COMIENZA LA INVASIÓN
Entre el 9 de julio y el 17 de agosto de 1943, en apenas mes y medio, los aliados lograron arrancar Sicilia a las fuerzas del Eje.
Apesar del nerviosismo propio de cualquier víspera, la moral aliada era muy alta. El 11 de junio de 1943, sus fuerzas habían tomado las islas de Pantelaria y Lampedusa, situadas a medio camino entre Túnez y Sicilia, tras un bombardeo aeronaval, e hicieron 11.000 prisioneros con tan solo una baja: la causada por una mula que mordió a un soldado. La capacidad de resistencia italiana parecía reducida al mínimo, pero las acciones sobre Sicilia no iban a empezar bien. La aproximación comenzó la noche del 9 al 10 de julio con mal tiempo. Mientras el oleaje zarandeaba unos buques que se llenaban de vómitos, despegaron de Kairuán (Túnez) los aviones y planeadores que transportaban a los 2.075 miembros de la 1.ª Brigada aerotransportada británica. Esta brigada debía tomar el estratégico Ponte Grande, cerca de Siracusa, para después proseguir hasta la ciudad. Sin embargo, a la oscuridad, el viento y la falta de instrucción de los pilotos se unió un nutrido fuego antiaéreo que causó varios derribos, mientras llevaba a otros aparatos a dar media vuelta y al resto a desperdigarse en un radio de unos 45 km. Solo un centenar de hombres logró llegar hasta el objetivo. Consiguieron tomarlo, pero, tras un fuerte contraataque, a los quince hombres que quedaron con vida no les cupo más opción que rendirse. En realidad, la mayor parte de las operaciones aerotransportadas que se pusieron
FUERON MAL LA MAYOR PARTE DE LAS OPERACIONES AEROTRANSPORTADAS DE LOS PRIMEROS DÍAS
en marcha en los siguientes días acabaron mal. La peor fue la protagonizada por el 504.º Regimiento de Infantería paracaidista estadounidense la noche del 11 de julio. Los marineros de la flota, nerviosos por los continuos ataques de la Luftwaffe e ignorantes muchos de ellos de que un grupo de aviones pasaría sobre ellos, to
maron a los suyos por enemigos, lanzándoles un torrente de fuego. El resultado: 23 C47 derribados, 37 averiados y 410 hombres muertos por fuego amigo. Pero sigamos con la invasión.
Tras un breve fuego naval sobre las posiciones enemigas, a las cuatro de la madrugada comenzó el desembarco británico, que se desarrolló relativamente bien, pues bastantes unidades de la defensa costera simplemente se desvanecieron en lo que se llamó “la autodesmovilización”. Antes de finalizar el día, los británicos se habían hecho con el importante puerto de Siracusa y se dirigían hacia Augusta, con menos bajas de las previstas. Más dura sería la resistencia con que toparon los estadounidenses 50 minutos después. Aunque tomaron la localidad de Licata y llegaron a Gela, tuvieron que soportar los feroces contraataques de los soldados de la Livorno, que disputaron la ciudad calle por calle a los agresivos Rangers del teniente coronel William O. Darby, un gran oficial que había rechazado dos veces el ascenso a coronel para no tener que abandonar a sus hombres.
Norteamericanos relegados
Al recibir las primeras noticias de la invasión, la reacción de Roma y Berlín fue parecida. Mientras Benito Mussolini clamaba: “Que los devuelvan al mar, o al menos que los inmovilicen en las orillas”, Albert Kesselring enviaba el siguiente mensaje al jefe de la Hermann Göring: “De inmediato y con todas las fuerzas, ataque y destruya todo cuanto se oponga a la división”. Guzzoni reagrupa a los suyos para aplicar el plan previsto. Pero, al final del día, los aliados habrán reforzado sus cabezas de puente.
En contra de lo previsto, y más allá de las débiles Divisiones Costeras, las tropas italianas se habían mostrado mucho más activas que las alemanas; en especial, los artilleros, que ya habían demostrado su valía en la campaña africana. Solo la Luftwaffe desempeñó un papel destacado al atacar repetidamente a los buques de invasión, provocando varios hundimientos. Aun así, la reacción germana llegaría pronto. A las 06.15 del 11 de julio, unidades de la Hermann Göring, de la Livorno y
del Grupo Móvil E contraatacaron con fuerza en el sector de Gela, apoyadas por la aviación. Solo la acción de los cañones navales pudo en parte contenerlas. El nerviosismo se extendió entre los desembarcados, y la difusión de una orden apócrifa de Patton que rezaba: “Enterrad el equipo en la playa y preparaos para reembarcar” hizo presagiar lo peor. Pero los norteamericanos no se amilanaron. Con los alemanes a escasos mil metros del mar, todo hombre que llegaba era incorporado a primera línea, incluido el personal auxiliar. Viendo que no podía expulsar a los estadounidenses, y ante el temor de ser copado, el general Conrath dio orden de repliegue hacia posiciones defensivas, donde se atrincheró. Enfurecido, enviaría el siguiente mensaje a sus oficiales: “He vivido, en estos días, la amarga experiencia de asistir a escenas que no son dignas de un soldado alemán, y mucho menos de un soldado de la Panzerdivision Hermann Göring”. Sin ser excesivos, los mejores resultados británicos permitieron a Montgomery forzar a su superior, el general Alexander, a otorgar prioridad a su avance. Para disgusto de sus camaradas de armas, que se vieron relegados a cubrir su flanco mientras se extendían por el oeste de la isla, sin encontrar apenas resistencia y siendo bien recibidos por la población (lo que no fue obstáculo para que se produjera el fusilamiento de algunos prisioneros). Por el contrario, la aparente incapacidad de las
tropas de Guzzoni para frenar el avance británico hacia Catania fue tomada por Hitler como excusa para reorganizar la defensa de la isla y ponerla en manos del general Hans Valentin Hube. Este establecería una eficaz línea de defensa cuyo eje se hallaba en las laderas del volcán Etna.
El puente de Primosole
Para llegar a Catania, los británicos debían tomar, dejándolo intacto, el puente de Primosole, y se pensó en una acción aerotransportada a desempeñar por los hombres de la 1.ª Brigada paracaidista, los conocidos como Diablos Rojos, que tendrían que ser posteriormente relevados por la 50.ª División de Infantería (Northumbrian). Desconocían que sus homólogos alemanes, los Diablos Verdes, estaban llegando de Francia para reforzar a los defensores italianos.
Como ya comenzaba a ser costumbre, los 145 C47 que transportaban a los planeadores Horsa y Waco no solo fueron tiroteados por las defensas enemigas, sino
TOMAR EL PUENTE DE PRIMOSOLE IBA A CONVERTIRSE PARA LOS ALIADOS EN UNA CUESTIÓN DE HONOR
también por sus propios buques aquella fatídica noche del 13 al 14 de julio, con el resultado de 14 aparatos derribados y el resto dispersado. Tan solo 295 de los 1.856 efectivos previstos llegaron a su destino, aunque fueron más que suficientes para expulsar a los desprevenidos italianos. Pero, al alborear el día, los alemanes se lanzaron al ataque, arrollando a sus homólogos. A pesar de contar con el fuego del crucero HMS Newfoundland, al que los defensores habían dado las coordenadas, y tras una cruenta y prolongada lucha, los alemanes recuperaron el puente, que fue inmediatamente reforzado. Tomarlo se convirtió no ya en una necesidad estratégica, sino en una cuestión de honor. En los días siguientes, más y más fuerzas británicas fueron lanzadas a su conquista sin resultado, hasta que, a finales del día 17, los alemanes se retiraron hasta un ancho canal de riego, que sería conocido como “tumba de tanques”. Allí resistirían el resto del mes. La lucha había sido terrible, y los Diablos Verdes confirmaron la fama que les precedía. Hasta el Times londinense se la reconoció: “Lucharon soberbiamente. Eran tropas de la mejor calidad [...]. Combatir contra ellos supone una lección para cualquier soldado”. Pero mientras Montgomery se hallaba detenido, los norteamericanos seguían avanzando por el oeste de la isla sin en contrar excesiva resistencia. El día 16 caía Agrigento, y el 22 conquistaban Palermo, la capital de Sicilia. Solo dos días después, en un clima de franco nerviosismo y tras la pérdida de confianza del Gran Consejo Fascista, Benito Mussolini era detenido por orden del rey Víctor Manuel III, lo que no hizo sino menoscabar la menguante capacidad de resistencia italiana en Sicilia. A ello contribuiría también la orden del inteligente general Omar Bradley, al mando del II Cuerpo de Ejército nortea
mericano. Bradley indicó que todo soldado siciliano que se rindiera podría volver a su casa, cosa que cumplió a partir del día 28. Mientras, la malaria causaba estragos entre los contendientes. El cambio de situación política, a pesar de las afirmaciones del nuevo gobierno del general Pietro Badoglio, que insistía en que la alianza italogermana seguía en pie, hizo que los alemanes se replantearan su papel en la campaña.
Se prepara la evacuación
Bajo la supervisión del general Hube, oficiales de los tres ejércitos germanos planificaron la progresiva evacuación de la isla, estableciendo varias rutas marítimas y aéreas a través del estrecho de Mesina. Se reunieron cuantas lanchas y pequeños buques se pudieron encontrar, en especial los catamaranes Siebel, capaces de llevar unos 250 hombres y varios vehículos. Del mismo modo, para entorpecer la acción de los
MONTGOMERY SE TRAGÓ SU ORGULLO Y OFRECIÓ LA TOMA DE MESINA A PATTON, QUIEN NO DEJÓ PASAR LA OPORTUNIDAD
buques y aviones aliados, que nunca se presentarían, hicieron acopio de artillería antiaérea. Con el fin de apoyar este plan (Operación Lehrgang), se montaron varias líneas progresivas de defensa para retardar al máximo el avance aliado y facilitar una evacuación ordenada. Se cumplió a rajatabla, con una premisa: los hombres eran más importantes que el material. También los italianos hicieron lo propio. La lentitud del avance británico y el significativo aumento de bajas hicieron que, por una vez, “Monty” se tragara su desmedido orgullo e invitara el 25 de julio a Patton a Siracusa. Aquella reunión iba a resultar trascendental para la marcha de la campaña. Sin consultar a Alexander, el vencedor de El Alamein ofreció a su rival atacar al enemigo por el lado contrario de su dispositivo de defensa, y le dio carta blanca para tomar Mesina, el principal objetivo británico. Aun desconfiando, el audaz Patton no podía dejar
pasar una oportunidad así, y aceptó. Por primera vez, británicos y norteamericanos actuarían de común acuerdo. Mientras los alemanes ponían en marcha las primeras fases de evacuación, la 1.ª División de Infantería estadounidense atacaba Troina, la ciudad más alta de Sicilia y eje del sistema defensivo de Hube. El sistema, eficazmente defendido por la 15.ª División de Granaderos Panzer, llevó a los americanos a estrellarse una y otra vez contra sus alturas, hasta que, exhaustos, los alemanes comenzaron a abandonar sus posiciones una semana después. Ese abandono se produjo ante el temor real a una serie de pequeños desembarcos que tuvieron lugar en su retaguardia. Descontento por su escasa efectividad, Bradley sustituiría la 1.ª División de Infantería por la 9.ª, relevando al jefe de aquella, el general Terry de la Mesa Allen. Pero, aunque los aliados formaban ahora una línea de avance común, los nervios de sus mandos se hallaban a flor de piel, al ver a sus enemigos escabullirse entre sus manos. Fue precisamente durante esos días cuando se desencadenaron dos sonados incidentes en los que Patton abofetearía y cubriría de improperios a unos soldados dados de baja por “fatiga de guerra”.
El fin de la campaña
Ante el aumento progresivo de las fuerzas enemigas en línea y la rotura de su dispositivo, Hube aceleró la retirada. Precedidas por un pequeño grupo de comandos llegados el día anterior, el 17 de agosto de 1943, tropas de la 3.ª División de Infantería norteamericana entraban en una abandonada Mesina. Se daba así por concluida una campaña en la que los aliados habían sufrido más de 28.000 bajas, entre muertos y heridos, por un número parecido de sus enemigos. Aunque habían dejado sobre el terreno 142.000 prisioneros, eran en su mayoría italianos. La Wehrmacht había logrado evacuar 55.000 hombres, 10.000 vehículos, 163 cañones, 51 tanques y 16.791 toneladas de material. Con menos medios, los italianos consiguieron que 75.000 hombres, 500 vehículos y 100 cañones cruzaran el estrecho de Mesina. A nadie se le escapaba que el siguiente paso de los aliados iba a ser la invasión de la Italia continental, donde las tropas alemanas que habían logrado huir de Sicilia les iban a hacer pagar muy caro un lento avance.