UN LUGAR EN EL MUNDO
Es un azote diario a nuestras conciencias, un aluvión de dramas humanos. Millones de personas se ven obligadas a abandonar sus hogares a causa del conflicto y la persecución. Pero cuando Europa contempla hoy la corriente de migrantes que intentan cruzar sus fronteras o arribar a sus costas, parece haber olvidado un pasado todavía reciente. Este fenómeno, doloroso y creciente, tiene una referencia inmediata en el siglo xx. Entre 1919 y 1939 se desarrolló la primera gran crisis de refugiados en el Viejo Continente. A la descomposición de los imperios ruso, alemán, austrohúngaro y otomano, tras la Gran Guerra, se sumaron acontecimientos como la Revolución Rusa, el ascenso de los totalitarismos y la Gran Depresión.
Para tratar de paliar los efectos de aquella riada de desplazados, se instituyó en los años veinte el Alto Comisionado para los Refugiados, presidido por Fridtjof Nansen. El explorador y diplomático noruego impulsó la creación de un pasaporte propio para que aquellos que se vieran obligados a dejar su patria dispusieran de algún documento que les identificara y pudieran viajar de un país a otro en busca de refugio. Pero aquel trámite no fue sencillo, como tampoco el contexto xenófobo que se fue fraguando en la década de los años treinta. Por su parte, las secuelas de la depresión económica degradarían aún más sus condiciones de vida. Con la escasez de empleo, se dejó de considerar a los recién llegados mano de obra útil, debido al perjuicio laboral que podía suponer para los autóctonos. Luego vinieron las persecuciones políticas e ideológicas, desde la Gran Purga de Stalin, que provocó la muerte o la huida de miles de personas, a la situación de los judíos bajo el Tercer Reich. La llegada de Adolf Hitler al poder originaría una descomunal diáspora a muchos puntos del planeta.
Otros actores, pero un mismo escenario en nuestros días: el de los refugiados en busca de un nuevo lugar en el mundo.