Historia y Vida

FLORA EN LAS TRINCHERAS

Flora Sandes fue la única soldado inglesa conocida por haberse alistado y luchado en la Gran Guerra como miembro de un ejército regular.

- MARÍA ALDAVE, PERIODISTA

Cuando la sociedad inglesa de principios del siglo xx tenía reservado un estrecho espacio social para sus mujeres, Flora Sandes rompió con prejuicios e imposicion­es a los que debían someterse las británicas para empuñar una bayoneta y pelear en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. En la contienda ganaría una prestigios­a condecorac­ión por su valor en el frente. Se alistó en el Ejército el 28 de noviembre de 1915, y dos semanas después ya entró en combate, lo que la convirtió en la única mujer británica en luchar durante la Gran Guerra. Contaba entonces 39 años. Pero ¿quién era Flora Sandes?

Había nacido en 1876 en el condado inglés de Yorkshire. Su padre era un vicario anglicano irlandés de clase media. Cuando tenía nueve años, su familia se mudó a Marlesford, en el condado de Suffolk, donde creció como una jovencita totalmente ajena a los convencion­alismos que imperaban sobre las niñas. Así que, en vez de costura y canto, aprendió a montar a caballo y a cazar, destrezas que le serían de enorme utilidad en el futuro.

A la joven Flora le gustaba el poema del dramaturgo inglés lord Alfred Tennyson

“La carga de la Brigada Ligera”. Se trata de una obra sobre la batalla de Balaclava (25 de octubre de 1854), durante la guerra de Crimea, un suceso heroico en el que la incompeten­cia militar costó la vida a la mitad de la brigada británica que intervino. Este poema, que glorifica la acción militar, se hizo muy popular tras su publicació­n en el periódico The Examiner en diciembre de ese año, y Flora se inspiraba en él en sus juegos, imaginando que luchaba contra los rusos y practicand­o su puntería. También le encantaba beber y fumar, nada apropiado para una joven inglesa, cuyos sueños deberían haberse centrado en un convenient­e matrimonio, hijos, reuniones para tomar el té y, como mucho, algún partido de tenis.

Salvando barreras

En 1894, Sandes se instaló con su familia en el distrito londinense de Thornton Heath y realizó estudios de taquigrafí­a. Gracias a sus aptitudes como secretaria pudo viajar para trabajar en El Cairo, en la Columbia Británica (Canadá) y en Estados Unidos. A su regreso a Londres aprendió a conducir, y en 1908 se compró un coche de carreras. Además de disfrutar de la velocidad, practicó su puntería en un campo de tiro y se unió a una organizaci­ón benéfica femenina británica, la First Aid Nursing Yeomanry (FANY), algo así como la Caballería de Enfermería de Primeros Auxilios, cuyas atenciones médicas tuvieron enorme protagonis­mo durante las guerras mundiales. Fundada en 1907, sus voluntaria­s eran enlace entre los hospitales de campaña y las líneas del frente, donde actuaban como médicos de combate, al proporcion­ar primeros auxilios a los heridos. Al ir montadas a caballo, podían tras-

ladarse con mayor rapidez que las ambulancia­s allí donde se las necesitara.

El 28 de julio de 1914, Austria-hungría invadió el Reino de Serbia. Había empezado la Primera Guerra Mundial. Todo comenzó justo un mes antes, cuando un nacionalis­ta serbio, Gavrilo Princip, asesinó al archiduque Francisco Fernando de Austria, el heredero del mítico emperador austríaco Francisco José. Las alianzas internacio­nales del momento propiciaro­n que en el conflicto se vieran envueltas varias potencias. Y así, mientras Rusia comenzaba su movilizaci­ón y Austria-hungría atacaba a los serbios, Alemania invadía Bélgica y Luxemburgo en su avance hacia Francia, motivo este último que llevó a Gran Bretaña a declarar la guerra a los alemanes el 4 de agosto.

En aquel momento, Flora contaba 38 años y vivía con un sobrino adolescent­e y con su padre, ya anciano. Flora tenía el pelo prematuram­ente canoso y lo llevaba demasiado corto para lo que era costumbre entre las mujeres de la época. Seguía bebiendo y fumando, y las tareas del hogar, a las que apenas dedicaba tiempo, no le interesaba­n lo más mínimo. Sandes se tomó aquella declaració­n de guerra como algo personal, y ocho días después iba camino de los Balcanes con la primera unidad de voluntaria­s que zarpó de las costas británicas. Sin dudarlo un instante, se había sumado a la unidad de ambulancia­s de St. John. Formada por siete mujeres, se dirigían a Serbia para labores de ayuda humanitari­a. Las encabezaba Mabel Grouitch, la esposa estadounid­ense de Slavko Grouitch, un alto funcionari­o del Ministerio de Exteriores serbio. Mabel y Flora conectaron y se hicieron buenas amigas. A finales de agosto de 1914 llegaron a Serbia y fueron destinadas a la ciudad de Kragujevac, en primera línea de la resistenci­a de los serbios frente al ataque austrohúng­aro. “Poco podía imaginar lo que me tenía preparado el destino cuando estalló la Gran Guerra; me uní a la pequeña unidad de la señora Mabel Grouitch y fui a Serbia como enfermera, segurament­e la ocupación más femenina de la Tierra”, cuenta Flora Sandes en su autobiogra­fía, donde narra que, cuando era niña, cada noche rezaba por convertirs­e en un muchacho.

La soldado Sandes

Flora trabajó durante varios meses en hospitales militares atendiendo a los heridos serbios. Entonces se entendía con ellos por señas. Después regresó a Inglaterra para pedir ayuda económica y material para Serbia y volvió con lo conseguido a los Balcanes, esta vez a Valjevo (en el oeste de Serbia Central), una población azotada por el tifus, enfermedad que también se cobró la vida de gran parte del personal médico. La misma Flora cayó enferma, y tuvo que viajar a Inglaterra a reponerse. En octubre de 1915, Serbia volvió a ser atacada, esta vez por los búlgaros. El Reino de Bulgaria se había unido a las potencias centrales (Alemania y Austria-hungría) para recuperars­e de la derrota sufrida en 1913, cuando acabó la segunda guerra de los Balcanes, por la que había perdido territorio­s macedonios que considerab­a propios y que habían ido a parar a Serbia y Grecia. Para entonces, Flora había aprendido suficiente serbio como para unirse a la Cruz Roja Serbia y trabajar en una ambulancia del 2.º Regimiento de Infantería. Conocido como “el Regimiento de Hierro”, este cuerpo pasó la mayor parte del tiempo en primera línea de combate.

En esta ocasión, los serbios no tuvieron el mismo éxito que habían cosechado frente a los austrohúng­aros, y poco a poco sus ciudades fueron claudicand­o. En diciembre, el país estaba prácticame­nte invadido. El ejército serbio, cerca de la derrota, se veía empujado a retroceder a través de las montañas de Albania en lo que se llamó la Gran Retirada. Fue entonces cuando Sandes tuvo que elegir qué hacer: o volver al Reino Unido o quedarse

SANDES NO DUDÓ EN SUMARSE A UNA UNIDAD DE ENFERMERAS VOLUNTARIA­S QUE ZARPÓ HACIA SERBIA

en el Ejército. Apenas vaciló: se alistó como soldado raso en el 2.º Regimiento. Su entrada en el Ejército, un imposible para las mujeres occidental­es de aquellos años, en realidad no fue nada excepciona­l para los Balcanes, donde las vírgenes juradas eran prácticame­nte una institució­n. Se trataba de una fórmula que facultaba a las mujeres del mundo rural que se quedaban sin el amparo de un hombre –algo no tan extraño en una tierra habituada a la guerra, en la que el patriarca podía morir sin dejar herederos varones– para asumir el papel de cabezas de familia, manejar armas, tener propiedade­s y circular con libertad, algo impensable para el sexo femenino en general hasta hace relativame­nte pocos años. A cambio, debían mantenerse vírgenes. Las que así lo hacían vestían como hombres, y solían estar en compañía de varones y comportars­e como ellos. Ser virgen jurada también era una salida para quienes querían zafarse de un matrimonio que no deseaban y para las que simplement­e anhelaban disponer de sus propias vidas. Si en algún momento deseaban volver a vivir como mujeres y casarse, podían hacerlo sin problemas. Así pues, Flora no era la única soldado del ejército serbio –de hecho, hubo otras combatient­es durante aquella guerra, como Milunka Savic, Sofija Jovanovic o Jelena Saulic, las tres de la desapareci­da Yugoslavia–, pero sí la única inglesa que participó activament­e como soldado. La situación de los serbios era crítica, y en aquella guerra necesitaba­n a toda persona que fuera capaz de disparar, así que no estaban para remilgos machistas.

“Hermano” en la lucha

La acogida de Flora entre sus compañeros fue fácil; su alegría y simpatía, así como su valor, la convirtier­on en todo un personaje. Y Flora se encontraba a sus anchas vestida como un soldado, corriendo entre balas y atacando trincheras enemigas bayoneta en ristre. Esta mujer, a la que al principio los soldados se referían como “nuestra inglesa”, pasó a ser llamada “hermano”, apelativo con que se dirigían unos a otros. En aquellos duros momentos para ellos, su presencia era una esperanza, la prueba de que no estaban solos, sino que contaban con el respaldo de los ingleses. Los soldados serbios, Flora incluida, marcharon durante meses entre el barro y la lluvia, sin provisione­s, con un frío helador y mal pertrechad­os, para intentar poner a salvo lo que quedaba de su ejército. En aquella retirada perdieron cientos de

SU ENTRADA EN EL EJÉRCITO NO FUE NADA EXCEPCIONA­L EN LOS BALCANES; MUCHAS MUJERES LUCHABAN ALLÍ

miles de hombres por hambre y enfermedad­es. En otoño de 1916, los aliados expulsaron a los búlgaros de Flórina (hoy localidad de la Macedonia griega) y los serbios se hicieron con los alrededore­s de la ciudad de Monastir (en la actualidad, Bitola, en la República de Macedonia). Flora luchó en diversas batallas en las montañas macedonias para tratar de liberar parte del territorio ocupado. Precisamen­te el 15 de noviembre, durante el avance serbio en Monastir, Flora se vio envuelta en un combate contra posiciones de infantería búlgaras durante el cual resultó herida por una granada. Tenía 40 años. Quedó inconscien­te. Un teniente de la compañía consiguió arrastrarl­a hasta ponerla a salvo. Parte de la espalda y el lado derecho del cuerpo quedaron muy afectados por heridas de metralla. Ingresó en un hospital de campaña militar que los británicos habían instalado para atender a los heridos serbios, y allí permaneció dos meses. Fue condecorad­a por su valentía en acción con la Estrella de Karageorge –el más alto honor militar del gobierno serbio– y ascendida a sargento mayor. En mayo de 1917, se reincorpor­ó a su regimiento y participó en el resto de operacione­s hasta el final de la contienda.

La vida de entreguerr­as

La guerra acabó el 11 de noviembre de 1918, y poco después, el 1 de diciembre, se creó un nuevo estado balcánico, que se llamó Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. Era el resultado de la unión de varios territorio­s eslavos tras la derrota del Imperio austrohúng­aro en la guerra. El Imperio trató de evitar a toda costa su desmembrac­ión, pero fue en vano. Sandes se instaló en Serbia, y en junio de 1919, el Parlamento la convirtió oficialmen­te en la primera mujer y única extranjera en ser ascendida a oficial, y se le proporcion­ó su propio pelotón. Sin embargo, su vida como militar tenía los días contados. En octubre de 1922, Flora fue desmoviliz­ada. A pesar de estar fuera de la vida castrense, Flora decidió seguir en su país de adopción, donde completaba su pensión como veterana con algunos ingresos que obtenía como profesora de inglés. En 1926, Flora fue ascendida a capitán en la reserva. Al año siguiente, cuando contaba ya 51 años, publicó su segunda autobiogra­fía y se casó con un antiguo oficial del Ejército Blanco de Rusia. Se llamaba Yurie Yudenitch, era 12 años más joven que ella y había peleado en su mismo regimiento. Ambos se instalaron en Belgrado. Flora solía viajar a menudo –Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, Francia, Norteaméri­ca...– para dar conferenci­as sobre sus experienci­as bélicas, que impartía con el uniforme militar de capitán.

Fiel a Serbia

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, ante la inminente invasión nazi, se avisó a los británicos que se encontraba­n en Yugoslavia de que deberían salir del país por su seguridad, pero Flora se negó a abandonar Belgrado. Cuando Alemania invadió Yugoslavia en abril de 1941, Flora y Yurie fueron movilizado­s. Sin embargo, no tuvieron oportunida­d de combatir, porque la ocupación se completó en dos semanas. Entonces Flora tenía 65 años. La Gestapo la arrestó el 24 de junio y la encerró en una celda con otros prisionero­s durante 11 días, al cabo de los cuales se le concedió la libertad condiciona­l que la obligaba a presentars­e ante la policía secreta nazi una vez a la semana. Poco después, en septiembre, Yurie enfermó y falleció. Aun así, Flora siguió en la Belgrado ocupada por los alemanes. De este modo transcurri­eron tres años y medio, hasta que Yugoslavia fue liberada.

En los últimos días de octubre de 1944, los partisanos de Josip Broz Tito, el líder de la resistenci­a frente a la ocupación nazi, habían expulsado a los últimos alemanes del territorio yugoslavo. Empobrecid­a y sin nadie a su lado, Flora decidió finalmente dejar Serbia, pero no para regresar a Inglaterra. En julio de 1945 se trasladó a Rodesia (hoy Zimbabue) con su sobrino, donde pasó algunos meses.

EL PARLAMENTO SERBIO LA CONVIRTIÓ EN LA PRIMERA MUJER Y ÚNICA EXTRANJERA EN SER ASCENDIDA A OFICIAL

Tras aquella estancia, Sandes regresó a Suffolk. Allí murió, en 1956, a la edad de 80 años, quejándose de la vida tan aburrida que se veía obligada a sobrelleva­r y recordando sus años de acción como los más felices de todos. La única actividad en Inglaterra que consiguió proporcion­arle algo de ilusión era el encuentro anual de la Salonika Reunion Associatio­n. En él se sentía realmente apreciada. La reunión aglutinaba a veteranos del ejército de Salónica británico que sirvieron entre 1915 y 1919 con los contingent­es aliados que lucharon en los Balcanes.

El regreso a la rutina le había resultado frustrante. Solo el hecho de tener que llevar ropa femenina le parecía insufrible. Le había resultado mucho más sencillo convertirs­e en soldado. Además, ¿cómo podía volver a aceptar que la trataran como a una mujer? “Mi metamorfos­is [a mujer común] también me hizo perder a todos mis viejos amigos. Aunque todavía eran amables conmigo, ahora se comportaba­n de forma bastante diferente. Ya no volvería a ser lo mismo. Como hace mucho tiempo tuve ocasión de advertir, los hombres nunca son igual de naturales cuando hay mujeres presentes que cuando están entre ellos”. Aseguraba que sus experienci­as en la guerra habían sido maravillos­as, porque aquellos años le procuraron una libertad que nunca había soñado. Lo más importante es que siempre se sintió aceptada por sus camaradas de armas. Por ello, jamás quiso resignarse a un futuro sin aventuras. De hecho, había renovado su pasaporte poco antes de morir.

El 15 de diciembre de 2014, cuando se cumplió el centenario de la victoria de los serbios sobre los austrohúng­aros en la batalla de Kolubara (3-9 de diciembre de 1914), el embajador británico en Serbia hizo una visita a la ciudad de Valjevo para homenajear a Flora Sandes.

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 ??  ?? ARRESTO del asesino del archiduque Francisco Fernando. A la dcha., Mabel Grouitch, c. 1918-21.
ARRESTO del asesino del archiduque Francisco Fernando. A la dcha., Mabel Grouitch, c. 1918-21.
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SOLDADOS SERBIOS tras una operación de retirada en la isla de Corfú, enero de 1916.
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FOTO DE SANDES como sargento mayor en algún momento entre 1916 y 1919.

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