Historia y Vida

EL DISEÑO DE LA OPERACIÓN HUSKY

Churchill convenció a Roosevelt de invadir Sicilia tras arrebatar el norte de África a los alemanes. La planificac­ión de la Operación Husky revelaría las tensiones entre los mandos aliados.

- SERGI VICH SÁEZ, HISTORIADO­R

Como cada día, el viernes 30 de abril de 1943 José Antonio Rey salió a faenar en su barca. Ser uno de los mejores pescadores de Punta Umbría (Huelva) no le eximía de trabajar sin descanso. Ni siquiera cuando, como aquel viernes, el cielo era gris y amenazaba tormenta. La posguerra española estaba siendo muy dura, y había que esforzarse mucho para poner algo encima de la mesa.

A media mañana, Rey observó un cuerpo en el agua. No era algo habitual, pero tampoco extraño. Fuera de las aguas españolas se estaba librando una guerra en toda regla, y, de vez en cuando, llegaban a nuestras playas restos de algún buque hundido o de algún avión derribado. Sin embargo, aquel cadáver era distinto. No por su uniforme, que parecía el de un oficial inglés, sino porque llevaba un maletín unido al cuerpo por una cadena. No era cuestión de dejarlo en el mar, por lo que llamó la atención de algunos compañeros que faenaban cerca y, con su ayuda, subió al difunto a bordo para llevarlo a la playa y dar parte a las autoridade­s. Pronto corrió la voz del macabro hallazgo. El principal agente alemán en la zona, Adolf Clauss, se esforzó sin éxito en conocer el contenido del dichoso maletín. Se entabló entonces una pugna entre británicos y alemanes. Mientras unos se empeñaban en recuperar el objeto y los otros perseguían leer las cartas que portaba, la cartera viajaba hasta Madrid. Serían los

LOS ALEMANES DEDUJERON QUE LOS ALIADOS IBAN A DESEMBARCA­R EN GRECIA O CÓRCEGA, O EN AMBOS

germanos los primeros en ver satisfecho­s sus deseos. Luego el maletín fue devuelto a Londres como si nada.

Del estudio de las misivas, el servicio de inteligenc­ia alemán dedujo que el siguiente paso a dar por los aliados tras la conquista de Túnez iba a ser un desembarco en Grecia o en Córcega, sin excluir que

pudieran producirse ambos simultánea­mente, mientras se llevaba a cabo una operación de diversión sobre Sicilia. Hitler y su Cuartel General dieron crédito a estas conclusion­es, por lo que reforzaron las zonas supuestame­nte en peligro. Tan seguros estaban de ello que el jefe de Estado Mayor del Alto Mando de la Wehrmacht (OKW), el general Alfred Jodl, acalló así toda reticencia: “Podéis olvidaros de Sicilia; sabemos que es Grecia”. El interés mostrado por Londres para recuperar el maletín, no obstante, no había sido real. Formaba parte de una sofisticad­a operación de desinforma­ción urdida por la inteligenc­ia naval británica que los alemanes se habían creído a pies juntillas. El siguiente objetivo iba a ser,

LOS ESTADOUNID­ENSES SE DEBATÍAN ENTRE ATACAR FRANCIA O JAPÓN, PERO CHURCHILL PENSABA EN ITALIA

por supuesto, Sicilia, como la lógica y los analistas italianos apuntaban.

¿Por qué Sicilia?

La Conferenci­a de Casablanca se celebró entre el 14 y el 24 de enero de 1943 en esta ciudad marroquí, pese a que alemanes e italianos seguían defendiend­o ferozmente Túnez en aquel momento. En el curso del encuentro, el presidente estadounid­ense Franklin D. Roosevelt y el premier británico Winston Churchill conversaro­n acerca de cuál habría de ser el nuevo movimiento en su estrategia ofensiva, una vez que sus enemigos fueran definitiva­mente expulsados del norte de África. La fuerte personalid­ad de Churchill había llevado a una postura unívoca en el seno de la delegación británica, pero no ocurría lo mismo del lado estadounid­ense. Fiel a su lema “Wait and see” (“esperemos a ver”), el presidente parecía no querer intervenir en el desacuerdo planteado entre sus máximos colaborado­res. Para su jefe de Estado Mayor, el prestigios­o general George C. Marshall, el objetivo debía ser Francia, algo reclamado por Stalin para disminuir la presión de la Wehrmacht

sobre el Ejército Rojo. Por el contrario, la Armada, representa­da por el quisquillo­so almirante Ernest J. King, pedía máxima prioridad a la lucha naval contra Japón. Al final, no sin reticencia­s, Roosevelt se decantó por la propuesta del premier británico: dar un firme golpe al denominado “bajo vientre del Eje”, y qué mejor lugar para hacerlo que Sicilia. En una nueva conferenci­a celebrada en Washington se solucionar­on los flecos pendientes. A los militares norteameri­canos les quedaría el regusto de haber sido embaucados. Basta con ojear el mapa para ver que la distancia entre la gran isla y Túnez es relativame­nte corta, lo que facilitaba la logística de invasión. Además, la toma de sus puertos y aeródromos aseguraba el control del Mediterrán­eo y la convertía en un magnífico trampolín para invadir la península italiana y derrocar al régimen fascista en un segundo paso, al tiempo que permitía medir las posibilida­des de la in vasión de Francia. También, aunque en menor medida, se detraerían con ello tropas alemanas del frente ruso.

Pero el hecho de que fuera la opción más lógica conllevaba la potencial alerta de un enemigo que, al menor indicio, como los imprescind­ibles bombardeos previos, podía reforzar sus defensas y hacer pagar un alto tributo de sangre por su conquista. De ahí que, para ocultarlo, se articulase la mayor campaña de desinforma­ción llevada a cabo hasta entonces. Conocida como Operación Barclay, se nutriría de noticias

SEGÚN BLETCHLEY PARK, HITLER SOSPECHABA QUE LOS ALIADOS SENTÍAN PREFERENCI­A POR GRECIA

falsas y ejércitos ficticios. Era necesario reforzar la idea que Adolf Hitler y su OKW tenían, en el sentido de que la opción preferida por los aliados no era otra que Grecia, tal como los descifrado­res de Bletchley Park habían descubiert­o. El cadáver de Punta Umbría solo había sido una exitosa operación complement­aria de Barclay.

Sin embargo, la preparació­n de la Operación Husky, nombre que se dio a la invasión, no comenzó con muy buen pie. No solo había innumerabl­es problemas logísticos que resolver para la mayor acción anfibia jamás desarrolla­da, sino que, además, los responsabl­es británicos y norteameri­canos del Estado Mayor Conjunto comenzaron a planificar de forma independie­nte, mientras en privado decían pestes los unos de los otros.

Planifican­do Husky

Aunque la campaña llevaba el sello británico y el contingent­e anglocanad­iense era mayor, por razones de imagen se puso al frente al general norteameri­cano Dwight D. Eisenhower. De él, Bernard Law Montgomery, jefe del 8.º Ejército británico, dijo con desprecio: “Su conocimien­to de cómo hacer la guerra o pelear en una batalla es definitiva­mente nulo”. Para “asesorarle”, se colocó como segundo y jefe del XV Grupo de Ejércitos al inglés Harold Alexander, que durante toda la operación mantendría a los norteameri­canos en un segundo plano. Ninguno aceptaba la visión del otro, mientras el paciente Eisenhower se esforzaba por mediar. Por fin, Montgomery dio un golpe de efecto: tras acorralar a Walter R. Smith, jefe de la plana mayor de Eisenhower, en unos lavabos, impuso su visión de cómo había de ser la operación. Británica sería la idea y británica la ejecución, al contrario que en Normandía. En puridad, la invasión de Sicilia se concebiría como dos acciones independie­ntes, una llevada a cabo por británicos y otra por americanos. Dos planes que poco o nada preveían para más allá de los primeros días.

En líneas generales, se proyectó el desembarco del 8.º Ejército británico al sudeste de Siracusa, mientras el 7.º norteameri­cano (con el general George Patton al frente) lo haría en el golfo de Gela. Al mismo tiempo, acciones aerotransp­ortadas y de comandos aseguraría­n los puntos clave de una isla montañosa y con pocas infraestru­cturas. En total, se alistó a 115.000 soldados anglocanad­ienses y a 66.000 norteameri­canos, más un pequeño contingent­e francés. Se contaba con 600 tanques, 1.800 piezas de artillería y unos 14.000 vehículos, que serían transporta­dos y protegidos por 2.590 buques y lanchas de desembarco, entre los que se encontraba­n 6 acorazados, 2 portaavion­es, 15 cruceros, 128 destructor­es y varios submarinos encargados de balizar las rutas de aproximaci­ón. Además, se probarían nuevos modelos, como el LST, un buque de desembarco de tan

EN ESTE CASO, TANTO LA IDEA COMO LA EJECUCIÓN SERÍAN BRITÁNICAS, AL CONTRARIO DE LO QUE PASARÍA EN NORMANDÍA

ques, o el DUKW, un eficaz vehículo anfibio de transporte. Nunca el Mediterrán­eo había conocido semejante flota. Pero la informació­n sobre la topografía de la isla y sus defensas era escasa. Por ello, la Oficina de Inteligenc­ia Naval estadounid­ense resolvió acudir al mafioso Charlie “Lucky” Luciano para que actuara de valedor ante la comunidad siciliana, tanto en Estados Unidos como en la isla. Los resultados fueron dignos, aunque la colaboraci­ón iba a magnificar­se años después.

Una defensa complicada

Sin conexión alguna con el peligro que acechaba, hacía escasament­e dos meses que el Comando Supremo italiano había encargado la defensa de la isla al general Alfredo Guzzoni. Tras sacarlo de la reserva, lo nombró jefe del 6.º Ejército destinado allí. Se trataba de un buen militar con experienci­a, bien visto por los alemanes. Tras constatar la falta de material moderno y de tropas preparadas –en especial, las

KESSELRING, JEFE DE LAS FUERZAS GERMANAS EN EL MEDITERRÁN­EO SUR, NO CONFIABA EN SUS CAMARADAS ITALIANOS

denominada­s Divisiones Costeras, formadas por hombres de edad que debían cubrir el primer envite–, Guzzoni elaboró un razonable plan defensivo. Consistía en reunir lejos de la costa a sus cuatro mejores divisiones más las dos alemanas allí radicadas, de las que era teórico superior, a fin de constituir una fuerza de maniobra capaz de golpear las posibles cabezas de puente. Para su desgracia, no se vio secundado por el mariscal Albert Kesselring, jefe de las fuerzas germanas en el Mediterrán­eo sur, quien las dispersó para controlar mejor a unos camaradas en los que no confiaba. El 6.º Ejército contaba con unos 200.000 hombres, pero solo la motorizada división Livorno poseía cierta capacidad de movimiento, a pesar de incluir bastante material obsoleto. Las otras tres, ampulosame­nte denominada­s Fuerzas Móviles, apenas disponían de algunos camiones, mientras los batallones de tanques agre

gados estaban equipados con viejos Renault R35 provenient­es del botín repartido tras la debacle francesa de 1940. La factura en hombres y material que pagó el Duce en el norte de África y Rusia había dejado exangüe al ejército italiano.

Por su parte, la Wehrmacht contaba con los 35.000 hombres de las divisiones Hermann Göring (al mando de Paul Conrath) y 15.ª de Granaderos Panzer (Eberhard Rodt), que incluían 184 tanques, de los que 17 eran del poderoso modelo Tiger I. Pero en la isla tan solo quedaban 175 de los 885 aviones de la 2.ª Luftflotte, pues los bombardeos enemigos habían aconsejado retirarlos al continente. La aviación italiana estaba en cuadro, y la aún respetable flota de Mussolini permanecer­ía en La Spezia –salvo por dos tímidas salidas– por falta de combustibl­e y radar. Lo cierto es que, en aquellos días, la Hermann Göring distaba de ser una unidad de élite. Incompleta, carecía de hombres fogueados. Tampoco los Tiger I pudieron emplearse a fondo, dada la difícil geografía siciliana, y sufrieron graves averías que obligaron a sus dotaciones a sabotearlo­s para no dejarlos al enemigo. Sin embargo, pasados los primeros días, los alemanes responderí­an con el probado sistema de los Kampfgrupp­e, unidades autosufici­entes creadas ad hoc con partes de otras. Solían recibir el nombre de su comandante, y supieron aprovechar las oportunida­des defensivas que ofrecía la montañosa orografía del lugar. Los germanos establecie­ron también un eficaz puente aéreo y marítimo a través del estrecho de Mesina que permitió enviar refuerzos, en especial los famosos Diablos Verdes de la 1.ª División de Paracaidis­tas, una de las mejores unidades de la Wehrmacht.

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 ??  ?? CONFERENCI­A de Casablanca, 1943. En la pág. anterior, preparació­n del desembarco de Sicilia.
CONFERENCI­A de Casablanca, 1943. En la pág. anterior, preparació­n del desembarco de Sicilia.
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 ??  ?? SOVIÉTICOS en el frente ruso, 1943. A la dcha., Alexander entre Eisenhower y Churchill, 1944.
SOVIÉTICOS en el frente ruso, 1943. A la dcha., Alexander entre Eisenhower y Churchill, 1944.
 ??  ?? EL MARISCAL Albert Kesselring (con el bastón) pasa revista a tropas alemanas en Italia, noviembre de 1943.
EL MARISCAL Albert Kesselring (con el bastón) pasa revista a tropas alemanas en Italia, noviembre de 1943.

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