MÁS QUE DOS RIVALES
El historiador romano Tito Livio reconoció en el cartaginés Aníbal Barca sus cualidades como soldado de caballería e infantería. A ello podemos sumar una excepcional visión para la estrategia bélica. Su talento militar se manifestó en numerosas campañas victoriosas contra Roma. Así, la batalla de Cannas ha pasado a la historia como un modelo de eficacia táctica. Su maniobra de tenaza contra las legiones creó escuela entre sus rivales, a los que había sorprendido previamente con la épica travesía de los Alpes al frente de sus elefantes. Un golpe psicológico. Frente a él, Publio Cornelio Escipión, un joven romano decidido a erigirse en gran caudillo, que tenía en Aníbal su obsesión, pero también su espejo. Con su habilidad, y la fe en sus posibilidades, logró vencerle en Zama.
Pero este duelo, uno de los más atractivos de la Antigüedad, va más allá de personalismos. El conflicto afectó a una inmensa cantidad de pueblos de orígenes diversos y capacidades e intereses distintos, sin cuya participación el desenlace hubiera sido otro. Tribus de la península ibérica, de la Galia e Italia actuaron como aliados de Aníbal o Escipión en los diferentes escenarios. En ocasiones, suministrando recursos para las expediciones; en otras, con grandes contingentes militares, como fue el que consiguió movilizar Sífax, el líder de los masasulios, a favor de los cartagineses. No obstante, las estratagemas que habían resultado victoriosas para el general púnico chocaron con Roma y sus nuevos apoyos, quienes envolvieron a los cartagineses y les propinaron el golpe mortal.
Fue más que una derrota. Se convirtió en el principio del fin de la hegemonía de Cartago, que pasaría el testigo a su grandísimo enemigo. Como afirma el historiador Pedro Barceló, “que los romanos se fijaran, inmediatamente después de la segunda guerra púnica, en Grecia y demás países del Mediterráneo oriental es una consecuencia de su imparable avance”. Aquella contienda sencillamente cambió el orden del mundo conocido.