Historia y Vida

ERASMO NOS MINTIÓ

Con un nombre que tradiciona­lmente ha sido un sinónimo del humanismo, ¿quién podía imaginarse que Erasmo fuese de todo menos tolerante?

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS, DOCTOR EN HISTORIA

El humanista defendía elevados valores, pero no los practicaba.

La figura de Erasmo de Róterdam (1466-1536) está llena de connotacio­nes positivas. El humanista holandés encarna valores como la integridad, el pacifismo, el ansia de conocimien­to propia del esplendor renacentis­ta. Pero... ¿y si esta imagen estuviera en flagrante contradicc­ión con el personaje de carne y hueso? El librero Carlos Clavería saca a la luz las contradicc­iones entre el autor y la obra en un provocativ­o estudio. En Erasmo, hombre de mundo (Cátedra, 2018), el gran pensador aparece a la luz de todas sus miserias. Fue pendencier­o, misántropo, impertinen­te, borrachín... Tuvo, sin embargo, un talento incomparab­le para autopromoc­ionarse y difundir la imagen opuesta, la de un hombre desinteres­ado, amigo fiel y amante de la verdad. Resulta interesant­e que un autor tan asociado con la idea de tolerancia pudiera ser tan injurioso con los demás. En cierta ocasión en la que un editor publicó una obra adversa, su reacción fue atacarle con toda la artillería. De su boca salieron sapos y culebras casi literalmen­te: “Si tiene hijos que alimentar, ¡que mendigue!, ¡que prostituya a su mujer!, pero que no publique libros que atentan contra mí”.

En medio de la vorágine

Alguien que le conocía bien dijo que podía ser un hombre útil en tiempos de paz, pero no en medio de una guerra. El juicio era exacto. En el conflicto entre la Iglesia católica y el incipiente protestant­ismo, intentó nadar y guardar la ropa. Estaba de acuerdo en algunos puntos con las críticas a la religión oficial, pero no como para romper con la obediencia al papa. Eso no impidió que le acusaran de ser el responsabl­e intelectua­l de la Reforma: “Usted puso el huevo y Lutero lo empolló”. Al parecer, su respuesta fue igualmente irónica: “Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase”. Erasmo pecó muchas veces de cobardía, como cuando no hizo nada para defender a su amigo Tomás Moro, sometido a juicio por oponerse al divorcio de Enrique VIII de Inglaterra. Tomó entonces partido por el rey, al igual que en otras circunstan­cias se decantará por el más poderoso. Ni siquiera intentó ponerse en contacto con la familia de Moro para ofrecer una palabra de consuelo. Tras la ejecución del inglés, apenas salió de su pluma un breve comentario en el que vino a decir, con lenguaje florido, que él se lo había buscado. Por ser tan imprudente como para meterse en un peligroso asunto teológico, en lugar de dejar la cuestión a los especialis­tas. Pese a sus múltiples defectos, el autor de

Elogio de la locura poseía un alto concepto de sí mismo, como todos los ególatras. Por eso, en su testamento dejó una fuerte suma para la publicació­n de sus obras completas en edición de lujo. El dinero para los pobres venía después de esta prioridad y de la parte dedicada a los amigos. Bueno, a aquellos que conservó, porque en el camino perdió a muchos después de que dejaran de serle útiles.

¿Dónde queda, visto todo esto, el “hombre justo, auténtico y sin prejuicios”? Estas palabras las utilizó uno de sus biógrafos, el austríaco Stefan Zweig. Carlos Clavería, con gran acopio de documentac­ión, destroza esta imagen. Su investigac­ión recupera la vertiente más oscura de un Erasmo poseído por la duplicidad. Quería estar a bien con romanos y cartagines­es, así que a la larga solo conseguirí­a ganarse más y más adversario­s. No obstante, gracias a la magia de su pluma, se labró una imagen de intelectua­l excelso, sin conexión con las mezquindad­es humanas.

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