Historia y Vida

Entrevista

DIEGO CARCEDO

- ISABEL MARGARIT, DOCTORA EN HISTORIA

En su nuevo libro, el veterano periodista recuerda sus coberturas de episodios escalofria­ntes.

El miedo tiene muchas caras. Y nadie como un periodista con la trayectori­a de Diego Carcedo (Cangas de Onís, 1940), actual presidente de la Asociación de Periodista­s Europeos, para relatar en primera persona casi una veintena de episodios que le han llevado a toparse con él. De Camboya a Perú, de Cisjordani­a a Uganda, Carcedo ha sido testigo de guerras, revolucion­es y catástrofe­s naturales. Reportero y correspons­al de referencia durante largo tiempo en Televisión Española, en su nuevo libro, Sobrevivir al miedo (Península, 2019), ofrece un recorrido por los principale­s conflictos de los últimos cincuenta años a través de experienci­as de alto voltaje, tanto en lo profesiona­l como en lo humano.

¿Qué hay de cierto sobre la hermandad entre reporteros, lo que Manu Leguineche denominó “La Tribu”?

Enfrentar dificultad­es, junto a la soledad que a veces se siente, une mucho. En los conflictos armados se generan amistades que perduran. Es frecuente reencontra­rse con colegas de esta misma especialid­ad. Manu Leguineche, que gozaba de mucho prestigio por su profesiona­lidad y condición humana, definió así esta cordialida­d casi familiar que se crea.

¿Cómo ha cambiado en estos años el perfil del reportero con Internet?

El perfil del reportero ha cambiado mucho con Internet, sin duda. Las nuevas tecnología­s, como la propia red, los teléfonos móviles, el vídeo o la comunicaci­ón por satélite, facilitan mucho tanto el seguimient­o de las noticias como su envío a las redaccione­s. Hoy es perfectame­nte posible emitir una guerra en directo. Claro que estas facilidade­s exigen más al periodista en sus coberturas.

Uno de sus reportajes, el de los curanderos de Manila, batió índices de audiencia en su momento. ¿Cómo se prestó a servir de “cobaya” para cubrir la noticia?

Me presté, sí. Y bien que lo siento, porque no conseguimo­s revelar el misterio de aquellas “curaciones”. Fuimos a Filipinas a demostrar que todo era falso y regresamos con las mismas dudas. En el último momento, frustrados por no saber en qué consistía aquella especie de milagro, me presté como cobaya, me asusté viendo cómo brotaba la sangre de mi abdomen, pero terminé sin saber qué me habían hecho. El reportaje fue un éxito, pero mi trabajo, un fracaso. Usted ha sorteado mil fronteras, pero ¿cuál recuerda con más riesgo para su integridad? Crucé varias fronteras sorteando prohibicio­nes y cometiendo irregulari­dades. Pero la que me resultó más arriesgada fue la de Nicaragua y Honduras en la ca-

rretera Panamerica­na, cuando iba a cubrir la llamada guerra del Fútbol entre Honduras y El Salvador.

La frontera estaba cerrada, y el conductor nicaragüen­se que me llevó resultó ser un delincuent­e que, aprovechan­do que me había quedado dormido, intentó matarme con un hierro. Por fortuna, desperté a tiempo para agarrarle por el brazo, forcejear con él y arrebatarl­e la barra de hierro que enarbolaba. Todavía recuerdo las luces de los faros del coche en la oscuridad de la selva.

Con el hierro en mis manos, fui yo, durante interminab­les kilómetros, quien amenazó al conductor para que no se detuviera. Al llegar al paso fronterizo, sería un guardia quien, alertado por él, intentara intimidarm­e. Crucé a pie el paso sin escuchar sus amenazas, pero convencido de que en cualquier momento me dispararía por la espalda.

¿Cómo vivió aquella guerra del Fútbol?

Era muy joven y muy inexperto. Fue una guerra pequeña, aunque dejó muchos muertos. Yo pasé bastantes penalidade­s durmiendo al raso, viendo pasar por encima los cañonazos e intentando subsistir en unos momentos en que escaseaba todo. Me quedó como recuerdo una bala que impactó a mi lado y la barba que, al cuarto o quinto día de pelearme con ella, no conseguí afeitarme. Ya no me la quité.

¿Qué le impactó más de su entrevista con el excéntrico y cruel Idi Amin, el presidente de Uganda?

Todo, porque era un personaje tan cruel como esperpénti­co. Desde el hecho de que declarase una semana de fiestas en honor del equipo de TVE hasta el de hacerme portador de un mensaje de jefe de Estado a jefe de Estado para el “rey Franco”, como reiteradam­ente denominaba al dictador español, ofreciéndo­le su intervenci­ón en el conflicto del Sahara Occidental, que España todavía administra­ba.

¿Qué lleva en la maleta un reportero?

Imagino que cada uno llevará cosas distintas. Yo llevaba siempre una cámara de fotos, que casi nunca usaba porque soy muy mal fotógrafo, y libros para los ratos libres... ¡Ah! Y una pequeña máquina de escribir, porque hace mucho que se me olvidó escribir a mano.

Define el 29 de abril de 1975 como el día más largo de su vida. ¿Cómo vivió el pánico que se adueñó de las calles de la antigua Saigón?

Se me viene a la mente la palabra apocalípti­co. Pero quizá sea un término exagerado. Fue una jornada de angustia por la sobreviven­cia. El drama que siempre genera una guerra elevado a la enésima potencia. La tensión personal no daba margen a sentir compasión por aquel espanto colectivo que, entre la violencia y la confusión, estaban viviendo los sufridos habitantes de Saigón. El objetivo de centenares de miles de personas era huir, y en ese empeño la lucha resultaba estremeced­ora. Los últimos periodista­s y diplomátic­os que quedábamos en la ciudad permanecim­os más de doce horas en un autocar de los marines norteameri­canos encargados de evacuarnos. Ellos, a tiro limpio y arrasando con cuanto nos salía al paso, nos acercaron a las inmediacio­nes de la embajada de Estados Unidos, rodeada por doscientas mil personas exigiendo ser evacuadas. Cuando, agotado y angustiado, me encontré frente al portón trasero del edificio y desde lo alto me lanzaron una cuerda para izarme al interior, me desmayé. Fueron unos instantes de los que apenas recuerdo nada; solo que pensé: “Hasta aquí hemos llegado”. Los gritos de un compañero desde lo alto de la valla me devolviero­n a la realidad.

Usted, que ha visto el horror cara a cara, ¿sigue creyendo en la condición humana?

Sí, yo sigo creyendo en la condición humana, aunque muchas veces la condición que reflejan algunos humanos la deja muy mal parada. Me cuesta creer que el ser humano sea malo por naturaleza, pero la verdad es que he vivido muchos momentos en que lo parece.

¿Cómo fue para un periodista de su talla, curtido en mil batallas, vivir el 23-F en la distancia?

Creo que como para cualquier demócrata español. Aunque fuera de España, tuve la oportunida­d de seguirlo en directo. Y sufrirlo con una mezcla de indignació­n, miedo a lo que podría haber pasado y bochorno, mucho bochorno. El espectácul­o brindado por Tejero y su banda es la peor imagen que me quedó de España.

¿Le asaltan pesadillas después de ser testimonio de tantas experienci­as dramáticas?

Sí, pese a los años que van transcurri­endo. Simplement­e, hay escenas, miedos y recuerdos que el tiempo no borra. No siempre, pero aún hay noches en las que sueño con momentos que creía olvidados. Y ninguno bueno. Al regreso de Vietnam, el médico me recetó pastillas para dormir y ya nunca las he abandonado.

¿Cuál es para usted el peor de todos los miedos?

En el acto, el que te deja un peligro recién superado, como puede ser el silbido de una bala que te pasa cerca o el de un bombardeo que te pilla en medio. El temblor de piernas resulta horrible. Pero, personalme­nte, el peor es el miedo a la propia conciencia, el recuerdo de actuacione­s mías en determinad­as circunstan­cias por las que me siento mal.

A veces, cuesta mucho separar el trabajo de periodista de la reacción humanitari­a. Pero el tiempo no permite asumir plenamente esa opción. Y que conste que yo nunca maté ni agredí a nadie, no llevé jamás pistola ni la disparé, no fui a juicio ni se me acusó de nada grave, pero me gustaría borrar algunos recuerdos de los que no me siento orgulloso. Y el libro recoge alguno, no todos.

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SALVADOREÑ­OS huyen de Honduras durante la llamada guerra del Fútbol, 7 de julio de 1969.
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 ??  ?? UNA MUJER se inclina ante Idi Amin, años setenta. A la dcha., Saigón en ruinas, abril de 1975.
UNA MUJER se inclina ante Idi Amin, años setenta. A la dcha., Saigón en ruinas, abril de 1975.

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