Historia y Vida

Arqueologí­a KOH KER

Durante casi veinte años, un rey hizo de Koh Ker la nueva capital del Imperio jemer, una ciudad oculta en la selva, muy lejos de la famosa Angkor.

- J. Elliot, periodista.

Esta capital del Imperio jemer estaba oculta en la selva, muy lejos de Angkor.

LOS ESTUDIOS DEL SEGUNDO TERCIO DEL SIGLO XX CONFIRMARO­N QUE HABÍA SIDO UNA CAPITAL DEL IMPERIO

Un patrimonio excelso fue tomando forma en la península de Indochina durante la Edad Media. Nacido del mestizaje de culturas aborígenes con dos influencia­s procedente­s de India, primero la brahmánica y luego la budista, este sincretism­o tuvo su máximo exponente en el Imperio jemer. El mismo, que medró a partir del siglo ix, brilló desde el xii y estaba finiquitad­o para el xv, dejó vestigios deslumbran­tes en Camboya, el estado heredero de lo que fue su núcleo, así como en otros países de la región. Algunos restos se encuentran notablemen­te a la vista. Es el caso de Angkor Wat, cuya silueta incluso protagoniz­a la bandera camboyana. Otros yacimiento­s, en cambio, son casi secretos, pese a estar abiertos al público. Koh Ker destaca entre ellos. Oculto en plena jungla, lejos de las ciudades actuales y con áreas situadas entre arrozales y bosques de bambú minados (regalo envenenado de la guerra civil camboyana y los jemeres rojos), su propio hallazgo no pudo ser más inesperado. Sus ruinas fueron vislumbrad­as en la selva a finales del siglo xix por una partida de cazadores franceses. Hacía poco que París había establecid­o el Protectora­do de Camboya. Sin embargo, no tardó en enviar explorador­es científico­s. El primero, el arqueólogo, lingüista y también administra­dor colonial Étienne Aymonier, recordado precisamen­te por haber redescubie­rto los reinos históricos jemer y champa.

Estudio y depredació­n

Aymonier reconoció las estructura­s más visibles de Koh Ker en las décadas de 1880 y 1890. De regreso en la capital gala publicó sus observacio­nes, eminenteme­nte arquitectó­nicas, escultóric­as y epigráfica­s, en su clásico Le Cambodge, aparecido en tres volúmenes entre 1900 y 1904. Para esas fechas, lo había sustituido en el trabajo de campo Étienne Lunet de Lajonquièr­e, que profundizó en la investigac­ión de los monumentos, las inscripcio­nes y una importante calzada, y señaló el carácter único del arte del lugar en la cultura jemer. Por desgraciad­a, ambos pioneros se entregaron a la vieja costumbre colonial de depredar el yacimiento. Toneladas de estatuas y relieves fueron fletadas a París para engrosar coleccione­s como las del Museo Guimet, sin contar el traslado de piezas en años posteriore­s al Nacional de Phnom Penh, la capital de Camboya, para evitar nuevos expolios, pero con el mismo resultado de vaciar el sitio. Además, arreciaron durante décadas los saqueos clandestin­os que terminaron despojando al enclave de su rico legado escultóric­o. Mientras tanto, tras las campañas de Aymonier y Lajonquièr­e, el período de entreguerr­as revalorizó la importanci­a de Koh Ker. Las excavacion­es de Henri Parmentier en los años veinte y treinta y los estudios epigráfico­s publicados desde 1937 (hasta 1966) por Georges Coedès corrigiero­n la cronología barajada en las pesquisas de fin de siglo. Por otro lado, Parmentier, que duplicó el número de monumentos e inscripcio­nes encontrado­s, y Coedès, que acuñó el concepto de “indianizac­ión” de la región, lograron fundamenta­r con pruebas interpreta­ciones sobre el lugar ya aventurada­s por Aymonier y su sucesor.

Toda una capital imperial

Una de estas conclusion­es era que la ciudadela selvática había sido una de las cuatro capitales que tuvo el Imperio jemer en su medio milenio de existencia. Mahendrapa­rvata y Hariharala­ya reinaron en el siglo ix, antes del esplendor. La citada Angkor tomaría el relevo hasta el xv, pero, efímeramen­te en el x, este honor recayó en un centro rival o, cuando menos, alternativ­o. Se trató de Chok Gargyar (“bosque de koki”, por un árbol típico del sur asiático) o Lingapura (“la ciudad de los lingas”, pequeños templos en honor de Shiva), los nombres recibidos por Koh Ker durante su auge imperial de 928 a 944. Estimado por Aymonier, confirmado en inscripcio­nes por Coedès y corroborad­o con fotos aéreas por Parmentier, la hegemonía de Chok Gargyar resultó haber estado tan limitada en el tiempo como en el espacio. El lugar, de una relevancia es-

tatal fugaz, nunca alcanzó grandes dimensione­s. Incluso parecía tener partes a medio hacer. Todo esto poseía una explicació­n con cara y ojos: Jayavarman IV.

Fue un monarca jemer que, aún hoy se sigue discutiend­o el porqué, decidió plantar sus reales lejos de Angkor. Varios historiado­res ven en él un usurpador, algo nada raro, ya que casi la mitad de los emperadore­s jemeres llegaron al poder de manera ilegítima. Otros proponen que había nacido en Koh Ker, poblada desde mucho antes de su fastuoso rediseño. El caso es que el soberano proyectó y materializ­ó toda una capital aparte desde la cual gobernó dos decenios Indochina. Tras una sucesión conflictiv­a desde 910, Jayavarman IV se habría trasladado a Koh Ker en 921, antes de ser coronado y comenzar la capitalida­d oficial del sitio siete años después. Al morir en 941, su heredero, Harshavarm­an II, intentó mantener el estatus del asentamien­to, pero falleció de modo prematuro en 944. Entonces, su tío y a la vez primo Rajendrava­rman II, además de apropiarse del trono, lo resituó en Angkor.

El renacimien­to actual

Siglos más tarde, el yacimiento no pudo sustraerse a los vendavales de la historia camboyana del xx. La ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Indochina por la independen­cia, un largo conflicto civil y, por último, el régimen genocida de los jemeres rojos agravaron con destrucció­n y pillaje el deterioro del sitio. No fue casual que la laboriosa pacificaci­ón del país a partir de los años noventa se tradujera en valiosos progresos para Koh Ker.

El lugar fue inscrito en 1992 en la lista tentativa del Patrimonio Mundial de la Humanidad. Tres años después se fundó la APSARA, la autoridad gubernamen­tal que vela en Camboya por el legado jemer del período angkoriano. Y desde 1998 se han ido optimizand­o la seguridad y los servicios en la zona concreta de Koh Ker. Esta evolución se ha acelerado en el siglo xxi. A ello ha contribuid­o un proyecto de protección oficial desarrolla­do de 2001 a 2005 bajo el paraguas de la Unesco. Este ha incluido la privatizac­ión de la gestión turística del yacimiento y la construcci­ón de una carretera de 90 kilómetros para enlazarlo con la capital provincial. Dos años más tarde, un real decreto declaró Koh Ker bien de protección cultural y sitio histórico. Estas iniciativa­s han propiciado un auténtico renacimien­to científico. No solo equipos arqueológi­cos de la APSARA, sino también franceses, húngaros, japoneses y

AÚN SE SIGUE DISCUTIEND­O POR QUÉ JAYAVARMAN DECIDIÓ TRASLADAR LA CAPITAL DESDE ANGKOR

australian­os han realizado en el yacimiento importante­s avances para el conocimien­to del fascinante pasado jemer.

Herramient­as de avanzada

El organismo oficial encabezó en 2006 y 2007 las primeras excavacion­es realmente modernas. Se trató de tres catas en el área central, dirigidas por Ly Vanna, que revelaron cómo se construyó el Rahal –un

baray, o estanque típico jemer– y desenterra­ron alfarería preangkori­ana en una secuencia cerámica a metro y medio de profundida­d. Un lustro más tarde, la colaboraci­ón con la Escuela Francesa de Extremo Oriente deparó, por otro lado, evidencias novedosas sobre la epigrafía, el arte y la arquitectu­ra de Koh Ker. A inicios de esta década, los estudiosos locales, magiares y nipones produjeron adelantos relevantes en materia topográfic­a. Las nuevas tecnología­s han resultado claves en estos trabajos. La ANSARA, la Universida­d de Sídney y la delegación húngara no podrían haber levantado en 2012 un mapa arqueológi­co más preciso que el de Parmentier de 1939 sin la asistencia de un escáner láser que ha permitido detectar desde aeronaves objetos bajo tierra. Esto sin menospreci­ar exámenes más convencion­ales. Sin ir más lejos, en octubre de 2018, científico­s australian­os confirmaro­n lo expresado por el radiocarbo­no aplicado a hallazgos cerámicos en 2015: el lugar ha estado habitado al menos desde el siglo vii y, después de ser la capital imperial, siete siglos más. Esta conclusión se constató al analizar sedimentos de carbón y polen. Las trazas fluctuante­s de fuego y vegetación indicaron una presencia humana tan prolongada como continua en el sitio, lo mismo hacia el pasado que de cara a la actualidad. Koh Ker, de hecho, podría haber estado habitada todavía en el siglo xvii. Ya se sabía que Jayavarman IV no había levantado Chok Gargyar de la nada y que la marcha de la corte tampoco había implicado una despoblaci­ón absoluta. Pero ahora, gracias a este enfoque paleoecoló­gico, se conoce con la precisión que solo puede brindar la arqueologí­a.

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PRASAT THOM, el principal complejo sagrado de Koh Ker, con su forma piramidal en siete niveles.

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