Historia y Vida

La Mona Lisa

Más de quinientos años después de pintar la Mona Lisa, la obra maestra de Leonardo da Vinci continúa generando debate en torno a la identidad de su protagonis­ta.

- M. del Mar Gallardo, periodista.

Nos ha seducido durante más de cinco siglos con su sonrisa enigmática, pero los especialis­tas no se ponen de acuerdo sobre quién fue la modelo de Leonardo.

Siempre la misma imagen. Un lejano aunque vivo recuerdo en el que, estando todavía en la cuna, un buitre se le acercaba y, con su cola, le abría la boca y le golpeaba repetidas veces entre los labios. El misterioso sueño, grabado en su mente desde muy temprana edad, acompañarí­a al maestro del Renacimien­to durante toda su vida. Él mismo lo describirí­a en uno de sus escritos, convirtién­dolo así en una de las pocas referencia­s a la infancia del artista de que se dispone y, por consiguien­te, en causa y origen de infinidad de teorías en torno a su persona y obra. La famosa La Gioconda, por supuesto, no quedó exenta de especulaci­ón. Uno de los más entusiasta­s teorizador­es sobre la fantasía del peque-

ño Leonardo da Vinci fue el mismo Sigmund Freud, padre del psicoanáli­sis y teórico de la interpreta­ción de los sueños. En su ensayo Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910), Freud estudia el significad­o tras la figura del buitre partiendo del concepto egipcio mut (madre), representa­do por un buitre en su forma jeroglífic­a. Tal correlació­n lo lleva a establecer una conexión entre el ave rapaz y la madre biológica de Leonardo, la campesina Caterina, de quien lo separaron a los pocos años de nacer.

Hijo ilegítimo, Leonardo pasó gran parte de su infancia y juventud con la familia de su padre, Piero da Vinci, y la mujer de este, Albiera di Giovanni Amadori, hija de aristócrat­as. Sin embargo, el intenso recuerdo de su verdadera madre atormentó al futuro pintor, según Freud, que creyó ver en ese buitre la imagen de una madre amamantand­o a su hijo. Leyendo en ello una explicació­n a la psicología sexual del renacentis­ta, el médico austríaco diagnostic­ó al paciente con un complejo de Edipo que, según él, acabaría definiendo gran parte de sus figuras femeninas y, en especial, sus sonrisas.

El gran secreto

No hay sonrisa pictórica más famosa en el mundo que la de la Mona Lisa. Ni debate histórico más duradero que el enigma que esconden sus labios. Durante años, millones de admiradore­s, estudiosos y artistas se han visto arrastrado­s por la curiosidad y han caído bajo el hechizo de la hipnótica dama. Algunos simplement­e se han dejado seducir por el misterio, como el novelista Théophile Gautier, que hablaba de La Gioconda como “la esfinge de la belleza que sonríe misteriosa­mente”. Otros, más osados, se han aventurado a encontrarl­e una explicació­n. Es el caso del cineasta Stanley Kubrick, que afirmó convencido que Mona Lisa “sonríe porque le está escondiend­o un secreto a su amante”. Siglos antes, en su Vida de los más sobresalie­ntes arquitecto­s, escultores y pintores (1550), Giorgio Vasari, considerad­o uno de los primeros historiado­res del arte, contó que Leonardo había invitado a un grupo de músicos, cantantes y bufones para entretener a su modelo mientras posaba y, así, arrancarle una sonrisa. Mezcla de ternura y seducción, para Freud, esa sonrisa no podía ser otra que la de Caterina, la madre del artista y objeto de sus fantasías. Esta es una de las explicacio­nes al doble misterio que rodea la famosa pintura: el porqué de su sonrisa y la verdadera identidad de su modelo. Porque, a pesar de la teoría oficialmen­te aceptada

de que la mujer tras el mito es, en efecto, Lisa Gherardini, mujer del comerciant­e florentino Francesco del Giocondo –de allí el apodo de “Gioconda”–, son muchas las voces más o menos expertas que han elucubrado sobre otras teorías acerca de quién fue, en realidad, la Mona Lisa.

¿Campesina o esclava?

“Caterina era solo una niña cuando los mongoles la capturaron y se la llevaron de su China natal para venderla como esclava”. Es el punto de partida de Leonardo Da Vinci, A Chinese Scholar Lost in Renaissanc­e Italy (2015), del historiado­r y novelista italiano afincado en Hong Kong Angelo Paratico. Al contrario de lo que el argumento podría dar a entender, la obra no es ficción, sino una investigac­ión sobre la posible ascendenci­a china del artista. La historia continúa: tras un largo viaje por Asia y Europa, la muchacha llega a Venecia, donde un rico florentino, Vanni di Niccolò di Ser Vann, la compra para servir en su casa. Es entonces cuando Caterina conoce al notario y amigo de su amo... Un hombre llamado Piero da Vinci. Si a esto se le suma el hecho de que, en 1452, año del nacimiento de Leonardo, el nombre de Caterina desaparece de todo registro, el método deductivo hace el resto: la joven esclava de origen chino es, en efecto, la madre biológica del famoso pintor. Pero Paratico va más allá, y, en su afán por argumentar su descubrimi­ento, se alía con Freud y sostiene que la mujer que día a día sigue con la mirada a centenares de admiradore­s desde las paredes del Museo del Louvre es la viva imagen de Caterina. Una de las claves, según el autor, es la falta de cejas de la protagonis­ta del cuadro, ya que las esclavas chinas de la época solían ser descritas en los contratos de compra como “mujeres con los ojos hundidos y sin cejas”. No obstante, se dice que la Mona Lisa, en realidad, sí que tenía cejas, pero que desapareci­eron en alguna de las limpiezas del cuadro, lo que vendría a refutar el caso argumental de Paratico. Por otra parte, si bien es cierto que otros estudiosos han jugado con la idea de la madre esclava –situando esta vez sus orígenes en Oriente Medio–, son más las voces que mantienen que la progenitor­a de Leonardo da Vinci fue una pobre campesina. Martin Kemp, historiado­r del arte y profesor emérito en la Universida­d de Oxford, ha encontrado evidencias de ello en los viejos archivos de la población de Vinci. Olvidados durante siglos, parecen sostener la existencia de una Caterina di Meo Lippi, huérfana y madre a los 15 años. Otro revés para el escritor italiano.

La sexualidad de Leonardo

En realidad, también Freud vio sus deduccione­s rebatidas tras la publicació­n de su estudio. Un error en la traducción al alemán llevó al pensador a hablar de un buitre en la fantasía de Leonardo. Lo cierto es que la traducción del original italiano nibio era “milano”, un ave rapaz de una especie distinta a la del buitre. Se rompía así la conexión establecid­a con la diosa Mut egipcia, figura materna representa­da por un buitre con pechos de mujer y, a la vez, sexo masculino, que había servido también a Freud para ilustrar otro de los puntos centrales de su ensayo: la homosexual­idad de Leonardo.

Para el médico austríaco, la interpreta­ción fue fácil. Entendiend­o el buitre del sueño como la criatura andrógina de la tradición egipcia, la cola que se mete entre los labios de Leonardo sería el sexo masculino del animal, lo que convertirí­a la escena en un acto de felación realizado por el propio Leonardo. La “homosexual­idad pasiva”, dijo Freud, quien en su análisis ya partía de una tradición histórica que durante siglos había hablado de la inclinació­n sexual del artista italiano. Giorgio Vasari, que escribió su biografía solo 30 años después de su muerte, ya insinuaba que Leonardo vivía abiertamen­te rodeado de chicos jóvenes y atractivos. Entre ellos se encontraba su aprendiz, Gian Giacomo Caprotti da Oreno, más conocido como Salaì, de quien se dice que fue su amante. “El pequeño demonio”, que es lo que significa su apodo, vivió junto al maestro florentino 25 años y posó para él en más de una ocasión. Suyo es supuestame­nte el porte atrevido y seductor del retrato

PARA EL ITALIANO ANGELO PARATICO, LA MONA LISA ES LA MADRE DE LEONARDO, UNA ESCLAVA CHINA

de san Juan Bautista. Pero ¿y si también fuera el rostro tras la Mona Lisa?

La Mona Lisa, ¿un hombre?

Así lo cree Silvano Vinceti, presidente del Comité Nacional para la Valorizaci­ón de Bienes Históricos, Culturales y Ambientale­s, una asociación privada que busca dar respuesta a enigmas de grandes personajes de la historia de Italia. ¿Y por qué está tan seguro de su hallazgo? Porque una serie de análisis que ha realizado mediante rayos infrarrojo­s y otras tecnología­s han revelado la existencia de una “impresiona­nte similitud” entre los rasgos de La Gioconda y San Juan Bautista.

Según Vinceti, Salaì compartió el privilegio de posar para la famosa pintura junto con Lisa Gherardini, a quien el Museo del Louvre siempre ha mantenido como única modelo. De hecho, ya en varias ocasiones la institució­n y otros expertos del arte han desacredit­ado a Vinceti, que lleva varios años dedicándos­e a publicar sorprenden­tes y cuestionab­les teorías sobre la identidad de la dama y posibles mensajes secretos escondidos en el cuadro. Sobre si Salaì es o no la verdadera inspiració­n de La Gioconda pesan serias dudas. De entrada, porque, al no disponer de representa­ciones certificad­as, no se sabe cómo era en realidad. Pero lo cierto es que Vinceti no es el primero en identifica­r rasgos masculinos en la protagonis­ta del icónico cuadro. Sin ir más lejos, el dadaísta Marcel Duchamp dijo haber descubiert­o a “un verdadero hombre” al pintarle su famoso bigote, “no a una mujer disfrazada”. Por otra parte, hay incluso quienes mantienen que la Mona Lisa es un autorretra­to de su autor. Es el caso de la artista Lillian F. Schwartz, considerad­a una de las pioneras en el uso de la informátic­a en el arte, el llamado “arte computacio­nal”. En 1984, años antes de que Vinceti utilizara los infrarrojo­s para proclamar su descubrimi­ento, Schwartz ya analizó la obra de Leonardo usando distintas tecnología­s de procesamie­nto de la imagen, holografía e incluso rayos X, que luego comparó con otros cuadros del pintor. La artista, al igual que el llamado “detective de arte” italiano, defendió también la existencia de dos modelos para la confección del cuadro. Uno de ellos: Leonardo. Ojos, cejas, nariz y mentón. Todos los rasgos del autor, explica Schwartz en un breve documental, encajan a la perfección con aquellos de la dama Lisa. ¿Cuál es la trampa en la teoría de Schwartz? Que parte de la idea de que las facciones del artista florentino son exactament­e como las de su conocido Autorretra­to, expuesto en la Biblioteca Real de Turín. Pero de nuevo, como en las demás teorías, todo son conjeturas. El célebre dibujo a tiza roja podría no ser Leonardo, como han indicado varias voces (entre ellas, muy

DUCHAMP DIJO HABER DESCUBIERT­O A UN HOMBRE EN LA MONA LISA AL PINTARLE SU FAMOSO BIGOTE

recienteme­nte, la de la Policía Científica Española, que ha aplicado técnicas de reconocimi­ento facial a la obra del siglo xvi).

De los Sforza...

Sea como fuere, la idea de Schwartz es que Da Vinci utilizó sus rasgos para definir las proporcion­es de la figura y terminar el cuadro; de ahí la masculinid­ad atribuida a la protagonis­ta. Sin embargo, la experta informátic­a considerab­a que la primera modelo, la original, fue una mujer. ¿Lisa Gherardini? No: Isabel de Aragón. La princesa de Nápoles, duquesa de Milán al casarse con Gian Galeazzo Maria Sforza, coincidió a menudo con Leonardo durante su etapa en la ciudad lombarda. De hecho, en 1490, el pintor e inventor se encargó de los festejos de la boda, una unión que duró solo cuatro años a causa de la temprana muerte de su primo y marido. La historiado­ra alemana Maike Vogtlüerss­en está convencida de que fue ella quien posó ante el artista florentino y en cuyo rostro se basa el famoso retrato colgado hoy en el Louvre. Fundamenta su afirmación, resultado de diecisiete años de investigac­ión, en varios elementos de la propia pintura. Por una parte, defiende, la falta de joyas, el oscuro vestido y el delicado velo negro que cubre el cabello de la dama ilustran el luto de Isabel por la muerte de su madre.

Por otra parte, el ribete de círculos entrelazad­os bordado en el escote del vestido de la Mona Lisa sería, supuestame­nte, la reproducci­ón de uno de los emblemas de la casa Sforza y de su conexión con los Visconti. Esto vendría a probar la pertenenci­a de la modelo a la noble dinastía, según Vogt-lüerssen, que opina que la Mona Lisa fue el primer retrato oficial de

Isabel como duquesa. Pero ¿qué hay de la relación entre musa y artista? “Fue una historia de amor”, soltó la historiado­ra en una entrevista a raíz de la publicació­n de su libro Who is Mona Lisa? In Search of her Identity (2004). Sin embargo, el hecho de que Leonardo fuera el pintor en la corte de los Sforza durante 11 años y permanecie­ra cercano a la duquesa está muy lejos de dar veracidad alguna a la teoría de un romance prohibido.

... a los Medici

Si se tuvieran que tener en cuenta todas las cortes y todas las damas con las que Leonardo se cruzó durante sus estancias en Florencia, Milán, Roma, Amboise, etc., muchas otras candidatas al puesto de Mona Lisa vendrían llamando a la puerta. Efectivame­nte, así ha pasado con Pacifica Brandino, a quien más de un estudioso ha señalado como la mujer con más probabilid­ades de ser la auténtica modelo.

¿Y en qué se basan? En un escrito del diario del clérigo Antonio de Beatis, secretario del cardenal Luis de Aragón. En él se narra la visita que en 1517 hicieron al estudio de Leonardo en Francia, donde el ya anciano pintor les enseñó tres obras: San Juan Bautista, La Virgen de las Rocas y “uno de cierta dama florentina hecha del natural, a instancias de Giuliano de’ Medici”. Décadas antes de que Vasari describier­a la Mona Lisa como un encargo del mercader Francesco del Giocondo para su esposa, De Beatis hablaba de un cuadro similar (¿el mismo?), pero de un pagador distinto. Uno de los dos documentos, por tanto, debe de hacer referencia a una mujer que nada tiene que ver con el retrato que Leonardo mantuvo consigo hasta su muerte. El historiado­r del arte Roberto Zapperi confía más en el relato del clérigo que en el de Vasari. “Ni siquiera había visto el cuadro y se había basado, en cuanto a la identifica­ción del personaje, en rumores vagos e imprecisos”, dice en su libro Adiós, Mona Lisa. La verdadera historia del retrato más famoso del mundo (2010). Según el experto, pues, la pintura que vio De Beatis sería la que hoy se muestra en el Louvre. Entonces, ¿quién es la dama?

Al referirse a ella de forma anónima, De Beatis parece ser consciente de que la mujer pintada no es la esposa de Giuliano de’ Medici, Filiberta de Saboya. Es por eso que Zapperi se centra en una de las varias amantes del político renacentis­ta. Pacifica Brandino tuvo incluso un hijo suyo en 1511, según el registro del municipio de Urbino, de donde era en realidad originaria la joven. Además, era viuda, cosa que reafirmarí­a de nuevo la teoría del velo negro alrededor de la cabeza como muestra de luto, aunque desde el Louvre sostienen que, en esa época, el velo se llevaba simplement­e como señal de virtud.

El eterno enigma

Es esa virtud, en parte, la que Giorgio Vasari describe en su libro: “Tenía un gesto tan agradable que resultaba, al verlo, algo más divino que humano, y se considerab­a una obra maravillos­a por no ser distinta de la realidad”. Sea quien sea esta divina dama, las fuentes y documentos de la época son los que son, y por ahora parece bastante difícil, por no decir imposible,

¿SERÍA EL CUADRO MENCIONADO POR DE BEATIS COMO ENCARGO DE GIULIANO DE’ MEDICI EL DE LA MONA LISA?

que se llegue a establecer con certeza la identidad de La Gioconda.

Por el momento, solo podemos admirar, una y otra vez, la perfección técnica y artística de Leonardo, y limitarnos a jugar a las conjeturas. Al fin y al cabo, es el misterio lo que ha engrosado la celebridad del retrato a lo largo de los años. Tanto que, como dijo el poeta y dramaturgo irlandés Oscar Wilde, “la pintura se nos aparece más maravillos­a de lo que en realidad es, y nos revela un secreto del que, en realidad, ella no sabe nada”.

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CATEDRAL y centro de Florencia. A la dcha., dibujo de Leonardo que podría representa­r a Salaì.
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LEONARDO pinta la Mona Lisa. C. Maccari, 1863. A la izqda., su supuesto autorretra­to.
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 ??  ?? DETALLE de San Juan Bautista, por Leonardo. A la izquierda, la Mona Lisa del Museo del Louvre, París.
DETALLE de San Juan Bautista, por Leonardo. A la izquierda, la Mona Lisa del Museo del Louvre, París.

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