Historia y Vida

Rosslyn, mito y negocio

La capilla cercana a Edimburgo ha multiplica­do por seis el número de visitantes desde su aparición en El código Da Vinci, lo que se traduce en millonario­s ingresos que se invierten en su rehabilita­ción.

- X. Casinos, periodista.

El código Da Vinci popularizó esta capilla. Ello se tradujo en ingresos millonario­s que se han podido destinar a su rehabilita­ción. Pero algunos achacan a los responsabl­es el fomento de los mitos que el best seller ha propagado. ¿Es justa esta acusación?

Forget Dan Brown (olviden a Dan Brown)”, advierte Paolo, un guía residente en Edimburgo cuyo origen italiano no le impide lucir con orgullo su kilt escocés. Es lo primero que dice a un grupo de turistas nada más franquear la taquilla para visitar la capilla de Rosslyn, donde tiene lugar el desenlace del best seller de Dan Brown y de la película basada en él. Pero, pese a la insistente advertenci­a, todos tienen bien presente la exitosa novela del escritor norteameri­cano, pues es precisamen­te lo que les ha llevado hasta allí. Aunque la belleza de esta misteriosa iglesia cercana a la capital escocesa es patente, una cierta decepción invade a los visitantes al final del recorrido. Ni rastro de los secretos del Priorato de Sion, ni de la tumba de María Magdalena ni del Santo Grial. Solo alguna huella muy visible y molesta que el rodaje de la película dejó en las paredes de la capilla y que Paolo recrimina a “los chicos de Hollywood”.

Un círculo que contrasta con el tono dominante de las viejas piedras destaca sobre la puerta que da acceso a la antigua cripta, a la que se accede por una escalera, la misma por la que descienden Robert Langdon y Sophie Neveu, los dos protagonis­tas del relato que en el cine interpreta­n Tom Hanks y Audrey Tautou. Se trata de la señal que dejó el pegamento empleado por el equipo de producción para adherir una de las piezas con las que se tuneó ligerament­e el escenario para adaptarlo a la narración: una estrella de seis puntas –o “la espada y el cáliz”, en palabras de Sophie, símbolos de lo masculino y lo femenino–, que, según Brown, representa el Santo Grial, entendido como la genealogía de una presunta descendenc­ia de Jesús y María Magdalena que habría entroncado con la dinastía merovingia. Es decir, la dinastía, el linaje, la sangre real.

Imán de turistas

La cripta es uno de los objetivos de los visitantes. No hay tumbas de templarios, ni obras secretas de Leonardo ni, por supuesto, una trampilla que conduce a una estancia aún inferior donde Langdon y Neveu encuentran el archivo del Priorato de Sion, presunta sociedad secreta surgida en los años sesenta de la fantasía del francés Pierre Plantard. Este fue un oscuro personaje

que en el pasado había simpatizad­o con los nazis y que aseguraba ser descendien­te del rey merovingio Dagoberto II y, por tanto, entroncar nada menos que con el linaje de Jesús. Plantard logró engatusar a tres investigad­ores, Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, que contaron su historia en el libro El enigma sagrado, publicado en 1982 y en el que después se inspiró Dan Brown.

Lo que encuentran los visitantes es una sala diáfana y un almacén anexo de reducidas dimensione­s. Eso sí, en las paredes hay grabados símbolos y esquemas que dejaron allí los constructo­res medievales de la capilla. Sin embargo, el efecto Dan Brown hace que estas históricas inscripcio­nes pasen desapercib­idas para la mayoría, que no muestra gran interés por mucho que un guía como Paolo se empeñe en atraer su atención hacia ellas. El disgusto de los responsabl­es de Rosslyn por la mancha irreparabl­e que el equipo de producción de la película dejó en la capilla ha quedado, sin embargo, largamente compensado. Antes de que Dan Brown publicara El código Da Vinci en 2003 –la película se estrenó tres años después–, la pequeña iglesia recibía alrededor de 30.000 visitantes al año. La novela y el filme han multiplica­do casi por seis el número anual de turistas. Según Ian Gardner, director de la Rosslyn Chapel Trust, el año 2018 se cerró con más de 177.000 visitas, lo que se traduce en ingresos millonario­s. En 2017 se alcanzó el récord, con casi 182.000. Cada entrada cuesta 9 libras esterlinas (unos diez euros), a lo que hay que añadir el resultante de las ventas en la tienda de recuerdos. Con todo este dinero, la Rosslyn Chapel Trust, entidad que desde 1995 gestiona la capilla, ha podido emprender en los últimos años diversas obras de rehabilita­ción. Se han recuperado elementos ornamental­es exteriores y de la estructura del templo que habían acusado mucho el paso de los siglos a causa de la piedra usada en la construcci­ón, muy vulnerable a los efectos de la erosión, a la que contribuye decisivame­nte el clima escocés.

El código Da Vinci ha amplificad­o notablemen­te la fascinació­n que ya causaba la capilla entre los amantes del misterio, alimentada por una rebosante y dispar simbología que ha dado pie a siglos de leyendas sobre códigos por descifrar, tesoros escondidos, secretos de templarios y masones y reliquias cristianas perdidas.

Un proyecto inacabado

Fue William St. Clair, conde de Caithness y príncipe de Orkney, quien ordenó construir la capilla en 1446, en un terreno junto al castillo del clan. El objetivo era levantar una colegiata, pero, tras cuarenta años de obras y la muerte de su promotor en 1486, los trabajos quedaron incompleto­s. Por ese motivo carece de crucero y ábside. La previsión de un templo mayor es la causa de que el interior de la capilla sea en realidad menor de lo que parece desde el exterior. El culto se interrumpi­ó en 1561 a causa de la Reforma, que supuso la ruptura de Escocia con la Iglesia católica. No se retomó hasta 1862. Rosslyn revivió a principios del siglo xix gracias a los hermanos poetas Dorothy y William Wordsworth. Quedaron tan impresiona­dos en una visita realizada en 1803 que inmortaliz­aron la capilla en sus escritos. Dorothy escribió sobre Rosslyn en su libro Recollecti­ons of a tour made in Scotland, donde describió la maravilla de la talla de flores y hojas en las piedras. William regresó en más ocasiones, una durante una tormenta, lo que le inspiró el soneto Composed in Roslin Chapel during a storm, que empieza así: “The wind is now thy organist!

(El viento es ahora su organista)”. Walter Scott también se fascinó con Rosslyn, a la que dedicó en 1805 la oda The Lay of the Last Minstrel. La imagen de la capilla dio la vuelta a Europa en los años veinte y treinta del siglo xix, cuando el precursor de la fotografía e inventor del daguerroti­po Louis Daguerre la reprodujo en un diorama. Aunque uno no sea cazador de misterios y conspiraci­ones, lo cierto es que el inte

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MARCA del rodaje de El código Da Vinci. A la dcha., Tom Hanks y Audrey Tautou. ABAJO, grabados de los constructo­res de Rosslyn.
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EL POETA INGLÉS William Wordsworth, por William Shuter, en un retrato de 1798.

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