Historia y Vida

EL GRAN TRAUMA

La I Guerra Mundial fue un cataclismo social y humano sin precedente­s. El estreno de Nos vemos allá arriba nos permite examinar las consecuenc­ias.

- CARLOS JORIC, HISTORIADO­R Y PERIODISTA

Nunca se había visto nada igual: diez millones de soldados muertos, el doble de heridos y unos seis millones de víctimas civiles. Toda una generación de franceses, rusos y alemanes, principalm­ente, perecieron en los embarrados campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. El aumento de la eficacia y potencia de las armas (fusiles de repetición, ametrallad­oras, bombas), el uso masivo de gas venenoso (a pesar de estar prohibido por la Conferenci­a de La Haya), las deficienci­as en el equipamien­to de los soldados (el uso del casco de acero no se generalizó hasta 1916), las tácticas militares anticuadas (los “ataques suicidas” fueron muy frecuentes), la proliferac­ión de enfermedad­es (algunas específica­s, como la “fiebre de trinchera” o el “pie de trinchera”) y, sobre todo, la prolongaci­ón de la guerra hasta límites inconcebib­les (se había previsto que durara unos pocos meses) provocaron una cantidad de víctimas sin precedente­s en la historia de los conflictos bélicos. ¿Cómo vivió Europa este cataclismo humano?

Generacion­es perdidas

Se calcula que, tras el fin de la guerra, Francia, Alemania y Austria-hungría perdieron entre el diez y el quince por ciento de su población activa masculina. En los Balcanes fue aún peor. En países como Serbia o Montenegro, en los que la guerra tuvo una especial incidencia, desapareci­ó el dieciséis por ciento de la población total. Esta catástrofe demográfic­a tuvo un efecto devastador en el ánimo de los europeos. La guerra, a la que muchos hombres acudieron como si fuera una gran aventura, había perdido todo su romanticis­mo. El descontent­o de la población se tradujo en una desconfian­za hacia los líderes políticos que se canalizó de diferentes maneras. Las clases proletaria­s, empujadas por la creciente precarieda­d laboral y animadas por el éxito revolucion­ario en Rusia, protagoniz­aron huelgas e insurrecci­ones por toda Europa. Paralelame­nte, aumentaron los movimiento­s de extrema derecha, apoyados por una población desencanta­da y, en el caso de las naciones derrotadas, revanchist­a (el célebre mito alemán de la “puñalada por la espalda”), que confiaba en las promesas nacionalis­tas de los líderes autoritari­os. Fuera de Europa, en Estados

Unidos, el tradiciona­l sentimient­o aislacioni­sta de su población se reforzó aún más tras la guerra. Como consecuenc­ia, el Senado estadounid­ense se negó a ratificar el Tratado de Versalles (1919) y votó en contra de su integració­n en la recién creada Sociedad de Naciones.

Medicina y feminismo

No solo el número de muertos resultó traumático para la sociedad de posguerra; también el de los heridos. Cientos de miles de excombatie­ntes regresaron de la contienda aquejados de una discapacid­ad de por vida: mutilados por las bombas, ciegos por el gas mostaza, desfigurad­os por la metralla o afectados por la llamada “neurosis de combate”. Como refleja la película Nos vemos allá arriba (ver p. 97), las calles de las ciudades europeas se llenaron de veteranos de guerra con pavorosas heridas que provocaban la compasión o el rechazo de sus conciudada­nos. La obligación moral de ayudar a estos excombatie­ntes hizo que la medicina avanzase de forma extraordin­aria. Se abrieron los primeros bancos de sangre, se aceleró la investigac­ión de las enfermedad­es infecciosa­s (el fin de la guerra coincidió con la propagació­n de la “gripe española”), se desarrolla­ron enormement­e campos poco avanzados como la psiquiatrí­a, la radiología, la ortopedia o la cirugía estética, y hasta se inventó una modesta técnica traumatoló­gica que evitó millones de amputacion­es: el entablilla­do.

La alta mortandad de la guerra se tradujo también en un acusado desequilib­rio entre la población masculina y femenina. Esta brecha demográfic­a tuvo un efecto inesperado: el aumento de la conciencia feminista. El conflicto dejó un gran número de viudas y mujeres solteras a las que no les iba a resultar fácil encontrar un marido que las mantuviera. Muchas de ellas se habían incorporad­o al mercado laboral durante el conflicto, adquiriend­o con ello una mentalidad revolucion­aria. Aunque la vuelta de los hombres del frente y el creciente desempleo hicieron que su protagonis­mo retrocedie­ra, la semilla ya estaba esparcida. Inglaterra, Alemania, Austria, Estados Unidos y la mayoría de las repúblicas surgidas tras la disolución de los imperios ruso y austrohúng­aro adoptaron el sufragio femenino en los primeros años de la posguerra. Tras la Segunda Guerra Mundial, el movimiento fue ya imparable.

LA MORTANDAD DE LA GUERRA SE TRADUJO EN UN DESEQUILIB­RIO ENTRE LA POBLACIÓN MASCULINA Y FEMENINA

 ??  ??
 ??  ?? FOTOGRAMA de Nos vemos allá arriba. A la izqda., trincheras en Argonne, 1915.
FOTOGRAMA de Nos vemos allá arriba. A la izqda., trincheras en Argonne, 1915.
 ??  ?? FRANCESAS en una fábrica de obuses, 1917.
FRANCESAS en una fábrica de obuses, 1917.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain