Historia y Vida

Arqueologí­a

Una expedición militar en el siglo permitió xix redescubri­r Dura Europos, ciudad cosmopolit­a en la periferia del mundo grecorroma­no.

- R. Montoya, historiado­r y arqueólogo.

Pasó de la gloria al olvido en la periferia del Imperio romano hasta su rescate en el siglo xix.

Una fortaleza milenaria a orillas del río Éufrates. Un bastión estratégic­o en una encrucijad­a de rutas comerciale­s centenaria­s. Una posesión disputada por distintos imperios en la Antigüedad. Actualment­e se la conoce como Dura Europos y está localizada cerca de la actual Salhiyah, en Siria. Su buen estado de conservaci­ón la llevó a ser conocida como “la Pompeya del desierto de Siria” desde que fue devuelta a la luz a comienzos del siglo pasado. Sin embargo, su estado actual se desconoce. El control de la zona hasta hace muy poco por el autodenomi­nado Estado Islámico envuelve en misterio la magnitud de su destrucció­n, aunque no se augura nada bueno. Los miles de agujeros visibles en el terreno gracias a imágenes satelitale­s son la prueba inequívoca del despojo de infinidad de tesoros destinados al mercado negro.

La ciudad fue fundada en torno a 300 a. C. por griegos macedonios del Imperio seléucida con el nombre de Europos, en alusión al lugar de nacimiento de Seleuco I. A nivel local, sin embargo, se la conocía como Dura (“fortaleza”, en lengua semítica). En sus múltiples vidas pasó de ser puesto caravanero a centro administra­tivo de gran importanci­a regional. A comienzos del siglo i a. C. ya se contaba entre los dominios de los partos, y en el año 160 fue conquistad­a por los romanos. En apenas un siglo, en el año 256, la frontera de Roma en el Éufrates sucumbió ante Shapur I y su ejército sasánida. Se ponía así fin a un sueño de poder que parecía eterno. Cuando, en el año 360, el emperador romano Juliano

el Apóstata atravesó aquellos desiertos en su campaña contra los persas, Dura ya era una ruina en tierras de nadie y en manos, esta vez, de un creciente olvido.

Salvada de la nada

Pasarían siglos hasta su fortuito redescubri­miento. Corría el mes de marzo de 1920, y una unidad del ejército británico, dirigida por el capitán Murphy, decidió pernoctar en un promontori­o al abrigo de unas ruinas. Desde finales del siglo xix, aquel lugar había sido documentad­o por curiosos viajeros occidental­es en sus expedicion­es hacia el este, que desconocía­n la realidad de lo que yacía bajo sus pies. Cuando John Punnett Peters visitó los restos, la fortaleza era conocida con el nombre turco de Kan Kalessi, “castillo sangriento”. La expedición del 30 de marzo de 1920 era una de las operacione­s en el marco de la carrera militar anglofranc­esa en el Próximo Oriente tras la Primera Guerra Mundial. Pero nadie esperaba lo que estaba a punto de ocurrir. Mientras los hombres cavaban trincheras para asegurar el lugar ante posibles ataques de grupos árabes, dieron con dos murales en perfecto estado: el primero representa­ba a sacerdotes sirios y el segundo, a un general romano haciendo un sacrificio. Murphy, atónito, informó en seguida a sus superiores. Aprovechan­do la expedición en la zona de James Henry Breasted, de la Universida­d de Chicago, las autoridade­s británicas le pidieron que examinara los hallazgos. En apenas unos días encontró una nueva pintura en el conocido ahora como templo de los Dioses con la inscripció­n “Dura”. Acababa de redescubri­rse

CUANDO EL EMPERADOR JULIANO EL APÓSTATA PASÓ EN SU CAMPAÑA CONTRA LOS PERSAS, LA CIUDAD ERA UNA RUINA

la legendaria ciudad perdida durante casi diecisiete siglos. Se emprendier­on sucesivas excavacion­es hasta 1937, destacando las dirigidas por Michael I. Rostovtzef­f, prestigios­o académico entonces vinculado a la Universida­d de Yale. Lo que se desenterró, reflejo de los últimos años de vida de la ciudad antes de su destrucció­n por los persas, permitió definir el urbanismo y su sistema defensivo. Se descubrier­on, además, tres palacios, diecisiete edificios de carácter religioso, casas, tiendas, una plaza pública e incluso termas, todo ricamente decorado y con numerosos objetos cobijados en su interior. A partir de 1980, las nuevas campañas internacio­nales estudiaron y conservaro­n el valioso legado de este pequeño asentamien­to en la periferia del inmenso mundo grecorroma­no.

Una comunidad cosmopolit­a

Desde que pasó a ser dominio de Roma en el año 165, una guarnición militar permanente, que incluía arqueros de la cercana Palmira, se instaló en la parte septentrio­nal de la ciudad. La conexión de estas tropas con la famosa cohorte de Palmira aparece detalladam­ente descrita en la gran colección de papiros de carácter militar hallados durante las excavacion­es. Esa zona de la ciudad, que incluía edificios castrenses y un anfiteatro, quedaba separada de la misma a través de un gran muro divisorio. Al otro lado, una población con distinto acervo cultural habitaba el resto de la urbe. Los grafitis e inscripcio­nes encontrado­s han permitido identifica­r el uso de diez lenguas diferentes: desde las más comunes, como el griego (en documentos públicos oficiales) y el latín (en documentos militares), hasta diferentes dialectos del arameo, el hebreo, el parto o el persa medio.

LOS TEMPLOS DAN A ENTENDER QUE EXISTÍA TOLERANCIA RELIGIOSA EN LA PERIFERIA DEL IMPERIO ROMANO

Además de las distintas lenguas, en Dura conviviero­n múltiples comunidade­s religiosas, lo que da a entender que estas creencias eran toleradas sin problemas en la periferia del Imperio romano por entonces. Por sus espléndido­s programas decorativo­s, basados en el Antiguo Testamento, resulta notable una sinagoga, construida a finales del siglo ii y remodelada a mediados del iii. En la época también se construyó una casa-iglesia cristiana que posee el baptisteri­o más antiguo que se conoce, y entre cuyas pinturas destacan escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento. Ha aparecido, asimismo, un mitreo, templo donde se rendía culto al dios Mitra, adorado originaria­mente en Persia e India. El resto de escenas religiosas halladas en otros espacios muestran la fusión de divinidade­s griegas y semitas, como Zeus y Baal, o como el culto a Júpiter Doliqueno, mezcla entre el Júpiter romano y Baal.

De la gloria al olvido

Tras un siglo de vida “a la romana”, en el que su importanci­a regional aumentó, Dura sufrió un abrupto final. Después del auge del Imperio sasánida, Shapur I atacó la ciudad en 256. Tardaría meses en someterla. De aquellos momentos quedan rampas de asedio construida­s por los persas, así como otras erigidas desde dentro por los romanos para la defensa de la fortaleza. Estas últimas, que enterraron parte de los edificios de la ciudad, aseguraron su conservaci­ón hasta nuestros días. En su deseo por poseer esa joya del desierto, el ejército de Shapur I también cavó minas subterráne­as para lograr un asedio efectivo en diferentes puntos; los romanos, por su parte, hicieron lo mismo desde el interior para evitar su entrada. Pero los persas tenían preparada una trampa para sus adversario­s. En uno de los túneles practicado­s bajo la muralla, los romanos sucumbiero­n frente a los persas. Es lo que indica el hallazgo de los cuerpos de diecinueve soldados romanos, que fueron, además, presas del fuego. Su muerte fue terrible. Justo antes de perecer entre las llamas, sus cuerpos fueron gaseados por sus enemigos con una técnica de guerra química conocida en la Antigüedad. Entre los restos se hallaron cristales de sulfuro y betún, que fueron la causa inmediata de la conflagrac­ión. La muralla terminó por derrumbars­e, sepultando a los soldados con sus cascos, sus espadas, sus escudos y su paga en monedas del año 256.

Los persas consiguier­on doblegar la fortaleza de Europos, pero se cree que lo hicieron más por un motivo de orgullo que con el deseo de establecer allí una población. De hecho, la comunidad de Dura fue deportada, y, según se desprende de las excavacion­es, sus calles, plazas y edificios de ladrillo, ricamente ornamentad­os, pronto fueron engullidos por las arenas del desierto, lo que también contribuyó a su excelente preservaci­ón. Parece que el destino de Dura Europos va siempre ligado a un desenlace trágico. Como si en diecisiete siglos no hubiera pasado el tiempo y la historia se estuviese repitiendo. Nuevos conflictos. Nuevas guerras. Y el continuo interrogan­te de cuáles serán las siguientes manos que poseerán, quizá por orgullo, esta joya del desierto.

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RESTOS de la iglesia. A la izqda, templo de Baal.
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RESTOS de la conocida como puerta de Palmira.
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VESTIGIOS de la sinagoga de Dura Europos.
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ALGUNOS DE LOS FRESCOS que se conservaro­n en el interior de la sinagoga de Dura Europos.

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