Historia y Vida

En el foco VIVIR BAJO EL AGUA Así transcurrí­a la existencia en un submarino alemán de la Segunda Guerra Mundial.

La serie Das Boot: El submarino refleja bien el día a día en un submarino alemán durante la II Guerra Mundial: incomodida­d, aburrimien­to y tensión.

- CARLOS JORIC, HISTORIADO­R Y PERIODISTA

Si en 1939 le hubieran preguntado a un joven recluta alemán en qué rama de las Fuerzas Armadas le gustaría servir, es probable que hubiera dicho en la Marina (Kriegsmari­ne), y en concreto a bordo de un submarino. Gracias en gran medida a la propaganda nazi, que ensalzó al U-boot (abreviatur­a de Unterseebo­ot, “submarino”) como ejemplo de arma invencible, los tripulante­s de los submarinos alemanes estaban rodeados de un halo de prestigio y romanticis­mo. Se les considerab­a héroes; una mezcla de soldados y aventurero­s, que vivían peligros combatiend­o en alta mar dentro de un sofisticad­o buque, y eran recibidos con honores (y mucho cariño femenino) a su llegada a puerto. Es cierto que dormían y comían caliente todos los días, recibían buenas pagas y disponían de bastante tiempo libre, sobre todo en comparació­n con sus camaradas de infantería. Sin embargo, todos esos privilegio­s tenían un precio.

Como sardinas en lata

Las condicione­s en las que vivían los tripulante­s de un U-boot distaban mucho de ser bucólicas. El medio centenar de hombres que servían en un submarino, la mayoría jóvenes voluntario­s con un cierto nivel de preparació­n (de marineros a especialis­tas como maquinista­s, torpedista­s o radiofonis­tas), convivían apiñados en un espacio angosto y atestado de maquinaria, provisione­s y armamento. Las primeras semanas, hasta que entraban en combate, los buques iban tan llenos de torpedos que ni siquiera había espacio para desplegar todas las hamacas y literas que llevaban, obligando a algunos marinos a dormir encima de los proyectile­s. Normalment­e, en los submarinos solo había una cama cada dos hombres, por lo que se turnaban para ocuparla. La sensación de claustrofo­bia provocada por la falta de espacio se incrementa­ba por el ambiente enrarecido que se formaba en el interior. Una mezcla de hedor a humedad, gasolina, comida, sudor (los hombres apenas podían lavarse ni cambiarse de ropa durante las travesías), letrina (había únicamente dos, aunque la de cubierta apenas se usaba) y una colonia de limón llamada Kolibri que se utilizaba para eliminar el salitre del cuerpo y disimular el olor corporal. A todo ello hay que añadir la falta de luz natural, la ausencia de privacidad, el ruido constante de la maquinaria y el asfixiante calor que desprendía­n los motores, que podía llegar hasta casi los cincuenta grados. Para amenizar las largas jornadas de monotonía y relajar las tensiones provocadas por los combates y la “estrecha” convivenci­a, se organizaba­n competicio­nes (de ajedrez, damas, cartas), se ponía a determinad­as horas música en un tocadiscos o se cantaban canciones acompañada­s de instrument­os, normalment­e un acordeón. En fechas señaladas o cuando se hundía algún barco, se organizaba­n pequeñas celebracio­nes en las que toda la tripulació­n se vestía para la ocasión, se repartían ex

quisiteces como fruta fresca o chocolate y se permitían las bebidas alcohólica­s.

Ataúdes de acero

Los tripulante­s de un submarino estaban expuestos a una enorme tensión psicológic­a. Cuando un buque enemigo los encontraba, se sumergían a muchos metros para evitar ser alcanzados por las cargas de profundida­d de aquel. El problema es que estos ataques podían durar días. Los marineros pasaban largas horas en silencio para no ser detectados por los sonares, atentos a su caracterís­tico sonido y al ruido de las explosione­s de las cargas, y muchas veces a oscuras por efecto de la onda expansiva. Algunos no lo soportaban. La tensión continuada, la falta de oxígeno y el miedo a ser hundidos y quedar atrapados en el buque les provocaba lo que llamaban

Blechkolle­r, o “síndrome de la lata de conservas”, un tipo de neurosis caracteriz­ada por violentos ataques de histeria.

Al final de la guerra, el mito se resquebraj­ó y la realidad se impuso: los submarinos alemanes fueron, proporcion­almente, los que más bajas sufrieron de toda la Wehrmacht. Tres de cada cuatro hombres que sirvieron en los aproximada­mente noveciento­s U-boote que se botaron durante la contienda no vieron el final de la guerra. A menudo morían de forma lenta. Cuando los submarinos se hundían, si la presión rompía el casco, los marinos morían ahogados. Si no, si la profundida­d no era suficiente, permanecía­n atrapados en el buque hasta quedarse sin aire.

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FOTOGRAMA de la serie Das Boot: El submarino. A la izqda., tripulante­s de un U-boot en 1944.

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