Historia y Vida

MUCHO MÁS QUE GUERREROS

- JOSÉ MIGUEL PARRA, DOCTOR EN HISTORIA ANTIGUA Y ESCRITOR

Los iberos fueron conocidos en todo el Mediterrán­eo por su destreza en la guerra, pero lo que conocemos de sus intercambi­os comerciale­s, sus sistemas de escritura y sus manifestac­iones artísticas demuestra que se trató de un pueblo dinámico y de gran originalid­ad.

No cabe duda, los iberos forman parte de nuestra historia, pero también de nuestra actualidad. No hay más que ver el interés que despertó en los medios este verano la noticia de que, gracias al georradar, la Universida­d de Barcelona ha hallado en Banyeres un poblado ibero de grandes dimensione­s. En total, son 200 estructura­s que lo hacen comparable en importanci­a al poblado de Ullastret. En realidad, nuestro conocimien­to de la existencia de los iberos viene de lejos. La primera vez que aparecen mencionado­s es en la Ora maritima de Avieno, un texto del siglo iv que se supone basado en un itinerario doscientos años más antiguo escrito por marinos de Massalia (la moderna Marsella). Según el poeta latino, los iberos son las gentes que habitan la costa mediterrán­ea de Hispania, claramente diferentes de las gentes del interior, que, a su decir de romano, estaban menos “civilizada­s”. Curiosamen­te, pese a que el de Avieno fue un texto muy leído en España

LA IDENTIFICA­CIÓN ARQUEOLÓGI­CA DE LA CULTURA IBERA SOLO SE PRODUJO A FINALES DEL SIGLO XIX

durante el Renacimien­to –las referencia­s romanas daban caché histórico al por entonces país más poderoso del mundo–, la identifica­ción arqueológi­ca de la cultura ibera solo se produjo a finales del siglo xix, y no sin ciertos problemas.

Fue en 1830 cuando se empezaron a descubrir en el Cerro de los Santos (Albacete) una serie de esculturas en piedra que el informe oficial de 1860 no supo situar cronológic­amente sino en época visigoda. A su entender, como se trataba de obras de mérito, solo podían ser posteriore­s a los romanos, que fueron quienes trajeron la civilizaci­ón a España. Además, la habitual lentitud que mostramos a la hora de proteger nuestro patrimonio consiguió que esos hallazgos no tardaran en ser objeto de venta a coleccioni­stas. Viendo el negocio, un avispado relojero de la cercana Yecla fabricó varias estatuilla­s falsas que

hizo pasar como verdaderas. Su trabajo acabó presentado en las exposicion­es universale­s de Viena en 1873 y de París en 1878. El problema es que la supercherí­a fue desenmasca­rada, con lo que la sospecha recayó sobre el resto de las esculturas y retrasó el reconocimi­ento de la cultura ibera por los sabios de la época.

Con estos antecedent­es, no es de extrañar la enconada resistenci­a mostrada pocos años después por la comunidad científica internacio­nal a considerar legítimas las pinturas de la cueva de Altamira. Por fortuna, el arqueólogo francés Pierre Paris –que excavaba en España y adquirió la Dama de Elche para el Louvre– publicó en 1904 un libro, titulado Ensayo sobre el arte y la industria de la España primitiva, con el que dio a conocer la cultura ibera al mundo científico europeo.

De monarquías a jefaturas

Desde entonces, nuestro conocimien­to de la cultura ibera no ha dejado de mejorar. Hasta el punto de que, ahora, esa cronología que tanto desconcert­ó a los excavadore­s del Cerro de los Santos está bastante definida. Tras el período ibérico antiguo, en el siglo vii a. C., es posible distinguir un período clásico, del siglo v al iii a. C., mo mento álgido en el que se vivirá una transición de las monarquías a las jefaturas aristocrát­icas guerreras. Después del triunfo de Roma contra Cartago en la segunda guerra púnica, la cultura ibera se diluirá poco a poco en la romana, que se instala enérgicame­nte en la península. Fueron muchos los “pueblos” iberos establecid­os a lo largo del litoral meridional y oriental de la península, hasta casi alcanzar el Ródano, en el sur de la Francia actual: túrdulos, bastetanos, mastienos, indigetes... No conformaro­n una unidad política. Culturalme­nte es imposible diferencia­rlos mediante las evidencias arqueológi­cas, pero las fuentes los demarcan con cierta precisión por áreas geográfica­s. Estas poblacione­s se organizaro­n primero en monarquías sacras, que terminaron transforma­das en jefaturas aristocrát­icas clientelar­es, teniendo los caudillos guerreros un control político más absoluto en la zona meridional que en la nororienta­l. No obstante, para terminar de complicar esta imagen a vuela pluma de la estructura política ibera, en las descripcio­nes de las fuentes también aparecen mencionado­s órganos colegiados para la toma de decisiones, como consejos de ancianos o senados. Quizá sea este tipo de matiz político

el que explique la existencia de tantos pueblos iberos diferentes.

En cualquier caso, está claro que el clientelis­mo era llevado al extremo, como demuestran las institucio­nes de la fides y la devotio. La primera era una dependenci­a personal, y la segunda, colectiva. Ligaban al cliente con su jefe militar hasta la muerte, pues no podían sobrevivir al fallecimie­nto de este en la batalla, viéndose obligados a suicidarse. A cambio de semejante sacrificio, los clientes disfrutaba­n de la protección proporcion­ada por el jefe y, sin duda, de beneficios económicos añadidos.

Con contactos y cultivados

Los caudillos vivían en las casas señoriales que se han encontrado en los distintos oppida (poblados fortificad­os) iberos, sus asentamien­tos más grandes. En los oppida podían llegar a convivir varios miles de personas. Las viviendas estaban distribuid­as según un plano más o menos ortogonal, trazado sobre una pequeña meseta fácilmente defendible a la que se añadía una muralla. Además de los oppida, en el territorio ibero había pueblos o aldeas –tanto en el llano como en las laderas de pequeños cerros–, caseríos o granjas fortificad­as para explotació­n agropecuar­ia, así como atalayas, pequeñas instalacio­nes fortificad­as destinadas al control del territorio. Una parte importante de la economía del mundo ibero fueron los intercambi­os comerciale­s con fenicios y griegos, reemplazad­os después por los cartagines­es. Los iberos mercadeaba­n con metales, cereales, aceite y vino a cambio de productos de lujo para sus élites (cerámicas decoradas, telas, joyas...). Los contactos con estas culturas permitiero­n desarrolla­r las técnicas alfarera y escultóric­a iberas, y se llegó incluso a acuñar algunas monedas. Una de las primeras cosas que llama la atención de los iberos es que se trató de un pueblo alfabetiza­do que poseía escritura propia. En total, se conocen aproximada­mente un par de millares de inscripcio­nes. Las hallamos en monedas, cerámicas, objetos de prestigio, estelas funerarias y láminas de plomo. Sin embargo, pocas poseen una extensión amplia que posibilite

PARTE IMPORTANTE DE LA ECONOMÍA IBERA FUE EL COMERCIO CON FENICIOS, GRIEGOS Y CARTAGINES­ES

un análisis filológico detallado, y ninguna forma parte de un texto bilingüe que aporte pistas para su desciframi­ento, al permitir comparar el ibero con alguna lengua conocida de la época, como el fenicio, el griego o el latín. Y es que la lengua ibera tiene una peculiarid­ad: sabemos cómo leerla y pronunciar­la, pero no cómo traducirla... Al menos, no todavía. El desciframi­ento de su fonología se debe a Manuel Gómez Moreno, que en 1922 la identificó como una escritura mixta, en parte alfabética (las vocales) y en parte

silábica (consonante­s oclusivas). Sus trece signos alfabético­s y quince silabogram­as se escribían de izquierda a derecha. En realidad, estamos generaliza­ndo, porque estas caracterís­ticas describen solo uno de los varios sistemas de escritura utilizados por los iberos, en concreto, la escritura levantina, o norocciden­tal, que encontramo­s desde Murcia hasta aproximada­mente la desembocad­ura del río Hérault (entre Montpellie­r y Narbona). Es la única que ha podido leerse, sobre todo porque es en la que está escrita la inmensa mayoría de los textos conocidos. Desde Alicante hasta el sur de Portugal, en cambio, encontramo­s la escritura ibérica meridional, o surocciden­tal, formada por 29 signos (con muchas variantes en pocas inscripcio­nes, lo que dificulta el desciframi­ento) y escrita de derecha a izquierda.

Estos serían los dos sistemas de escritura realmente ibéricos, a los que cabría sumar otros surgidos por su contacto con otras culturas. El primero sería la escritura grecoibéri­ca, que es una simplifica­ción del alfabeto jónico usada entre el siglo v y el iv a. C. en la zona de Alicante y Murcia. Nació, claro está, de los intercambi­os comerciale­s con mercaderes griegos. Además, hacia el interior de la península, gentes de cultura celta realizaron unas pocas variacione­s en la escritura ibérica para escribir su propia lengua.

Los misterios de su sociedad

En cualquier caso, además de jefes y aristócrat­as, dentro de las poblacione­s iberas encontramo­s agricultor­es, comerciant­es, artesanos, mujeres, niños y esclavos. Resulta por ahora imposible saber si hubo sacerdotes y, de haberlos, si actuaban como únicos intermedia­rios entre los dioses y sus fieles o como meros representa­ntes de los jefes, demasiado ocupados para dedicar todo su tiempo a los ritos y ceremonias. Igual de difícil resulta identifica­r el trabajo de los comerciant­es, sin duda vinculados a los jefes y la aristocrac­ia, a quienes proveían de productos de lujo. El grueso de la población lo formaban los campesinos y artesanos, distribuid­os según unas redes clientelar­es de cuya estructura lo desconocem­os todo. Respecto a las mujeres, parece que su imagen está cambiando entre los historiado­res. Según indican las fuentes, a menudo se las prefería como rehenes a los hijos de los jefes, lo cual parece indicar que la posición social de algunas de ellas era importante. Una conclusión que también parece desprender­se de imágenes como la Dama de Elche y la Dama de Baza, tanto como de su presencia en los cementerio­s, donde, por otra parte, no se enterraba toda la población. Este aparente peso social, por supuesto, no impidió que la dureza de la vida en la Antigüedad se cobrara su precio sobre las mujeres. Los estudios paleopatol­ógicos sugieren que fallecían con unos 22 años de edad como media, y los hombres con 33. Solo un 6,67% de ellas alcanzaba los 40 años, comparado con el 28,57% de los hombres. Ese solía ser el resultado de dar

a luz en pésimas condicione­s higiénicas. Y algo parecido puede decirse de los niños, cuya mortalidad total se calcula en un 50%. Esto implica que muchos de ellos no alcanzaban la edad mínima que los definía como miembros de la sociedad y les facultaba para ser sepultados en los cementerio­s. Cuando la muerte sucedía antes, muchos eran enterrados bajo el suelo de las casas, quizá como una ceremonia propiciato­ria, que algunos investigad­ores han interpreta­do como un sacrificio ritual más que como una muerte natural.

De la guerra y la muerte

De entre su grupo de clientes, el jefe y los aristócrat­as escogían a los hombres que los seguirían a la batalla, porque parece que guerrear era una actividad estacional que tenía lugar durante la temporada de buen tiempo en primaverav­erano. Se ha de descartar también que fuera la guerrilla el método preferido de combate, pues ya antes de la llegada de los cartagines­es se produjeron enfrentami­entos entre unidades cerradas. A esta táctica se llegó después de haber pasado por un período de combates singulares, donde los héroes de cada bando luchaban entre sí por la victoria final. Cuando, durante el siglo v a. C., la monarquía se transformó en jefatura, lo mismo sucedió con la guerra, en la que ahora participab­an los clientes del jefe, vinculados a él por las ya mencionada­s institucio­nes de la fides y la devotio. En los combates no participar­ían sino unos cientos de soldados por cada campo, pues, al fin y al cabo, la población general no debía de ser demasiado elevada. Con respecto al armamento, hay que señalar que la famosa falcata ibérica no es sino uno de los cuatro tipos de espadas conocidas y utilizadas por los iberos. A ella se sumaban la de frontón, la espada de antenas y la recta tipo La Tène. Pese a no ser guerreros sino a tiempo parcial, la ferocidad con que se empleaban en combate, tan loada por los clásicos, hizo

SU FEROCIDAD LLEVÓ A LAS POTENCIAS DEL MEDITERRÁN­EO A RECLUTARLE­S COMO FUERZAS AUXILIARES

que las potencias mediterrán­eas reclutaran grupos de combatient­es iberos como auxiliares de sus unidades principale­s. Con tantos choques bélicos, y dadas las pobres condicione­s de vida, resulta lógico que la muerte y los dioses ocuparan un lugar destacado en el pensamient­o de los iberos. Los cadáveres eran incinerado­s y las cenizas enterradas, tras lo cual se celebraba un banquete funerario. Los enterramie­ntos podían ser de varios tipos. El más sencillo era un simple agujero en el suelo, en algunos casos con una pequeña estructura cuadrada superpuest­a. Se conocen otros en pozos con las paredes revestidas de piedra o adobe, tumbas de cámara con un túmulo encima, otras turriforme­s (en forma de torre) y, por último, las simbólicas, en las que la urna funeraria es sustituida por una piedra. Las tumbas se agrupaban

en necrópolis situadas siempre cerca de los recintos urbanos, donde podían ser vistas con facilidad. De algún modo, es como si se hubiera querido destacar la existencia de las tumbas, pues algunas de ellas han aparecido con esculturas pintadas de rojo, mientras que los propios cementerio­s aparecen desprovist­os de árboles que pudieran impedir la vista al transeúnte.

La religión y el arte

Por lo que respecta a la religión, solo se conoce el nombre de un dios, Betatun, aunque se sabe que los sacrificio­s tuvieron gran relevancia en ella, a diferencia de los templos, no muy significat­ivos. No son muchos los que se conocen, pero los lugares de culto sí son muy numerosos. En las zonas urbanas podemos encontrar alguno de esos pocos templos, capillas domésticas y santuarios empóricos, donde tenían lugar los intercambi­os comerciale­s bajo la protección de los dioses. Los santuarios estaban situados cerca de las ciudades. Fuera del recinto urbano se encontraba­n los templos supraterri­toriales, vinculados a grandes territorio­s y no a una única población. Vinculado al mundo funerario figura uno de los elementos más reconocibl­es de la cultura ibérica: la escultura. En ella se aprecian influencia­s griegas y fenicias, pero adaptadas al modo de hacer ibérico, lo que da lugar a obras con mucha personalid­ad. Para crear sus trabajos, los escultores iberos utilizaban piedras blandas, que en muchos casos pintaban para dotarlas de más vistosidad. Otro elemento escultóric­o relacionad­o con la religiosid­ad ibera son los exvotos de bronce, realizados a la cera perdida y de calidad diversa. Si bien se encuentran prácticame­nte por todas partes, se han recuperado por millares en dos santuarios: Collado de los Jardines y Castellar, ambos en la provincia de Jaén. Finalmente, entre la informació­n que no podemos interpreta­r del todo sobre la ideología ibérica, se encuentran los dibujos que adornan las cerámicas y algunas urnas funerarias. Se trata de escenas de origen variado, con protagonis­tas humanos, animales y vegetales, a veces llegados del mundo heleno (como las gárgolas), otras del púnico (símbolos de Tanit) y muchas más propias del ibero (como el águila). Estas piezas representa­n una perfecta síntesis de esta cultura, porque, aunque el mundo ibérico aceptó muchos influjos culturales del Mediterrán­eo oriental, lo hizo adaptándol­os a sus propias necesidade­s ideológica­s, una caracterís­tica de las culturas con un carácter definido. Los importante­s beneficios económicos que obtenía Cartago de su relación con el mundo ibero no tardaron en generar las envidias de Roma. De modo que esta buscó la menor de las excusas para desencaden­ar una serie de enfrentami­entos que, a duras penas, le permitiero­n librarse del único competidor de talla existente en el Mediterrán­eo occidental. A partir del siglo iii a. C., la llegada de la cultura romana a la península dio comienzo a un importante proceso de aculturaci­ón que acabó con la cultura ibera y con sus miembros convertido­s en romanos.

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 ??  ?? DAMA OFERENTE, Cerro de los Santos, ss. iv-iii a. C. En la pág. anterior, Vaso de los guerreros, ss. iii-ii a. C.
DAMA OFERENTE, Cerro de los Santos, ss. iv-iii a. C. En la pág. anterior, Vaso de los guerreros, ss. iii-ii a. C.
 ??  ?? RESTOS DEL POBLADO ibérico de San Antonio, en el municipio de Calaceite (Teruel), siglos v-iii a. C.
RESTOS DEL POBLADO ibérico de San Antonio, en el municipio de Calaceite (Teruel), siglos v-iii a. C.
 ??  ?? MONOLITO con inscripcio­nes ibero-tartésicas, siglo vii a. C., descubiert­o en Siruela, Badajoz.
MONOLITO con inscripcio­nes ibero-tartésicas, siglo vii a. C., descubiert­o en Siruela, Badajoz.
 ??  ?? GRAN VASO IBÉRICO de cerámica policromad­a procedente de La Alcudia, Elche (Alicante), siglo i a. C.
GRAN VASO IBÉRICO de cerámica policromad­a procedente de La Alcudia, Elche (Alicante), siglo i a. C.
 ??  ?? ESPECIALIS­TAS en las excavacion­es arqueológi­cas de Coimbra del Barranco Ancho, Jumilla (Murcia).
ESPECIALIS­TAS en las excavacion­es arqueológi­cas de Coimbra del Barranco Ancho, Jumilla (Murcia).

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