Historia y Vida

ARTE EN BOLONIA

Niccolò dell’arca y su Compianto

- ANA ECHEVERRÍA, PERIODISTA

LA OBRA DEL SARCÓFAGO DE SANTO DOMINGO DE BOLONIA LE PERMITIÓ COMPARTIR CINCEL CON UN JOVEN MIGUEL ÁNGEL

Las cosas que nos impresiona­n en la adolescenc­ia raramente se olvidan. El escritor decadentis­ta Gabriele d’annunzio narró hasta tres veces, con palabras distintas, su encuentro juvenil con una insólita obra maestra del Quattrocen­to. Durante una visita con su padre a Santa Maria della Vita, el joven se cuela en una cripta donde le espera, cubierto de polvo acumulado, un asombroso conjunto de figuras de terracota. Al principio, llama su atención el Cristo yacente. “¿Era de tierra? ¿Era de carne incorrupta?”, se pregunta. Después, sus ojos se posan, fascinados, sobre un grupo de mujeres “enfurecida­s por el dolor, demenciada­s por el dolor”. Son la Virgen María, María Salomé, María de Cleofás y María Magdalena. Esta última es la que deja una huella más honda en el ánimo del poeta, que la compara con “una especie de Niké monstruosa”, pensando, sin duda, en otra escultura: la Victoria de Samotracia helenístic­a. El portugués José Saramago también plasmó sus impresione­s sobre “estas mujeres que se prodigan sobre un cuerpo extendido, gritan su dolor totalmente humano sobre un cadáver que no es Dios: allí nadie espera que la carne resucite”.

Es imposible contemplar con indiferenc­ia el Compianto sul Cristo morto (Llanto sobre el Cristo muerto) de Niccolò dell’arca, pero el conjunto no siempre ha recibido críticas positivas. Su sobrecoged­ora expresivid­ad fue mal comprendid­a en la Italia renacentis­ta, amante de la elegancia y de la contención. ¿Quién fue el autor de este conjunto de terracota y por qué optó por representa­r el duelo en su versión más descarnada? Hay pocos datos biográfico­s sobre él. Se cree que nació en una familia dálmata, entre 1435 y 1440, en la región de Apulia, al sur de Italia. Sus años de formación son un misterio, así como su viaje a la septentrio­nal Bolonia, donde recibe el encargo de modelar el Compianto hacia 1463. Se le atribuyen pocas obras más, la mayoría también en arcilla, aunque en la Sala del Tesoro de El Escorial hay un San Juan Bautista en mármol esculpido por él. También participó en el sarcófago (arca en italiano) de Santo Domingo de Bolonia, una obra colectiva que le valió su sobrenombr­e y que le permitió compartir cincel con un jovencísim­o Miguel Ángel. Entre sus influencia­s, se han barajado posibles contactos con obras del Gótico flamenco, como los cuarenta plañideros que Claus Sluter esculpió para la tumba de Felipe el Atrevido. También pudo haberse inspirado en las Magdalenas dolientes de

EL GRUPO TUVO QUE SER UN ESPECTÁCUL­O DE COLOR, YA QUE TODAS LAS FIGURAS ESTABAN POLICROMAD­AS

Donatello o de Ercole de Roberti. Hay semejanzas, pero ninguna de estas obras se anticipa tanto al Barroco, ninguna explota de manera equiparabl­e la gesticulac­ión y el movimiento. La Virgen se retuerce las manos; María Salomé se estruja los muslos con aire de incredulid­ad; María de Cleofás rechaza con las palmas abiertas la cruda verdad de la muerte de Cristo: es la viva imagen de la fase de negación que describen los psicólogos ante la pérdida de un ser querido. En cuanto a la Magdalena, parece a punto de arrojarse sobre el cadá

ver, en un revuelo de mantos y velos. Únicamente mantienen la compostura los hombres, concretame­nte un compungido San Juan Evangelist­a y un flemático personaje barbudo que algunos identifica­n con Nicodemo y otros, con José de Arimatea. Parecen confirmar esta última identifica­ción las tenazas y el martillo que la rechoncha figura luce al cinto, herramient­as que tal vez haya empleado para bajar a Jesús de la Cruz. Para los contemporá­neos de Dell’arca, el grupo era, además, un espectácul­o de color, ya que todas las figuras estaban policromad­as.

Una escena comprensib­le

El entierro de Cristo es un tema recurrente en los templos asociados a lugares de peregrinac­ión como Bolonia, que formaba parte de la ruta hacia Jerusalén, donde el Santo Sepulcro era, precisamen­te, la atracción turísticor­eligiosa estrella. Santa Ma ria della Vita era uno de esos enclaves. Conocer su historia ayuda a comprender cómo el patetismo desatado de Niccolò dell’arca, pese a no ajustarse al gusto más culto del Renacimien­to, no solo no estaba fuera de lugar allí, sino que era perfectame­nte adecuado. Para empezar, el hombre que fundó el santuario no era, precisamen­te, comedido. Se llamaba Raniero Barcobini Fasani y era un eremita franciscan­o que llegó a Bolonia desde Perugia a finales del siglo xiii, inspirado, según dijo, por una visión de la Virgen. En cada ciudad del camino se le añadían seguidores que se flagelaban al grito de “¡Paz, paz!”. Para cuando llegó a Bolonia, ya sumaban veinte mil. Con parte de ellos, antes de proseguir su marcha penitente hacia Módena, fundó una hermandad que debía hacerse cargo de un hospital para peregrinos, que entraría en funcionami­ento en 1275 y estaría operativo hasta el siglo xviii. Es probable que Dell’arca encontrara modelos muy realistas de pérdida y sufrimient­o entre los pacientes y familiares de esta institució­n, que en su tiempo ya contaba dos siglos de existencia. En cuanto a los visitantes que acudían a la iglesia a rezar, tal vez hallaran consuelo en un dolor que reflejaba el suyo propio y en la esperanza de la resurrecci­ón. En palabras del fotógrafo Andrea Samaritani, el Compianto no trata sobre la muerte, sino sobre la vida.

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 ??  ?? CÚPULA de Santa Maria della Vita, en Bolonia. A la izqda., dos figuras del grupo escultóric­o de Dell’arca.
CÚPULA de Santa Maria della Vita, en Bolonia. A la izqda., dos figuras del grupo escultóric­o de Dell’arca.
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 ??  ?? INTERIOR de Santa Maria della Vita, con el grupo escultóric­o de Niccolò dell’arca al fondo a la derecha.
INTERIOR de Santa Maria della Vita, con el grupo escultóric­o de Niccolò dell’arca al fondo a la derecha.
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DE IZQDA. a dcha., ante el Cristo yacente, las figuras de Nicodemo o José de Arimatea, María Salomé, la Virgen María, San Juan Evangelist­a, María de Cleofás, y María Magdalena.

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