EL GRAN TRAUMA
La I Guerra Mundial fue un cataclismo social y humano sin precedentes. El estreno de Nos vemos allá arriba nos permite examinar las consecuencias.
Nunca se había visto nada igual: diez millones de soldados muertos, el doble de heridos y unos seis millones de víctimas civiles. Toda una generación de franceses, rusos y alemanes, principalmente, perecieron en los embarrados campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. El aumento de la eficacia y potencia de las armas (fusiles de repetición, ametralladoras, bombas), el uso masivo de gas venenoso (a pesar de estar prohibido por la Conferencia de La Haya), las deficiencias en el equipamiento de los soldados (el uso del casco de acero no se generalizó hasta 1916), las tácticas militares anticuadas (los “ataques suicidas” fueron muy frecuentes), la proliferación de enfermedades (algunas específicas, como la “fiebre de trinchera” o el “pie de trinchera”) y, sobre todo, la prolongación de la guerra hasta límites inconcebibles (se había previsto que durara unos pocos meses) provocaron una cantidad de víctimas sin precedentes en la historia de los conflictos bélicos. ¿Cómo vivió Europa este cataclismo humano?
Generaciones perdidas
Se calcula que, tras el fin de la guerra, Francia, Alemania y Austria-hungría perdieron entre el diez y el quince por ciento de su población activa masculina. En los Balcanes fue aún peor. En países como Serbia o Montenegro, en los que la guerra tuvo una especial incidencia, desapareció el dieciséis por ciento de la población total. Esta catástrofe demográfica tuvo un efecto devastador en el ánimo de los europeos. La guerra, a la que muchos hombres acudieron como si fuera una gran aventura, había perdido todo su romanticismo. El descontento de la población se tradujo en una desconfianza hacia los líderes políticos que se canalizó de diferentes maneras. Las clases proletarias, empujadas por la creciente precariedad laboral y animadas por el éxito revolucionario en Rusia, protagonizaron huelgas e insurrecciones por toda Europa. Paralelamente, aumentaron los movimientos de extrema derecha, apoyados por una población desencantada y, en el caso de las naciones derrotadas, revanchista (el célebre mito alemán de la “puñalada por la espalda”), que confiaba en las promesas nacionalistas de los líderes autoritarios. Fuera de Europa, en Estados
Unidos, el tradicional sentimiento aislacionista de su población se reforzó aún más tras la guerra. Como consecuencia, el Senado estadounidense se negó a ratificar el Tratado de Versalles (1919) y votó en contra de su integración en la recién creada Sociedad de Naciones.
Medicina y feminismo
No solo el número de muertos resultó traumático para la sociedad de posguerra; también el de los heridos. Cientos de miles de excombatientes regresaron de la contienda aquejados de una discapacidad de por vida: mutilados por las bombas, ciegos por el gas mostaza, desfigurados por la metralla o afectados por la llamada “neurosis de combate”. Como refleja la película Nos vemos allá arriba (ver p. 97), las calles de las ciudades europeas se llenaron de veteranos de guerra con pavorosas heridas que provocaban la compasión o el rechazo de sus conciudadanos. La obligación moral de ayudar a estos excombatientes hizo que la medicina avanzase de forma extraordinaria. Se abrieron los primeros bancos de sangre, se aceleró la investigación de las enfermedades infecciosas (el fin de la guerra coincidió con la propagación de la “gripe española”), se desarrollaron enormemente campos poco avanzados como la psiquiatría, la radiología, la ortopedia o la cirugía estética, y hasta se inventó una modesta técnica traumatológica que evitó millones de amputaciones: el entablillado.
La alta mortandad de la guerra se tradujo también en un acusado desequilibrio entre la población masculina y femenina. Esta brecha demográfica tuvo un efecto inesperado: el aumento de la conciencia feminista. El conflicto dejó un gran número de viudas y mujeres solteras a las que no les iba a resultar fácil encontrar un marido que las mantuviera. Muchas de ellas se habían incorporado al mercado laboral durante el conflicto, adquiriendo con ello una mentalidad revolucionaria. Aunque la vuelta de los hombres del frente y el creciente desempleo hicieron que su protagonismo retrocediera, la semilla ya estaba esparcida. Inglaterra, Alemania, Austria, Estados Unidos y la mayoría de las repúblicas surgidas tras la disolución de los imperios ruso y austrohúngaro adoptaron el sufragio femenino en los primeros años de la posguerra. Tras la Segunda Guerra Mundial, el movimiento fue ya imparable.
LA MORTANDAD DE LA GUERRA SE TRADUJO EN UN DESEQUILIBRIO ENTRE LA POBLACIÓN MASCULINA Y FEMENINA