Historia y Vida

Lady Jane Grey

Lady Jane Grey fue la reina más breve de Inglaterra. Solo nueve días estuvo en el trono esta adolescent­e, prima de la católica María Tudor.

- M. Alpert, historiado­r.

La sobrina nieta de Enrique VIII ciñó la Corona durante solo nueve días.

Para comprender los motivos del ajusticiam­iento en 1554 de la reina Jane de Inglaterra, a sus dieciséis años y después de un reinado de solo nueve días, hay que remontarse cuarenta y cinco años atrás, hasta el reinado de Enrique VIII, cuando este, recién coronado, se casó en 1509 con Catalina de Aragón. Después de una historia ginecológi­ca difícil, Catalina dio a luz a una niña. Sin embargo, para asegurar la sucesión de los Tudor, Enrique VIII necesitaba un hijo varón nacido de legítimo ma trimonio. Inició relaciones con Ana Bolena. Al negarse el papa a anular su matrimonio con Catalina, Enrique nombró primado de Inglaterra a Thomas Cranmer, que aprobó el divorcio real. A principios de 1533, Enrique se casó con Ana Bolena.

Esta estaba ya embarazada. Para asegurar la legitimida­d del niño que llevaba en su seno, se declaró sin efecto el matrimonio de Enrique con Catalina. Enrique alegaba que, como Catalina había sido mujer de su hermano mayor, contravini­endo así la ley bíblica que prohíbe casarse con la mujer

del hermano, la dispensa papal que había permitido su matrimonio con Catalina no era válida, y, por tanto, la ausencia de un hijo varón simbolizab­a el castigo divino. Muerta Catalina de Aragón y ajusticiad­a Ana Bolena por sospechas de infidelida­d, en mayo de 1536, Enrique VIII se casó con Jane Seymour. En octubre del año siguiente, Jane dio a luz a un niño, bautizado Eduardo, que sería el único hijo varón de Enrique VIII. Por fin parecía que la sucesión estaba asegurada.

Una revolución inevitable

Sin embargo, el maremágnum de la cuestión religiosa, motivo de gran conflicto en Inglaterra, no se calmaba. A pesar de haberse independiz­ado de Roma, y pese a su divorcio de Catalina, Enrique VIII continuaba considerán­dose católico. En 1539 obligó al Parlamento a aprobar los Seis artículos, que reafirmaba­n la ortodoxia católica en temas doctrinale­s claves, sobre todo los de la transustan­ciación, la confesión y el celibato sacerdotal. Con los Seis artículos, el rey buscaba distanciar­se del evangelism­o protestant­e avanzado por el arzobispo Cranmer y por diversos nobles del reino. No obstante, la anulación de su matrimonio con Catalina representa­ba un catalizado­r que puso en marcha una serie de cambios difíciles de controlar. Contra su propia voluntad, Enrique VIII había desencaden­ado una revolución religiosa en Inglaterra, país con una larga historia de anticleric­alismo y en el cual penetraban ya las doctrinas luteranas. Cuando, en enero de 1547, Enrique VIII falleció, su sucesor, Eduardo VI, tenía solamente nueve años. Muerta su madre de fiebres puerperale­s, la regencia pasó al tío del rey, Edward Seymour, nombrado ahora duque de Somerset. Somerset y el arzobispo Cranmer aprovechar­on la situación para imponer una serie de reformas protestant­es en la práctica religiosa, entre ellas, una liturgia nueva: el llamado Book of Common Prayer, el libro de oficios cristianos que todos deberían emplear, suprimiend­o la misa y el celibato sacerdotal. Eduardo VI, al ir entrando en la adolescenc­ia, adoptó con entusiasmo las nuevas doctrinas protestant­es. Durante su corto reinado se realizaron reformas que, entre otros cambios fundamenta­les, supusieron la remoción de altares, de imágenes sagradas y del empleo de incienso, así como la imposición del inglés como lengua litúrgica. Al mismo tiempo, el joven rey discutía constantem­ente con su hermana mayor, María Tudor, que había sido educada en el catolicism­o por su madre, Catalina de Aragón. Oír misa constituía un acto prohibido por ley, de modo que la insistenci­a de María en observar este rito en su capilla privada estaba provocando una crisis internacio­nal entre Inglaterra y el emperador Carlos V, primo de María. Parecía que Inglaterra se encaminaba hacia la Reforma. Estalló una crisis cuando, durante el verano de 1553, se hizo evidente que no le quedaban al joven rey muchos días de vida. El año anterior, Eduardo había sufrido sarampión y varicela, y en ese momen

to padecía una infección pulmonar que desembocar­ía en una septicemia generaliza­da. Su entonces protector, el conde de Warwick (luego duque de Northumber­land), estaba resuelto a preservar las reformas protestant­es ya establecid­as. Sin embargo, si accedía al trono María Tudor, era obvio que restaurarí­a a rajatabla el catolicism­o tal como había regido en Inglaterra antes del cisma con Roma.

Agitando un avispero

El 21 de mayo de 1553, la joven de quince años Jane Grey, hija del duque de Suffolk y nieta de la hermana de Enrique VIII (y, por tanto, tercera en la línea de sucesión al trono después de las hijas de Enrique), se casó con Guildford Dudley, hijo del duque de Northumber­land. La unión, se esperaba, conllevarí­a ventajas políticas y financiera­s para ambas familias. Northumber­land propuso al enfermizo monarca que apartara del trono a sus hermanastr­as María e Isabel y que legara la Corona a su prima Jane Grey. La cuestión legal era si Eduardo VI conservaba el derecho de nombrar sucesor a quien él quisiera. Ahora bien, Eduardo, viendo acercarse la muerte y decidido a preservar el protestant­ismo en Inglaterra, redactó una declaració­n que excluía a María y a Isabel del trono, alegando que las dos eran ilegítimas (se basaba en que el matrimonio de Enrique VIII con Catalina había sido inválido y en que Isabel había sido concebida antes de que Enrique se casara con Ana Bolena). Pese a las dudas expresadas, y con el rey en su lecho de muerte, el 21 de junio los consejeros reales y el arzobispo Cranmer acordaron aceptar a Jane Grey como futura reina. Quince días después, el 6 de julio, Eduardo VI falleció, poco antes de cumplir dieciséis años. María, avisada de que el duque de Northumber­land, uno de los poderosos nobles que apoyaban a Jane Grey, pensaba secuestrar­la, se refugió en sus propias tierras en el condado de Norfolk, donde se sentía

NORTHUMBER­LAND PROPUSO A EDUARDO VI QUE LEGARA EL TRONO A GREY PARA GARANTIZAR LAS REFORMAS

a salvo. Mientras tanto, el alcalde y los principale­s ciudadanos de Londres aceptaron a Jane Grey como soberana. Poco iba a durar su lealtad. Jane era reina, pero era también prisionera de un grupo de hombres sin escrúpulos y ávidos de poder. El día 10 de julio, la joven, acompañada de su marido y su suegro, se hospedó en la torre de Londres, donde, por tradición, los monarcas de Inglaterra tomaban posesión del reino. Un mercader genovés, Baptista Spinola, anotó en sus recuerdos que Jane era “bien formada y graciosa”, aunque tan pequeña que llevaba chapines, zapatos con suelas altas para alcanzar mayor estatura. Añadió el genovés: “Pero esta señora es muy herética y nunca ha oído misa, por lo cual mucha gente principal no se presentó [a la coronación]”. Enseguida, los habitantes de East Anglia, la zona oriental del país, movilizaro­n fuerzas para apoyar a María. ¿Estallaría una guerra civil? María se mudó al castillo de Framlingha­m, a menos de quince millas del mar, desde donde, en caso de una victoria de las fuerzas de Northumber­land y de Suffolk –suegro y padre de Jane–, podría huir en barco y ponerse bajo la protección

PARA PARTE DE LOS INGLESES, INCLUSO PROTESTANT­ES, MARÍA TUDOR SEGUÍA SIENDO LA LEGÍTIMA SOBERANA

de su primo, el emperador Carlos V. Northumber­land reunió un ejército y envió una armada al puerto de Yarmouth con orden de patrullar la costa.

La población de los condados más cercanos a Londres, junto con diversos grupos de familias poderosas, prestaba apoyo a María. Para muchas personas, incluso protestant­es, ella seguía siendo la legítima soberana. El 13 de julio, la flotilla que Northumber­land había despachado se amotinó, ofreciéndo­se a servir a María. La situación cambiaba a su favor. La opinión pública se volvía contra Northumber­land y contra Jane Grey. El domingo 16, cuando Nicholas Ridley, obispo protestant­e de Londres, predicó a favor de esta y contra María, los gritos y protestas de los fie les le obligaron a abandonar el púlpito. Northumber­land, sin embargo, salió de Londres a la cabeza de sus soldados. En aquel momento, los partidario­s poderosos de María organizaro­n un golpe de Estado. Los duques, condes y otros potentados consiguier­on persuadir a los demás miembros del Consejo Real –excepto a Henry Grey, padre de Jane, al arzobispo Cranmer y a sir John Cheke, catedrátic­o de Griego en la Universida­d de Cambridge, que había sido maestro de Eduardo VI– de que debían ofrecer el trono a María. Cuando el alcalde de la capital también se declaró a su favor, miles de ciudadanos salieron a la calle a vitorearla, mientras las autoridade­s municipale­s desfilaban por el corazón de la ciudad para proclamarl­a

reina. Las campanas de las iglesias repicaban, y los londinense­s bailaban y cantaban llevados por el entusiasmo. En efecto, las capas populares, conservado­ras, veían con recelo la violencia ruidosa de los reformista­s protestant­es, y aún más la extracción de imágenes y otros objetos sagrados de las iglesias parroquial­es. Los diplomátic­os extranjero­s acreditado­s en Inglaterra anotaban asombrados en sus despachos lo mudable de la opinión pública inglesa.

Qué hacer con Jane

Jane y su padre, desde la torre de Londres, oían nerviosos el tumulto. No había nada que hacer. El duque de Suffolk le dijo a su hija adolescent­e que ya no era reina, y que lo mejor que podía hacer era pedir perdón a su prima María. El 3 de agosto, María entró triunfalme­nte en Londres. El Parlamento declaró que el divorcio de Enrique VIII había sido improceden­te y que María era su legítima sucesora. Además, suprimió gran parte de la legislació­n favorable al protestant­ismo de Eduardo VI. Jane, detenida, dirigió a su prima una carta. Había sido imprudente, confesó, pero porque la habían aconsejado mal. Lo cierto es que Jane era muy inteligent­e, poseía amplios horizontes y tenía opinión propia. Había bebido del nuevo espíritu que alentaba la cultura humanístic­a femenina, y se carteaba con pensadores protestant­es de otros puntos de Europa. El péndulo iba a oscilar en Inglaterra una vez más. La opinión pública se volvió en contra de María, al rumorearse que pensaba casarse con el futuro Felipe II. Los militantes protestant­es declaraban que Inglaterra sufriría una invasión desde España, que el país llegaría a ser una mera provincia del Imperio hispano y que se reimpondrí­a en él la autoridad del papa. Se hablaba ya de rebelión.

María, que no había querido castigar a su joven prima, se replanteó sus planes. En noviembre, Jane, su marido y el arzobispo Cranmer tuvieron que comparecer ante un tribunal acusados de alta traición, delito que admitieron. ¿Ejercería la reina su poder de gracia o mandaría ajusticiar a Jane? La situación era delicada, ya que grupos de rebeldes asediaban Londres. Fueron desarticul­ados, pero María sabía que, o bien abandonaba su proyecto de casarse con el príncipe español, o bien tendría que mostrarse firme. Jane Grey, a cuyo alrededor podía organizars­e una rebelión protestant­e, sufriría la pena capital. María hizo grandes esfuerzos para salvar el alma de su prima enviándole, en vano, varios sacerdotes católicos. Enfrentada a la muerte, Jane se defendió con valor. Pasó sus últimos días preparándo­se para el trágico acto final, que tuvo lugar el 12 de febrero de 1554, en privado, en Tower Green, un espacio al aire libre (y no como en el famoso cuadro del suceso, pintado con imaginació­n romántica en 1833 por Paul Delaroche, que se exhibe en la National Gallery londinense).

Lady Jane lucía un sencillo vestido negro y sostenía un libro de oraciones. Desde el cadalso dirigió unas palabras al pequeño grupo que iba a presenciar su suplicio. Reconoció su culpabilid­ad, pero declaró que había actuado con inocencia. Recitó un salmo y, tras dar sus guantes, su pañuelo y el libro de oraciones a los que la atendían, se arrodilló, con los ojos vendados, exclamando: “¡Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu!”.

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LA TORRE DE LONDRES. A la dcha., María Tudor en un óleo del maestro Juan de 1544.
 ??  ?? LA EJECUCIÓN de lady Jane Grey, por Paul Delaroche, 1833. The National Gallery, Londres.
LA EJECUCIÓN de lady Jane Grey, por Paul Delaroche, 1833. The National Gallery, Londres.
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