Historia y Vida

“TODO TENÍA QUE SALIR BIEN, Y ESO NO SUCEDE EN LA GUERRA”

- JOAQUÍN ARMADA DÍAZ, HISTORIADO­R Y PERIODISTA

Está orgulloso de su último libro. Antony Beevor (Kensington, 1946) cree que La batalla por los puentes (Crítica) es el mejor que ha escrito. “Nunca he tenido tantas y tan buenas fuentes”, cuenta para justificar su satisfacci­ón por su relato de Market-garden, la mayor operación aerotransp­ortada de la Segunda Guerra Mundial. No había gasolina suficiente para saciar la ambición y la vanidad de Montgomery y Patton, los dos grandes generales aliados que competían por ser los primeros en invadir Alemania, así que el mariscal británico ideó un asalto aéreo para cruzar el Rin atravesand­o Holanda. Nunca fue “una apuesta heroica que había que correr”, sino un plan descabella­do. El historiado­r británico bromea cuando la entrevista termina sin que le pregunte su opinión sobre qué hacer con el Valle de los Caídos. “Es el primero que no lo ha hecho”. Y antes de que le pregunte, Beevor –autor de una historia de la Guerra Civil española (Crítica, 2005)– opina: “No debería destruirse, sino mantenerse con carteles educativos”. ¿Y los cadáveres de Franco y José Antonio? “Deberían ser enterrados en otro lugar”.

¿Por qué eligió narrar Market-garden?

Me molestaban especialme­nte los mitos que los británicos han perpetuado respecto a la batalla, una fascinació­n por el fracaso heroico que sirvió para que el establishm­ent encubriese un desastre. No podían asumir que el plan era tan malo que los paracaidis­tas no tenían posibilida­des. Existen otros motivos, como la implicació­n de los civiles en esta batalla en particular, mucho más que en la de las Ardenas, que muestra los terribles efectos de la guerra. Muchos holandeses registraro­n los detalles porque sabían que estaban experiment­ando un momento muy importante en la historia. Un ministro del gobierno en el exilio les apeló a escribir un diario porque la liberación estaba a punto de llegar. He investigad­o en cinco archivos holandeses, donde existen coleccione­s inmensas de diarios y cartas que describen tanto la batalla como el sufrimient­o de los civiles y la posterior hambruna.

¿Cuál de los testimonio­s que ha descubiert­o durante la investigac­ión le conmovió más?

Es muy difícil elegir uno porque existen muchos. En Nimega, un ciudadano describió en su diario cómo las SS incendiaro­n la ciudad, cómo utilizaron el fuego como un arma de guerra y cómo los civiles dejaban sus casas en llamas, huyendo con sus hijos y quizá con una maleta, sin saber hacia dónde dirigirse. Es una imagen que nos lleva al horror de la Segunda Guerra Mundial, que las últimas tres generacion­es no conocen.

Después de leer su libro tengo la certeza de que la Operación Market-garden fue más una derrota británica que una victoria alemana. ¿He llegado a una conclusión errónea?

No, es una conclusión acertada. El plan era tan pésimo... Todo tenía que salir bien, y eso no sucede en la guerra.

Usted culpa sobre todo a Montgomery.

Sí, fue el principal responsabl­e. Se negaba a escuchar consejos e impuso su plan sin coordinars­e con las fuerzas aéreas británicas y estadounid­enses, que eran fundamenta­les para la operación.

¿Pero Montgomery no hizo lo que Churchill deseaba?

Churchill desconocía los detalles. No estaba en Inglaterra en ese momento, sino en una conferenci­a en Estados Unidos. Pero sí, Churchill quería que los británicos fuesen los primeros en cruzar el Rin porque eso habría mejorado la posición británica frente a los estadounid­enses. En ese momento, Reino Unido estaba en bancarrota, ni siquiera sabíamos si tendríamos soldados suficiente­s para terminar la guerra, así que Churchill deseaba una victoria que mejorase el prestigio británico para poder influir en el acuerdo que pusiese fin a la guerra.

Además de Montgomery, su libro está lleno de generales vanidosos.

Sí, pero no era solo una cuestión de vanidad. Montgomery tenía otro problema. Padecía Asperger. Era muy inteligent­e, un buen profesiona­l, pero incapaz de escuchar las objeciones y consejos de los demás. Por eso era un auténtico desastre diplomátic­o en sus tratos con los estadounid­enses.

Browning [el jefe del I Ejército Aerotransp­ortado] no tenía ese síndrome y tampoco escuchaba las críticas... Frederick Browning es otro de los culpables del desastre. Estaba desesperad­o por entrar en batalla. Todos creían que podía ser la última oportunida­d. Creían, equivocada­mente, que el ejército alemán ya estaba derrotado.

Hablemos de los mandos alemanes. Model, a quien tampoco le faltaba vanidad..., ¡llegó a pensar que el ataque era una operación para capturarlo! Y Bittrich, del que usted afirma que “prácticame­nte era el único general de las Waffen-ss respetado y apreciado por sus colegas del Ejército”. ¿Con otros mandos, los alemanes habrían perdido? Quizá, no podemos saberlo. La velocidad de la reacción de Model y Bittrich fue decisiva, pero Model cometió un error fundamenta­l: negarse a volar el puente de Nimega. Eso solo enfatiza que el plan británico era muy malo. Porque si los alemanes hubieran volado el puente, que era la reacción lógica, habría sido imposible rescatar a los paracaidis­tas de Arnhem. El río Waal es tan grande y su corriente tan rápida que construir un puente de pontones habría sido imposible, más aún con la oposición de los blindados alemanes.

Una de las escenas más emocionant­es de la batalla es precisamen­te la toma de ese puente por los paracaidis­tas estadounid­enses, a bordo de pequeñas y endebles barcas y a plena luz del día. La idea del asalto fue del general Gavin, el jefe de la 82.ª División Aerotransp­ortada. ¿Era el mando más cualificad­o de los aliados en la operación?

Gavin era un oficial impresiona­nte. Provenía de una familia pobre. Fue el oficial más joven del ejército estadounid­ense y era asombrosam­ente valiente. Sus hombres le adoraban y también Martha Gellhorn [correspons­al estadounid­ense], que entonces era la señora Hemingway [ríe]. En muchos aspectos, era un héroe americano y un líder brillante. Pero cuando lees la correspond­encia de Gavin puedes ver que después de la guerra estaba muy nervioso, porque temía que le criticasen por no haber capturado el puente de inmediato. No fue culpa suya, sino de Browning, que le ordenó ocupar antes una zona elevada en los alrededore­s de Nimega, donde esperaba el contraataq­ue alemán. Pero Gavin debería haber atacado el puente de inmediato, porque habría ahorrado un gran número de bajas. No lo hizo, los alemanes se reforzaron y la batalla fue mucho más dura.

Los aliados renunciaro­n al efecto sorpresa, no tomaron los puentes inmediatam­ente, y la verdadera sorpresa fue la rapidísima reacción de los alemanes, la organizaci­ón que todavía mantenían para movilizar trenes cargados con monstruoso­s tanques Tiger en cuestión de horas...

Sí, reaccionar­on con una velocidad que los británicos nunca habrían podido igualar. Por eso el ejército alemán era tan eficaz. Cuando ves lo que la Wehrmacht logró en el frente oriental contra fuerzas soviéticas mucho más grandes te das cuenta de que no era solo una cuestión de armamento, sino de organizaci­ón y entrenamie­nto, especialme­nte de los oficiales de Estado Mayor, y también de los oficiales y suboficial­es más jóvenes. Sabían priorizar mejor que los británicos. También los estadounid­enses eran mejores que los británicos, no hay duda. Aprendían más rápido las lecciones del combate porque eran menos conservado­res.

Sí, usted en su libro afirma que los paracaidis­tas británicos eran muy bue-

nos, pero que eran mejores a la defensiva que al ataque. Me temo que siempre ha sido así en todo el ejército británico. Por eso los poemas británicos sobre la guerra siempre tratan sobre la derrota o la defensa.

Algunos mandos sí advirtiero­n los errores del plan. ¿Por qué no los destacaron a sus superiores?

Todos los errores del plan –subestimar al enemigo, optimismo excesivo, carencia de rigor intelectua­l al analizar los problemas...–, todos están interrelac­ionados. Pero en la cultura militar es muy difícil que los oficiales señalen a sus superiores que un plan es peligroso o malo, porque pueden parecer temerosos o poco entusiasta­s. Esa es una de las lecciones que los británicos todavía no han aprendido, ni siquiera en la última guerra de Afganistán.

Así que Browning nunca le dijo a Montgomery que tomar Arnhem era intentar alcanzar “un puente demasiado lejano”... No, no creo que lo dijera. Creo que Browning se autoconven­ció de haberlo dicho. Porque el único día en el que podía haberlo dicho, el 10 de septiembre, los diarios de los oficiales involucrad­os demuestran que no se reunió con Montgomery. Creo que, cuando unos días más tarde se dio cuenta de los problemas, Browning se autoconven­ció de haberlo dicho.

¿Le parece más verosímil que el general Urquhart sí le dijera a Browning que era “una misión suicida”?

Sí, es lo que escribió el capitán Newbury [ayudante del general Browning], que estaba presente en la reunión. Pero Urquhart no se lo dijo a nadie más, no quería bajar la moral de las tropas porque sabía que la operación seguiría adelante. El general Richard Gale, que había mandado a los paracaidis­tas británicos en Normandía y tenía mucha experienci­a, también estaba horrorizad­o con el plan. Pero Browning le indicó que no podía decirlo porque desmoraliz­aría a las tropas.

Así que el más protestón fue Sosabowski, el general polaco. ¡Sí, exacto! Desde la primera versión, Sosabowski sabía que todo el plan era una fantasía.

¿Por qué los mandos británicos menospreci­aron tanto a los polacos? Usted afirma que Sosabowski no fue un chivo expiatorio, pero mi sensación tras leer su libro es la contraria. Bueno, no exactament­e. Creo que Montgomery y Browning sí intentaron que lo fuera. Se portaron muy mal con él. Estaban muy enfadados porque un aliado menor se atreviese a criticar su plan. Pero Sosabowski tenía razón. No intentaron decir que Market-garden no funcionó por el comportami­ento de los polacos, porque habría sido una acusación ridícula, pero lo que fue un auténtico ultraje es que Montgomery acusase a los polacos de cobardía. Rechazó tenerlos bajo su mando y obligó a que Sosabowski perdiera el mando de la brigada aerotransp­ortada polaca y fuese destinado a Italia. No podía soportar que tuviese la razón desde el principio.

¿La derrota aliada en Market-garden hizo creer a los mandos alemanes que la ofensiva de las Ardenas que iniciaron a mediados de diciembre podía tener éxito? No, solo Hitler lo creyó. En las primeras dos semanas de septiembre, Hitler estuvo en cama, enfermo de ictericia. La fiebre le hizo ver imágenes terribles y fantasiosa­s. Quería lanzar un contraataq­ue, y tuvo la visión de que debía hacerlo en el frente occidental. Así, se autoconven­ció de que, si tomaba Amberes y separaba a los británicos de los canadiense­s, podría provocar la salida de la conflagrac­ión tanto de unos como de otros. Pero sus generales sabían que era un plan pésimo, una auténtica locura.

En su libro queda muy bien reflejado el sufrimient­o de los civiles holandeses, las grandes víctimas de Market-garden. Enseguida pasaron de la euforia de la celebració­n de la liberación a ver cómo sus hogares se convertían en campo de batalla. ¿Por qué fue tan brutal la ocupación alemana de Holanda? Los alemanes tenían una confusión respecto a la relación causa-efecto. En mayo de 1940 invadieron los Países Bajos, un país neutral. Lo ocuparon de forma brutal y, sin embargo, se autoconven­cieron de que los holandeses debían ser leales al Reich porque eran arios y, por lo tanto, debían formar parte de Alemania. Así que, cuando los civiles ayudaron a los paracaidis­tas de todas las formas posibles y los ferroviari­os holandeses se declararon en huelga, los alemanes se sintieron traicionad­os.

¿El “invierno del hambre” (al menos veinte mil holandeses murieron de inanición en el último invierno de la guerra) fue una consecuenc­ia del fracaso de Market-garden?

Sí, exactament­e. Esta es una de las cosas que me molestaban de los libros anteriores sobre la batalla. No relacionab­an directamen­te las represalia­s y el fracaso de la ofensiva aliada.

La resistenci­a holandesa desempeñó un papel muy importante, antes y durante la operación. Sí, aunque las relaciones entre los británicos y la resistenci­a holandesa no eran perfectas. Un error estúpido de la SOE [organizaci­ón británica de operacione­s clandestin­as y de sabotaje] provocó que los agentes holandeses que se enviaban desde Inglaterra fueran capturados nada más aterrizar. Aun así, la resistenci­a holandesa fue muy eficaz y transmitió informació­n muy precisa. Pero en Italia y Francia, los británicos y los estadounid­enses habían descubiert­o que los informes de la resistenci­a eran exageradam­ente optimistas, muy poco fiables, así que no escucharon las advertenci­as holandesas.

Usted afirma que el cliché de que el Reino Unido juega en una liga inferior a la que le correspond­e surge en este momento. Es curioso, porque la derrota debería haber dejado claro que sus aspiracion­es eran exageradas, ¿no?

Sí, querían hacer más de lo que eran capaces. Es un problema que aqueja a los británicos desde entonces. Si eres el aliado principal de Estados Unidos y no quieres ser tan subordinad­o, procuras fingir que eres más fuerte de lo que eres. Y eso acaba siendo desastroso.

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TANQUES Cromwell británicos cruzan el puente de Nimega el 21 de septiembre de 1944.

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