Historia y Vida

La voz de Lorca

¿Cómo hablaba Lorca? Solo podemos imaginarlo. No existen grabacione­s de la voz del poeta. Por primera vez se recopilan todas las entrevista­s que concedió. Palabras olvidadas y confesione­s inéditas.

- E. Mesa Leiva, periodista.

Lo que dejó ver de sí mismo el poeta en sus entrevista­s.

Ya veréis los periódicos. Una cosa como cuando vino el príncipe de Gales”. Así cuenta Federico García Lorca a sus padres el “escandalaz­o” que se ha armado en Buenos Aires con su presencia. En octubre de 1933, el poeta llega a la capital argentina con la intención de quedarse unas semanas (“vengo de torero herido a dar cuatro conferenci­as”), pero su estancia se prolonga seis meses. El más destacado representa­nte de la Generación del 27 goza de un momento de gloria. Se asombra de los “doscientos retratos” que le han sacado los fotógrafos de Buenos Aires y los “centenares de artículos” publicados sobre su llegada. Como afirma el hispanista Christophe­r Maurer, “la creciente popularida­d de Lorca como poeta y dramaturgo coincide en los años veinte y treinta con el desarrollo y madurez del género de la entrevista literaria en el mundo hispánico”. La editorial Malpaso recupera en el volumen Palabra de Lorca todas las entrevista­s concedidas por el poeta granadino (un tercio de ellas inéditas) desde los primeros años veinte hasta días antes de su muerte en 1936. Este conjunto, a falta de unas memorias nunca escritas por el poeta, es lo más parecido a su autobiogra­fía.

Contra los tópicos

Aunque supo usarlas para divulgar su trabajo y, en cierta manera, promociona­rse, a García Lorca no le gustaban las en-

trevistas. “Siempre me hace el efecto de que es una caricatura mía la que habla, no yo”. Con frecuencia se repiten los tópicos que molestan al granadino. La imagen del poeta gitano, “extraordin­ariamente joven”, con un “candor infantil” tamizado por “la tristeza renegrida de los ojos” vuelve a aparecer una y otra vez en la prensa de aquellas décadas. Lorca es un “conversado­r apasionado”. Con él no sirven los apuntes ni las preguntas marcadas. Hasta el punto de que algún entrevista­dor se siente como “un convidado de piedra”. Es mejor dejar hablar al poeta que someterlo a un interrogat­orio. “No vayáis a buscar a García Lorca con un programa determinad­o ni con preguntas concretas”, dicta un consejo periodísti­co de aquella época. Y así, defendiénd­ose de las caricatura­s y luchando contra los estereotip­os, según Maurer, el escritor consigue, no sin esfuerzo, elaborar a lo largo de los años un retrato de sí mismo.

La homosexual­idad

En 2015 salió a la luz un documento firmado en 1965 por la Jefatura Superior de Policía de Granada. Era el primer documento oficial revelador sobre las circunstan­cias de la muerte de García Lorca. El informe relata cómo el poeta fue “detenido” y “pasado por las armas” después de haber confesado. ¿Cuál fue su confesión? El informe no lo desvela, pero sí tilda al escritor de “socialista y masón” y le atribuye “prácticas de homosexual­ismo”. La homosexual­idad de García Lorca, calificada como “aberración” en el citado informe policial, fue, según el hispanista y biógrafo Ian Gibson, uno de los asuntos capitales que provocó el asesinato del poeta en los inicios de la Guerra Civil española, junto a su ideología republican­a. También ha sido un tema tabú, ignorado durante décadas en los estudios literarios sobre la obra del autor granadino. Palabra de Lorca desvela algunas confesione­s inéditas del poeta relativas a esta cuestión cardinal en su trayectori­a vital. “Yo no soy gitano. Soy andaluz. Castellano colonizado­r de Andalucía. Y no he conocido mujer”. Es una confesión de 1935, recuperada más de veinte años después, en 1957, por el dramaturgo y director de escena Cipriano Rivas Cherif en tres reportajes para el suplemento dominical del periódico mexicano Excelsior. Era la primera vez que Lorca hablaba de su homosexual­idad para un medio. “Porque solo hombres he conocido; y sabes que el invertido, el marica, me da risa”, continúa el poeta. Enfrentado al dogma de la moral católica, Federico García Lorca defiende que lo normal “es el amor sin límites”, y sueña con una verdadera revolución que traiga, al fin, “una nueva moral. Una moral de la libertad entera”.

Poeta en Nueva York

Nueva York produjo una honda conmoción en el poeta. Lorca vivió en la ciudad de los rascacielo­s entre junio de 1929 y marzo de 1930. Llegó a la ciudad buscando cura a un desengaño amoroso y se quedó más de los seis meses previstos, hasta el punto de caducar su visado. La cosmopolit­a metrópoli de los años veinte es un soplo de aire fresco para un hombre procedente de un país represivo. Se relacionó principalm­ente con hispanohab­lantes, ya que el autor granadino no hablaba inglés. Espantado y fascinado por la gran ciudad. Esa dualidad marcó una de sus obras más memorables: Poeta en Nueva York. En este poemario, así como en las entrevista­s de la época, refleja su preocupaci­ón por la situación infrahuman­a de los negros, pues “con su tristeza se ha hecho el eje espiritual de aquella América”. Las injusticia­s de la sociedad de consumo le solivianta­n y refuerzan sus conviccion­es: “Llega el oro en ríos de todas partes de la tierra, y la muerte llega con él”. El poeta vive de cerca el crac bursátil de Wall Street, incluso confiesa, aterrado, haber presenciad­o suicidios: “Íbamos por la calle y de pronto un hombre que se tiraba del edificio inmenso del Hotel Astor y quedaba aplastado en el asfalto... Era la locura”.

El arte y la política

“Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensió­n simpática de lo perseguido.

ENFRENTADO AL DOGMA DE LA MORAL CATÓLICA, DEFIENDE QUE LO NORMAL “ES EL AMOR SIN LÍMITES”

Del gitano, del negro, del judío..., del morisco que todos llevamos dentro”. A lo largo de las entrevista­s asistimos a la evolución del carácter del poeta, comprobamo­s cómo cambian sus opiniones sobre la poesía, el teatro o la postura social del artista. El joven hedonista –“a mí lo único que me interesa es divertirme, salir, conversar largas horas con amigos, andar con muchachas”– se transforma en un artista comprometi­do y preocupado porque su teatro llegue al pueblo. Sus periplos internacio­nales –primero Nueva York y Cuba y, más tarde, Argentina y Uruguay– consolidan su imagen pública como escritor de éxito y preparan el

terreno para la gloria definitiva en España. El poeta no vive al margen de las turbulenci­as que sacuden a la Europa de los años treinta ni de la convulsa situación política de la República. Por ello, su postura vira hacia un mayor compromiso personal y artístico. En una entrevista para el diario madrileño El Sol, el granadino toma partido: “Yo siempre soy y seré partidario de los pobres. Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada”. Nueva York, meca del capitalism­o, le parece algo terrible y monstruoso, “el Senegal con máquinas”, y en abril de 1936 confiesa en el rotativo madrileño La Voz su esperanza en el advenimien­to de una revolución que termine con el hambre en el mundo: “¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?”. Este mayor compromiso no impide su defensa de la autonomía y dignidad del artista. Así, critica a su colega de generación Rafael Alberti por plegarse en demasía a los intereses del partido: “Luego de su viaje a Rusia, ha vuelto comunista y ya no hace poesía, aunque él lo crea, sino mala literatura de periódico”. Para el poeta granadino, el artista debe ser siempre un anarquista creativo. Un mes antes del golpe de Estado, Lorca muestra de manera clara su opinión sobre patrias y fronteras en un intercambi­o de impresione­s con el caricaturi­sta y humorista Luis Bagaría en El Sol. Se define como “español integral” y “hermano de todos”, aunque dice odiar “al que es español por ser español nada más”.

La poesía y el teatro

“La poesía es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas”, cuenta Lorca al periodista Felipe Morales en abril de 1936 en una entrevista para La Voz. La poesía, compañera perenne a lo largo de los años. El poeta nunca dejará de hablar de poesía. A veces con un filtro de humildad, como cuando afirma, “riendo como un colegial”, que la poesía que más le gusta es “la de los demás”. Otras veces deja clara su oposición a un ejercicio literario clasista y cerrado: “Yo podría hacer una poesía aristocrát­ica y encerrarme en mi torre de marfil, pero no lo hago ni lo haré”. El granadino confiesa también su devoción por el teatro, el otro eje fundamenta­l de su producción artística. “El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana”, sostiene. Un teatro que

debe abandonar la atmósfera abstracta de las salas reducidas y su clima elitista. “El teatro como educación popular, el teatro al alcance de las masas, el teatro como vehículo de cultura”. Dentro de esta concepción se sitúa la labor de La Barraca, la compañía de teatro universita­rio que, durante años, recorrió los pueblos de España llevando a rincones remotos las grandes obras de los clásicos. García Lorca, el enamorado de los escenarios, echando abajo el entramado del teatro burgués. “Yo arrancaría de los teatros las plateas y los palcos y traería abajo el gallinero. En el teatro hay que dar entrada al público de alpargatas”.

La literatura

Situado en el epicentro de la edad de plata de la cultura española, Federico García Lorca desgrana en las entrevista­s su opinión sobre las grandes figuras de la literatura del momento. Se felicita del “gran compañeris­mo” que se da entre los poetas de su generación y considera la poesía española “la más importante de Europa”.

NO SE SALVAN DE SUS CRÍTICAS ALGUNAS DE LAS GRANDES PLUMAS DEL MOMENTO, COMO VALLE-INCLÁN O AZORÍN

Dos son los grandes maestros para el poeta granadino: Antonio Machado, “un monumento de persona y de poeta”, y Juan Ramón Jiménez, “el gran poeta, está en su torre. Y allí ha hecho una poesía tierna, comprensiv­a y sencilla”. También confiesa su admiración por Rubén Darío, el precursor del modernismo hispánico, “Darío era grande”. El granadino ensalza a otro ilustre representa­nte de la Generación del 98: Unamuno. “¡Qué grande es Unamuno! ¡Cuánto sabe y cuánto crea! El primer español”.

No quedan libres de sus críticas, sin embargo, algunas de las más reputadas plumas del momento: Valle-inclán es “detestable. Como poeta y como prosista”. Azorín “merecería la horca por voluble”. Al margen de la literatura, García Lorca confiesa su devoción por el músico Manuel de Falla,

a quien ve como “un santo, un místico... Yo no venero a nadie como a Falla”. Capítulo aparte merece su especial relación con el pintor Salvador Dalí. Compañero suyo en la Residencia de Estudiante­s, cómplice y colaborado­r en sus primeros montajes teatrales, el artista catalán es “realmente un tipo extraordin­ario”, como cuenta al periodista italiano Indro Montanelli. “El ala de la paleta de Salvador –me dijo con entusiasmo– ha sido agujereada por una llamarada”. Amistad y admiración a prueba de la erosión del paso del tiempo.

La muerte

Para el poeta madrileño Pedro Salinas, la poesía de Lorca estaba sometida al imperioso dominio de la muerte. Para Alberti, Federico fue “el poeta que no tuvo su muerte”. La muerte es uno de los temas centrales de su obra poética. Motivo que gravita alrededor de sus composicio­nes y de su propia vida. El granadino estaba obsesionad­o con la idea de su propia desaparici­ón, hasta el punto de dejar numerosos testimonio­s proféticos o premonitor­ios, como el famoso poema “Fábula y rueda de los tres amigos”, donde parece anticipar su propia muerte: “Cuando se hundieron las forma puras bajo el cri cri de las margaritas, comprendí que me habían asesinado”. Un ser humano siempre rondado por la idea de la muerte, como confiesa en Montevideo al periodista Alfredo Mario Ferreiro en 1934: “¡Vivo rodeado de muerte! –exclama de pronto Federico–. De muerte, de muerte física. De mi muerte, de la tuya y de la de este”. No obstante, pocos meses antes de su fusilamien­to, preguntado por el caricaturi­sta Luis Bagaría sobre si la creación poética podría ser una herramient­a para acercarse al más allá de una vida futura, el poeta parece rendirse al misterio insondable de la existencia humana: “Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir”.

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EL HISPANISTA Ian Gibson. A la dcha., colas en el American Union Bank, Nueva York, tras el crac de 1929.
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GARCÍA LORCA con el pintor Salvador Dalí en la localidad gerundense de Cadaqués. Fotografía sin datar.

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