la mano de un maestro de taller o ser un recordator­io reseñado por el propio artista. Y nos da una idea de hasta

qué punto se cuidaban los detalles en unas obras que, probableme­nte, se pagaron bien. La mayoría de los retratos examinados, así como otros objetos que forman parte de la exposición, provienen del Museo de Antropolog­ía Phoebe A. Hearst. Pero la principal de las atraccione­s no es uno de los retratos. Ni tampoco algún espectacul­ar objeto cubierto de oro y joyas preciosas. Es la niña cuyos ojos nos observaban al comienzo de este texto.

Una niña de siglos de edad

La pequeña proviene de la colección del Seminario Teológico Garrett-evangelica­l, y es conocida como la momia de Hibbard. Apareció cerca de Tebtunis, en la región egipcia de Hawara. En agosto de 2017 fue objeto de un escaneo futurista jamás efectuado sobre una momia humana. En el Hospital Northweste­rn Memorial, en el centro de Chicago, los investigad­ores escrutaron su interior sin tocar las vendas de lino que la envuelven. Gracias a esta técnica no invasiva podemos saber que la niña, de poco más de un metro de estatura, yace bajo los vendajes con el rostro pintado con cera de abeja y pigmentos, con su frondoso y oscuro pelo recogido en la nunca. Su cuerpo lo adornan una túnica carmesí y hermosas joyas de oro. El examen también ha desvelado que vivió en una comunidad agrícola y que, a buen seguro, falleció de viruela o malaria. En el proceso de momificaci­ón, se introdujo en su cráneo algún tipo de cuenco hecho a base de alquitrán, y en su estómago un misterioso objeto todavía por identifica­r. En cuanto al retrato incrustado sobre el rostro de la momia, se armó de forma diferente a los procedente­s de la colección de Hearst. Eso implica que también habría llegado desde un taller distinto al de los otros retratos que forman parte de la exposición. Pero, sin duda, la niña perteneció a una familia tan acaudalada como las de los propietari­os del resto de peculiares máscaras mortuorias. Aquellos ciudadanos del Egipto romano que, todavía no sabemos por qué motivo, decidieron enterrarse con una fotografía casi perfecta de su aspecto en vida y que ahora, casi dos mil años más tarde, han resucitado para nosotros.

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GRENFELL y Hunt (arriba), y Phoebe A. Hearst (abajo). A la izqda., la momia de Hibbard.
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ESCÁNER de la momia en el Hospital Northweste­rn Memorial y dos imágenes 3D (dcha.) del TAC.

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