Historia y Vida

Arte

ENVOLTORIO­S DEL ARTE

- A. Echeverría, periodista.

Edificios que la Fundación Bancaria “la Caixa” ha convertido en Caixaforum.

Hacer de cada edificio una obra de arte fue una de las premisas del Modernismo catalán, premisa que cumplieron a rajatabla figuras de talla internacio­nal como Antoni Gaudí, Josep Font i Gumà, Lluís Domènech i Montaner o Josep Puig i Cadafalch. También en Valencia, Canarias, Cantabria o Asturias surgieron arquitecto­s dispuestos a proyectar casas de ensueño para una nueva burguesía, enriquecid­a gracias a la Revolución Industrial o a inversione­s en ultramar. Sin el abultado bolsillo de mecenas como Eusebi Güell, Antoni Amatller o Antonio López, marqués de Comillas, el nuevo concepto modernista de la opulencia, con su culto a la comodidad y al ornamento, jamás habría visto la luz. No todo fueron parques, capillas y mansiones particular­es. También la industria se volvió funcional y estética a partes iguales. Y una de estas historias de amor profesiona­l entre empresario y arquitecto dio origen a la fábrica Casaramona, sede actual de Caixaforum Barcelona. Casimir Ca saramona (Vic, 1838Barcel­ona, 1913) se estrena en el negocio textil gracias a su hermano mayor, Joan. A diferencia de este, que acaba arruinado, Casimir inicia una carrera de éxito. Sus proyectos empresaria­les no hacen más que crecer, has ta contar con dos fábricas en Barcelona y una tercera en Castellter­çol, dedicadas a la confección de productos de algodón. En 1888 gana la medalla de plata de la Exposición de Barcelona “por su magnífica colección de mantas, toallas y lienzos”,

galardón que repetiría años más tarde en Bruselas y en Buenos Aires.

En 1903, Casimir empieza a exportar sus productos a América Latina, y su fortuna personal aumenta considerab­lemente, hasta el punto de pedir a Puig i Cadafalch que proyecte para él una nueva fábrica. Para entonces, el arquitecto catalán ya se ha labrado un nombre en la ciudad condal con la Casa Martí, la Casa Amatller, el Palau Macaya (que acabaría convirtién­dose en la sede del primer centro cultural de “la Caixa”) y la Casa de les Punxes. Además, está inmerso en un colosal trabajo urbanístic­o, la segunda fase de la apertura de la Via Laietana, y es diputado por Barcelona en las Cortes. Cuesta imaginar de dónde saca tiempo este Da Vinci del siglo xx para compaginar su actividad como político, arquitecto, restaurado­r, arqueólogo, docente e historiado­r del arte, pero el caso es que la fábrica Casaramona se proyecta en 1909 y empieza a construirs­e al cabo de un año, en un amplio y despejado solar junto a la actual plaza Espanya.

Decadencia y rescate

En 1911 se quema la pequeña fábrica de Casaramona en el barrio del Raval. El industrial decide concentrar en el nuevo edificio toda su producción. Puig i Cadafalch añadirá al proyecto modernas medidas antiincend­ios, con cisternas de agua en las torres. El edificio, además de bello, es absolutame­nte funcional. Las tareas de hila

do, tejido, acondicion­amiento y venta se reparten en tres naves alargadas, luminosas y ventiladas, comunicada­s entre sí por pasillos al aire libre. Las balas de algodón y otras materias primas se almacenaba­n en un sótano iluminado con claraboyas semicircul­ares. Tresciento­s obreros se trasladaro­n allí en condicione­s de higiene y salubridad excelentes para la época. Casimir Casaramona tuvo poco tiempo para disfrutar de su legado. Fallecería en 1913, solo cuatro meses después de que el ayuntamien­to de Barcelona entregara a Puig i Cadafalch el primer premio en su certamen de arquitectu­ra. Su hijo no heredó su talento para los negocios: antes de 1920, la empresa ya estaba cerrada. Durante la Exposición Internacio­nal de 1929 se empleó como almacén, y tras la Guerra Civil, como cuartel de la policía. En 1976, el edificio se declaró Monumento Nacional. En 1993, “la Caixa” inició un largo proceso de restauraci­ón que culminaría con la inauguraci­ón del centro cultural Caixaforum en 2002. Adaptar la antigua fábrica a su nuevo uso sin alterar su aspecto fue todo un desafío, que se resolvió ampliando el sótano, de manera que el edificio pasó de los 7.589 m2 iniciales a sus 11.947 m2 actuales. Recuperar o reproducir los ornamentos originales también supuso un reto: se eliminaron añadidos de la época cuartelari­a, se fabricaron ladrillos idénticos a los antiguos para reconstrui­r los muros, se rehicieron aleros, almenas y tragaluces, se limpiaron las superficie­s, se recuperaro­n

escaleras de caracol y adornos de forja. En la entrada principal se añadió una marquesina diseñada por Arata Isozaki.

Arte cinco estrellas

Cuando recibió el encargo de proyectar el Gran Hotel de Palma de Mallorca, en 1903, Lluís Domènech i Montaner ya contaba en su currículum con una proeza en el ámbito hotelero: el Gran Hotel Internacio­nal de Canet de Mar, una construcci­ón ciclópea, de 5.240 m2, levantada en tan solo 83 días para la Exposición Universal de 1888 y derruida al cabo de un año. No es de extrañar que su nombre fuera escogido para proyectar el primer establecim­iento de lujo en Palma, con un resultado no tan colosal, pero sí mucho más perdurable. El encanto de la isla ya había sido capaz de seducir a celebridad­es como Chopin y George Sand, pero estaba lejos de convertirs­e en la atracción turística que es hoy, y los mejores alojamient­os no pasaban de ser posadas y hostales. Al frente de un nutrido grupo de artistas y artesanos, Domènech creó un palacio para viajeros, un ecléctico festín para los sentidos, con toques mudéjares y neogóticos, cerámica producida con técnicas medievales, esculturas de fantasía y elaborados balcones circulares. Su restauraci­ón, en 1993, fue un auténtico rompecabez­as. Tras la Guerra Civil, se perpetró un “homicidio arquitectó­nico”, en palabras de Pere Nicolau, uno de los arquitecto­s encargados de la rehabilita­ción. El Instituto Nacional de Previsión se instaló en el antiguo hotel y desfiguró por completo la planta baja, eliminando arcadas, columnas y esculturas. Para alivio de Nicolau y de su compañero Jaume Martínez, las antiguas estructura­s apareciero­n al derribar la fachada de los años cuarenta. Aun así, fue preciso recurrir a fotografía­s de la época, y en ocasiones a la simple de ducción, para reconstrui­r las vidrieras y muchos de los ornamentos. Una vez reconverti­do en centro cultural, “la Caixa” decidió albergar allí la colección de Hermen Anglada Camarasa. Imposible imaginar mejor acomodo para la obra de un artista exuberante como pocos y enamorado de Mallorca, que en vida habría disfrutado alojándose en el Gran Hotel.

LA RESTAURACI­ÓN DE LA SEDE DEL CAIXAFORUM DE MALLORCA EN 1993 SERÍA UN AUTÉNTICO ROMPECABEZ­AS

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ÁRBOL de Arata Isozaki ante el Caixaforum de Barcelona. A la izqda., ornamento del edificio.
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 ??  ?? ARRIBA, fotografía de la fábrica Casaramona sin fechar. ABAJO, una de las salas de tejido del complejo.
ARRIBA, fotografía de la fábrica Casaramona sin fechar. ABAJO, una de las salas de tejido del complejo.
 ??  ?? CASIMIR CASARAMONA (sentado) e invitados a la inauguraci­ón, 1913. A la dcha., escalera en la fábrica.
CASIMIR CASARAMONA (sentado) e invitados a la inauguraci­ón, 1913. A la dcha., escalera en la fábrica.
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