AQUELLO QUE NO OCURRIÓ
¿Es la historia contrafactual una herramienta útil?
Qué hubiera pasado si...?”. Esta pregunta es la que pone en marcha la especulación contrafactual. ¿Qué hubiera pasado si la Armada Invencible hubiera vencido a Inglaterra? ¿Y si el archiduque Francisco Fernando no hubiera sido asesinado? ¿Y si Lenin no hubiera muerto prematuramente? ¿Qué hubiera ocurrido si Hitler hubiera ganado la guerra? ¿Y si Franco la hubiera perdido? Este tipo de cuestiones han servido durante años como combustible dramático para alimentar multitud de ficciones literarias y audiovisuales. Son las llamadas ucronías, un subgénero a medio camino entre la novela histórica y la ciencia ficción caracterizado por la especulación sobre los acontecimientos históricos. El hombre en el castillo (Minotauro, 2014), de Philip K. Dick, Patria (Debolsillo, 2011), de Robert Harris, o, en el ámbito español, En el día de hoy (Planeta, 2001), de Jesús Torbado, son algunos ejemplos relevantes de este subgénero. Pero ¿tienen estos divertimentos literarios alguna utilidad para los historiadores?
A esta pregunta responde el conocido historiador británico Richard J. Evans, autor del reciente La lucha por el poder, Europa 1815-1914 [hyv 595]. En su ensayo Contrafactuales. ¿Y si todo hubiera sido diferente? analiza el fenómeno de la historia contrafactual desde sus orígenes, como mero pasatiempo, hasta su actual reivindicación como herramienta metodológica. Evans comienza su libro haciendo un instructivo recorrido sobre la historia de este subgénero. Empieza con el historiador romano Tito Livio, quien formuló el primer contrafactual del que se tiene noticia (qué habría pasado si Alejandro Magno hubiera emprendido su conquista en sentido contrario y hubiera luchado contra Roma). Prosigue con otros destacados exponentes, como el ilustrado Edward Gibbon, quien se preguntó en su Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (1776-88) cómo sería Europa si Carlos Martel no hubiera derrotado a los sarracenos en el año 733. Y termina con el actual auge de esta práctica, sobre todo en el ámbito de la historiografía angloestadounidense.
Una ojeada al presente
En la segunda parte, el autor se detiene a examinar el actual debate existente entre los que consideran los acontecimientos contrafactuales una herramienta útil para el estudio de la historia, en especial para “socavar cualquier idea sobre la inevitabilidad del resultado histórico real”, y los que los consideran un simple juego de salón para historiadores conservadores. Evans pone sobre la mesa los argumentos de una y otra parte y extrae sus propias conclusiones: denuncia el cariz de la disputa, más ideológico que metodológico; defiende el estudio del fenómeno, como parte de la historia intelectual y política moderna; pero termina poniendo en tela de juicio su utilidad práctica para la investigación del pasado. Como señala, a modo de conclusión: “Las hipótesis contrafactuales son irónicas, porque arrojan más luz sobre el presente que sobre el pasado”.