Historia y Vida

ESCALERA AL INFIERNO

- Isabel Margarit, directora

En el siniestro plan de exterminio diseñado por el Tercer Reich, Mauthausen representa la explotació­n hasta el límite de la mano de obra esclava. La crueldad de aquel campo de concentrac­ión se resume en una imagen, “la escalera de la muerte”, de 186 peldaños, por la que subían los prisionero­s cargados con pesados bloques procedente­s de las canteras de granito, un material muy valioso para los ambiciosos proyectos constructi­vos de Hitler. El Führer podía consolidar su ideal de grandeza en los amplios territorio­s anexionado­s, y Himmler, el jefe de las SS, le convenció de la idoneidad de aquellas canteras de la Alta Austria.

A veces, cuando los reclusos llegaban arriba de la temible escalera, exhaustos, los guardianes les empujaban y les hacían caer en cadena. Un estadio más en la espiral de atrocidade­s. Pero los internos de aquel campo y de sus centros satélites temían más al dolor y a las humillacio­nes que a la muerte. La deshumaniz­ación en el sistema concentrac­ionario nazi era metódica. Separados de sus familias, robadas sus pertenenci­as, a los prisionero­s se les arrebataba también su condición humana.

Transcurri­dos ochenta años de su construcci­ón, aquella máquina de matar que fue Mauthausen tiene su brutal reflejo en las imágenes que pudo salvaguard­ar, entre otros, Francesc Boix, uno de los internos que actuaba como fotógrafo. Este testimonio gráfico fue fundamenta­l para demostrar en los juicios de Núremberg los crímenes cometidos en el campo. Boix fue uno de los más de siete mil españoles que pasaron por aquel fatídico lugar. Dos de cada tres no regresaría­n. El hambre, el frío, la extenuació­n, las enfermedad­es, la tortura o la cámara de gas acabaron con sus vidas.

En el testimonio de los supervivie­ntes quedó para siempre la huella del horror. Ahora es el turno de la conciencia histórica y de su lucha, justa y comprometi­da, contra el olvido.

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