Salvar a la raza aria
CÓMO LOS NAZIS REINTERPRETARON LA HISTORIA
Los nazis no inventaron nada, se limitaron a radicalizar unas ideas –nacionalismo, colonialismo, eugenismo, racismo, antisemitismo, darwinismo social– que ya existían en Europa desde el siglo xix. Esa es una de las tesis principales de La revolución cultural nazi, escrito por el historiador francés Johann Chapoutot. La otra, ya expuesta en su anterior El nacionalsocialismo y la Antigüedad (Abada Editores, 2008), es que los nazis reescribieron la historia de Europa en clave victimista y racial. Según estos, la raza aria estaba amenazada de muerte. Desde sus orígenes, los germanos habían estado alienados y desnaturalizados por las influencias biológicas y culturales llegadas de fuera: semitismo, judeocristianismo, humanismo, universalismo... Su extinción, por tanto, era inminente. Por eso, para sobrevivir, debían poner en marcha una revolución cultural: volver a los orígenes, recuperar la esencia del hombre germánico y crear los mecanismos defensivos necesarios para garantizar su supervivencia.
A través de una serie de artículos, la mayoría aparecidos en diversas publicaciones francesas, el autor desgrana los aspectos de esa “revolución” que sirvió para justificar la persecución y el exterminio de millones de personas: la relectura racista de la Antigüedad grecorromana y el cristianismo, la recuperación de un supuesto “derecho germánico natural” como alternativa a la “abstracción” del romano, la eliminación de los “antigermánicos” valores de la Revolución Francesa, la interpretación del Tratado de Versalles como una conspiración internacional, la explicación de la necesidad de proteger la raza aria en términos biológicopatológicos... Como ejemplo de esa “cultura nazi”, Chapoutot dedica un jugoso artículo al caso Adolf Eichmann. El juicio al criminal de guerra le sirve para refutar el famoso estudio de Hannah Arendt sobre “la banalidad del mal”. Basándose en fuentes distintas a las del proceso, el autor revela que Eichmann no era el simple “burócrata meticuloso” que se sentó en el banquillo, sino un “combatiente fanático”, un “criminal por convicción ideológica”, un agente de esa “revolución cultural”.