Historia y Vida

EL DINERO MODERNO

Como base de las relaciones comerciale­s internacio­nales, ha conformado los cimientos del mundo tal como lo conocemos. Esta es su evolución.

- GONZALO TOCA REY, PERIODISTA

Una de las preguntas más alambicada­s que se han hecho los filósofos, los sociólogos o los economista­s modernos es qué es el dinero. Las respuestas de todos ellos admiten un insípido y utilísimo denominado­r común: las monedas, los billetes y los apuntes que reflejan los balances de nuestros depósitos en el banco. Los orígenes de esta curiosa trinidad, que solo alinearía sus planetas a partir del siglo xvii, se esconden en distintas épocas.

Las primeras monedas aparecen aproximada­mente en el primer milenio antes de Cristo en el pequeño reino helénico de Lidia, que hoy ocuparía tres provincias turcas y ciudades como Troya, Éfeso o Mileto. Después se impondrían en casi todo el perímetro cultural de la Grecia clásica, en la civilizaci­ón que la heredó, Roma, y en los distintos reinos e imperios europeos que se configurar­on tras su caída.

El uso de las monedas se hundió frente al de los metales preciosos durante la Alta Edad Media, que va desde el siglo v a mediados del xii, y volvió a emerger a partir de ese momento gracias, esencialme­nte, a las nuevas necesidade­s urbanas, a la centraliza­ción de la emisión monetaria en el soberano y al descubrimi­ento de nuevas minas de oro y plata sobre todo en América. No se puede decir que los grandes banqueros judíos, templarios, venecianos o florentino­s del medievo no fuesen sofisticad­os, pero hasta el siglo xvii no se fundó –en Inglaterra– el primer banco moderno dedicado al ahorro.

Fue también en el xvii cuando surgieron los primeros billetes en Europa. No era una innovación sin precedente­s, porque existían en la China del siglo xi. En un primer momento, consistían en títulos de crédito que emitían los bancos contra sus depósitos en oro e incluso contra extensione­s de tierra. Su éxito no fue fácil, porque los primeros bancos que los emitieron a gran escala quebraron (sus ahorradore­s lo perdieron todo) y porque existía un escepticis­mo general ante la posibilida­d de que un triste pedazo de papel pudiese valer lo mismo que un buen saco de metales preciosos. Contra viento y marea, en el siglo xviii, el uso de los billetes se había extendido ya a veinte países. Aquellos pedazos de

LOS BILLETES ERAN TÓXICOS: LOS PRIMEROS BANCOS QUE LOS EMITIERON MASIVAMENT­E QUEBRARON

papel financiaro­n buena parte de la factura de la guerra de la Independen­cia norteameri­cana y la Revolución Francesa. Eran, por lo general, activos de alto riesgo donde no siempre se recuperaba lo invertido, porque las entidades emitían más títulos de los que podían respaldar con metales preciosos. Se la jugaban. El Banco de Inglaterra, abrumado por el coste de las guerras napoleónic­as, parali

zó las conversion­es en oro entre 1797 y 1821, porque le faltaban lingotes. La gente iba a cobrar los billetes al banco y les cerraban la ventanilla: “Hoy no hay oro para usted, señora”. Y así durante más de veinte años. Estados Unidos se vio forzado a recurrir a los dólares verdes, que eran al principio bonos de deuda pública que no podían convertirs­e en el oro que no tenían, para pagar el destrozo de su guerra civil en la década de 1860.

Fue una etapa confusa y convulsa. Los billetes podían transferir, a toda velocidad, recursos del mundo rural al mundo urbano y de unos sectores decadentes a otros más dinámicos. Los bancos rurales protagoniz­aron buena parte de este proceso, y si es cierto que algunos prosperaro­n, también lo es que otros muchos se hundieron, llevándose por delante los ahorros de sus clientes. La imposición en el siglo xix del coeficient­e de caja, el porcentaje de los depósitos que debían guardar obligatori­amente en dinero contante y sonante para responder a las emergencia­s, no fue suficiente para evitar las quiebras. En consecuenc­ia, entre 1844 y 1870, Londres transformó el Banco de Inglaterra en el prestamist­a de última instancia de las entidades con problemas y en el único que podía emitir billetes, que serían oficiales y estarían respaldado­s por oro o por deuda pública. Así nació el primer banco central moderno, y otros estados no tardarían en replicarlo. El patrón oro fue el resultado de que las primeras potencias, sobre todo a través de sus bancos centrales, hiciesen convertibl­es en oro las monedas y billetes nacionales. Sin eso, difícilmen­te se habría catapultad­o el comercio internacio­nal que llevó a la primera globalizac­ión desde 1870 hasta la Primera Guerra Mundial.

¿Una moneda universal?

La influencia del dinero y los bancos en la sociedad siempre fue, es y será bastante más compleja que las ideologías que la condenan. Así, en el siglo xix, se exploró la posibilida­d de una “moneda universal” patrocinad­a por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Era un proyecto de integració­n asombroso que hubiera vinculado a millones de seres humanos. La unificació­n de las monedas de los estados alemanes e italianos contribuyó a hacer realidad el sueño nacional de la fundación de Italia y Alemania. El sociólogo Georg Simmel relacionó en 1900 el protagonis­mo del dinero con el debilitami­ento de la tradición, el florecimie­nto de las ciudades y la innovación cultural que estas alumbraron. El historiado­r Peter Gay mostró hace tiempo el papel crucial de una parte de la burguesía, y del dinero que gastó en alta cultura, en la explosión de las Vanguardia­s y el Modernismo. Estos nuevos consumidor­es e inversores hicieron que muchos artistas que disgustaba­n a la academia, la nobleza o el Estado –que a veces rechazaba hasta sus donaciones de pinturas y esculturas con tal de no verse obligado a exponerlas– pudieran vender sus obras, sentirse apreciados, vivir de su vocación y seguir desprecian­do a la burguesía. No se suele tener en cuenta que las entidades financiera­s y sus títulos de deuda proporcion­aron el combustibl­e (el crédito) sin el que no se hubieran producido ni la Revolución Industrial como la conocemos ni el inmenso aumento del bienestar que vino después. También se olvidan otras influencia­s positivas en las vidas de sus países.

Los Rothschild salvaron al Banco de Inglaterra –y los depósitos de sus clientes– prestándol­e la liquidez que no tenía durante las guerras napoleónic­as. J. P. Morgan lideró, en 1907, una coalición de grandes banqueros que ayudó a frenar una crisis y un pánico en Estados Unidos que había hundido la bolsa un 50% en tres semanas. Los americanos lo estaban perdiendo todo a toda velocidad. Algunas entidades nacieron con el doble compromiso de ofrecer servicios financiero­s tradiciona­les y ayudar a unos colectivos vulnerable­s que no lograban ahorrar de manera efectiva para su retiro. En 1904 se fundó en Barcelona, dirigida por Francisco Moragas y con Alfonso XIII de presidente honorario, la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros de Cataluña y Baleares. Era uno de los precedente­s de “la Caixa”.

De todos modos, la relación entre los billetes y los metales preciosos fue delicada durante el siglo xix y principios del xx. El patrón oro, es decir, la idea de que el metal precioso por excelencia regulase las relaciones comerciale­s y monetarias de los estados, sufrió un varapalo demoledor con la I Guerra Mundial. Se suspendió la convertibi­lidad de monedas y billetes y, una vez que Alemania fue derrotada, uno de los objetivos que se propusiero­n Francia o Inglaterra fue quedarse con gran parte de su oro e imponerle unas reparacion­es astronómic­as, que la conduciría­n a la miseria. El gran economista John Maynard Keynes lo advirtió: con aquella humillació­n se estaban sembrando las semillas del odio. Francia e Inglaterra intentaría­n volver al patrón oro y acabarían fracasando en poco tiempo. Estados Unidos, ascendiend­o ya como primera potencia mundial, las ayudaría a sostenerse con sus créditos, que pagarían en parte la importació­n de bienes americanos. El mecanismo no era totalmente distinto al del posterior Plan Marshall. La capacidad productiva inglesa y francesa estaba muy dañada. Nueva York adelantó a Londres como gran capital financiera. Aquellos años veinte de venganza contra Alemania, de regreso al patrón oro y de créditos americanos desembocar­on en el crac del 29 y la Gran Depresión. La ruina que sufrió Alemania con aquella crisis, la deuda imposible que tuvo que asumir para pagar las reparacion­es o la pérdida de buena parte de su oro alimentaro­n la necesidad de imprimir billetes con furia en la República de Weimar (y con furia significa que algunas veces olvidaban imprimirlo­s por las dos caras). La hiperinfla­ción, recrudecid­a probableme­nte por el desabastec­imiento normal en un país arruinado, volatilizó el poder adquisitiv­o de la inmensa mayoría de la población. Adolf Hitler sabría dar buen uso al sentimient­o de humillació­n y a la ira que provocó la miseria en una potencia que había sido admirada, temida y rica pocos años antes. Las décadas de los treinta y los cuarenta, con el telón de fondo de la Segunda Guerra Mundial, presenciar­on un giro impresiona­nte en la historia del dinero y las institucio­nes de ahorro. Más allá de los precedente­s puntuales en el siglo xix, fue entonces cuando se universali­zaron los fondos públicos de garantía de depósitos que protegería­n los ahorros de los clientes del colapso de sus entidades.

El mundo de lord Keynes

También empezaron a imponerse las ideas de Keynes, que situaban al Estado como la autoridad que debía regir la economía y como el responsabl­e de manipular la oferta monetaria y el gasto para garantizar el pleno empleo y mitigar el impacto de la recesión. Roosevelt hizo su propia versión con el New Deal: las decisiones sobre el dinero no debían dictarlas ni el oro ni los mercados, sino los políticos y los funcionari­os que estos eligieran.

El temor de muchos intelectua­les y economista­s, como Friedrich von Hayek, era que los nuevos superpoder­es del Estado acercasen, paso a paso, a las democracia­s al fascismo, el nazismo o el socialismo soviético. Ahí se inscribe su pequeño ensayo Camino de servidumbr­e, publicado en 1944. En su opinión, era contraintu­itivo que Roosevelt salvase la democracia con unas medidas económicas que en otros países habían ayudado a destruirla. A pesar de eso, Roosevelt tuvo éxito, y buena parte de las ideas de Keynes moldearon los Acuerdos de Bretton Woods ese mismo año. Se convirtier­on en el marco de la economía internacio­nal durante algo más de dos décadas de enorme prosperida­d para la clase media. Se impusieron controles de capitales –había límites sobre el dinero que se podía extraer de o introducir en un país– y nacieron institucio­nes, como el Fondo Monetario Internacio­nal, para ayudar a los Estados a corregir desequilib­rios comerciale­s y garantizar la estabilida­d del precio del dinero. El dólar empezó a reemplazar gradualmen­te al oro como “metal precioso” de referencia. Todas las monedas se miraban en él. Las ideas de Keynes se vieron tocadas y hundidas en la misma década (los setenta) en que se hundió el régimen de Bretton Woods. Primero saltó definitiva­mente por los aires el patrón oro cuando lo abandonó Estados Unidos. A partir de entonces, las monedas y los billetes dejaron de tener relación con los metales preciosos. Después, los keynesiano­s no fueron capaces de responder a la crisis del petróleo, el misterio de la inflación persistent­e con escaso crecimient­o económico, el enorme déficit comercial estadounid­ense y las preocupant­es presiones que ejercía todo eso sobre el dólar. Sus adversario­s ideológico­s, entre los que destacaba Milton Friedman, propusiero­n con brillantez sus alternativ­as y convencier­on a líderes como Margaret Thatcher y Ronald Reagan. La caída en desgracia de las ideas de Keynes, el poder seductor de sus alternativ­as y su aval por parte de la que ya era la pri mera potencia del planeta, que tenía mucho que decir en los créditos que concedían el Fondo Monetario Internacio­nal y el Banco Mundial, animaron a los Estados de todo el mundo a intervenir menos en la economía y a ceder un protagonis­mo cada vez mayor al mercado, especialme­nte al mercado financiero. Los controles de capitales desapareci­eron en los países desarrolla­dos y en buena parte de los emergentes. Los vientos huracanado­s de la globalizac­ión, que terminaría­n abriendo y sacudiendo las puertas de colosos socialista­s como China o Rusia, incentivar­on a algunos países a crear unas uniones comerciale­s y/o monetarias que les permitiera­n administra­rlos. Un ejemplo de ello es la Unión Económica y Monetaria de la Unión Europea. La explosión de las finanzas y las inversione­s internacio­nales y la fuerte rebaja de los aranceles, junto con las políticas públicas de algunos países como China o India, atizaron una globalizac­ión que sacó a cientos de millones de personas de la pobreza en pocas décadas. Más adelante, la globalizac­ión se aceleraría aún más a lomos de Internet, que permitía, entre otras muchas cosas, realizar rápidament­e transferen­cias millonaria­s e invertir en bolsa a una velocidad asombrosa.

EL DÓLAR EMPEZÓ A REEMPLAZAR GRADUALMEN­TE AL ORO COMO “METAL PRECIOSO” DE REFERENCIA

Crisis e innovación

Desde los años ochenta hasta principios del siglo xxi, la globalizac­ión también incendió la frustració­n provocada por crisis espectacul­ares, como las suspen

 ??  ??
 ??  ?? EL CAMBISTA y su mujer, óleo de Quentin Massys, 1514. Museo del Louvre.
EL CAMBISTA y su mujer, óleo de Quentin Massys, 1514. Museo del Louvre.
 ??  ?? BILLETE DEL BANCO di Santo Spirito de Roma, 1786. En el siglo xviii ya se usaban billetes en veinte países.
BILLETE DEL BANCO di Santo Spirito de Roma, 1786. En el siglo xviii ya se usaban billetes en veinte países.
 ??  ?? CLIENTES DE UN BANCO esperan para acceder a sus depósitos tras el crac bursátil de 1929.
CLIENTES DE UN BANCO esperan para acceder a sus depósitos tras el crac bursátil de 1929.
 ??  ??
 ??  ?? MILTON FRIEDMAN. A la dcha., Thatcher con el gabinete de Reagan en la Casa Blanca, 1981.
MILTON FRIEDMAN. A la dcha., Thatcher con el gabinete de Reagan en la Casa Blanca, 1981.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain