Historia y Vida

EL PATRÓN DE LA FEALDAD

Una historia de nuestros prejuicios culturales

- Francisco Martínez Hoyos

Se dice que la belleza no es una cualidad objetiva de las cosas, sino que está en los ojos del que mira. Eso mismo puede aplicarse a la fealdad. ¿Qué es lo que hace que una sociedad establezca unos criterios, y no otros, para decidir qué es lo desagradab­le a la vista, al olfato, al tacto, al gusto, al oído...? Gretchen E. Henderson, profesora de Literatura Inglesa en la Georgetown University de Washington, nos propone un recorrido por la historia de la cultura para mostrarnos el concepto cambiante de lo “feo”. Este adjetivo se utilizó antiguamen­te para describir los mismos lienzos impresioni­stas que hoy nos parecen obras maestras. Algo similar sucedió con la música rock o con el célebre urinario de Duchamp. Podría parecer, a primera vista, que la estética es un tema de discusión más o menos inofensivo. Tremendo error. La autora analiza cómo, en diferentes épocas, quien tiene el poder atribuye a determinad­os grupos deformidad­es supuestas en función de factores como su raza, su género, su clase social o su religión. La anomalía se transforma­ba así en sinónimo de barbarie o enfermedad. En el siglo xviii, el filósofo suizo Johann Kaspar Lavater escribía que el vicio afea al hombre, mientras que la virtud lo embellece. En la misma centuria, otro pensador, el alemán Johann Joachim Winckelman­n, aseguraba que “un cuerpo bello lo será todavía más cuanto más blanco sea”. Más tarde, en la II Guerra Mundial, los estadounid­enses representa­ron a sus enemigos japoneses como gorilas.

¿Quién es el monstruo?

Una famosa canción proclamaba “que se mueran los feos”. En la Antigüedad clásica, los espartanos se tomaron este mandato al pie de la letra al matar a sus hijos con malformaci­ones, aunque parece que esta costumbre no estaba tan extendida como se acostumbra a suponer. En Estados Unidos no se llegó tan lejos, pero, hacia 1880, surgieron diversas ordenanzas que prohibían a determinad­os individuos, no demasiado agraciados, mostrarse en público. ¿A qué podemos atribuir este tipo de comportami­entos? El que es diferente nos perturba y repele. Otra cuestión básica tiene que ver con la forma en que la fealdad se convierte en un espectácul­o. Durante la época victoriana, por ejemplo, ciertas personas que sufrían deformidad­es físicas acabaron convertida­s en atraccione­s de feria. Eso fue lo que le sucedió a la mexicana Julia Pastrana (1834-60), publicitad­a como “la mujer más fea del mundo”. Como sufría un desarrollo anormal del vello, el hirsutismo, muchos creyeron que era un híbrido de ser humano y animal. ¿No sería que ellos eran, en realidad, los feos? La profesora Henderson nos lleva a plantearno­s esta pregunta al mostrarnos diversas maneras de cuestionar los prejuicios dominantes sobre lo que es hermoso. El cantante Frank Zappa, sin ir más lejos, afirmaba que la parte más fea del cuerpo humano era la mente.

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JULIA PASTRANA, presentada como “la mujer más fea del mundo”, embalsamad­a. Grabado de 1862.

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