EVASIÓN Y DERROTA
La vida clandestina de Mengele y la ficticia de Filek
Dos autores siguen el rastro de dos hombres a la fuga. Dos hombres muy distintos en fugas también muy diferentes. Uno, el doctor Josef Mengele, “el ángel de la muerte” de Auschwitz, un asesino que liquidó a cuatrocientas mil personas y torturó a miles de niños en la Alemania de Hitler. El otro, el austríaco Albert von Filek, un estafador incurable que rozó la gloria en la España de Franco. El periodista francés Olivier Guez ganó el Premio Renaudot 2017 con La desaparición de Josef Mengele, novelización de los últimos treinta años de la vida del alemán, de 1949 a 1979. Con una narración poderosa por sobria, efectúa un documentado seguimiento de las idas y venidas del nazi por Sudamérica, adonde logró llegar como Helmut Gregor. Sus primeros diez años fueron un espejismo. Él y muchos otros antiguos nazis “se pegan la gran vida” en la Argentina de Perón en una especie de “Cuarto Reich fantasma”. A Argentina, Chile, Paraguay, Brasil, Bolivia... han ido a parar personajes infames, como Eduard Roschmann, “el Carnicero de Riga” (treinta mil judíos letones eliminados); Walter Rauff, “el asesino de Milán” (noventa y siete mil homicidios); o Franz Stangl, excomandante de Sobibor y Treblinka. Su sensación de impunidad es tal que algunos creen posible volver a ganar Alemania en las urnas, mientras que el propio Mengele se anima a solicitar pasaporte en el consulado de la RFA en Buenos Aires con su nombre real. Josef es un tipo enormemente egocéntrico: “… desde niño, por más que afirme su amor a Alemania y su fidelidad al nazismo, sólo ha pensado en sí mismo, sólo se ha querido a sí mismo”. Con sus negocios viento en popa, disfruta de su éxito. Pero todo empezará a hundirse para él en 1958. El mundo ha ido descubriendo poco a poco el exterminio de los judíos. Ese año se filtra a la prensa alemana su huida a Sudamérica, y las denuncias llegan a las fiscalías. Mengele reacciona “como un loco, un lobo rabioso”. Los siguientes veinte años serán de vida errante (en Paraguay, en Brasil), de animal acorralado, paranoico, delirante, colérico. Como Peter Hochbichler primero. Como Wolfgang Gerhard después. “Papá, ¿qué hiciste en Auschwitz?”, le pregunta Rolf, su único hijo, que lo creyó muerto durante décadas, al entrevistarse con él en Brasil en 1977. “Mi deber”, responde él. No lamenta nada. Su hijo no volverá a verle ni a responder a sus cartas. “El ángel de la muerte” morirá menos de dos años después, solo. El mundo le imagina libre, riéndose de sus perseguidores. No sabe del patetismo de su cautiverio autoimpuesto.
Huida hacia delante
El austríaco también se ocultó tras varios nombres. Albert Fülek-samengo, Alberto von Tulek, Alberto von Culek... Se presentó como aristócrata, capitán, ingeniero y químico; no parece que fuese ninguna de estas cosas. Sus delirios de
grandeza no hacen más que complicarle la vida y meterle en líos. Pero él seguirá siempre hacia delante, inventando la siguiente farsa, preparando el siguiente fraude. El multipremiado escritor Ignacio Martínez de Pisón nos conduce en Filek por su investigación para redibujar la borrosa historia de este mentiroso compulsivo, cuya falta de escrúpulos le convierte en ocasiones en un canalla. Con una prosa directa, Martínez de Pisón nos desvela sus descubrimientos y sus hipótesis sobre las incontables lagunas en la biografía del estafador. De manera incomprensible, Filek logrará franquearse puertas hasta venderle a Franco un timo que había colocado a varios incautos antes: una gasolina sintética, “una estrafalaria mezcolanza de productos de droguería y tienda de ultramarinos”. “Hacía falta ser muy cándido o muy ignorante para creer que de un popurrí como ese podía salir el preciadísimo carburante”. Pero el régimen le confiere recursos, y Filek se dedica a vivir a lo grande sin tener nada que ofrecer. Por supuesto, la función tendrá que acabarse antes o después.
Los dos libros comentados ponen en evidencia, además, dos casos incontestables de incompetencia. La de Occidente, que falló a la hora de llevar a los tribunales a numerosos criminales del Tercer Reich. Y la del régimen de Franco, de un amateurismo tal que, en plena carestía de posguerra, regaló fondos a un tramposo sin las mínimas comprobaciones previas.