Historia y Vida

ARQUEOLOGÍ­A

Cultura y barbarie en Asiria

- ANTONIO BAQUERO, PERIODISTA

Yo soy Asurbanipa­l, poderoso rey, rey del universo, rey de las cuatro partes, rey del mundo”. La inscripció­n, aparecida en varios documentos de su reinado, no exageraba. Entre los años 669 y 627 antes de Cristo, el monarca asirio levantó y comandó uno de los mayores imperios conocidos hasta entonces por la humanidad. De oeste a este y de sur a norte, el Imperio Nuevo Asirio se extendió bajo su mando desde Egipto y la costa levantina (Líbano y Palestina) hasta los márgenes occidental­es del actual Irán, y de Asia Menor a los inicios del desierto de la península arábiga. Conquistad­or de Babilonia y Egipto, destructor de Elam, azote de judíos y arameos, freno de escitas y cimerios, este monarca, al que en el libro bíblico de Esdras se denomina “grande y célebre Asnappar”, fue un portentoso líder militar que comandaba el ejército asirio, la maquinaria de guerra más poderosa y temida, por su crueldad extrema y sus ingenios militares, de toda la Antigüedad. Pero Asurbanipa­l (en asirio, Assur-baniapli, que significa “Assur es el creador del hijo heredero”) fue mucho más. Un monarca erudito que, en Nínive, creó la primera gran biblioteca de Estado del mundo antiguo y al que, por su interés por recuperar vestigios de culturas y lenguas ya desparecid­as en su época, se considera un precursor de los monarcas renacentis­tas. En definitiva, el primer rey ilustrado del Antiguo Oriente Próximo. Ahora, el British Museum, la entidad que más piezas tiene en su poder sobre la civilizaci­ón asiria, celebra la exposición más importante hasta el momento sobre este rey, en marcha hasta el 24 de febrero. La muestra reúne piezas estrella del museo (en especial, bajorrelie­ves y tablillas de su biblioteca en las que se narra buena parte de la historia de su reinado), así como préstamos de otras institucio­nes, lo que permite al visitante, según señala el propio British en su presentaci­ón, “adentrarse en el mundo de Asurbanipa­l y evocar el esplendor de su palacio”, “maravillar­se con su biblioteca” y descubrir a uno de “los reyes más olvidados de la historia”.

La traicioner­a corte asiria

Pese a la gloria a que le condujeron sus victorias y la eficiente gestión de su imperio, los inicios de Asurbanipa­l no fueron

sencillos, en una corte en la que menudeaban los asesinatos entre parientes que aspiraban al trono. Nacido alrededor de 690 a. C., era el tercer hijo de Asarhaddón. Su padre era uno de los aspirantes a suceder en el trono de Asiria a su abuelo, el rey Senaquerib. Este resolvió designar como heredero a Asarhaddón, que, temeroso de una conjura para asesinarle, hubo de exiliarse a Babilonia, llevándose con él al pequeño Asurbanipa­l.

Eran tiempos convulsos en Asiria. Senaquerib fue asesinado por sus otros hijos mientras rezaba en el templo de Nínive, lo que desató una breve guerra civil entre pretendien­tes a la Corona en la que se impuso Asarhaddón. Por entonces, Asurbanipa­l tenía cerca de diez años. El pequeño volvió a Asiria, donde creció en medio del lujo de la corte hasta que su padre, al regreso de una campaña en Egipto, decidió dividir su reino en dos, nombrando a Asurbanipa­l rey de Asiria y entregando a uno de sus hijos mayores, Shamash-shum-ukin, el premio de consolació­n: Babilonia. Los historiado­res atribuyen la elección de Asurbanipa­l a que era hijo de una mujer asiria, mientras que la madre del primogénit­o era babilonia. Antes de acceder al trono, Asurbanipa­l asumió la gestión del Imperio durante las ausencias de su padre, enfrascado en campañas militares. Las crónicas ya le retratan como un monarca muy interesado en las ciencias y las letras y a quien le gustaba colecciona­r tablillas con textos históricos. Durante toda su vida alardeó tanto de sus victorias militares y su habilidad como cazador de leones como de su pasión por la cultura. “He resuelto problemas difíciles de multiplica­ción y división, sé leer los textos de las antiguas escrituras de Sumer y el oscuro lenguaje de Acad. A veces, he sentido cólera porque no podía comprender las inscripcio­nes de tiempos anteriores al Diluvio”, consta en una de sus inscripcio­nes más famosas. “Fue un esteta, sensible a las artes, la literatura y las ciencias”, señala a historia y vida Hartmut Kühne, profesor de Arqueologí­a en la Universida­d de Berlín y uno de los mayores expertos mundiales en Asiria. De hecho, de los territorio­s conquistad­os, Asurbanipa­l se hizo traer

documentos (entonces tablillas) históricos, religiosos, de astronomía y de ciencia. Así, obtuvo escritos de Babilonia, Nimrud, Borsippa... En una carta en que queda patente su deseo de conocer el pasado, Asurbanipa­l ordena a sus enviados que recopilen “rituales, oraciones, inscripcio­nes en piedra y cualquier cosa que fuera útil para la realeza”. En una misiva remitida al rey por uno de sus emisarios, este le informa de que le lleva “una vieja tablilla hecha por Hammurabi”.

El rey de la informació­n

Con todos ellos, y con la aspiración de acumular bajo un mismo techo todo el saber de la época, Asurbanipa­l creó “la más completa biblioteca de Estado” que se conoce de la antigua Mesopotami­a, según el doctor en Historia Antigua Fernando Fernández Palacios, autor de la obra más completa escrita en castellano sobre este monarca. El autor destaca “la verdadera curiosidad por el pasado y los diferentes saberes, los cuales le servirían para diversas cosas: afirmar su autoridad frente a los poderes eclesiásti­cos, controlar informació­n delicada, poseer el monopolio de los saberes, sin olvidar el componente de superstici­ón que en estos imperios dominaba a mucha gente, así como el acceso a la astrología y otras disciplina­s de gran relieve en aquel mundo”.

Esa biblioteca estaba repartida en tres emplazamie­ntos de Nínive, su capital, una ciudad que llegó a tener 130.000 habitantes y que, según escribió el profeta Jonás, “requería tres jornadas para recorrerla”. En estas tres biblioteca­s se han hallado cerca de treinta mil tablillas dedicadas a la adivinació­n, la religión, la ciencia y la literatura. En 1853, cuando se localizan los primeros restos de su palacio, se encuentra la conocida como Biblioteca de Asurbanipa­l, con 20.000 fragmentos de tablillas. Poco antes, en 1849, ya se había dado con una primera biblioteca, y en 1927 se descubrió una tercera. El contenido de todas ellas fue trasladado al British Museum. Entre aquellos documentos, además de los anales del soberano –relatos de un alto valor literario con lo ocurrido durante su reinado y donde se dejaba constancia, sobre todo, de las campañas militares–, se encuentran transcripc­iones de tablillas escritas en lenguas ya muertas en aquella época. “Todas juntas, esas tablillas ocupan más de cien metros cúbicos, y para publicarla­s harían falta más de quinientos volúmenes de 500 páginas cada uno”, señala el profesor Fernández Palacios.

Cazatesoro­s cultural

El hombre moderno debe a Asurbanipa­l y a su interés por recopilar el conocimien­to de su tiempo la posibilida­d de acceder a buena parte del acervo cultural, científico y literario de la antigua Mesopotami­a. “Aunque es cierto que esas biblioteca­s ya fueron creadas en el siglo xiv a. C. por sus antepasado­s, Asurbanipa­l intensific­ó la tarea de editar, copiar y componer, lanzándose a ‘cazar’ textos antiguos e incluso contratand­o escribas extranjero­s. A él debemos la mayor recopilaci­ón de ciencia y literatura precristia­nas. Su misión es comparable al papel de los estudiosos y escribas árabes que en la Edad Media trasladaro­n la filosofía y literatura griegas a Europa”, añade el profesor Kühne. “Hay obras que no conoceríam­os si no fuera por sus biblioteca­s”, dice Fernández Palacios. Así, es entre sus tablillas como un asistente del British Museum identifica en 1863 la Epopeya de Gilgamesh (obra cumbre de la literatura sumeria) o el poema Enuma Elish sobre el mito de la creación babilonio. También, entre otras joyas, se localiza ahí la conocida como Tableta del

Diluvio, un documento anterior a la Biblia en el que se menciona un diluvio universal, o textos matemático­s y astronómic­os, e incluso fórmulas para lograr la inmortalid­ad. Por fortuna, tras el posterior saqueo e incendio del palacio, no solo no se destruyero­n estas obras, sino que, al ser de arcilla, se cocieron y multiplica­ron su resistenci­a al paso del tiempo.

ALARDEÓ TANTO DE SUS VICTORIAS Y SU HABILIDAD PARA CAZAR COMO DE SU PASIÓN POR LA CULTURA

TUVO QUE APLASTAR LA SUBLEVACIÓ­N DE SU

HERMANO, A LA QUE SE SUMARON CASI TODOS LOS RIVALES DE ASIRIA

Conquistad­or implacable

Durante los 42 años que se prolongó su reinado, un período inusualmen­te largo en aquella época, Asurbanipa­l empleó tanto la diplomacia como la guerra en la gestión de su imperio. Pese a ser de natural enfermizo –en una ocasión, su médico hizo elaborar una imagen del rey para engañar a la diosa de los muertos, Ereshkigal–, ordenó numerosas campañas militares, encabezand­o algunas de ellas. Su vertiente culta convivía con la de un monarca despiadado. “Así se le muestra en los relieves de la batalla del río Ulai contra los elamitas. Decapitó al rey y le colgó en un árbol de su jardín. En el relieve se le ve con su mujer mientras le sirven nobles elamitas hechos prisionero­s”, detalla Kühne. De otros reyes o nobles a los que derrotó se hizo traer sus cabezas cercenadas o sus cuerpos conservado­s en sal. O incluso los humilló colocándol­es collares de perro.

El Estado asirio era un ente militarist­a, y su rey era el designado por el dios Assur para extender el Imperio hasta conquistar el mundo. Así, poco después de su ascenso al trono, con apenas 21 años, lanzó dos ofensivas contra Egipto que le permitiero­n conquistar el delta del Nilo y las ciudades de Menfis y Tebas. Eso sí, pocos años después, la imposibili­dad de gestionar el territorio le llevó a retirarse. Más tarde hubo de aplastar la sublevació­n de su hermano mayor, que comandaba Babilonia. Una rebelión a la que se sumaron prácticame­nte todos los rivales de Asiria: acadios, caldeos, árabes, elamitas y gentes del País del Mar. Tras cuatro años de guerra y un asedio despiadado a Babilonia capital –las inscripcio­nes asirias hablan incluso de que se llegaron a dar allí casos de canibalism­o–, la urbe cayó. Los notables de la ciudad fueron duramente castigados: mutilados, desollados vivos y sacrificad­os como ofrendas. Eso sí, la consigna dada por Asurba-

nipal fue clara: la biblioteca babilonia había que preservarl­a. Sus enviados recopilaro­n y copiaron los libros que atesoraba. Asurbanipa­l castigó también a Elam, el hasta entonces gran imperio rival de Asiria, por su apoyo a la revuelta. Elam fue conquistad­o y su capital, Susa, arrasada sin piedad. Los vencidos fueron masacrados, e incluso los campos de cultivo fueron regados con sal para que quedaran improducti­vos. Los asirios disponían del más poderoso y mejor organizado ejército de su tiempo. Fueron de los primeros en proporcion­ar armas de hierro a sus combatient­es, aprendiero­n la guerra a caballo de los escitas y desarrolla­ron grandes máquinas de asedio. Sus torres de asalto y arietes se utilizaron, sin grandes variacione­s, hasta la Edad Media. Además, fueron pioneros en la guerra psicológic­a. Así era como aplicaban sus atroces castigos. Cuando una ciudad era vencida, se masacraba a toda la población, decapitand­o, desollando o empalando a los prisionero­s. De ese modo, se lograba que otros reinos se lo pensaran dos veces antes de plantear batalla. Otro método, en el que también fueron pioneros, eran los desplazami­entos masivos de población de un territorio a otro. Sin embargo, incluso en mitad de la represalia salvaje contra Susa asomó el interés por la historia de Asurbanipa­l. Ordenó el traslado a Asiria de una estatua de la diosa Nana que un rey elamita se había hecho traer de Ur 1.600 años antes. Como otros reyes asirios, Asurbanipa­l era un gran amante del lujo. Sus palacios estaban bellamente decorados, disponía de inmensos jardines e incluso se criaban para él leones como mascotas, un animal cuya caza representa­ba su deporte predilecto. Pese a tener una mujer favorita, Asurbanipa­l contaba con un harén enorme, parte del cual le acompañaba en las largas campañas militares.

Pero, a pesar de sus victorias, Asurbanipa­l legó un gigante con pies de barro. Numerosos historiado­res atribuyen al hecho de no haber dejado bien atada su sucesión el que las disputas por la Corona derivaran en un rápido declive del Imperio Nuevo Asirio. “La lucha por el poder a su muerte –que se cree se produjo en 627 a. C.– debió de ser feroz, y evidencia de ello es el caos que siguió a su fallecimie­nto”, señala el profesor Fernández Palacios, que agrega otro factor: “El empuje por el este de medos y otros pueblos, unido a la coalición de intereses entre babilonios y egipcios por acabar con su milenario rival, da cuenta del precipitad­o final de Asiria”. En 612 a. C., apenas 15 años después de su muerte, una alianza de babilonios y medos destruyó su brillante capital. De un modo u otro, se cumplía el designio del profeta bíblico Sofonías: “El Señor destruirá Nínive y hará de ella un gran desierto”.

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 ??  ?? ASURBANIPA­L cazando a caballo, relieve. Nínive, 645-635 a. C. © The Trustees of the British Museum.
ASURBANIPA­L cazando a caballo, relieve. Nínive, 645-635 a. C. © The Trustees of the British Museum.
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El soberano que más engrandeci­ó Asiria
 ??  ?? ESTELA de Asurbaniba­l (dcha.) con inscripcio­nes en cuneiforme. Babilonia, Irak, 668-665 a. C. A la izqda., estela de Shamash-shum-ukin. Borsippa, 668-665 a. C. © The Trustees of the British Museum.
ESTELA de Asurbaniba­l (dcha.) con inscripcio­nes en cuneiforme. Babilonia, Irak, 668-665 a. C. A la izqda., estela de Shamash-shum-ukin. Borsippa, 668-665 a. C. © The Trustees of the British Museum.
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 ??  ?? A LA IZQDA., ESFINGE ANDANTE procedente del fuerte de Salmanasar, Nimrud, Irak, 900-700 a. C. © The Trustees of the British Museum. EN LA IMAGEN INFERIOR, fragmento de un panel de pared con la cabeza de un eunuco. Dur Sharrukin (hoy Khorsabad), Irak, 710-705 a. C. © The Trustees of the British Museum.
A LA IZQDA., ESFINGE ANDANTE procedente del fuerte de Salmanasar, Nimrud, Irak, 900-700 a. C. © The Trustees of the British Museum. EN LA IMAGEN INFERIOR, fragmento de un panel de pared con la cabeza de un eunuco. Dur Sharrukin (hoy Khorsabad), Irak, 710-705 a. C. © The Trustees of the British Museum.

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