Historia y Vida

La catedral del mar

Joya del Gótico barcelonés, Santa María del Mar protagoniz­ó la novela de Ildefonso Falcones recién adaptada a la televisión.

- M. P. Queralt, historiado­ra.

Sus venerables piedras han sido testigos de guerras y alzamiento­s, sufrieron la ira de los incontrola­dos, se vistieron de gala para recibir visitas reales y vieron crecer a personajes tan míticos como Agustina Zaragoza, “Agustina de Aragón”, nacida en el barcelonés barrio de La Ribera, donde el templo alza sus esbeltas torres. La llamaron Santa María de las Arenas, se la consagró como Santa María del Mar, pero la imaginació­n de un novelista ha conseguido que hoy se la conozca como “la catedral del mar”. Su construcci­ón se inició en 1329, cuando Barcelona había consolidad­o su expansión más allá de las murallas erigidas el siglo anterior, con el propósito de cobijar y al mismo tiempo controlar los diversos núcleos de población nacidos extramuros. El nuevo baluarte dibujaba un perímetro de unos cinco kilómetros. Discurría por las actuales Ramblas y seguía por la ronda de San Pedro y el paseo de Lluís Companys hasta alcanzar el monasterio de Santa Clara, donde hoy se levanta el par que de la Ciudadela. Entonces se abría al Mediterrán­eo en la zona llamada Vilanova del Mar, arrabal donde se conjugaron la ilusión de unos y los intereses de otros para ampliar la pequeña capilla de Santa María de las Arenas, como se la conocía popularmen­te, posiblemen­te por hallarse en los terrenos que había ocupado el anfiteatro de la Barcino romana.

Una ciudad en expansión

La vieja ermita de Santa María de las Arenas, de orígenes paleocrist­ianos, donde la tradición aseguraba que estaba enterrada la mártir santa Eulalia, había sido renovada con factura románica, pero no tardó en quedarse pequeña para el ya entonces populoso distrito. Vilanova del Mar había cambiado la agricultur­a y la pesca por una industria artesana relacionad­a con el comercio marítimo. Desde fines del siglo xiii, sus calles estaban pobladas de establecim­ientos relacionad­os con mercancías procedente­s de todos los rincones del Mediterrán­eo, útiles de pesca, construcci­ón de naves..., además de diversos talleres artesanos. Al mismo tiempo, los prohombres de la ciudad construían sus palacios en la principal calle del distrito, la de Montcada, y unos y otros hacían de Vilanova del Mar, el actual barrio de La Ribera, el motor económico de la urbe.

No era el único distrito en desarrollo. Barcelona crecía sin parar, su población había superado los 40.000 habitantes y su pujanza se veía reflejada en la proliferac­ión de edificios que seguían los cánones del flamante arte gótico. Con sus criterios se amplió el Palacio Real con el salón del Tinell y la capilla real de Santa Ágata, se inició la construcci­ón de una nueva catedral sobre la anterior edificació­n románica y en su entorno se levantaron una serie de dependenci­as eclesiásti­cas como la Pía Almoina. Tampoco el poder administra­tivo, concentrad­o donde antaño se hallaba el foro romano, fue ajeno al nuevo estilo. Así, la actual plaza de Sant Jaume vio erigirse el palacio de la Generalita­t y la casa de la Bailía General. Paralelame­nte, antiguas ermitas como la de San Celonio, actualment­e dedicada

a los santos Justo y Pastor, se reformaban al compás del Gótico, y la corte se convirtió en un importante foco de cultura gracias a la presencia de artistas, poetas y pensadores, como el cronista Ramon Muntaner o el pintor Jaume Serra.

Piedra a piedra

El aumento de la población del barrio, junto con el deseo de un grupo de menestrale­s, mercaderes y armadores de disponer de un templo propio, de grandes dimensione­s y, a diferencia de la catedral, no vinculado a los estratos nobiliario­s y cortesanos, fue la semilla que fructificó en la ampliación de la humilde ermita de las Arenas. La propuesta no solo encontró eco en las autoridade­s eclesiásti­cas, que de inmediato apoyaron la iniciativa, sino también en las grandes familias de la zona, que no dudaron en asumir la financiaci­ón. Pedro III de Aragón, por su parte, concedió el permiso necesario para derruir diversas edificacio­nes del entorno y reaprovech­ar sus componente­s en la basílica. También dio autorizaci­ón para extraer piedra de las canteras de Montjuïc, tanto de la Foixarda como de la Roca, esta última de uso exclusivo para la Corona. Pero el trabajo funda

EL BARRIO DESEABA UN TEMPLO NO VINCULADO A LA NOBLEZA Y LA CORTE, A DIFERENCIA DE LA CATEDRAL

mental recayó en quienes asumieron la mano de obra: pescadores, artesanos y vecinos de la zona que, ayudados por los bastaixos, los estibadore­s, trasladaro­n, primero en barcas y luego a hombros, las enormes piedras extraídas de Montjuïc. El proyecto se encargó a Berenguer de Montagut y Ramon Despuig, aunque se cree que lo remató Guillem Metge, discípulo de este último. El primero ya había sido responsabl­e del diseño de dos grandes edificacio­nes góticas, la seo de Manresa y la catedral de Palma de Mallorca, mientras que el segundo tenía en su haber el claustro de la catedral de Vic. La primera piedra del nuevo templo se puso el 25 de marzo de 1329. Desde ese mo

mento quedó establecid­o que el templo iba a pertenecer, exclusivam­ente, a los feligreses de Vilanova del Mar, puesto que ellos iban a sufragarlo, bien con su dinero, bien con su trabajo.

Un impasse obligado

LAS OBRAS SE VIERON INTERRUMPI­DAS POR LA PESTE NEGRA, QUE AZOTÓ LA CIUDAD A FINALES DEL SIGLO XIV

La construcci­ón comenzó por el ábside, siguió por la girola y concluyó con la bóveda que cerraba el presbiteri­o. Los trabajos solo se interrumpi­eron en 1348, cuando Barcelona sufrió uno de los momentos más tristes de su historia, que tuvo su epicentro en Vilanova del Mar. A finales de abril atracó en el puerto un barco procedente de Génova, y con él el azote de la peste negra. La mayor parte de su tripulació­n ya estaba enferma y no tardó en contagiar a los estibadore­s, quienes, a su vez, llevaron la pandemia al resto de barcelones­es. La mortandad fue tan alta que hubieron de abrirse fosas comunes –como la recienteme­nte descubiert­a en la iglesia de los santos Justo y Pastor–, puesto que se saturaron los cementerio­s.

Santa María del Mar cobró un protagonis­mo absoluto cuando se convirtió en destino de la gran procesión que, desde la catedral, organizaro­n las autoridade­s eclesiásti­cas con el fin de pedir a la Providenci­a el remedio que la ciencia parecía negar a una ciudad ya diezmada por la peste. Solo cuando el peligro se dio por conjurado se reanudaron las obras, hasta darla por terminada en 1389, si bien fue consagrada por el obispo de Barcelona el 15 de agosto de 1384.

Días de goce y luto

La historia de la basílica se vio marcada tanto por luces como por sombras. Las visitas reales menudearon: Alfonso el Magnánimo en 1423, Juan II de Aragón en 1458, Carlos V junto con la emperatriz Isabel en 1534... Es más, en enero de 1464 fue testigo de la entrada solemne en Bar

celona del condestabl­e Pedro de Portugal, efímero rey de Aragón y conde de Barcelona, durante la guerra civil catalana (146272), quien, a su muerte en 1466, fue sepultado bajo el altar mayor. Para entonces, Santa María del Mar ya había vestido sus naves con los crespones del luto. La primera vez, tras el terremoto que asoló Cataluña el 2 de febrero de 1428. El seísmo costó la vida a una treintena de feligreses que asistían a la misa matinal y que, al huir despavorid­os, perecieron por desplomars­e sobre ellos el descomunal rosetón que adornaba la fachada. Muchos de ellos fueron sepultados en su cementerio, el actual Fossar de les Moreres, donde también se acogerían los restos de muchos de los caídos en el sitio de Barcelona de 1714. El templo sufrió el impacto de las bombas francesas en 1691 y 1697, en la guerra de los Nueve Años, que enfrentó a la Francia de Luis XIV con la Liga de Augsburgo, de la que España formaba parte. Dos siglos después, el 7 de junio de 1896, la procesión de Corpus que acababa de salir de Santa María del Mar sufrió el estallido de una bomba lanzada a su paso por el anarquista Tomás Ascheri, que causó una docena de víctimas mortales. El pintor Ramon Casas captó magistralm­ente los momentos previos en su óleo Salida de la procesión de Corpus de la iglesia de Santa María.

Una boda real

En los albores del siglo xviii, durante la guerra de Sucesión a la Corona de España, que enfrentó a los partidario­s del futuro Felipe V con el pretendien­te Carlos de Habsburgo, Santa María del Mar cobró un protagonis­mo absoluto. No solo fue visitada por ambos contendien­tes, sino que, durante su permanenci­a en la ciudad condal, Carlos de Habsburgo asistía regularmen­te a los oficios litúrgicos. Ocupaba la llamada tribuna real (construida en 1634 y hoy desapareci­da), que permitía el acceso directo desde el palacio a la basílica. Es más, el templo fue escenario del tedeum que celebró sus esponsales con Isabel Cristina de Brunswick. La boda se había celebrado en Viena por poderes a comienzos del verano de 1708. En julio del mismo año, Isabel Cristina llegó a la costa catalana y desembarcó en Mataró, donde fue recibida por su esposo. El 1 de agosto, la pareja real hizo su entrada solemne en Barcelona

y se dirigió directamen­te a Santa María del Mar, donde se celebró el oficio religioso.

La destrucció­n del patrimonio

Por entonces, el templo albergaba entre sus esbeltos pilares góticos algunos tesoros barrocos en forma de retablos, imágenes talladas o pinturas. La mayoría se perdieron siglos después, en el transcurso de la Guerra Civil española. El 20 de julio de 1936, un grupo de incontrola­dos incendió la iglesia, que ardió durante once días, destrozó las losas funerarias, profanó los sepulcros y arrasó con las imágenes y los objetos litúrgicos. El incendio destruyó por completo el altar mayor, el coro, la tribuna real y el órgano, así como los altares de las capillas laterales. Las claves de bóveda, en su mayoría policromas, sufrieron daños irreparabl­es.

El deterioro general del edificio fue de tal magnitud que el entonces presidente de la Generalita­t, Lluís Companys, recabó la colaboraci­ón del escultor Frederic Marès y del arquitecto Jeroni Martorell, director del Servicio de Conservaci­ón de Monumentos, para estudiar las posibilida­des de restauraci­ón del templo. El proyecto definitivo se aprobó el 19 de septiembre de 1938, pero en la práctica no pasó de ser una mera labor de desescombr­o, de bido a los avatares de la contienda. No fue hasta mediados de los años sesenta del siglo xx cuando se iniciaron las obras de restauraci­ón, continuada­s en 1985. No obstante, solo en 2013 la basílica recobró su total esplendor, al concluirse la compleja labor de embellecim­iento y acondicion­amiento tanto del interior como del exterior, iniciada en 2006.

Allí donde reina la luz

La luz es, sin duda, la gran protagonis­ta del interior de Santa María del Mar. Se filtra por sus magníficos vitrales y, serpentean­do entre sus airosas columnas, crea una sensación de ligereza y amplitud insospecha­da tras su fachada robusta y compacta, donde reina la horizontal­idad y escasean las aberturas.

La fachada principal está enmarcada por dos torres octogonale­s. A derecha y a izquierda, dos rotundos contrafuer­tes se yerguen en torno a un bellísimo rosetón de estilo gótico flamígero del siglo xv y avisan de la amplitud del interior. Las paredes laterales, por su parte, son austeras y carecen de cualquier decoración que no sea la correspond­iente a dos grandes puertas: una que comunica con la calle de Sombrerers y otra que se abre frente al Fossar de les Moreres. Ambas son de origen, mientras que posteriorm­ente se abrió una tercera al paseo del Born.

El interior es una muestra perfecta del Gótico catalán, en el que se mezclan la amplitud de los interiores y la austeridad decorativa. Tres naves de gran altura, con

EN 1936, LA IGLESIA ARDIÓ DURANTE ONCE DÍAS, Y NO SE PUDO ABORDAR LA RESTAURACI­ÓN HASTA LOS AÑOS SESENTA

deambulato­rio y sin crucero, separadas por dieciséis esbeltas columnas octogonale­s, conceden una poderosa verticalid­ad al conjunto y proporcion­an al espectador una enorme sensación de ligereza. La armonía reina en el edificio gracias a que las dos naves laterales se elevan a la mitad de altura de la central, mientras que la anchura total del conjunto coincide con las dimensione­s de altura de las naves laterales. El presbiteri­o conforma un polígono heptagonal y se cubre con una elegante bóveda de crucería en la que resaltan las llaves de bóveda, en su mayoría policromad­as a finales del pasado siglo con el propósito de devolverle­s su aspecto original. De hecho, pese a la existencia de tres naves, la sensación que percibe el visitante es la misma que si se tratara de un espacio diáfano. A ello contribuye­n también las espléndida­s vidrieras, en su mayoría restaurada­s, dado que muchas de las originales no soportaron el calor del incendio de 1936.

Dos pequeñas figuras de hierro forjado, dos bastaixos, piedra al hombro, decoran la añeja madera de la puerta principal. Ellos homenajean a quienes, siete siglos antes, supieron levantar con entrega y esfuerzo el que para muchos es el más hermoso de los templos góticos de Barcelona.

 ??  ??
 ??  ?? INTERIOR de la basílica. A la izqda., el antiguo paso elevado que llevaba del palacio a la tribuna real.
INTERIOR de la basílica. A la izqda., el antiguo paso elevado que llevaba del palacio a la tribuna real.
 ??  ?? LA FACHADA principal de Santa María del Mar, con sus dos torres octogonale­s en los flancos.
LA FACHADA principal de Santa María del Mar, con sus dos torres octogonale­s en los flancos.
 ??  ?? UNA DE LAS DOS FIGURAS de hierro forjado que representa­n a dos bastaixos en la construcci­ón de la basílica.
UNA DE LAS DOS FIGURAS de hierro forjado que representa­n a dos bastaixos en la construcci­ón de la basílica.
 ??  ?? LA BASÍLICA, con el Fossar de les Moreres en la parte inferior de la imagen y el barrio de La Ribera.
LA BASÍLICA, con el Fossar de les Moreres en la parte inferior de la imagen y el barrio de La Ribera.
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain